Los supervivientes del bombardeo en la zona de Al-Mawasi, designada como ‘humanitaria’, relatan el horror vivido durante la noche del 10 de septiembre, en la que más de 150 personas fueron asesinadas
En la madrugada del martes 10 de septiembre, una lluvia de misiles israelíes cayó sobre una zona designada como “humanitaria” en la zona costera de Al-Mawasi, al oeste de Khan Younis. Durante meses, cientos de miles de palestinos desplazados se han refugiado allí siguiendo las órdenes israelíes de evacuar prácticamente toda la Franja de Gaza. Pero incluso en este supuesto refugio, la seguridad de los palestinos es una ilusión y los desplazados siguen siendo tan vulnerables como siempre.
Durante tres angustiosas horas, los equipos de rescate, iluminados únicamente por el débil resplandor de las linternas y los ocasionales destellos de los restos en llamas, rastrearon la arena, desesperados por encontrar supervivientes. En su lugar descubrieron los cadáveres de hombres, mujeres y niños despedazados y enterrados bajo la misma tierra en la que habían buscado refugio. Las tiendas de campaña se habían incendiado y las bombas provocaron profundos cráteres en la tierra.
Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, los ataques aéreos causaron al menos 19 muertos y decenas de heridos. Era el quinto ataque de Israel contra la zona desde que la designó como lugar de refugio, y los bombardeos del martes elevaron a más de 150 el número total de víctimas mortales de estos ataques.
El ejército israelí afirmó que había “asestado un golpe a importantes terroristas de Hamás que operaban en un centro de mando y control implantado dentro de la zona humanitaria”. Hamás negó tal afirmación.
Uno de los mártires, Ahmed Al-Qadi, sólo tenía tres años. Vivía en Al-Mawasi con su madre y sus dos hermanos desde principios de julio, cuando las fuerzas israelíes invadieron su barrio en la ciudad de Gaza y detuvieron al padre de Ahmed. La noche de los bombardeos, Fátima, la madre de Ahmed, se despertó sobresaltada por el ruido de las explosiones.
“Me desperté con un ruido tan fuerte que pensé que era el fin del mundo”, explicó a +972 Magazine con voz temblorosa. “Cuando miré a mi alrededor, mis hijos ya no estaban. Estaba rodeada de oscuridad, humo y gritos. No podía ver ni respirar”.
Los equipos de rescate encontraron a Ahmed horas después, enterrado bajo un montón de arena. Su pequeño cuerpo yacía inmóvil y con el rostro congelado por el terror.
Sus dos hermanos, de 6 y 8 años, sobrevivieron al ataque, pero con heridas graves. “Los encontré cubiertos de sangre, con las piernas destrozadas”, cuenta Fátima con lágrimas en los ojos. “Tenían la parte superior del cuerpo por encima de la arena, pero las piernas estaban atrapadas bajo ella. No sé cómo nos recuperaremos de esto”.
“Israel nos persigue hasta esta zona para enterrarnos bajo la arena”
El ejército israelí empezó a dirigir a los palestinos hacia Al-Mawasi en los primeros meses de su bombardeo de la Franja. Antes de la guerra solo albergaba a 6.000 personas, pero pronto se convirtió en un campo de desplazados en masa que alojaba a cientos de miles en tiendas de campaña improvisadas. La invasión israelí de Rafah en mayo provocó una nueva afluencia de refugiados a la zona costera.
Israa Al-Attar, de 60 años, llegó a Al-Mawasi tras la destrucción de su casa en el barrio de Shujaiya de la ciudad de Gaza, donde trabajaba como vendedora de faláfeles. “Trabajé para criar a mis ocho hijos y que pudieran estudiar en la universidad”, declaró a +972 Magazine. “Construí un edificio de ocho plantas para ellos, para que pudieran tener apartamentos separados cuando se casaran y tuvieran hijos”.
Pero en las primeras semanas de la guerra, el ejército israelí diezmó su casa con un solo ataque aéreo. “Las piedras con las que se construyó la casa podrían describir el sufrimiento que he padecido a lo largo de toda mi vida”, afirmó.
El martes por la mañana, Al-Attar dormía junto a sus nietos cuando la intensidad de varias explosiones la despertó. “Estábamos cerca”, relató. “Nos cayeron encima piedras y polvo. Muchas personas resultaron heridas por la metralla que caía. Todo el mundo gritaba, corría y pedía ayuda”.
Umm Tareq Al-Tawil, de 44 años, también fue testigo de la masacre. Lleva cinco meses viviendo en Al-Mawasi tras huir de los bombardeos israelíes en el barrio de Nasser de la ciudad de Gaza.
“El asalto fue brutal”, declaró a +972 Magazine. “Oímos cinco explosiones que parecían un terremoto y sacudieron toda la zona. Cuando cayeron las bombas la oscuridad era total y todos dormíamos. Los niños salieron corriendo, llorando y aterrorizados. La gente estaba despedazada, la mayoría mujeres y niños”.
“Salí corriendo de la tienda con mi marido y mis hijos, gritando, sin saber qué estaba pasando ni adónde ir”, continuó Al-Tawil. “Por puro terror y miedo, corrí sin siquiera cubrirme el pelo, completamente asustada y desorientada”.
“Creíamos que aquí estábamos a salvo y que entre nosotros no había combatientes de la resistencia”, afirmó. “Llevo aquí cinco meses y no he visto a ningún combatiente en esta zona. Aquí solo hay mujeres, niños, ancianos o gente corriente”.
El anterior bombardeo de Al-Mawasi por parte de Israel, el 13 de julio, fue también mortífero: en aquel ataque murieron 90 palestinos, e Israel afirmó que su objetivo era el comandante militar de Hamás Mohammed Deif. La magnitud de la destrucción del martes sugiere que, al igual que en aquel ataque, el ejército israelí lanzó bombas de casi una tonelada sobre el densamente poblado campamento.
Para los supervivientes, la última matanza de Al-Mawasi no ha hecho más que reafirmar su convicción de que, en realidad, Israel no está luchando contra Hamás, sino que lo utiliza como excusa para atacar a civiles palestinos y borrar a familias enteras del registro civil. “Israel nos persigue hasta esta zona para matarnos y enterrarnos bajo la arena”, afirmó Al-Attar. “Esta es una guerra de exterminio”.
La desesperada búsqueda de supervivientes
La respuesta de emergencia al ataque del martes se vio dificultada por la falta de equipos e infraestructuras, fruto de casi un año de guerra en Gaza y de una década y media de asedio.
Mohammed Badr, de 30 años, que trabaja en la Defensa Civil, llegó a Al-Mawasi a la una de la madrugada tras recibir la noticia de la masacre. Cuando llegó, la escena parecía sacada de una película de terror. “Había cadáveres por todas partes”, relata. “Estaba claro que habían matado a familias enteras. Se originó un incendio en unas 20 tiendas y había un cráter de nueve metros de profundidad”.
En la oscuridad, el equipo de Badr se esforzó por buscar supervivientes. “No había iluminación, así que los residentes alumbraban el lugar con sus teléfonos”, dijo. “La situación era difícil y todo el mundo lloraba, gritaba y comprobaba cómo estaban sus familiares y allegados. No dejamos de buscar hasta que amaneció”.
Ahmed, un sanitario voluntario de 24 años (que prefirió no dar su nombre completo por miedo a posibles represalias), fue uno de los primeros en llegar al lugar de los hechos, ya que estaba destinado en las inmediaciones. “Nada más llegar, vi miembros esparcidos por todas partes”, recuerda con la voz ronca por el cansancio. “He visto muchas cosas terribles, pero esto… esto era un horror absoluto”.
Ahmed y su equipo trabajaron sin descanso sacando cadáveres de la arena con la esperanza de encontrar a alguien con vida. “Encontramos a una niña de unos cinco o seis años enterrada hasta el cuello. Aún respiraba, pero a duras penas. Conseguimos sacarla, pero murió de camino al hospital. Sigo pensando en ella, en todos los niños que no pudimos salvar. Me pregunto si podría haber hecho más”.
Badr se hizo eco de este sentimiento. “Este ataque implacable agota a la Defensa Civil porque no tenemos capacidad para salvar a la gente”, se lamenta. “Estamos indefensos ante estas masacres”.
Por, Ruwaida Kamal Amer / Mahmoud Mushtaha (+972 Magazine) 18/09/2024
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en +972 Magazine.
Traducción de Paloma Farré.
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