El partido milicia pierde poder político en el nuevo Gobierno libanés y tiene dificultades económicas para hacer frente a la reconstrucción, mientras sus rivales políticos presionan para su desarme
Beirut , 28/02/2025
Las gradas y alrededores del estadio más grande del Líbano, abarrotados. Mujeres a un lado, hombres a otro, decenas de miles de personas –la prensa afín a Hezbolá ha hablado de casi un millón y medio– vestidas de negro riguroso, en una marea fúnebre interrumpida por el amarillo de las insignias del partido-milicia y banderas de grupos simpatizantes. Casi cinco meses después del asesinato de Hasán Nasrala, el que fuera el líder todopoderoso de Hezbolá durante más de tres décadas fue enterrado en un funeral multitudinario. Un intento de mostrar fuerza en un momento en el que el futuro del grupo proiraní pende de un hilo.
La guerra a la que Hezbolá arrastró al Líbano en apoyo a su aliado Hamás en octubre de 2023 resultó en desastre: más de 4.000 muertos, cientos de ellos civiles, y 16.000 heridos, en ataques israelíes que alcanzaron todo el país. El aura de invencibilidad que había construido la milicia árabe en cuatro décadas de conflictos con Israel saltó por los aires, dejando en evidencia la desigualdad entre ambos contendientes. El 27 noviembre se llegó a un acuerdo de alto al fuego, o más bien de “rendición”, según señala Michael Young, autor y editor senior de Carnegie Middle East Center. Según el documento que firmaron ambas partes, Israel se comprometía a marcharse en 60 días de las zonas fronterizas que ocupaba en el sur del Líbano, y Hezbolá a retirarse de la misma zona.
Los dos meses iniciales de cese de las hostilidades se extendieron hasta el 18 de febrero. Israel anunció entonces que mantendría puestos militares dentro del Líbano en cinco posiciones estratégicas a lo largo de la frontera de facto, aunque medios libaneses hablaban de hasta siete. El objetivo, según el ministro de Defensa israelí, es observar y asegurar que las armas de Hezbolá desaparecen a partir del río Litani, la referencia geográfica que delimita la zona sur del Líbano. Con el fin del acuerdo de tregua y sin un nuevo documento que gobierne las relaciones entre ambos territorios, la frontera regresa a las reglas de antaño: la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que no solo contempla el desarme en esta región sino la desintegración de milicias en todo el país.
Por eso, en estos momentos de coyuntura, la oposición a Hezbolá presiona para que la pregunta de qué pasa con las armas del Partido de Dios –Hez significa partido, y Allá Dios en árabe– esté constantemente sobre la mesa. Es precisamente la rama militar la que la Unión Europea considera como terrorista. En Oriente Medio, los vientos no corren favorables a la organización chií: tras dos años en funciones, el Líbano tiene nuevo Gobierno, con la elección de un presidente y primer ministro. Ninguno proviene de partidos políticos y cuentan con el apoyo de Estados Unidos y Arabia Saudí.
Un cambio de ciclo tras casi dos décadas en las que la proiraní Hezbolá tenía poder de veto y capacidad de paralizar reformas. Aún mantiene influencia en el Gobierno –ha conseguido imponer al Ministro de Finanzas–, pero su dominio se está viendo recortado. El Consejo de Ministros emitió su comunicado inaugural, un proceso rutinario en el que el Ejecutivo esboza la que será su hoja de ruta. El texto no menciona la “resistencia armada”, la fórmula que daba abrigo y legitimidad de actuar a la rama militar de Hezbolá.
Debilitada, Hezbolá pierde peso político en el Líbano y en la región. De la facilidad para asumir su caída o de la resistencia que ofrezca el grupo a esta interrogación depende el futuro del Líbano. El país tiene una larga historia de conflictos internos alimentados por las afiliaciones a las confesiones religiosas en las que se divide el poder político. “Tienen que encontrar un nuevo equilibrio o identidad, lo que es difícil porque nadie está dispuesto a tratar con ellos en sus propios términos. Lo que todo el mundo quiere hoy es que se desarmen y entren en el sistema político, que dejen de ser una milicia que actúe por sí misma”, continúa Young.
La milicia no está dispuesta a dejar las armas, su carta fundacional en los años ochenta surge como respuesta a la ocupación israelí del sur del Líbano y como movimiento de resistencia contra el Estado hebreo. “Teniendo en cuenta la fuerza residual de Hezbolá, los líderes políticos del Líbano deben trabajar hacia el desarme a través de la negociación y no confrontación”, sostiene International Crisis Group, en un documento al que ha tenido acceso CTXT, en el que alerta del riesgo de violencia interna en caso de grandes desacuerdos.
Nasrala ejercía de figura de liderazgo indiscutible, unificó y profesionalizó la organización en una sola voz. Sin embargo, durante la guerra se ha asesinado a altos cargos e intermedios, lo que, junto al vacío de poder que ha dejado el asesinato del que fuera líder, está dejando entrever diferentes corrientes dentro de Hezbolá. Frente a las posiciones más duras, el actual secretario general, Naím Qassem, parece tomar una línea que da margen al diálogo.
En su discurso en el funeral del antiguo líder, que fue retransmitido por televisión, Qassem, que está en paradero desconocido, tendió la mano a la diplomacia y señaló que era el turno del Ejército libanés para forzar la retirada de Israel de las posiciones que permanece ocupando indefinidamente en el sur del Líbano. Más allá de las declaraciones de intenciones, la realidad es que, pese a los esfuerzos del Gobierno por aumentar su presencia en la región sur, el Ejército libanés cuenta con una financiación y efectivos muy limitados.
Las violaciones de Israel al espacio aéreo, con despliegue de drones, ataques y asesinatos selectivos, además de bombardeos o disparos a residentes y periodistas en zonas fronterizas, siguen siendo constantes. El mismo día del funeral de Nasrala, en dos ocasiones aviones de combate israelíes sobrevolaron muy bajo el estadio donde se celebraba la ceremonia, en un claro mensaje de amenaza. Durante toda la jornada, aeronaves del Ejército libanés estuvieron sobrevolando la zona, pero carecen de herramientas para prevenir o disuadir a Israel de cumplir las reglas.
A nivel regional Hezbolá también está cada vez más contra las cuerdas. La caída del Régimen de Bashar Al Assad en Siria no solo ha hecho perder al llamado Eje de la Resistencia –el grupo de milicias y países bajo el paraguas de la influencia iraní– a uno de sus miembros más importantes, sino que ha cortado una de las principales vías de abastecimiento de Hezbolá a través de la hasta ahora porosa frontera que comparten ambos países. Además, la debilidad de Irán, con una economía estrangulada por las sanciones, es uno de los factores que está impidiendo a Hezbolá entregar el dinero a las ayudas para la reconstrucción prometidas. La erosión del eje proiraní retroalimenta el debilitamiento y el aislamiento de Hezbolá, dentro y fuera del Líbano.
La debilidad del Estado en el Líbano ha favorecido históricamente la creación de un sistema clientelar en el que diferentes confesiones religiosas –las más grandes son las chií, la suní y la cristiana maronita– se agrupan en torno a liderazgos fuertes y partidos políticos que ofrecen en paralelo servicios básicos. A pesar de que Hezbolá ha perdido poder y capacidad económica, sigue siendo uno de los actores más relevantes en el Líbano y representantes de la minoría más amplia del país.
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