La demanda de materias primas de origen mineral, esenciales para sectores como el tecnológico o el de componentes electrónicos, esconde una carrera en la que el gigante asiático lleva las riendas de un negocio con repercusión mundial.
La economía mundial sufre alteraciones en el normal flujo de abastecimiento de minerales raros, una compleja, opaca y confusa industria que ha tenido episodios florecientes pero que también ha adquirido tintes dramáticos por ser unos materiales indispensables para el funcionamiento de sectores neurálgicos como el tecnológico-digital.
También lo es en cambios de paradigma productivos como el que deben protagonizar las energías renovables o en segmentos claves en esta reconversión industrial como la automoción o el negocio de la fabricación de chips.
Las tierras raras han sido objeto, incluso, de una oferta de compra, por parte de Donald Trump, a Groenlandia, para explotar sus inmensos yacimientos. Era 2019 y el entonces inquilino de la Casa Blanca se dirigió al Gobierno danés, a cuyo reino pertenece, con la intención de atesorar los minerales metálicos de un subsuelo más extenso que México y con solo 56.000 habitantes.
“Acabé llorando de la risa”, dijo incluso el ex embajador americano en Dinamarca, Rufus Gifford, al leer la difusión de las intenciones de Trump. Pero luego, ante la oficialidad de la propuesta por parte de la Secretaría de Estado, el rictus se le frunció, admitió.
Al igual que la ministra de Exteriores danesa del momento, Ane Lone Bagger, quien se vio en la tensa obligación de zanjar el asunto con un escueto: “Estamos abiertos a negocios, pero no estamos a la venta“.
Mientras su primer ministro, Lars Lokke Rasmussen, expresaba su deseo de que fuera “una broma del Día de los Inocentes completamente equivocada de fecha” porque se cursó en verano.
El control de las tierras raras no es un negocio jocoso. China lo domina con mano de hierro desde la producción, hasta las cadenas de valor y sus primeros canales de distribución. Es el auténtico poder hegemónico de estos recursos naturales en un mundo cada vez más dependiente de estas materias primas metálicas.
La economía global, en plena oleada inflacionista y con nítidos síntomas de anemia en el ciclo post-covid sufre un doble shock, de oferta y de demanda, de estos minerales.
Otra disrupción en las cadenas de valor que ha forzado cambios de estrategias inversoras y recapitalizaciones de activos y de bonos vinculados a las empresas mineras y que han repercutido en la capacidad y en los ritmos productivos y alterado los flujos comerciales y las políticas de reindustrialización en EEUU, Europa y la propia China.
En una coyuntura global compleja, en la que economistas como Kenneth Rogoff, catedrático de Harvard y ex economista jefe del FMI, alerta de que el combate inflacionista no responde a unos criterios tradicionales, como en los setenta, de control de excesos de demanda con subidas de tipos.
“No estamos antes una recesión clásica” corrobora David Wilcox, antiguo representante de la Reserva Federal y ahora analista del Peterson Institute for International Economics.
“En la estanflación actual, nos exponemos a una doble caída, de oferta y demanda, que afecta a firmas de todos los sectores” porque materiales como las tierras raras “contribuyen a su expansión”.
Compañías como Hyatt Hotels o United Airlines, Samsung, Toyota o de varios sectores altamente sensibles a la climatología económica y comercial global, como la de semiconductores, asolada por las embestidas de vetos, subidas arancelarias y subsidios milmillonarios por parte de los tres grandes bloques mundiales: EEUU, China y la UE.
Estas propagan sus daños colaterales, advierte Mark Zanid, economista jefe de Moody’s Analytics, porque “los efectos sobre la oferta y la demanda” en los servicios tecnológicos e industriales de primer orden “están siendo ya perniciosos”.
Y ni los bancos centrales parecen disimular su preocupación, con subidas de tipos que no logran frenar la inflación pese a la celeridad y la contundencia de los encarecimientos del dinero en el último año y medio.
En sentido contrario, “un recorte de tipos tampoco ayudaría a rellenar los inventarios (de materias primas vitales como las metálicas de las tierras raras o las alimenticias), porque las políticas económicas simplemente no funcionan cuando la oferta no puede reanimar la demanda”, explica Seema Shah, estratega jefe en Principal Global Investors.
“Estamos en la puerta de entrada de esta crisis”, alerta Lawrence Summers, el último secretario del Tesoro con Bill Clinton.
China es el semáforo de la encrucijada
La segunda potencia económica mundial domina el mercado de las tierras raras y sus cadenas de valor. Su hegemonía es casi indiscutible en una carrera global sin tregua.
El informe USGS de Materias Primas Minerales muestra que EEUU está lejos de garantizar la llegada de suministros de materiales metálicos esenciales para su transición energética y, en particular, la fabricación de los altamente subvencionados vehículos eléctricos o la reindustrialización de su neurálgico sector de chips y componentes electrónicos.
El estudio revela que la mayor economía global es totalmente dependiente de la importación de 17 de estos minerales y en más del 50% de otros 30 que, además, mantienen una demanda en constante crecimiento desde 2020. De ellos, 29 han sido calificados desde la Casa Blanca como “minerales críticos” para su modelo productivo y su seguridad nacional.
Pero el diagnóstico de situación señala a China como el principal suministrador de 16 de ellos y de otros 25 es un exportador estratégico. Ostenta el liderazgo del mercado del antimonio, de la mayor parte de los elementos que conforman las tierras raras, del telurio y de la mayor parte de las materias primas que se necesitan para desarrollar baterías eléctricas y componente de alta tecnología para el impulso de la Inteligencia Artificial (IA) o la robotización.
Sólo a EEUU le supuso en 2022 un cheque de 90.000 millones de dólares al comprobar el valor de las distintas rúbricas importadoras que contabilizan estos minerales en su balanza comercial. Una cantidad casi similar a los 94.000 millones en los que está cifrada su producción nacional de minerales no fósiles.
La suma de ambos inventarios genera un segmento manufacturero que se estima supera los 820.000 millones de dólares y que se envía a diferentes industrias que aportan 3,32 billones de dólares (el PIB de Alemania) a la economía americana.
Por si fuera poco, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) espera que la demanda de metales claves como el litio, crezcan en más de 40 veces en los próximos dos años.
Mientras China planea subvencionar con 143.000 millones de dólares su industria de chips para competir con la oleada de ayudas milmillonarias por parte de la Administración Biden.
A través de la Inflation Reduction Act (IRA), dotada con 465.000 millones de dólares de ayudas a inversiones verdes y la Chips and Science Act, que ha inyectado otros 280.000 millones para el impulso de centros de fabricación de chips y semiconductores.
Vetos cruzados y adaptación a la Globalización 2.0
Las dos superpotencias mantienen vetos cruzados a los envíos de procesadores y equipamientos tecnológicos, lo que da cuenta de la tensión de esta carrera geoestratégica a la que se suma otra digital, donde libran el primer gran combate de la desglobalización por el cetro de la IA y sobre la que el ex CEO de Google, Eric Schmidt, en un informe ante el Congreso, avanzó que “EEUU no está preparado para defenderse o competir en la era de la IA”.
Aunque este arsenal de dólares ha propiciado que se dupliquen, hasta los 190.000 millones de dólares, la creación de nuevas fábricas por todos los estados de la Unión, con vistas a reducir la dependencia manufacturera de China.
Mientras la AIE arroja más leña al fuego al asegurar que, en los próximos dos años, las necesidades de inversión de la industria minera global superarán en un 50% los niveles en curso.
Quizás por ello, el resto del planeta se ha puesto manos a la obra. Europa, como siempre, más a la expectativa. Pero con todavía un gran remanente de fondos de Recuperación de la pandemia que superaron los 700.000 millones de euros y que deberían dirigirse a la configuración de un Green Deal Industrial que “fortalezca la competitividad del mercado interior” y a crear industrias de emisiones cero, “con vocación global”, como aclaran desde McKinsey.
Un asunto, además, urgente si se tiene en cuenta movimientos proteccionistas como los límites a las exportaciones de níquel en Indonesia, al considerarlo bien estratégico para su economía o asociativos como las conversaciones entre Argentina, Bolivia y Chile para generar una OPEP del litio.
De ahí que Washington haya lanzado la idea de crear el club de los minerales metálicos y restar liderazgo a China. El Mineral Security Partnership (MSP) incluye a las grandes economías de la UE y del mundo anglosajón (Reino Unido, Canadá y Australia) así como Japón y Corea del Sur en la idea de “concebir mecanismos de mercado que aseguren el abastecimiento de materiales que resultan indispensables para las manufacturas y la transición energética”, aclara Cullen Hendrix, del Instituto Peterson.
En línea con la idea de Kevin Book, director de Clear View Energy Partners de que la versión 2.0 de la globalización que ahora se impone “nos desvela soterrados movimientos telúricos que anticipan un gran cambio sobre el control de las cadenas de valor”.
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