El último estudio de la Fundación Alternativas pone de relieve que la desinformación es ejercida por una amplia variedad de actores. Este interés por influir en la opinión pública es una faceta crucial y a menudo subestimada de los conflictos contemporáneos.
Madrid. La desinformación, comúnmente asociada con las fake news, ha trascendido su rol desestabilizador en el ámbito electoral para convertirse en un componente decisivo en las relaciones internacionales, afectando especialmente al desarrollo de grandes conflictos armados como de los que hoy somos testigos en Ucrania y Gaza. Estas guerras, que ya han acabado con la vida de decenas de miles de civiles, son ahora también escenarios de una guerra informativa que impacta y modifica la percepción y las respuestas políticas a nivel global.
El último análisis empírico desarrollado por la Fundación Alternativas pone de relieve que, lejos de responder a un grupo reducido, la desinformación es ejercida por una amplia variedad de actores. Gobiernos o centros de poder, pero también individuos particulares compiten por dominar el espacio cognitivo en los conflictos, mediante el uso de herramientas tanto tradicionales como innovadoras proporcionadas por las nuevas tecnologías. La inteligencia artificial, por ejemplo, ha supuesto un antes y un después a este respecto.
Este interés por influir en la percepción pública es una faceta crucial y a menudo subestimada de los conflictos contemporáneos, donde la verdad se convierte en una víctima más de las luchas de poder. El informe Desinformación y censura en conflictos internacionales. Los casos de Ucrania y Gaza destaca la importancia de este fenómeno y confirma, además, que va mucho más allá de las redes sociales o de las manipulaciones impulsadas exclusivamente por regímenes autoritarios y populistas.
No solo mienten las dictaduras
La manipulación informativa es una herramienta utilizada tanto por democracias como por autocracias. Aunque está asociada al interés de interferir en los procesos electorales, su alcance se extiende a la censura, autocensura, propaganda de guerra, ciberguerra y la manipulación digital, y tiene graves repercusiones en la política internacional.
El catedrático Jorge Tuñon, autor del primer capítulo del estudio, pone como ejemplo el caso del brexit. “Entonces, los populistas eurófobos seguidores de la salida del Reino Unido de la UE orquestaron una campaña basada en la exaltación de los sentimientos de orgullo nacional mediante la difusión de narrativas históricas distorsionadas“, escribe.
Junto a las elecciones presidenciales de EEUU en 2016, el brexit es uno de los principales eventos que marcaron el inicio de la denominada
“era de la posverdad”. Ambos acontecimientos hicieron saltar las alarmas en las instituciones europeas, que desde entonces identificaron la desinformación como una evidente amenaza contra los procesos democráticos.
La UE intenta atajar el problema
Es por ello que, desde 2018, la Comisión Europea ha emprendido una serie de iniciativas y ha elaborado varios documentos específicos para abordar el problema. Con este objetivo, precisamente, publicó el primer Informe del grupo independiente de alto nivel sobre fake news y desinformación en línea en el que se intentaron definir y cuantificar las desinformaciones desde un prisma internacional, además de estudiar las posibles estrategias legales y contramedidas para combatirlas.
Tras este documento llegaron el resto de medidas. Así, en abril 2018, la Comisión hizo un comunicado sobre La Lucha contra la desinformación en línea, en octubre de ese mismo año elaboró el código europeo de prácticas en desinformación y, en diciembre de 2020, aprobó un plan de acción contra la desinformación y otro como garante de la democracia. En 2022, estas declaraciones se aterrizarían a nivel normativo con la Ley de Servicios Digitales (DSA), la Ley de Mercados Digitales (DMA) y la Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación.
Entre otras cosas, se logró que plataformas digitales como Facebook, Google, Mozilla o Twitter se comprometieran a fomentar la transparencia en la propaganda política y cerrar cuentas falsas. Además, estos reglamentos aspiran a salvaguardar las decisiones editoriales de las injerencias políticas y a poner fin a las presiones a los propios periodistas. En este contexto, la independencia y la financiación estable pasan a constituir dos factores clave en la edificación de esa especie de muro de contención contra la manipulación de la opinión pública.
Engañar para justificar matanzas
En su análisis sobre la influencia de la desinformación en los conflictos, el estudio de la Fundación Alternativas habla del concepto guerras híbridas. Se trata de una nueva modalidad que supone una evolución en el panorama de los conflictos actuales, “posicionándose en el cruce entre la guerra especial y la guerra convencional“.
Este tipo de enfrentamientos, señala la periodista e investigadora Rocío Sánchez del Vas, combina la letalidad de las guerras estatales con el fervor y la extensión de la guerra irregular, fusionando elementos militares con tácticas como la propaganda y los ataques maliciosos contra los sistemas de información y comunicación. Lo verdaderamente dañino de este nuevo escenario es que estas acciones son, muchas veces, más difíciles de detectar y contrarrestar que los sistemas de armas tradicionales.
Aunque las guerras híbridas no son un fenómeno nuevo, su actualidad radica en el desarrollo tecnológico que permite influir no solo a través de los medios de comunicación tradicionales, sino también mediante Internet y las redes sociales. Hoy en día, podría decirse que la propaganda tradicional, definida como el arte de manipular opiniones y comportamientos, ha sido casi eclipsada por la mera desinformación, que directamente se centra en la creación y difusión deliberada de contenido falso.
Este fenómeno ha quedado retratado con crudeza en la invasión rusa de Ucrania y el genocidio en Gaza. La experta Milosevich-Juaristi, citada en el estudio, ha apuntado varias vías utilizadas por Rusia para justificar su declaración de guerra. En primer lugar, se encuentra la “desinformación doméstica”, dirigida a los ciudadanos rusos, destacando mensajes que sugieren una amenaza occidental, especialmente desde la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN, así como la caracterización de Ucrania como un estado “fascista”, justificando la invasión y el apoyo a los rebeldes en Donbás.
El segundo tipo de desinformación se dirigiría a toda la comunidad de ciudadanos que residen en el espacio postsoviético, justificando la anexión de Crimea y la guerra en Donbás como una protección a los rusos amenazados por el “gobierno fascista de Kiev”, mientras se culpa a Occidente de provocar una “guerra civil” en Ucrania.
El tercer tipo, la “desinformación alternativa”, se enfoca en las sociedades occidentales, transmitiendo mensajes sobre la disfuncionalidad de sus sistemas políticos, económicos y sociales, con el objetivo de suavizar o cancelar las sanciones impuestas a Rusia.
Una dinámica que no se puede entender sin considerar el impacto de las actividades cibernéticas y, en concreto, de los trolls y bots, tanto humanos como automatizados. Según el informe, para llevar a cabo estas estrategias, Rusia habría recurrido incluso a la extracción ilegal de datos personales.
Es importante reconocer, no obstante, que la manipulación informativa no es exclusiva del agresor, sino que también puede ser una herramienta poderosa utilizada por el agredido para moldear percepciones y obtener apoyo internacional. En el caso del conflicto entre Rusia y Ucrania, se ha observado que tanto la narrativa rusa como la ucraniana comparten similitudes en la difusión de desinformación.
En este sentido, Ucrania ha empleado la manipulación para resaltar su condición de víctima frente a las acciones de países extranjeros, centrando la atención en el heroísmo de su pueblo. Como señala Sánchez del Vas, la propaganda ucraniana se ha basado en anécdotas destinadas a fortalecer el espíritu de sus tropas y ciudadanos, destacando los éxitos de Kiev en medio de las adversidades de la guerra.
Además, ha explotado la narrativa de la culpabilidad de Occidente para obtener más ayuda militar y acelerar su ingreso tanto en la OTAN como en la Unión Europea. Este uso estratégico de la información por parte de Ucrania refleja cómo la construcción de una imagen pública puede influir significativamente en el curso y el resultado del conflicto.
Frente a ello, han surgido iniciativas como el Observatorio Europeo de Medios Digitales (EDMO), liderado por la Comisión Europea, que reúne a verificadores de datos, expertos en alfabetización mediática e investigadores académicos para comprender y analizar la desinformación. Esta plataforma ha estado monitorizando la evolución de las narrativas de desinformación a lo largo del conflicto, publicando informes semanales con conclusiones relevantes.
Asimismo, el estudio también destaca la iniciativa #UkraineFacts, lanzada por Maldita. Una base de datos que recoge verificaciones de fact-checkers de todo el mundo relacionadas con la guerra entre Rusia y Ucrania, a fin de lograr una respuesta coordinada y global.
Las víctimas civiles no interesan
Por su parte, desde el inicio del siglo XX, la invasión de Israel en Palestina también ha desencadenado una lucha por la legitimidad en la que el control de la información ha jugado un papel crucial. El movimiento sionista buscó el retorno histórico del pueblo judío a Palestina, ignorando la presencia de la población palestina en la tierra. La guerra de 1948 resultó en el desplazamiento forzado de cientos de miles de palestinos, con órdenes documentadas de altos cargos políticos israelíes para expulsar a la población árabe.
La reciente escalada del conflicto en Gaza, tras el ataque devastador de Hamás en octubre de 2023, ha dejado un impacto traumático en la sociedad israelí, cuyo Gobierno ha emprendido una matanza sin precedentes contra los gazatíes. Más de 32.000 civiles han sido asesinados en la Franja de Gaza en apenas siete meses.
En medio de este caos, la batalla por la narrativa y la opinión pública se ha intensificado. El autor Íñigo Sáenz de Ugarte, periodista especializado en temas de internacional y subdirector de elDiario.es, señala que tanto Israel como Hamás han utilizado los medios de comunicación y las redes sociales para difundir sus versiones de los enfrentamientos, alimentando así la desinformación.
Esta situación ha provocado que incluso los periodistas hayan tenido que afrontar desafíos éticos y profesionales al tratar de informar objetivamente en un entorno de manipulación informativa y censura. Llama la atención el bulo de los supuestos 20 bebés israelíes asesinados a manos de Hamás, que luego se desmintió.
La importancia de los medios de comunicación públicos
A modo de conclusión, el estudio de la Fundación Alternativas destaca la enorme influencia y el papel clave que desempeñan los medios de comunicación públicos. Razón por la cual los autores del informe consideran fundamental que estos medios, tanto en el ámbito audiovisual como en otros formatos, no sean presa fácil de estrategias de desinformación, independientemente de su origen.
A diferencia de los medios privados, donde los espectadores pueden optar por dejar de consumir su contenido si no están de acuerdo con él, con los medios públicos la situación es diferente. Aunque alguien no los vea, seguirá contribuyendo a su financiación a través de sus impuestos. De ahí, indican los investigadores, la necesidad de establecer mecanismos de control efectivos para garantizar su imparcialidad y calidad informativa.
Figuras como los consejos de redacción o los defensores del espectador, a su juicio, deberían asumir un papel más activo, promoviendo tanto el pluralismo de puntos de vista como la calidad informativa.
23/04/2024
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