Un monopolio es una cosa terrible hasta que lo tienes. (Rupert Murdoch)
«Un fantasma recorre Europa, es el fantasma del comunismo». Eso dice el Manifiesto del Partido Comunista. El problema es que la redacción del manifiesto es remota, data de mediados de 1800, y como la modernidad se estableció en el mundo, para estar en consonancia con la reconfiguración del mismo y sus daños colaterales, deberíamos modificar su frase inicial por esta otra: Un fantasma recorre el mundo, el fantasma financiero.
La concentración de la riqueza, propiciada por la desregulada globalización financiera que propende por su naturaleza intrínseca al darwinismo oligopólico, no debería asombrarnos, ni antes ni ahora, en su reconfiguración hacia la regionalización. Lo cierto es que, desde los inicios del siglo XXI, allá por el 2006, la ciencia confirmó los peores presagios.
Un trío de teóricos de sistemas complejos del Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich fue el primero en identificar empíricamente tal red de poder. Combinaron las matemáticas utilizadas durante mucho tiempo para modelar sistemas naturales con datos corporativos para mapear la propiedad entre las corporaciones trasnacionales del mundo.
Estudios anteriores encontraron que algunas empresas trasnacionales poseen grandes porciones de la economía mundial, pero incluyeron solo un número limitado de ellas y omitieron la propiedad indirecta o empresas controladas, por lo que no pudieron determinar con certeza cómo la concentración afectó a la economía global. De una base de datos que enumera 37 millones de empresas e inversores en todo el mundo, los técnicos del instituto extrajeron 43.060 trasnacionales y las acciones que las vinculaban. Luego construyeron un modelo para determinar qué empresas controlaban a otras a través de redes de accionistas, junto con los ingresos operativos de cada empresa, para mapear la estructura del poder económico.
El estudio redujo las 43.060 trasnacionales a un núcleo de 1.318 empresas con propiedades entrelazadas. Cada uno de los 1.318 tenía vínculos con dos o más empresas y, en promedio, estaban conectados con 20 más. Además, aunque representaban el 20% de los ingresos operativos globales, los 1.318 parecían poseer colectivamente a través de sus acciones la mayoría de las acciones del mundo. Cuando el equipo desenredó aún más la red de propiedad, descubrió que gran parte se remontaba a una «súper entidad» de 147 empresas aún más unidas (toda su propiedad estaba en manos de otros miembros de la súper entidad) que controlaba 40% de la riqueza total en la red. Es decir, menos del 1% de las empresas pudieron controlar el 40% de toda la red. La mayoría eran instituciones financieras, y las 20 principales incluyeron a Barclays Bank, Bank of America, JP Morgan Chase & Co y The Goldman Sachs Group, etc.
Lo sorprendente del hallazgo fue que se podía identificar la siniestra arquitectura del poder económico global, y aunque parezca ridículo, el capital llevó la observación a un hipotético análisis donde su utilidad podría aportar a que el sistema sea más estable si se conocían sus participantes. No se plantea si la concentración es buena o mala en sí misma, pero sí que las estrechas interconexiones del núcleo podrían serlo, lo que llevo a imaginar, como el mundo aprendió en 2008, que tales redes son inestables. Si una [empresa/banco] sufre problemas dada su interconexión, es potencialmente demoledora de la estructura según los propios dueños del sistema, al propagarse rápidamente, por lo que salvar a los bancos es salvar al sistema.
Durante la crisis financiera mundial entre los años 2007 y 2008 la Reserva Federal distribuyó varios préstamos por más de 16 billones de dólares. Es decir, le prestó a aquellos bancos que son sus principales accionistas. A principios de la década, bajo fuertes presiones del Congreso estadounidense, se llevó a cabo una auditoría parcial de la Fed, y en el verano de 2011 se hicieron públicos sus resultados. La lista de beneficiarios de préstamos resultó ser la lista de los principales accionistas de la Reserva Federal.
Es decir, los beneficiarios fueron efectivamente los principales accionistas de la Reserva Federal. Entre ellos figuran Citigroup, Morgan Staley, Merril Lynch, Bank of America, Barclays PLC, Bear Sterns, Goldman Sachs, JP Morgan y Leman Brothers. Algunos beneficiarios de los préstamos de la Fed son bancos extranjeros, incluyendo a los británicos Barclays PLC, Royal Bank of Scotland, Bank of Scotland, los suizos Credit Swiss y UBS, el alemán Deutsche Bank y el francés BNP Paribas.Credi
Sin embargo, si la composición de los principales accionistas de la Fed es clara, no se podía decirse lo mismo de los accionistas de aquellos bancos que, de hecho, son dueños de la Fed. O sea ¿quiénes son los accionistas de los accionistas de la Reserva Federal? Para contestar esta pregunta hay que poner una fecha aventurada de quiebre, la crisis 2007-2008. Desde el estallido de la crisis financiera mundial hubo dos modificaciones notorias, el cambio de estrategia en la inversión y la concentración del comercio mundial. Los inversores privados e institucionales cambiaron masivamente el capital de fondos mutuos administrados a fondos mutuos indexados, Exchange-Traded Fund (ETF), que explicaremos a continuación, pero básicamente son fondos cotizados en bolsa, un fondo de inversión cuya principal característica es que se negocia en mercados de valores secundarios.
Es decir, hoy, en Estados Unidos, solo tres firmas de Wall Street –BlackRock, Vanguard y State Street– manejan 22 billones de dólares de activos que constituyen los principales accionistas de más de 96% de las empresas que cotizan en S&P 500. Si le agregamos a Fidelity, con sede en Boston, que ostenta 4.9 billones de dólares de activos bajo manejo, estas cuatro manejarían fondos por una cantidad mayor que el PBI americano. Por otro lado, el 80% del comercio mundial tiene lugar en las «cadenas de valor» vinculadas a las empresas transnacionales, según el informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD, 2013.
Entre 2008 y 2015, los inversionistas vendieron participaciones de fondos mutuos de acciones administrados activamente por un valor aproximado de US $ 800 mil millones, mientras que al mismo tiempo compraron fondos administrados pasivamente por una suma de alrededor de US $ 1 billón, un cambio histórico sin precedentes en el comportamiento de la inversión.
Esto reconfiguró el sistema financiero y concentró en los Tres Grandes las inversiones, pero a la vez les proporcionó un «poder oculto» a través de dos canales: primero, por medio de compromisos privados con la administración de las empresas participadas, en general las empresas son sus clientes; y segundo lugar, porque los ejecutivos de la empresa podrían ser propensos a internalizar los objetivos de los Tres Grandes por su porción significativa de acciones.
Para que se entienda, de manera sucinta, según lo propone un artículo de Business & Politics de la Universidad de Cambridge. A principios de la década de 1930 se acuñó la famosa frase de «separación de propiedad y control», lo que significa que ya no había bloques de propiedad lo suficientemente grandes como para ejercer un control efectivo sobre las empresas estadounidenses que cotizan en bolsa. La dispersión de la propiedad corporativa representó una situación marcadamente diferente en comparación con las primeras décadas del siglo XX, cuando la mayoría de las grandes corporaciones habían sido propiedad y estaban controladas por bancos y banqueros.
A mediados de siglo XX la regulación del gobierno corporativo se desplazó progresivamente hacia una posición de mayor poder para los accionistas. Se descubrió que en 2005 los fondos mutuos habían acumulado participaciones en bloque del 5% de empresas estadounidenses que cotizan en bolsa. Ser el mayor accionista individual le dio a los fondos mutuos más grandes, como Fidelity, un poder potencial sobre el gobierno corporativo. Sin embargo, a pesar de este gran poder potencial, los fondos mutuos administrados activamente en ese momento no buscaban influir en la toma de decisiones corporativas, solo querían obtener rentabilidad.
Los fondos indexados pasivos han disfrutado de un rápido crecimiento durante los últimos diez años, a expensas de los fondos gestionados activamente. Los fondos pasivos aumentaron su participación de mercado del 4% de los activos totales de los fondos mutuos de capital en 1995 al 16% en 2005; de 2005 a 2015 pasaron a representar el 34%, y en la actualidad juntas estas tres empresas representan un sorprendente 85% de todo el mercado de ETF.
Los Tres Grandes, BlackRock, Vanguard y State Street, dominan la industria de fondos indexados pasivos, y los administradores de activos pasivos no «salen de sus posiciones», es decir, no amenazan con vender su participación para direccionar la toma de decisiones de la gerencia. Si un fondo tiene, por ejemplo, 500 acciones, el riesgo de cualquier acción individual será irrelevante, más cuando se tiene participación en el 96% de las acciones de S&P 500. Los fondos pasivos rara vez tienen participaciones superiores al 10% de la propiedad de corporaciones que cotizan en bolsa, lo que los convertiría en «personas con información privilegiada«, según la ley de los EE.UU., aun así dirigen las acciones de las compañías.
El senador Bernie Sanders, Presidente del Comité de Presupuesto del Senado, fustigó la codicia de Wall Street y la creciente oligarquía en Estados Unidos. Hoy solo tres firmas mandan en Wall Street, lo cual refleja una influencia significativa en varias centenas de empresas que emplean a millones de trabajadores estadunidenses y, de facto, en la economía entera.
Estas tres firmas de inversión de Wall Street son los mayores accionistas de algunos de los bancos más grandes de Estados Unidos: JP Morgan Chase, Wells Fargo y Citibank, en realidad de los seis más grandes. Si se habla de transporte, se encuentran entre los principales propietarios de las cuatro principales aerolíneas: American, Southwest, Delta y United. ¿Y la sanidad? Juntos poseen un promedio del 20% de las principales compañías farmacéuticas y más del 10% del complejo bélico.
Durante la última década, numerosas industrias estadounidenses han pasado a estar dominadas por solo un puñado de empresas, como dejó expresado Bernie Sander, desde la aviación, la banca, las empresas bélicas, farmacéuticas, etc. Los Tres Grandes, vistas en conjunto, resultan prácticamente siempre el mayor accionista de los pocos competidores que quedan en estos sectores. Lo que se tiene que entender es que funcionan como las capas de una cebolla. BlackRock tiene acciones en Bank of American, pero también en Vanguard, que tiene acciones en Bank of America, y así sucesivamente. Las investigaciones aún son incipientes, pero algunos economistas ya están argumentando que esta concentración del poder de los accionistas podría tener efectos negativos en la competencia, de hecho, lo que está pasando es que se elimina a la competencia.
El discurso de Sander es una letanía de pérdidas de puestos de trabajo, caída de salarios, aumento de alquileres por la compra desmedida de inmuebles, compras de empresas apalancadas con 10 veces más probabilidades de declararse en bancarrota etc. Estamos hablando de un puñado de empresas de Wall Street que compran empresas, las endeudan y ganan una gran cantidad de dinero despidiendo trabajadores, recortando salarios, enviando empleos al extranjero y eliminando los beneficios de salud y pensiones.
Pero este poder no está en EEUU. solamente, lo mismo pasa con la bolsa de España (IBEX), o con el Bovespa de Brasil, el dominio y la falta de regulación de estas empresas es total. Por si esto fuera poco, según un informe de la UNCTAD, el comercio mundial está cada vez más dominado por las complejas y sinuosas rutas que recorren los bienes y servicios hasta que se convierten en productos acabados. Esas «cadenas de valor mundiales» resultan gestionadas, en su mayor parte, por las empresas transnacionales en las que los tres grandes invierten.
Las redes cada vez más complicadas de inversión y comercio, en las que las materias primas extraídas en un país pueden ser exportadas a otro para su procesamiento y luego exportadas de nuevo a una planta de fabricación de un tercer país, que luego puede exportarlas, a su vez, a una cuarta nación para su consumo final, provocan distorsiones, evasión y ganancias en cada movimiento. O sea las cadenas de valor administradas de diversas maneras por empresas trasnacionales representan actualmente el 80% de los 20 billones de dólares que se comercian cada año.
Es difícil luchar contra estos monopolios cuando se nos quiere hacer creer que los mercados existen en toda su expresión. Pero si no se gobierna contra ellos, difícil será hacer un país en serio.
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