A principios de siglo se hallaron dos yacimientos de gas frente a las costas de la Franja de Gaza. Durante años, Tel Aviv ha impedido a las autoridades palestinas explotarlos. La extensión de la guerra, la creciente anexión de territorio palestino a Israel y la complicidad de los países árabes con este, obligan a poner el foco en las reservas naturales del enclave.
A 35 kilómetros de las playas de la Franja de Gaza, bajo el fondo marino del Mediterráneo, hay sumergidas dos bolsas de gas natural de alrededor de 158 km2. Teniendo en cuenta que el yacimiento más grande del mundo contiene 51.000 millones de m3 de gas, los 30.000 millones que encierran los de Gaza Marine –como fue bautizado el campo hallado frente al territorio palestino– se consideran relativamente pequeños.
Aún así, serían suficientes para abastecer a los gazatíes durante 15 años. Además, su comercialización levantaría la economía de la Franja en un contexto de escasez de recursos naturales y de creciente demanda. Los yacimientos de Gaza Marine no son, ni mucho menos, el principal motivo por el que Israel está arrasando el pequeño territorio costero, como así lo han confirmado a Público los analistas consultados.
Sin embargo, algunos de ellos sí consideran que es uno de los alicientes que ha llevado al presidente israelí, Benjamín Netanyahu, a impulsar una intervención militar tan agresiva. “En sus incursiones [militares] Israel siempre contempla el control de los recursos”, resume Alfons Flores, investigador del Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG). Si controla los recursos “también controla al otro bando”, es decir, “a la ANP o a Hamás”. Esto le permitiría tener más poder del que ya ostenta en las negociaciones tras un posible, aunque aparentemente lejano, alto al fuego en Gaza.
“Es posible que de cara a una reconstrucción, Gaza Marine adquiera valor como un elemento de negociación”, confirma Gonzalo Escribano, investigador del Real Instituto Elcano, quien sin embargo no comparte la posibilidad de que Israel vaya a apropiarse de estos yacimientos. Las razones que esgrimen son varias: las reservas palestinas son infinitamente más pequeñas que las que ya tiene Israel, y ninguna empresa internacional “se metería a explotar eso con el coste para su reputación que puede tener”.
Antes del 7 de octubre, la situación energética de la Franja de Gaza ya era muy precaria. Pese a los recursos diferentes frente a sus costas, los palestinos de este territorio dependían enteramente de Israel en esta materia. Durante casi dos décadas, Tel Aviv les proporcionaba entre seis u ocho horas diarias de electricidad. A ello se sumaba la pésima gestión de Hamás de unos escasísimos recursos energéticos, lo que provocó una oleada de protestas contra el grupo dentro de la Franja en el verano de 2023.
Israel ha abierto y cerrado el grifo de Gaza a conveniencia de sus intereses políticos internos y en la región, condenando a la pobreza energética a los 2,2 millones de gazatíes que, hasta los ataques de Hamás del 7 de octubre, vivían en la Franja. También los palestinos de Cisjordania han sido sometidos a esta suerte de apartheid energético, al no poder explotar Meged, el yacimiento de petróleo que se extiende bajo tierra israelí, pero, sobre todo, bajo los territorios ocupados ilegalmente por Israel. Según un artículo de Flores publicado por Ecologistas en Acción, podría contener alrededor de 1.500 millones de barriles de brent.
El poder que le confiere el control de los recursos a Israel nunca fue tan evidente como el 10 de octubre de 2023, cuando el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, afirmó que no habría “electricidad, ni comida, ni agua, ni combustible en Gaza”. Un día después, la única central térmica de la Franja se apagaba. Sería bombardeada meses después, en plena ofensiva militar. El día en el que se publicará este artículo, la Franja llevará sin suministro de electricidad 374 días.
Gas natural bajo el mar y un sueño de autosuficiencia
Desde que los yacimientos de Gaza Marine fueron descubiertos a finales de los años 90, la Autoridad Nacional Palestina ha tratado infructuosamente de explotarlos. En 2007, después de que Hamás arrasara en las elecciones municipales en siete de los diez municipios de Gaza, Israel sometió a la Franja a un bloqueo total por tierra mar y aire, e impidió a los palestinos disponer de sus propios recursos.
Un año después, Tel Aviv lanzó un ataque militar contra el mismo territorio, y a principios de 2009 invadieron la Franja durante varias semanas. Esta operación se conoció como Plomo Fundido y, aparentemente, buscaba acabar con las actividades terroristas que estaba llevando a cabo Hamás. Sin embargo, algunos investigadores como Michel Chossudovsky, economista y profesor emérito de la Universidad de Ottawa, sostienen que la intervención también buscaba apropiarse de Gaza Marine.
“Cuando hay este tipo de incursiones terrestres de esta envergadura, los recursos siempre están sobre la mesa”, afirma Pérez. Las opiniones sobre esta hipótesis son tan variadas como posicionamientos ideológicos existen.
Poco después, en la segunda década de los dos mil, Israel descubrió que también había yacimientos de gas en sus costas, y comenzó a explotarlos. El mayor de ellos, bautizado Leviatán, mide unos 325 kilómetros cuadrados y contiene 22 millones de pies cúbicos de gas. Tel Aviv podría autoabastecerse durante casi 50 años exclusivamente de esta reserva. A esta se le suman los yacimientos de Mari-B, Noa North y Tamar, que empezaron a ser explotados entre 2004 y 2013, además de Dalit, Dolphin, Tanin y Karish, aún por explorar. Una lista que podría ampliarse de descubrirse nuevos yacimientos en el Mediterráneo Oriental.
Gracias a las explotaciones, operadas por la petrolera texana Noble Energy, Israel pasó de importar el 70% de su gas a lograr, en 2018, un autoabastecimiento del 60%. En aquellos momentos, ante las evidencias de la crisis climática y el paulatino agotamiento del petróleo, la mayoría de los países occidentales comenzaban a virar hacia las llamadas energías renovables. Para la UE, el gas natural desempeña un papel fundamental en lo que denomina como “transición verde”: el lento abandono de las energías fósiles hasta hacer uso, exclusivamente, de las renovables.
En este contexto, los países que no tenían gas, lo importaban. La UE acudía por aquel entonces a su vecina Rusia. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el gas ruso suponía, aproximadamente, el 40% del consumido anualmente por la UE. Así fue hasta el 24 de febrero de 2022, cuando las sus tropas cruzaron la frontera con Ucrania, dando comienzo a una guerra que se extiende hasta la actualidad y que ha dejado alrededor de 11.000 muertos. A partir de ese momento, el presidente eslavo, Vladimir Putin, se convirtió en el principal enemigo de la OTAN y, por extensión, de la UE.
Desde el inicio de la guerra ruso-ucraniana la UE ha reducido la importación de gas de Moscú a un 8% de lo que consumió en 2021, según datos de la Comisión Europea. Paralelamente, el club de los 27 empezó a desarrollar proyectos para importar gas de otros territorios aliados. Actualmente, las importaciones de gas de Noruega y EEUU se han disparado, siendo este último país el principal proveedor de gas licuado de la UE. Este contexto abrió también una ventana de oportunidad para Israel, que Netanyahu aprovechó sin ambages.
La luna de miel: un foro y dos acuerdos
En junio de 2023, la UE llegó a un acuerdo con Israel y Egipto para importar el gas de Tel Aviv a través del gasoducto del país árabe hasta, al menos, 2030. El compromiso se firmó en la reunión del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental o EastMed Forum (EMGF), celebrada en El Cairo y a la que acudió la recién renovada presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen.
Este foro fue creado en 2020 para establecer una estrategia común que aunara los intereses de ocho países europeos y mediterráneos, bien fueran productores, intermediarios o consumidores del gas natural de la región: Chipre, Egipto, Francia, Grecia, Israel, Italia, Jordania y Palestina, representada por la Autoridad Nacional de Palestina (ANP). Como explica a Público Escribano, esta alianza buscaba “establecer estrategias dejando de lado a Turquía”, quien había puesto “muchos obstáculos al desarrollo gasístico de la región”.
De hecho, Israel ya había protagonizado algunos acercamientos claves en la región con el objetivo de desbloquear la explotación de los recursos naturales. A finales de 2022, Tel Aviv y Beirut llegaron, de facto, a un acuerdo para delimitar sus fronteras marítimas, con el objetivo de determinar qué parte del yacimiento gasístico de Qana pertenecía a cada uno de los Estados. La división benefició especialmente a Israel, aunque también dejó contenta a Beirut, asfixiada por una crisis económica que se viene agravando desde hace una década.
El acuerdo fue un ejercicio de ingeniería diplomática. Dado que Líbano e Israel no poseían relaciones diplomáticas, cada país firmó un contrato independiente con la empresa encargada de explotar el yacimiento, la francesa Total Energies. Paralelamente, Emiratos Árabes Unidos se postuló como garante del acuerdo, y negoció con la milicia libanesa Hizbulá, que domina el sur de Líbano, para que no atacara el proyecto. Todas las partes acordaron asumir su parte.
Israel trató de reproducir esta misma fórmula con los palestinos, tal y como recoge Escribano en un artículo sobre las consecuencias energéticas de la guerra entre Israel y Hamás. En julio de 2023 la Oficina del Primer Ministro de Israel hizo público un acuerdo inaudito. Tras casi un cuarto de siglo de bloqueos, sabotajes de las negociaciones y masacres cíclicas de la población civil israelí y, en especial, de la palestina, la ANP llegó a un acuerdo con Israel y Egipto para explotar los yacimientos de Gaza Marine.
Sin embargo, no es la ANP quien controla Gaza, sino Hamás. De hecho, Netanyahu no quería que los beneficios de estos recursos llegaran al grupo armado, por lo que negoció con Egipto construir un gasoducto desde Gaza Marine hasta el país árabe. A su vez, este negoció con Hamás para que no atacara el acuerdo. Algo a lo que, según cuenta el coautor del artículo, el grupo islámico accedió.
Así, una parte del gas se importaría a Egipto, generando rentas a los gazatíes, mientras que el grueso serviría para autoabastecer a la Franja. El “espíritu cooperativo” reinante antes del 7-O también tenía una cara B: “[El acuerdo] permitiría a los israelíes mantener un punto de presión con los gazatíes, de manera que si se portaban mal, les cortaban el tubo”, explica Escribano.
Como reflejó Alfons Pérez en un artículo publicado en Ctxt a finales del 2023, estos compromisos adquiridos por los países árabes son una muestra de cómo la diplomacia energética les obligaba –y obliga– a acercar posturas con su histórico enemigo en la región. Estos tres acontecimientos –el acuerdo entre Líbano e Israel, el firmado por Tel Aviv, El Cairo y la ANP, así como el firmado entre la UE, Israel y Egipto– sentaron las bases para un nuevo eje energético.
Como apunta Escribano, los problemas diplomáticos de la región, aparentemente irresolubles, parecieron solucionarse por fin. De hecho, existe cierto consenso sobre la idea de que los ataques del 7-O buscaban, precisamente, romper ese clima de entendimiento entre países árabes e Israel. Y lo lograron. La tenue chispa de avenencia que trató de prender el proyecto EastMed Forum ha quedado finalmente opacada tras la masacre de Hamás y el posterior genocidio palestino.
Gaza: una piedra en el zapato
Aparentemente, no hay nada en la Franja de Gaza que Israel desee. No tiene interés ideológico para el sionismo, ya que no posee lugares “santos” ni mitificados por el etnonacionalismo hebreo, como sí ocurre en Cisjordania. Además, Tel Aviv sabe de sobra que no podrá acabar enteramente con Hamás, y ha renunciado, de facto, a salvar a los rehenes que aún quedan vivos.
Superados ya todos los límites del supuesto “derecho a defenderse”, algunas voces plantean que las reservas de gas pueden ser uno de los muchos alicientes por los que Israel está arrasando con la Franja. El objetivo último de esta hipótesis sería lo que el analista jordano Tareq Baconi, en conversaciones con Público,enunció como “el exterminio de los palestinos” tras la fallida fórmula de “mantenerlos aislados” y “sin derechos” indefinidamente.
De momento, Tel Aviv no ha movido ficha, si bien nada parece indicar que lo hará a favor del autoabastecimiento de una población a la que está aniquilando. Mientras esto sucede, el flujo de los recursos en la cuenca levante del Mediterráneo, no se ha detenido. Sólo tres semanas después del 7-O, el ministro israelí de Exteriores , Israel Katz (Likud), adjudicó 12 licencias para explorar las reservas de gas presentes en su territorio. Los beneficiarios fueron las energéticas Eni (Italia), un consorcio conformado por BP (Reino Unido), Socar (Azerbaijan) y otras empresas israelíes.
20/10/2024
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