El presidente Vladímir Putin eleva la tensión entre Rusia y Occidente con el anuncio del envío de armas nucleares tácticas a Bielorrusia.
El anuncio de Moscú de que desplegará bombas nucleares tácticas en Bielorrusia es su respuesta asimétrica y contundente al envío a Ucrania por Occidente de tanques pesados, aviones de combate, miles de millones de euros en proyectiles de artillería y, como último regalo controvertido, miles de rondas de munición de uranio empobrecido capaces de perforar cualquier blindado ruso en una eventual contraofensiva ucraniana.
Vladimir Putin ha devuelto el golpe donde menos se le esperaba. El presidente ruso anunció este sábado el acuerdo alcanzado con su homólogo bielorruso, Alexánder Lukashenko, que prevé el despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia y la puesta en marcha el 1 de julio próximo de un silo que pueda albergar este tipo de armamento en ese país, el único aliado incondicional que le queda al Kremlin en el espacio exsoviético.
“No es nada nuevo. En primer lugar, los Estados Unidos lo han estado haciendo durante décadas. Han desplegado sus armas nucleares tácticas en el territorio de sus aliados. Ahora nosotros haremos lo mismo”, aseveró Putin al justificar su decisión.
La redistribución de armas nucleares rusas en torno al escenario de guerra ucraniano no solo responde a la escalada de tensión con un Occidente que cada día que pasa va más lejos en su apoyo militar a Ucrania. Esta decisión de Putin ya venía siendo considerada desde hace meses y los últimos pasos de los países europeos para respaldar a Kiev han presionado el gatillo.
Según Putin, la gota que colmó el vaso de la paciencia rusa fue el anuncio realizado por Londres esta semana de que suministraría al ejército ucraniano munición con blindaje a base de uranio empobrecido.
Este tipo de munición tiene una altísima capacidad de perforación de las defensas de tanques, blindados y búnkeres, pero su uso ha sido denunciado numerosas veces. Su toxicidad al estallar puede afectar a los propios soldados que la emplean y a la población que habita los lugares donde se utiliza, como ocurrió en Irak, Serbia, Kosovo y otras zonas de guerra donde estadounidenses y británicos emplearon estos proyectiles.
Las armas nucleares tácticas desequilibran la balanza
El anuncio ha sido una sorpresa, pero ya había pistas de por medio. En diciembre pasado, Putin se reunió con Lukashenko en Minsk y ambos países acordaron el estacionamiento en Bielorrusia de diez bombarderos rusos con capacidad para transportar armas nucleares tácticas. Además se reconoció que Rusia había transferido a su vecino del sur sistemas de misiles tácticos Iskander, que pueden portar ojivas nucleares, así como baterías de defensa antiaérea S-400.
Con las armas nucleares tácticas, el Kremlin pone sobre la mesa un tipo de armamento de uso localizado, pero demoledor, que difícilmente puede ser equilibrado por Estados Unidos y los países europeos que han armado hasta los dientes a Ucrania desde que Rusia invadió ilegalmente este país el 24 de febrero de 2022.
También es una clara advertencia: Rusia no está dispuesta a perder esta guerra bajo ninguna circunstancia. Y solo una demoledora derrota rusa podría asegurar la devolución de los territorios ocupados, especialmente la península de Crimea, anexionada en 2014 y que ha sido considerada por Moscú como parte inseparable de Rusia y susceptible, por tanto, de ser defendida con armas nucleares, tal y como establece la doctrina de seguridad rusa.
El despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia también pone en evidencia otra certeza. Rusia no puede doblegar a corto o medio plazo al Gobierno de Volodímir Zelenski respaldado con armas y dinero por Occidente. Y aunque Rusia podría aguantar una guerra larga mejor que sus contrincantes, saldría del conflicto demasiado debilitada.
Las sanciones no están funcionando contra Moscú como querrían Bruselas y Washington. Rusia está eludiendo buena parte de los embargos sobre sus hidrocarburos, gracias a la complicidad de terceros países beneficiados por la mayor afluencia de gas y petróleo rusos a precios más bajos.
Además, la industria militar rusa puede seguir abasteciendo material para la guerra, quizá de menos calidad y con peor tecnología que las armas que llegan a Ucrania desde los arsenales estadounidenses y europeos, pero con una mayor constancia en el suministro.
Y sin embargo, el resultado final de la guerra será un desastre para la economía, el ejército y la sociedad rusas, con un riesgo de implosión creciente según se alargue el conflicto. Con el primer tanque ruso que cruzó la frontera de Ucrania en esta invasión, Vladímir Putin firmó la sentencia de su propia caída, más tarde o más temprano.
Rusia toma ventaja ante una posible negociación
El Kremlin hace este último movimiento en el tablero de la guerra, apenas unos días después de que aceptara el plan de paz chino como punto de partida para unas negociaciones de paz.
Moscú mueve sus fichas para presionar en la dirección de un diálogo en el que parta con la ventaja de un buen pedazo de Ucrania ya ocupado y la posibilidad de imponer una superioridad bélica abrumadora, con el uso de armas nucleares tácticas, lo que condiciona y reduce la efectividad de cualquier ayuda futura occidental a Kiev.
El anuncio del presidente ruso también lanza otro mensaje a la OTAN: con la presencia de armas nucleares, aunque sean solo tácticas, en su territorio, Bielorrusia no será atacada en represalia.
Entre los planes de Washington y la OTAN ya figuraba este país que tiene la dictadura más duradera del espacio exsoviético como el eventual escenario de un conflicto paralelo para obligar a Rusia a abandonar Ucrania. Un ataque así de la OTAN o Ucrania en Bielorrusia no tendría por qué prender la llama de una guerra abierta entre los aliados y los rusos.
Desde hace meses, los ucranianos han reforzado los mil kilómetros de su frontera con Bielorrusia con zanjas, barreras, muros, alambradas y otras defensas estáticas a fin de impedir que se vuelva a producir una ofensiva rusa desde ese territorio, como sucedió en los primeros días de la invasión.
La presencia de bombas atómicas tácticas ahora en Bielorrusia ya no hace necesaria una ofensiva semejante, pues se podría lanzar un asolador ataque nuclear desde ese país contra Ucrania con los bombarderos rusos allí estacionados o armando ojivas atómicas en los aviones bielorrusos cuyos pilotos están siendo entrenados por Rusia para manejar este tipo de misiles en sus aparatos.
Putin sigue una hoja de ruta de amenazas nucleares
Putin subrayó que las armas nucleares que próximamente se desplieguen en Bielorrusia no serán cedidas al Gobierno de Kiev y que tal despliegue no tiene como objeto violar los tratados de desarme vigentes.
Pero el anuncio de Putin tiene lugar un mes después de que el presidente ruso decidiera suspender la participación de Rusia en el Nuevo Tratado de Control de Armas Estratégicas, el New Start, que vigilaba el despliegue y fabricación de misiles nucleares estratégicos, capaces de volatilizar ciudades enemigas con una capacidad de destrucción mucho mayor que las cabezas atómicas tácticas.
El despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia no afecta al cumplimiento o a la denuncia del New Start. La reubicación de este tipo de bombas, que pueden ser transportadas en bombarderos con un rango de vuelo menor o incorporadas a misiles no balísticos, subraya que el interés de Rusia no es tanto amenazar a Estados Unidos y sus aliados en sus capitales y ciudades, como poner una de las piezas bélicas más amenazadoras sobre el tablero ucraniano.
Estados Unidos ha respondido con cautela y la Casa Blanca no ha adoptado ningún cambio en su postura nuclear. Como tampoco ha hecho la OTAN. Según la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, Adrienne Watson, Washington sigue con mucha atención las consecuencias que puede tener el anuncio de Putin, pero no ve “ningún indicio de que Rusia se prepare para usar un arma nuclear”.
En todo caso, Watson precisó que EEUU sigue comprometido con la defensa colectiva de los aliados en la OTAN, en referencia a las voces de preocupación que en los países Bálticos y Polonia, demasiado próximos a Bielorrusia, se están escuchando sobre el paso adoptado por el Kremlin.
Más agresivo fue el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, quien aprovechó para amenazar a Bielorrusia con sanciones si acepta esas armas nucleares. “Significaría una escalada irresponsable y una amenaza para la seguridad europea. Bielorrusia aún puede detenerlo, es su elección. La Unión Europea está lista para responder con más sanciones”, escribió Borrell en su cuenta de Twitter.
Putin acusa a Occidente de instigar a la guerra
En unas declaraciones al Canal 1 de la televisión rusa, Putin acusó este domingo a Estados Unidos y el resto de miembros de la OTAN de ser “los iniciadores e instigadores de este conflicto”, que comenzó, según el líder ruso, en 2014 con el “golpe de estado” contra el Gobierno (prorruso) de Víctor Yanukóvich, por entonces presidente ucraniano.
Según el jefe del Kremlin, ello llevó a Moscú a defender a la población rusófona de la península de Crimea con su anexión en ese mismo año. Hoy día, agregó, esos instigadores de la guerra son los mismos que están suministrando municiones y armas a Ucrania. El presidente ruso acusó a Occidente de cruzar todas las líneas rojas habidas y por haber con la entrega de armamento pesado a Ucrania, aunque, añadió, ya venían haciéndolo desde 2014.
Si desde que comenzó la guerra, Ucrania ha acusado a Bielorrusia de ser “cómplice” de Rusia, por permitir el paso por su territorio de parte de las tropas que invadieron el país y albergar aviones y unidades militares rusas, ahora Kiev afirma que, con las armas nucleares tácticas, Minsk se ha convertido en un “rehén” de Moscú, que intenta desestabilizarlo.
El asesor presidencial ucraniano Mykhaylo Podolyak aseguró que Putin “está admitiendo que tiene miedo de perder y lo único que puede hacer es asustar” a la gente.
Armas nucleares rusas en Bielorrusia: ¿un paso más hacia el desastre?
Por, Inna Afinogenova
Periodista
27/03/2023
El 21 de marzo pasado, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el secretario general del Partido Comunista chino, Xi Jinping, firmaron una declaración conjunta tras varias horas de negociaciones bilaterales en el Kremlin. El texto, además de hacer hincapié en los beneficios de una mayor cooperación chino-rusa, contiene todo un capítulo (VII), dedicado a la no proliferación nuclear. Comienza advirtiendo que “en una guerra nuclear no habrá vencedores” y continúa con una afirmación que Putin tardaría exactamente cuatro días en pasarse por el arco de triunfo: “Las potencias nucleares no tienen que alojar su armamento nuclear fuera de sus territorios nacionales y deben retirar de otros países el que ya tienen instalado”.
El 25 de marzo en una entrevista al canal Rossiya-24 el presidente ruso anunció el despliegue del armamento nuclear táctico en Bielorrusia. Dijo que 10 aviones de las Fuerzas Aéreas de Bielorrusia ya estaban listos para transportar armamento nuclear, que Moscú le había entregado a Minsk el sistema de misiles balísticos Iskander y que antes del 1 de julio completaría la construcción de un depósito especial para ese tipo de armas en el territorio del país aliado.
“Hacemos lo que EE.UU. ha venido haciendo desde hace décadas”, afirmó el presidente ruso que hasta hace bien poco era muy crítico con el despliegue de las armas nucleares tácticas de EE.UU. en seis bases militares repartidas entre Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía, y presumía de no haber tenido el mismo modus operandi que Washington en este asunto. Una vez más, Vladímir Putin reivindicando el derecho de Rusia a comportarse tan mal como lo hace EE.UU., con la titánica contradicción que todo ello supone. ¿Qué le ha hecho cambiar de opinión? Según sus palabras, ha sido el líder de Bielorrusia, Alexander Lukashenko: “Lleva tiempo solicitando alojar armamento nuclear ruso en el territorio de su país”.
Más allá de lo rocambolesco que supone imaginar a Lukashenko, acorralado en su propio país y sostenido durante los últimos años por el Kremlin, pedirle a Moscú nada que no fueran créditos financieros, la noticia sobre el despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia no es ninguna novedad para los que siguen la actualidad militar de la región. Se veía venir desde finales de febrero del año pasado, cuando se introdujeron enmiendas en la Constitución bielorrusa que eliminaron la neutralidad nuclear del país. La duda era cuándo se movería esa ficha.
¿Respuesta al uranio empobrecido?
Le tocó mover luego de que la ministra de defensa de Reino Unido, Annabel Goldie, revelara el pasado 20 de marzo que junto con los tanques Challenger-2, Londres entregaría a Ucrania proyectiles perforantes que contienen uranio empobrecido, “altamente efectivos a la hora de destruir tanques y carros de combate contemporáneos”. El anuncio fue calificado por Moscú como un paso más hacia una escalada nuclear, como una violación del derecho humanitario internacional y como una declaración de intenciones de seguir en guerra “hasta el último ucraniano”, en palabras de Putin. Y si bien es cierto que las municiones de uranio empobrecido ni están prohibidas, ni se consideran armamento nuclear ni químico, son altamente tóxicas y son una amenaza, en primer lugar, para los soldados que operen con ellas, y en segundo, para el territorio en el que se usen y para cualquiera que lo quiera habitar una vez se recupere la paz, ya que su período de semidesintegración es de unos 4500 años.
Al impactar en el objetivo ese tipo de proyectiles esparcen polvo, que, en caso de ser inhalado en grandes cantidades, aumenta los riesgos de padecer cáncer de pulmón. Este metal denso fue citado como uno de los causantes de enfermedades oncológicas de excombatientes de las guerras del Golfo, en las que se usó. En 2018 el presidente serbio, Alexander Vucic, dijo que él nunca creyó demasiado en esas denuncias, pero resulta que en su país los casos de cáncer eran más comunes en niños cuyos padres nacieron en 1990. En 1999 la OTAN arrojó 15 toneladas de uranio empobrecido sobre el territorio de la antigua Yugoslavia. Todo podría ser mera coincidencia, tal y como sugirieron algunos estudios científicos, incluído el de la OEIA. Sin embargo, al hacerse públicos los planes de Reino Unido de enviar esas municiones a Ucrania, la propia ONU se mostró preocupada por “cualquier uso de uranio empobrecido en cualquier lugar”. Para ser un armamento poco nocivo, la inquietud de la ONU resulta todavía más inquietante, valga la redundancia.
¿Es un farol?
El anuncio de Putin, o mejor dicho, su “respuesta positiva” a “la petición” de Lukashenko habría que analizarlo dentro de un amplio contexto en el que están implicados todos los que, directa o indirectamente, participan en esta guerra. Decirlo en ningún caso le quita responsabilidad a Putin por haber iniciado la invasión. Pero desde hace tiempo ha dejado de ser él el único en escalar la intensidad de la guerra. Las apuestas se suben en estricto cumplimiento de ciertas formalidades: el despliegue de armas tácticas en Bielorrusia no viola el régimen de la no proliferación, puesto que no se aumenta el número de ojivas nucleares, sólo se mueven a otro territorio. Los proyectiles con uranio empobrecido son legales, no están prohibidos, solo hay serios cuestionamientos acerca de sus efectos nocivos a largo plazo. La entrega de tanques a Ucrania no es una escalada, ni lo es la suspensión del tratado nuclear New Start, todo se hace “en legítima respuesta a los actos hostiles del adversario”.
La pregunta es en qué momento esta espiral de escaladas puede llegar a desembocar en una confrontación nuclear. La doctrina nuclear rusa considera las armas nucleares exclusivamente como un medio de disuasión y solo contempla cuatro escenarios en los que se podría recurrir a su uso: llegada de datos fiables sobre el lanzamiento de misiles balísticos en dirección a Rusia, el uso de armas de destrucción masiva contra territorios de Rusia, ataques a la infraestructura crítica cuya destrucción socavaría la respuesta de las fuerzas nucleares y, por último, una agresión contra el territorio ruso con armas convencionales, si la existencia del Estado se pone en riesgo. En este último punto es en el que habría que fijarse: un ataque con armas convencionales contra lugares como la península de Crimea, que Rusia considera parte de su territorio y que alberga su principal base naval en el Mar Negro, ¿pondría en peligro la existencia del Estado? El mayor think thank de EE.UU., Rand Corporation, que asesora al Pentágono, considera que Moscú lo interpretaría así.
Llegados a este punto, no parece que el envío de armas nucleares a Bielorrusia cambie mucho las cosas. Y no parece que se trate de algo que vaya mucho más allá de una demostración de fuerza. Pero visto lo visto, teniendo en cuenta la nula voluntad que hay de desescalar el conflicto por todas las partes y el poco valor que se ha demostrado que tiene la palabra del Kremlin, resulta verdaderamente complicado hacer predicciones a medio plazo. Por lo pronto, la respuesta de EE.UU. a todo esto ha sido muy cauta: el Pentágono simplemente ha afirmado que no ha visto “razones para elevar el nivel de alarma nuclear”. Podría ser un dato para la esperanza de que la cosa no vaya a más. Esperemos que sea eso, y no un capítulo más en el camino hacia el desastre.
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