Eran las siete de la mañana cuando nos separamos a la entrada de la gran selva. Me interné por una trocha que me condujo a un zanjón de arenales crujientes, sombreado por cauchos y palmarites. Por doquiera miraba en el fango rastros frescos de tigres, chigüiros, venados y “dantas”, y de pronto retrocedía azorado al...