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Precarios, proletarios, informales… sumergidos

Precarios, proletarios, informales… sumergidos

El primero de mayo de 2012 deberían remarcarlo los subordinados por la confluencia de dos hechos, cuya importancia quizá se decante con el tiempo: primero, la realización de la décima parada de los precarios o mayday, que tuvo su primera expresión en Milán, Italia, en el 2003, y que de allí se extendió por toda Europa a partir del 2005 (luego de la llamada declaración de Middlesex); y, segundo, la convocatoria de la primera huelga general en USA.

Si esos sucesos tienen algo de particular es porque acontecen en el corazón mismo del capitalismo, y porque ambos, para utilizar el lenguaje de los medios oficiosos significan, ni más ni menos, que la reintegración de los pueblos de los países del centro en “la comunidad internacional”. Es decir, que declaran, de hecho, que ya no requieren de turismo mental caritativo para entender los efectos de la marginación y la exclusión. Como la muerte, el capitalismo avanza en la igualación totalizante de los de abajo y por lo bajo.

El exitoso y generalizado ataque del capital ha sido posible por dos procesos que han transformado la estructura productiva mundial, de un lado, la llamada tercearización de la economía, y, del otro, la fuerte reestructuración de la división internacional del trabajo, que al deslocalizar la producción manufacturera hacía países con abundante mano de obra ha jalonado las remuneraciones a la baja, facilitando los recortes salariales en las naciones de vieja industrialización, en un proceso que hasta ahora da sus primeros pasos.

Tercearización y precarización

En los años sesenta del siglo XX, el personal empleado en los servicios superó, en los países de capitalismo maduro, a los ocupados en la industria y la agricultura, dando lugar a que los intelectuales del llamado primer mundo, con las obras de Colin Clark, Daniel Bell y Alain Touraine, inauguraran la fiebre de la literatura posindustrialista, que hasta hoy se sigue produciendo y publicando. Sin embargo, El mundo como un todo, tendría que esperar hasta el 2001 para experimentar el mismo fenómeno. Quizá ese hecho, y no el derribamiento de las torres Gemelas, ese mismo año, llegue a ser el verdadero hito histórico que amojona el inicio de las nuevas condiciones.

Es innegable que el llamado proceso de tercearización de la economía, o predominio del sector servicios sobre la agricultura y la industria, es una tendencia que ha seguido su curso desde la segunda mitad del siglo pasado. En los cuarenta y nueve años que van de 1960 a 2009, la agricultura perdió 23 puntos en la tasa de participación de la fuerza de trabajo, mientras la industria apenas ganaba tres, y eso en gracia a la entrada masiva en la producción (y también en el consumo) de bienes industriales de potencias demográficas como China e India (entre 1960 y el 2000, la industria tan sólo creció un punto). Los servicios, entre tanto, aumentaban 20 puntos (ver tabla).

Lo anterior no significa que en términos absolutos el número de trabajadores industriales en el mundo haya empezado a decrecer, como si ha sucedido en los países de las economías del centro capitalista que entre 2000 y 2011 vieron desaparecer 17.4 millones de puestos de trabajo industriales. Ahora bien, lo que no se entiende, es por qué si se acepta que en el sector rural el número de trabajadores puede y debe decrecer en valores absolutos (sin que eso signifique disminuciones en la producción), como de hecho ha sucedido, eso les parezca imposible para la industria a algunos analistas, incluidos no pocos teóricos de la izquierda.

Pero, más allá de eso, lo cierto es que el predominio del empleo en el sector servicios ha representado cambios sustantivos tanto en la composición como en la cultura de las clases trabajadoras. En primer lugar, que una de las características de ese sector sea su dispersión geográfica en innúmeras unidades (piénsese en el comercio minorista, el transporte, los centros de salud o de educación), ha tenido como efecto lo que el pensador francés Robert Castel ha denominado la desconcentración de los trabajadores, y que indiscutiblemente ha incidido en la pérdida de identidad de los asalariados y el paso del predominio de la negociación colectiva al de su individualización.

De otro lado, la “satelización” de la producción manufacturera, que como estrategia ha aplicado el capital industrial para ceder las labores menos complejas a unidades empresariales pequeñas, y que eufemísticamente se denomina “empresa en red”, ha terminado por desestructurar la fuerza de trabajo convencional. El debilitamiento que eso provocó en la sindicalización y en su capacidad de contestación, permitieron introducir una legislación flexible que desreguló las relaciones contractuales entre capital y trabajo, permitiendo la generalización de los empleos precarios. Deslocalización, tercearización y satelización son los tres pilares sobre los que se sustentan las bajas remuneraciones y el trabajo intermitente que hoy sufre la mayoría.

El óscuro y heterogéneo panorama del trabajo actual

El reconocimiento de que se entró en una etapa de déficit estructural permanente en el empleo convencional, es decir, estable y a tiempo completo, ha motivado a los especialistas a concentrarse de nuevo en la categoría trabajo, cuya complejidad puede percibirse en su variada clasificación. Ensayemos un vistazo muy ligero a tal complejidad.

Que empleo y trabajo no son sinónimos, por ejemplo, lo han resaltado muchos colectivos, entre los que se debe destacar la insistencia de las mujeres feministas, que han luchado por la visibilización y reconocimiento del trabajo doméstico, o de cuidados, como algunas prefieren llamarlo. Ese trabajo, no remunerado (a diferencia del empleo), pero fundamental en el proceso de acumulación de capital, no es el único gratuito que se realiza de forma masiva en nuestras sociedades, pues también tiene lugar el trabajo sin pago realizado para familiares en unidades mercantiles; y cuya importancia es de tal magnitud que se incluye en las estadísticas de instituciones como la organización internacional del trabajo (OIT). En un país como Colombia, este último tipo de trabajadores sin remuneración, según el DANE, alcanza el 6% de la fuerza de trabajo, lo que significa que cerca de 720.000 personas están en esa condición, siendo, además, uno de los grupos con mayor crecimiento.

En cuanto al trabajo remunerado, existe aquel que se realiza por cuenta propia y el asalariado (que viene a ser el empleo propiamente dicho). Éste último puede, a su vez, dividirse en convencional y atípico. Las labores remuneradas también se clasifican en formales e informales, según estén o no sujetas a las condiciones de regulación vigentes. Y, por último, existen las actividades laborales abiertamente ilegales, que algunos clasifican como trabajo sumergido. Esto, como veremos, es una categorización aún muy gruesa pero que es indicadora de la complejidad del mundo laboral.

La OIT, en su informe “Tendencias Mundiales del Empleo 2012”, señala cómo la crisis actual ha retirado de la búsqueda de empleo a cerca de 29 millones de personas (22,3 millones de adultos y 6,4 millones de jóvenes), dejando al descubierto que si las tasas de desempleo (determinadas por el número de personas que busca trabajo remunerado y no lo encuentran) no son mayores, es porque un número creciente de trabajadores se ha visto obligado a abandonar los intentos de emplearse, y ha pasado a engrosar el grupo de quienes viven resignadamente del “rebusque”. Lo que significa que para el conocimiento del estado del mundo del trabajo, las cifras de desempleo son cada vez más engañosas y más irrelevantes, en la medida que el volumen de actividad laboral asume cada vez menos la condición de empleo tradicional.

Pero, aún guiándonos por las cifras oficiales, la situación no se muestra nada halagüeña. La tasa de desempleo promedio en el mundo se ha estancado en el 6% (en los países dominantes esa tasa es del 10%), lo que significa que 200 millones de personas buscan trabajo convencional. Adicionalmente, de los 3.300 millones de trabajadores que se estiman en total, 900 millones viven por debajo de la línea de pobreza (tienen ingresos menores a dos dólares diarios), sin contar a los trabajadores pobres del mundo desarrollado (a propósito ¿cuál debe ser el ingreso de un trabajador en esos países para considerarse pobre? ¿Por qué esa discusión no se ha abordado?).

El aumento de los desempleados, desde 2007, fue de 27 millones de personas, lo que no tiene antecedentes en el mundo laboral moderno, según expresión de la misma OIT, siendo una prueba adicional de la degradación de lo laboral. Del total de la fuerza de trabajo, 1520 millones (46%) viven en condiciones de ocupación vulnerable (trabajos por cuenta propia y trabajadores de familiares, sin remuneración) mostrando que el empleo convencional tiene un peso cada vez menor.

Si entendemos por precaria una situación que revela carencias fundamentales, es claro que el trabajo precario no solo es aquel que no garantiza la subsistencia, sino también el realizado en condiciones de indignidad o el que atenta contra la tranquilidad de las personas. Por eso, si bien las cifras de la OIT son insuficientes y carecen de la pertinencia necesaria para una aproximación precisa al volumen de la precariedad laboral actual, de allí se puedan entresacar algunas señales sobre su peso creciente. Que esa organización haya iniciado una campaña por el trabajo decente, es una muestra más del estado del problema.

El mini-empleo, trabajo ocasional y de pocas horas, que se ha denominado “trabajo basura” (se conoce en la literatura especializada como mini-job, por su denominación en inglés) se ha constituido en la otra cara del “milagro” alemán. Se estima que en este momento no menos de 4,6 millones de personas trabajan en ese país con ese tipo de contratos, en jornadas de entre 10 y 15 horas semanales, por un salario de 400 euros mensuales. Con lo que se ha instituido la figura del pluriempleado que además de tener que servir a muchos “señores”, si es que quiere redondear la subsistencia, termina laborando muchas más horas que las de una jornada normal. La crisis actual parece invitar a que este tipo de situación se extienda por toda Europa y luego, como es al uso, se importe a estas latitudes.

Los datos estadísticos tampoco reflejan nada del trabajo marcadamente ilegal. La prostitución, el contrabando de armas, la producción y venta de sustancias sicotrópicas, el plagio y suplantación de marcas, entre muchas otras actividades, han dejado de ser ocupaciones marginales, en el sentido de minoritarias. Y si bien se trata de actividades sumergidas, el capital las subsume de forma creciente y las convierte en espacios de la valorización y por tanto de explotación de seres humanos. La izquierda siempre ha sido remisa a abordar el tema y se ha limitado a adjetivar como “lumpen”, a quienes desde una posición de subordinación, se ven reducidos a éste tipo de labores, esquivando la toma de posición sobre el asunto.

En América Latina, donde se ha conocido la informalidad desde siempre, el Banco mundial estima que el 57% del trabajo puede considerarse de tal categoría, siendo los informales independientes el 24% y los informales asalariados el 33% restante. Pero, pese a la evidencia de que el trabajo precario, desregulado y cada vez más informalizado es un fenómeno estructural, nuestros neoliberales criollos siguen culpando a los impuestos a la nómina (los llamados parafiscales) como la causa del fenómeno, con una porfía que tan sólo puede ser hija del dogmatismo o la ignorancia.

La hora de los grandes cambios estructurales

Las visiones alternativas ya han avanzado y sustentado propuestas racionales que no por su audacia deben ser esquivadas. El tanque de pensamiento británico new Economics Foundation (NEF), por ejemplo, publicó el año pasado un estudio en el que se sustenta no sólo la viabilidad sino la necesidad de reducir la jornada laboral a 21 horas semanales. Los movimientos feministas han mostrado desde hace tiempo que el trabajo de cuidados (doméstico), no remunerado en la actualidad, es “productivo” en el sentido de que sin él no hay continuidad de la fuerza de trabajo, y que por tanto debe tener no sólo reconocimiento social sino económico; y los teóricos de la Renta Básica han demostrado que su propuesta es aplicable y ventajosa. Queda claro, entonces, que sin una fuerte redistribución del trabajo y del ingreso, no hay posibilidad de soluciones reales, y que la búsqueda de esas metas debe convertirse en bandera universal tanto de trabajadores convencionales como no convencionales, en el mismo sentido que lo fueron el lema de las “tres ochos” a finales del siglo diecinueve y principios del veinte (Ocho horas de trabajo, ocho de estudio y ocho de descanso).

Sin embargo, la concienciación de la existencia de un precariado ha llevado, en algunos países, a una fuerte confrontación con lo que se considera el trabajador clásico. El mayday actual, si bien se realiza el primero de mayo, tiene lugar separadamente de los actos de las centrales obreras. No se ha difundido, por ejemplo, que el mayday original fue una celebración pagana y anti-autoritaria (se consideraba el día del desgobierno) en la que no se reconocían diferencias sociales, y que se prohibió en 1664 por su carácter libertario. El primero de mayo, mucho antes de convertirse en el día del trabajo fue el día del no-trabajo, pues era una fecha en la que no se requería de permiso del patrón para ausentarse de la fábrica o el taller.

De allí que sea tan significativo que los norteamericanos quieran recuperar ese día con su primera huelga general, y que el lema de ésta sea “un día sin el noventa y nueve por ciento”. El valor de los nuevos movimientos reside en que no sólo han identificado al enemigo sino que han medido su tamaño. Y desde esa perspectiva, así parezca una exageración, nos debemos convencer que ese enemigo es pequeño, pues si en realidad, como lo sostienen los datos, los verdaderos dueños del poder ni siquiera llegan al uno por ciento, sino que se reducen al 0,1%, es por lo menos incomprensible, que siete millones de personas puedan seguir imponiendo sus intereses a los 6.993 millones restantes.

Se hace necesario entender que el llamado Estado del Bienestar tan sólo fue un parpadeo en la historia de la clase trabajadora y que el obrero, fuera de ese periodo, siempre fue precario. Así mismo, que los “treinta años gloriosos” (1945-1975) no pasaron de ser una breve tregua del capital a la que se le ha dado el pitazo final, y que el sistema no va a reversar.

El “análisis concreto de la realidad concreta”, para utilizar una expresión “setentera” (y que seguramente sonará chocante a los oídos más sofisticados), es una necesidad perentoria para que los movimientos sociales que toman fuerza puedan acertar. Grecia, Portugal y España, son apenas una pequeña muestra de la dureza de los ajustes que se propone el capital, si los movimientos sociales no responden. La toma de las calles y no un solo día, sino los que sean necesarios sin el 99 por ciento en sus sitios tradicionales, es el único correctivo posible a la contrahecha situación que se está pre-dibujando. El primero de mayo es un espacio para la convergencia de los subalternos, y es nuestra obligación intentarla.

Información adicional

A propósito del Primero de Mayo
Autor/a: Álvaro Sanabria Duque
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