El movimiento que la burguesía vio por primera vez en la historia de la humanidad occidental fue denominado como “revoluciones”; y, más exactamente, como revoluciones del orbe celeste. En otras palabras, se trató de la idea de movimiento cíclico, regular, periódico.
Puede decirse, en categorías históricas, que la primera vez que la humanidad vio el movimiento y se lo apropió consiguientemente fue con la burguesía. En efecto, la burguesía es la primera clase social que ve el movimiento. Antes, con la única excepción de Heráclito —quien nunca figuró, en absoluto, en las primeras líneas de la filosofía y del pensamiento occidental—, primó la estabilidad, la quietud; dicho filosóficamente: el ser.
La forma en que la burguesía descubre el movimiento es, antecedidos por Descartes, gracias a Galileo, Copérnico, Kepler y Newton. Ese movimiento configura toda la modernidad y la corriente principal de pensamiento hasta nuestros días. Pues bien, las herramientas para comprender y explicar el movimiento fueron, oportunamente, el cálculo —el cálculo diferencial y el cálculo integral— y, posteriormente, la estadística (“ciencia del estado”), con todas sus variables y subcapítulos, principalmente.
El movimiento que la burguesía vio por primera vez en la historia de la humanidad occidental fue denominado como “revoluciones”; y más exactamente, como revoluciones del orbe celeste. En otras palabras, se trató de la idea de movimiento cíclico, regular, periódico. Correspondientemente, el movimiento fue conceptualizado en la forma de “dinámica” y de “sistemas dinámicos”, una expresión que corresponde, propiamente hablando, a la física clásica o la mecánica celeste.
Así las cosas, la naturaleza, el mundo y la sociedad fueron subsiguientemente explicados en términos de movimientos pendulares, sistemas dinámicos, ciclos (por ejemplo en economía, ciclos de producción y ciclos de crisis), períodos (acaso períodos de gobierno), y demás. Como consecuencia, la mecánica clásica permeó a todas las ciencias que nacieron en la modernidad, incluyendo, desde luego, a las ciencias sociales y humanas. En efecto, en política, por ejemplo, los conceptos clásicos son todos de origen físico: masa, poder, fuerza, movimiento, acción–reacción, caída libre, inercia. Posteriormente se agregarían otros conceptos de cuño físico, como energía, potencia, fricción, rozamiento, y aceleración y desaceleración, por ejemplo; estos últimos muy en boga en economía y finanzas en los últimos tiempos.
Como se observa, el movimiento fue descubierto, hablando históricamente, por la burguesía, pero inmediatamente ese movimiento fue interpretado en términos de sistemas físicos —inertes, por tanto—, para lo cual se desplegaron numerosas herramientas de control, predicción y manipulación del movimiento. Ésta configura la historia que desde el siglo XVI corre, grosso modo, hasta nuestros días. Todo lo demás, son detalles.
Sin embargo, por numerosos caminos, de manera anodina, la segunda mitad del siglo XX hizo el aprendizaje de otras clases de movimiento, que ya no eran periódicos, cíclicos o regulares. En términos sociales, se trata de la crisis financiera de 1929 hasta la Blitzkrieg de Hitler en la Segunda Guerra Mundial; desde la caída del muro de Berlín, anticipados por la Perestroiska y el Glasnot, hasta la crisis del sistema financiero a partir de 1998 con sus diversas fases y expresiones: la crisis de las “punto.com”, de las hedge funds, las subprime, la crisis del sistema hipotecario, la crisis del techo de la deuda de Estados Unidos, la crisis del sistema financiero, la crisis y recuperación de los países (PIGS; acrónimo para “cerdos”): Portugal, Irlanda, Grecia y España.
Y ello para no hablar de la crisis que significó Chernóbil, la crisis de Fukushima, en Japón, o los terremotos, tifones, huracanes y tornados alrededor del mundo, por mencionar tan solo los ejemplos más conocidos.
Pues bien, el final del siglo XX y lo que va del XXI hicieron el descubrimiento de un tipo de movimiento para el cual la burguesía, como clase histórica, y su ciencia, no estaban preparadas. Se trata de movimientos súbitos, imprevistos, irreversibles, incontrolables. Los nombres que se adscribieron a esta clase de movimientos son conocidos ya hoy en día: caos, catástrofes, sistemas no–lineales, sistemas alejados del equilibrio, redes libres de escala, fractales, redes complejas. En correspondencia con ello, fueron descubiertas otras clases de disciplinas, enfoques y conceptos, tales como emergencia, autoorganización, e inteligencia de enjambre, entre otros.
A todas luces, a partir de los años 1970 hasta la fecha, emerge un conjunto de nuevas ciencias dedicadas al estudio de esa clase de movimiento de los cuales no podía ni puede ocuparse la burguesía: movimientos caracterizados por inestabilidades, fluctuaciones, turbulencias, no–linealidad, por ejemplo.
Pues bien, es sobre esta clase de movimientos que se ocupan las ciencias de la complejidad, que son un tipo de ciencia perfectamente distinto de la ciencia clásica o de la modernidad. Sin ambages, las ciencias de la complejidad corresponden a una fase perfectamente distinta de la historia de la humanidad. No ya aquella que se concentra en el orden, el equilibrio y la estabilidad. Tampoco aquella se ocupa de movimientos cíclicos, periódicos, previsibles y regulares.
La gran prensa, la ciencia normal, la corriente principal de pensamiento, o como se los quiera denominar: (a) hace un acto de negación ante las dinámicas no–lineales, impredecibles, súbitas e irreversibles; o bien, (b) se esfuerza por explicarlas en términos de ciclos más amplios o más angostos, de movimientos pendulares más largos o más breves, y así sucesivamente.
La crisis del mundo es, manifiestamente, una crisis de pensamiento; adicionalmente. Negarse a ver lo evidente, negarlo, o desviar la atención de la impredecibilidad y las dinámicas que no pueden ser controladas en manera alguna es el objeto propio de la educación y la ciencia normales, y de sus áulicos, la gran prensa, la publicidad y la propaganda.
Hoy, como ayer (por ejemplo, en el siglo XIX), conviven tres corrientes de pensamiento, así: unos se obstinan en la idea de equilibrio (= fijismo): “Nada es nuevo bajo el sol, y todo es nuevo bajo el sol”; “vino viejo en tonel nuevo”, y demás expresiones semejantes. Estos abogan por el ser, el equilibrio, la estabilidad y la continuidad de lo mismo. Otros, ven las dinámicas pero las mecanizan y las explican de forma analítica, y así, las pierden de vista y son incapaces de comprenderlas y explicarlas. Y finalmente, una tercera corriente se da a la tarea, denodada, de explicar la sorpresa, la novedad, el cambio, las fluctuaciones y las inestabilidades, en fin, la importancia de la impredecibilidad, y aprovechar semejante complejidad. Los primeros representan el pasado. Los segundos, el poder y el statu quo. Los terceros apuntan hacia ciencia revolucionaria y revolución en el mundo.
Nuestra época descubre y asiste al mismo tiempo a un tipo de movimiento jamás concebido en la historia de la humanidad. Movimiento súbito, imprevisto, impredecible, no cíclico, regular o periódico, en un fin, un movimiento no–lineal. Así las cosas, más nos vale dirigir la mirada hacia las formas de explicar, comprender y aprovechar las dinámicas caracterizadas por complejidad creciente. Sin grandilocuencias, una buena parte de nuestra historia futura dependerá de ello.
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