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Brecha
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No siempre fue así. Hubo una época en la que Internet perseguía otras lógicas, en la que no tenía dueños. Y ahora que la concentración de empresas pone en jaque su filosofía original, queda en evidencia que en cada decisión de apariencia tecnológica se esconde, como siempre, la política.

 

De romper el código de etiqueta nerd que se impone en los debates sobre tecnología y desnudar las decisiones políticas que esconden, hablaron tres adolescentes de los noventa, la generación que vivió los inicios de Internet, bajo el disparador “Tecnopolítica: el desafío del futuro”. Para mirar hacia adelante, los tres, como de una referencia ineludible, se agarraron del recuerdo de su primera vez. Eran tiempos en los que se oía un perturbador sonido al intentar la conexión y la lentitud de respuesta se toleraba sin chistar, pero también la época en que reinaba la libertad. El olor a dólares todavía no invadía el ambiente virtual y la tecnología tomaba a la colaboración como su motor de búsqueda y de desarrollo.

 

“Mi primera conexión fue en 1994, y fue también la de toda mi familia (…). Un viernes a la tarde, cuando ya habíamos vuelto de la escuela y el trabajo, nos reunimos frente al monitor y mi novio adolescente, experto en redes, hizo una conexión desde el gabinete de la computadora hasta el teléfono. Escuchamos el ruido de la conexión durante 15 segundos mientras en la pantalla se dibujaba una línea roja que conectaba un receptor con un router”, reconstruye la periodista y politóloga argentina Natalia Zuazo en el prefacio de su libro Guerras de Internet, que presentó el martes en el Centro Cultural de España junto a dos estudiosos uruguayos, Fabrizio Scrollini, abogado y presidente de Data, y Mariana Fossatti, socióloga e integrante de Creative Commons.

 

En los primeros tiempos “dábamos por sentado que podíamos usar esa red sin decir quiénes éramos, intercambiar con personas que no conocíamos en la vida real y conectarnos con la experiencia lejana a nosotros”, muy diferente a “la experiencia Facebook de interactuar con los amigos o los compañeros del pasado. No nos daba miedo, nadie nos decía que teníamos que sentir miedo. Podíamos encontrar lo que quisiéramos y descubrir nuevos gustos sin que nadie tuviera que poner una barrera protectora, sin el Gran Hermano que nos sugiriera lo que nos gustaba y escondiera lo que consideraba inconveniente”, comparó Fossatti. Él pertenece a una generación que durante su infancia esperó meses, a veces años, para que el teléfono fijo llegara al hogar, pero luego pasó a ser de “los veteranos de la red. Los que entraron un poco después (que en los noventa no habían nacido, eran muy chicos o, por ser más veteranos, nunca se animaron hasta que aparecieron los celulares y las tablets, Facebook y Twitter) asumieron una cultura completamente distinta” a la que se gestó en los comienzos.

 

Scrollini se paró desde su experiencia pero también fue un poco más atrás. En aquella época, dice, “éramos jóvenes y nos conectábamos a un módem 14,400 con una PC 486. Se hacía un ruidito y a una velocidad de tortuga se veía el buscador. Pero antes que nosotros también hubo otra gente”, acotó, para dar pie a un pasaje de Guerras de Internet: en 1874 se inauguraron “las comunicaciones internacionales de la Argentina con Europa a través de un cable de telégrafo transatlántico”, y el entonces presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, “el mayor impulsor del invento, decía que, a partir de ese día, los pueblos alejados comenzaban a convertirse en ‘una familia sola, un barrio’. Sus palabras eran, 115 años antes de la aparición de Internet, una premonición de la idea de la red, de ‘la gran aldea’ de seres humanos comunicados sin importar su ubicación en el mapa”. Esos caminos surcados por el telégrafo explican el recorrido actual: los mismos cables que se instalaron en el fondo del océano y que forman parte de la infraestructura de la red “siguieron la ruta marcada por esos cables iniciales” del telégrafo, lo que ejemplifica cómo “las decisiones que tomamos en algún momento de nuestra historia nos llevaron adonde estamos hoy. Son decisiones de las que después es difícil salir, tan difícil que los principales proveedores de Internet siguen siendo las telefónicas”.

 

DE AHORA Y DE ANTES.

 

“Cómo nos conectamos a Internet, cuánto la pagamos, a qué velocidad navegamos y cómo funciona depende, en gran parte, de las decisiones de una serie de empresas”, sentencia en su libro Zuazo. Son las telcos o empresas de telecomunicaciones, “que se pueden contar con los dedos de la mano” y “resuelven los caminos de Internet de 2.400 millones de usuarios en casi 200 países”. Dentro de ellas “hay afinidades: sureños, protestantes, ingenieros que combinaron lo técnico con las finanzas, y tan cercanos al Partido Republicano como a la corporación militar de Estados Unidos. (…) Son una generación de ingenieros que ya sabían de redes de comunicaciones antes de Internet, que conocían la tradición tecnológica de conectar el mundo a través de cables. También fueron tejiendo vínculos con el Departamento de Defensa de Estados Unidos, que, junto con la Universidad de California, desarrolló Arpanet, la primera red experimental de computadoras que daría origen a Internet, en 1969”.

 

Mientras, los otros dueños de Internet, los que lideran las empresas de provisión de contenidos, como Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, “nacieron cuando ya existía Internet en el mundo, se sumaron a un invento en el que ya venían trabajando otros humanos-ingenieros-empresarios-militares. Los dueños del esqueleto, de los caños y la infraestructura venían ‘desde afuera’ de la red, de otras industrias. Los creadores de las empresas de contenidos ya crearon sus innovaciones desde dentro de ella”, se lee en Guerras de Internet.

 

En Uruguay, el esquema es apenas, aunque significativamente, distinto. El “proveedor de tránsito”, Antel, es una empresa estatal, por lo que “Uruguay tiene la posibilidad de regular y de elegir, por lo menos cada cinco años, que cambie o permanezca el proyecto político que la conduce. Pero por otro lado, uno ve que con esas condiciones súper favorables, los mismos cinco sitios que tienen más tráfico acá se repiten en otros países con circunstancias diferentes”, o sea que “en la capa de contenidos y servicios no hemos logrado ser alternativos. Ahora que lo que se viene es la uberización de la economía, la utilización de Internet para intercambios económicos y provisión de servicios físicos que alteran el funcionamiento de otros sectores, ¿podremos ser activos en políticas que apunten a la economía colaborativa y no exclusivamente a la corporativa y ultracapitalista? ¿Podremos incidir de otra manera?”, se preguntó Fossatti.

 

Los dos especialistas uruguayos pusieron un ejemplo claro: el acuerdo entre el Plan Ceibal y Google, que el año pasado generó polémica, momento en el que se optó por “el camino que va en una sola dirección, hacia un solo proveedor, hacia el monopolio, todo lo contrario a la filosofía de muchos docentes que están pensando a la tecnología en el aula y que intentan que los chiquilines se apropien y tengan más curiosidad”, consideró Fossatti. Luego de la oposición que generó el acuerdo, “todo terminó en una megarreunión que reveló que no había una política pública detrás, que en el fondo nadie se lo había puesto a pensar. Seamos conscientes de las decisiones colectivas que tomamos. En este punto periférico del mundo, este país tiene una oportunidad de tomar conscientemente esas decisiones”, propuso Scrollini.

 

Para Zuazo, hay que abandonar la idea de que sólo hay una opción cuando vamos a adquirir una tecnología. “Exploremos qué implica desde el punto de vista del uso pero también de los caminos a los que conduce: si sólo nos dirige a un lugar o permite conectarse con otros de una forma más colectiva y generar un conocimiento propio. Parece que estamos hablando de romper el código de etiqueta nerd que se impone en los debates sobre tecnología y desnudar las decisiones políticas que esconden, hablaron tres adolescentes de los noventa, la generación que vivió los inicios de Internet, bajo el disparador “Tecnopolítica: el desafío del futuro”. Para mirar hacia adelante, los tres, como de una referencia ineludible, se agarraron del recuerdo de su primera vez. Eran tiempos en los que se oía un perturbador sonido al intentar la conexión y la lentitud de respuesta se toleraba sin chistar, pero también la época en que reinaba la libertad. El olor a dólares todavía no invadía el ambiente virtual y la tecnología tomaba a la colaboración como su motor de búsqueda y de desarrollo.

 

 

Información adicional

Autor/a: Betania Núñez
País: Uruguay
Región: Suramérica
Fuente: Brecha

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