Asistimos a una profunda crisis en prácticamente todos los planos; se trata de una auténtica crisis civilizatoria. La crisis, sistémica y sistemática, genera desazón, pesimismo y sentido de abandono de la existencia por parte de buena parte de la sociedad, como si no hubiera salidas. Contra este desasosiego imperante existen numerosas experiencias –teóricas y prácticas– de alternatividad, de resistencia, mucho mejor, de construcción de una nueva civilización. Hay, son numerosas, y están perfectamente entrelazadas, numerosas salidas a la crisis: todas, confluyen en el nacimiento de una nueva civilización; ante nuestros propios ojos.
El pasado, el presente de la humanidad, en particular la humanidad occidental, están finamente intertelacionados, pero no por por ello condicionan su futuro. Una historia que parece de siglos, pero no es así, ya que Occidente apenas se sabe y se denomina a sí misma como tal en la segunda mitad del siglo XIX. Los habitantes, digamos, del siglo XVII, los del Renacimiento, y no digamos los de la antigüedad greco-romana, no tenían la más mínima idea de que eran “occidentales”, y que la suya era la civilización occidental. Las razones por las cuales Occidente se denomina y se reconoce como tal están trabajadas en otros lugares (1).
En cualquier caso, tan pronto como Occidente se otorga a sí misma unos orígenes, un espíritu común, unos valores transtemporales y se diferencia, por consiguiente, de cualquier otro pueblo cultura o civilización, inmediatamente emergen una serie de diagnósticos críticos acerca del ser occidental. Disímiles entre sí, se trata de estudios y trabajos, notablemente de: Nietzsche, que acusa a Occidente de decadente y ausencia de vitalidad, plagada de nihilismo y una moral de débiles; R. Musil, en una novela icónica sobre el hombre sin atributos, escribe sobre el prototipo de todo lo occidental que se quiera; Freud reflexiona acerca del profundo malestar en la cultura; Husserl muestra la crisis occidental a partir de la obra de Aristóteles y con ella de la ciencia moderna, pues Occidente no sabe nada del mundo de la vida (Lebenswelt); Heidegger acusa a Occidente por olvidar el ser y reducirse a los entes, las cosas banales y triviales; O. Spengler escribe un libro inmensamente importante en su momento en el que demuestra, como historiador que era, la decadencia de Occidente.
Sin embargo, en esta misma línea, sí es importante señalar que los estudios sobre la crisis, sistémica y sistemática, de Occidente, no se detienen allí. Los informes del Club de Roma, a partir del primer Informe Brutland –1987–, anuales, hasta la fecha, coinciden en los mismo; en el año 2008, el Instituto Stockholm identifica los límites planetarios como las fronteras que, si se superan, pondría, verosímilmente en peligro solamente a la especie humana, sino al tejido de la vida entera en la biosfera. La ONU formula sus Objetivos del desarrollo sostenible y las metas del milenio con el mismo aire y tono de voz; un grupo de destacados estudiosos escriben la Carta de la Tierra, en fin, y desde el derecho, L. Ferrajoli escribe la Constitución de la Tierra como una invitación a superar una crisis aguda como la que jamás había vivido la humanidad.
Numerosos otros ejemplos podrían mencionarse sin ninguna dificultad. La bibliografía al respecto es amplia y muy ilustrativa. Se acuña el muy mal concepto científico de “antropoceno”, y todo indica el avance hacia una crisis sin marcha atrás.
Pues bien, los grandes medios de comunicación replican, amplifican y reproducen estos trabajos y numerosos otros, anunciando el final de la especie humana. Más recientemente los desarrollos en inteligencia artificial (IA) simplemente lo ponen en evidencia. Según parece, la especie humana no tiene marcha atrás y será eliminada por la IA.
El propio Vaticano publica la Encíclica Laudato si manifestando su preocupación por el mismo tema. Recurrentemente, los encuentros de Davos –el Foro Mundial– manifiestan la misma preocupación, sin aportar ninguna solución real. para superarla.
En todos los casos, como quiera que sea, es evidente un espíritu de desazón, de desconsuelo, de fracaso, incluso. De hecho, a nivel sociológico, los países más ricos que jamás hayan existido en la historia de la humanidad, los que integran la Ocde, tienen una tasa de natalidad por debajo de la necesaria para sobrevivir. La gente descree en el futuro, vive el día a día, y tratan de disfrutar lo que queda, ante un inminente apocalipsis.
Razones de los diagnósticos
La hoy vivida y diagnósticada desde distintos parámetros, no es simple y llanamente una crisis del capitalismo, y ni siquiera de la modernidad, y sí la expresión de una profunda crisis civilizatoria. En cualquier caso, existe un muy amplio, consolidado y consensuado acuerdo sobre una crisis sistémica y sistemática, verosímilmente irreversible.
Hasta los grandes medios de comunicación hacen eco a esta realidad, cuyos dos mejores rostros –no enteramente separados– son la inminencia de la catástrofe climática (= hoy nos encontramos en la fase de la crisis climática), y las sorpresas de la inteligencia artificial. Evidentemente, en un mundo sistémico, ambos planos están entrelazados.
En medio de ello, como parte de lo mismo, a la gente la manejan con desazón y desosiego, con pesimismo y sentido de abandono de la existencia. Ya incluso una sociología pesimista y conservadora como la de Z. Bauman, lo resaltó: existe, de tanto en tanto, una fabricación de miedos, angustias e inseguridades, cuya finalidad es poner a reaccionar a las sociedades, pues así las controlan fácilmente (2). Control a través de miedos, y control, al mismo tiempo, con la industria de la cultura y el entretenimiento en el sentido más amplio de la palabra. Todo almibarado con mucho licor y drogas –como oportunamente lo previó, con acierto, G. Orwell (3).
Es el medio de este devenir que, hoy por hoy, el principal problema de salud pública en el mundo es la salud mental, de manera que cada veinte segundos alguien se suicida en alguna parte del mundo; antes de la Pandemia esto sucedía cada cuarenta segundos (4); por las razones que sea. La muerte parece reinar sobre el mundo de la vida.
Pues bien, sin ambages, pero sí con una pizca de sal, las razones de los diagnósticos son eminentemente de manipulación y control, no tanto de soluciones y salidas a las crisis en curso, de ahí que continúe, sin alteración alguna, el sistema de vida cotidiano humano centrado por doquier en consumo, trabajo y endeudamiento. Para nada ha cambiado el sistema de libre mercado centrado en producción de plusvalía y explotación. Y para nada han variado las relaciones económicos, culturales y sociales hacia la naturaleza, y ésta sigue siendo ampliamente considerada como fuente de recursos, invariable, inmutable; privatizada, o nacionalizada, o estatizada; da igual. Aparentemente.
Una nueva civilización emerge: experiencias de resistencia y creación de vida
Tal es el estado de la cuestión cuando se la ve con los ojos –normales e institucionalizados– del sistema de educación, las instituciones de todo tipo, los discursos estandarizados y las noticias e información oficiales y normales. Todo, un ambiente de pesimismo y abandono, de entrega y claudicación, en el que el conjunto social pareciera estar determinado por los rasgos más fuertes del sistema económico dominante.
En apariencia. Ciertos como son los innumerables diagnósticos mencionados y otros, son sin embargo altamente limitados. La verdad del mundo es bastante más compleja, y va mucho más allá de lo difundido y siempre defendido por las formas dominantes e institucionales. Y es por ello que hay muchos y muy bien fundados motivos de optimismo.
De ello dan cuenta, sin que el orden sea importante, algunas de las experiencias al mismo tiempo, de resistencia y alternatividad en curso en el mundo, formas otras de vida estrechamente conectadas entre sí (Ver recuadro: Donde hay vida hay esperanza)
Como parte de la multiplicidad de experiencias de resistencia, vida, encuentro con la naturaleza, formas no mercantiles de economía e intercambio, etcétera, la verdad es que las ciencias sociales y humanas, conjuntamente con la ecología, contienen –aunque aún no estén enteramente sistematizadas y difundidas–, numerosas prácticas y saberes de comunidades alternativas alrededor del mundo. Significativamente, todas estas prácticas y saberes, están rizomáticamente conectadas, sin metáforas ni analogías.
En otras palabras, los diversos movimientos sociales alternativos que toman forma a lo largo de los países se encuentran conectados de diversas maneras desde abajo. El nombre grueso para el conjunto, no siempre uniforme ni lineal de estos movimientos alternativos y de resistencia alcanzó un punto de referencia en el Foro Social Mundial, un nombre que ciertamente inquietó a los normalizados e institucionalizados; se trató de un magnífico proceso de encuentros anuales cuya finalidad, en primer lugar era compartir experiencias y, en segundo lugar, sembrar una nueva civilización(5). Sus límites autoimpuestos –sin expresiones partidarias– le marcaron su pronto destino temporal y su crisis, aún por resolver y superar entre el conjunto de movimientos alternativos que bregan por una sociedad otra.
Sin estar determinados ni condicionados por esta experiencia de encuentro y compartires, pero sí coincidentes en preguntas, referentes, métodos, procesos, nuevas ciencias, nuevas disciplinas, nuevas formas de organización social, nuevas formas de vida, en fin, nuevas relaciones y cosmovisiones emergen y se integran crecientemente.
Sin embargo, la verdad es que mucho de lo anterior aparece en los grandes titulares de la gran prensa alrededor del mundo. La razón no solamente es política. Adicionalmente, se trata de una perversa desviación como ha sido entendida clásicamente la comunicación social y el periodismo. “Una buena noticia no es noticia”. Las noticias prevalecientes resaltan, por lo general, sobre, por ejemplo: robos, asaltos, violencia, guerras, corrupción, crímenes, sufrimiento, injusticias. Importantes como son, desenfocan totalmente la importancia de la capacidad de resistencia, de alegría, de esfuerzo, de optimismo, de bienestar, de salud, de aprendizaje, en fin, de organización y de pujanza de individuo, colectividades y pueblos.
Un ser y razón de ser de un sistema comunicacional que tiene un fundamento. Clásicamente en Occidente imperó una moral sacrificial alimentada por sus religiones e Iglesias, según las cuales sólo se aprende a través del sufrimiento; y sólo quienes han sufrido saben lo que es el mundo, la gente y la existencia. La consecuencia no podía ser más nefasta: se trata de una alegoría al sufrimiento y el dolor, y jamás de la alegría y la pujanza. A su manera, ya Nietzsche y Weber hicieron de esto un estudio y crítica. De un lado, con la moral gregaria (Nietzsche), y el espíritu del capitalismo (Weber).
Una nueva civilización es un motivo de optimismo y esperanza
Lo recorrido de manera suscinta permite afirmar que la crisis, sistémica y sistemática, en curso no es un fracaso de la humanidad. Dicho de manera puntual, se trata del fracaso de la racionalidad y el modo de vivir de Occidente. Una civilización que encuentra sus raíces mucho antes de la Grecia antigua, y cuyos orígenes coinciden con el Neolítico. Occidente nace, coincidentemente, con el patriarcado, el antropocentrismo y el antropomorfismo, y el desarrollo de una estructura mental jerárquica y centralizada y, por consiguiente, dualista y binaria; al cabo, maniquea. Algo profundizado con el paso de los siglos y el desarrollo/imposición de unas formas sociales en las que imperan, por ejemplo, dominadores y domidos.
Todo ello en crisis, y con luces de que una nueva civilización está emergiendo, sin la menor duda. Pero sus simientes, su vitalidad, sus expresiones jamás serán el objeto de los sistemas normalizados e institucionalizados de educación, cultura y comunicación.
Esta nueva civilización está marcada por mucha creatividad, espontaneidad, nuevas estructuras mentales, nuevas semánticas, en fin, nuevas formas de organización social y nuevos saberes y conocimientos (6). Gente que no claudica, grupos con vitalidad que siembran futuros, comunidades con optimismo, esperanzas, ganas de vida que, consiguientemente, se vinculan a la naturaleza, en fin, sociedades y pueblos que saben que Occidente no es nada más ni nada menos que un momento en la forma de experiencia humana de la vida; en absoluto la vida humana misma, sin más.
1. Cfr. de Maldonado, C. E., Occidente, la civilización que nació enferma, Bogotá, Ed. Desde Abajo, 2020; y Indicios del nacimiento de una nueva civilización, Bogotá, Ed. Desde Abajo (próximo a publicarse).
2. Z. Bauman, En busca de la política, México, D. F.: F. C. E., 2002. El concepto de reacción pertenece propiamente a los sistemas inanimados, muy notablemente, las bolas de billar. Fue justamente en relación con las bolas de billar que Newton descubrió y formuló la segunda de las leyes de la mecánica clásica, la ley de acción-reacción. Los sistemas vivos no (simplemente) reaccionan: responden a las circunstancias del mundo creando nuevas posibilidades, creando nuevos mundos. Dicho, en una palabra: la función de la mente consiste en crear nuevos mundos y posibilidades.
3. G. Orwell, Mil novecientos ochenta y cuatro – 1984, Barcelona: Debolsillo, 2012.
4. OMS, https://www.who.int/news/item/09-09-2019-suicide-one-person-dies-every-40-seconds; consultado el 20 de mayo de 2023.
5. Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Foro_Social_Mundial.
6. Algunos antecedentes de este trabajo son: Maldonado, C. E., Occidente… op. cit ; Indicios…op.cit.
* Integrante del Consejo de redacción Le Monde diplomatique, edición Colombia.
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