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De la guerra a las vías de la paz y la revolución tecnocientífica

De la guerra a las vías de la paz y la revolución tecnocientífica

La política que podemos calificar de contemporánea, consolidó una tradición a propósito de la experiencia de la revolución. Hubo un momento en el que ocuparse de la revolución era pensar en dirigentes políticos de izquierda y en el que mencionar a la derecha era pensar en un proyecto político fuertemente jerarquizado y sin imaginación para promover transformaciones en la sociedad.

Esta tradición político-cultural alcanzó su modo pleno de existencia a principios del siglo XX. La revolución que liquidó el imperio zarista fue el arquetipo de esa tradición. Octubre de 1917 se reconoció como un acontecimiento histórico universal, el cierre de un proceso, pero también como un nuevo punto de partida, una aurora para la política de derecha.

En los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, la revolución también se asumió como proyecto político por la derecha. La idea de una revolución conservadora se convirtió en algo posible y el fascismo y el nacionalsocialismo la volvieron realidad. La revolución conservadora tuvo filósofos eminentes como Heidegger y políticos tenebrosos como Hitler y Mussolini, y teóricos de la política como Karl Schmidt, quien redefinió la política como la capacidad de distinguir entre el amigo y el enemigo. Y la guerra como la quinta esencia de la experiencia política: “Es en la guerra donde se contiene el meollo de las cosas. El tipo de la guerra total determina el tipo y la estructura de la totalidad del Estado. Y la guerra total deriva su sentido del enemigo total”.

La Segunda Guerra Mundial fue el escenario en el que el vínculo entre guerra total y revolución tanto de derecha como de izquierda quedó disuelto. El horror de esa confrontación (y especialmente de su rúbrica norteamericana en Hiroshima y Nagasaki) colocó la idea de la revolución y la guerra total en el congelador. La expectativa de una guerra nuclear aplazó cualquier aventura bélica total y mantuvo suspendida durante casi cuatro décadas las iniciativas tendientes a desencadenar revoluciones planetarias de derecha o de izquierda.

Pero mientras fue perdiendo vigor el concepto y la práctica de la guerra total y la revolución, se volvió permanente y planetaria otro tipo de revolución: la tecnológica-científica. Las premisas administrativas, tecnológicas y teóricas que la primera bomba atómica evidenciaron, se convirtieron en núcleo catalizador de una revolución que trastornó todos los modos de pensar e imaginar dominantes en las actividades creativas propias de las comunidades científicas. En esas condiciones, aunque hubo revoluciones y guerras de izquierda como de derecha, estas se dieron siempre en escenarios locales. Tanto los Estados Unidos como la desaparecida URSS, usaban esas revoluciones y guerras locales para dirimir las crisis políticas y económicas en sus zonas de influencia. Esto cambió radicalmente entre los diciembres de 1989 y de 1991.

En el trascurso de esos meses el sistema del llamado socialismo real y la URSS, se vino estrepitosa y pacíficamente al suelo gracias a una serie de revoluciones locales sin guerra. Esta doble experiencia de revolución pacífica: la que dio al traste con la Unión Soviética y el llamado campo socialista, y la científico-tecnológica, crea premisas culturales decisivas para plantear la tarea de pasar de la guerra a las vías de la paz y superar la idea de la violencia como partera de la historia.

Estas nuevas premisas son especialmente evidentes en el caso de las revoluciones científicas y tecnológicas. Ninguna de estas revoluciones es el resultado de una guerra a muerte entre quienes están comprometidos en la empresa. En el esfuerzo por alcanzar una revolución en el conocimiento o en el diseño de un innovador dispositivo tecnológico, hay pasiones e injusticias de todo tipo pero lo dominante es el espíritu de cooperación. El éxito de una empresa científico-tecnológica es imposible si sus integrantes operan con la lógica de la eliminación de quienes manifiestan su desacuerdo. Hoy se puede formular la tesis de la posibilidad de realizar revoluciones pacíficas, tecno-científicas, para superar situaciones de crisis de orden planetario.

En el periodo de la llamada Guerra Fría, las revoluciones y las guerras locales estuvieron asociadas a grandes crisis económicas. En el caso de la que echó abajo el llamado sistema socialista mundial y a la URSS, el punto de partida fue una gran crisis cultural y psicológica. La actual crisis planetaria desencadenada por el Covid-19 es del mismo tipo. La ausencia de una cultura del cuidado de la Tierra y de todas las especies que la habitan, y el precario desarrollo de políticas públicas de salud orientadas por las ciencias de la vida, está en la base de la actual pandemia.

Cuando colapsó el experimento de la URSS se puso al orden del día la retórica del fin de la historia, ahora está emergiendo la intuición de la necesidad de asumir conscientemente la experiencia de un cambio de época.

También está la propuesta de la élite global que se reúne anualmente en Davos de un Gran Reinicio (Reset) del capitalismo. Es evidente que el futuro será distinto según la propuesta que se vuelva dominante. El compromiso con las vías de la paz y las revoluciones tecno-científicas permitirá avanzar en la solución de los problemas asociados al cambio de época. No así la propuesta del reinicio de un capitalismo cuyo carácter depredador amenaza la existencia misma de la vida en la Tierra y alienta posiciones racistas y xenófobas como las asumidas por Trump y sus seguidores en Estados Unidos y grupúsculos Nazis en la Unión Europea.

 

 

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Información adicional

Autor/a: Gonzalo Arcila Ramírez.
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº284, septiembre 20 - octubre 20 de 2021

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