Vivimos en medio de un modelo social, cultural y económico que prioriza el individualismo, propicia la competencia, el sálvese quien pueda, y donde quienes tienen más siempre buscan sacar ventajas a costa de los demás. ¿Es posible superar esta lógica?
“La guerra de clases existe y nosotros los ricos la estamos ganando”, fue la declaración dada por Warren Buffett hace algunos años, frase que indica la conciencia de clase que tienen los más adinerados, la misma que no tienen los asalariados (trabajadores rasos y clase media), que son los que peor están parados en esta lucha asimétrica.
En el juego capitalista quienes cuentan con mayor capital tienen mayores efectos multiplicadores en la acumulación de su riqueza, y quienes están privados del acceso a las oportunidades incrementan significativamente su propia exclusión. En un estudio reciente (A Broken Social Elevator?) la Ocde muestra que en los países donde peor distribuyen su riqueza, la dificultad para que una persona de ingresos bajos alcance los ingresos medios de la sociedad es mucho mayor. Mientras que en un país como Dinamarca se requiere de dos generaciones para que esto suceda, en Colombia se requiere de 11.
En términos globales, el economista francés Thomas Piketty demostró el incremento desmedido de la desigualdad. Mientras que en 1980 el 16 por ciento del ingreso mundial era acaparado por el 1 por ciento de la población más rica (por ingresos), en 2016 este sector social pasó a concentrar el 22 por ciento de la riqueza mundial1.
En el caso de Colombia, el ingreso del 1 por ciento más rico es 11 veces el ingreso de la clase media (33 millones de personas); y entre 2010 y 2015 la riqueza de este segmento minúsculo de la población logró incrementarse casi en 250 billones de pesos2.
La gran desigualdad manifiesta en Colombia y el mundo urge un cambio. No solo por los problemas sociales que genera (violencia, suicidios, enfermedades mentales, etc) sino porque un pequeño grupo de personas muy poderoso ponen entre dicho la viabilidad de toda la vida humana en el planeta, sometiéndonos, por demás, a una dictadura donde el interés de ellos se muestra como si fuera el interés de las mayorías.
Es un cambio necesario, que de acuerdo con el pensamiento de Nassim Nicholas Taleb, solo puede empezar con la transformación de los principios éticos y morales imperantes. La moral predicada por el Neoliberalismo es falaz: aquello de que todos trabajando con el mejor esfuerzo logramos que la riqueza colectiva, de una u otra forma, genere oportunidades para los más excluidos, es falsa. Sucede más bien todo lo contrario, el asimétrico juego donde unos pocos se enriquecen más y muchos otros son excluidos, produce un escenario en el que unas masas manipulables son sometidas, utilizadas, infrigiéndoles un enorme daño.
La moral propuesta por Taleb enseña que debemos tener alto nivel de responsabilidad por las acciones que emprendemos y que tienen afectación (cierta o incierta) sobre el bienestar de otros. La crisis financiera de 2008 es un buen ejemplo. Allí unos pocos especuladores amenazaron la estabilidad económica de una nación generando quiebras, desempleo y, siguiendo el estudio de Angus Deaton (El gran escape), problemas de alcoholismo, depresión y suicidios. La solución planteada por Taleb es que si quienes alimentaron esta gran burbuja especulativa hubiesen tenido una porción importante de capital propio involucrado en sus operaciones, y no como sucedió, que en su mayoría se trataba de recursos de terceros, el antecedente y desenlace de la crisis hubiera sido diferente. A esto él lo llama poner en riesgo su propio pellejo (skin in the game).
El principio skin in the game abarca toda la elaboración de política pública y sería el principio que haría más justa la responsabilidad y el beneficio de su implementación. Así, por ejemplo, entre los modelos económicos que buscan asegurar un ahorro para la vejez, juzgado por el rasero de Taleb, estaría mejor ponderado el régimen de prima media que el régimen de ahorro individual. Puesto que si no coexistiesen los dos modelos sino solo el primero, los policy makers al estar involucrados deberían preocuparse por solucionar la informalidad del país y mejorar las condiciones de ingresos de la gran mayoría, ya que de esta depende el funcionamiento del sistema y el hecho que se garantice un ingreso vitalicio para la vejez de todos.
En caso que solo funcionase el régimen de ahorro individual el principio skin in the game obligaría a que los administradores privados de estos recursos mantuvieran una porción importante de su patrimonio (40% o más) invertidos en los portafolios en los que está el ahorro que los aportantes están destinando a su vejez. De esta forma los mismos administradores serían justos en el costo de las tarifas de administración, serían moderados en los riesgos asumidos, y buscarían las estrategias y coberturas financieras que mantuvieran al menos el valor real de los recursos administrados más un rendimiento garantizado que diera cuenta del costo de oportunidad mínimo de una inversión en pesos. Pero como no es así, el escenario que se tiene es que a la primera generación de pensionados por este régimen les están devolviendo el ahorro sin poderles garantizar un flujo vitalicio, porque lo ahorrado resulta inferior a lo aportado.
En el tema de reforma tributaria es donde más presente está la lucha de clases, porque la pugna por quién recibe la carga tributaria para obtener los ingresos de funcionamiento e inversión de la nación, casi siempre la pierden los grupos de medianos y bajos ingresos frente a los más ricos, porque estos últimos dominan a los policy makers a favor de sus intereses mediante el financiamiento de sus campañas electorales. El principio justo por el que debería guiarse la tributación –si no estuviese expuesta a esta distorsión– es el de la progresividad, esto es, que quien tiene mayor ingreso aporta más.
En Colombia este principio nunca se ha aplicado. El Estatuto Tributario tiene varias exenciones que han sido introducidas con la intención de atraer la inversión extranjera para, supuestamente, impulsar el desarrollo económico. Así las cosas tenemos, por ejemplo, que la industria extractiva puede deducir el pago de regalías de los impuestos de renta, dejando de pagar anualmente COP 2 billones. Totalizando los beneficios tributarios, la industria minera y petrolera deja de pagar a la nación, cada año, COP 8 billones. En el caso del sistema financiero la cifra es parecida, con el agravante de que ninguno de estos dos sectores son intensivos en trabajo; en otras palabras, estos sectores generan muy poco empleo.
Esta falta de progresividad en el ingreso de la nación es un factor limitante en la progresividad del gasto público social. Un sistema de acceso gratuito y universal a la educación superior en Colombia se estima con un costo de COP 16 billones al año (más o menos la misma cifra que el sector extractivo y financiero dejan de aportarle a la nación). Y esta limitación se traduce, a su vez, en una traba a la movilidad social. Si Colombia el acceso universal a la educación superior, podría desarrollar los talentos y capacidades de los jóvenes sin que importara su capacidad socioeconómica, logrado así un mayor desenvolvimiento individual y colectivo de los mismos.
El economista Jacob Mincer mostró que el ingreso de las personas se incrementa más que linealmente en función del número de años de escolaridad. Limitar la escolaridad de las personas, además de limitar la movilidad social, tiene otros varios efectos. Uno es el que no desarrollan criterios y capacidades para entender y tomar acciones frente a los problemas complejos de ser ciudadano e incidir acertadamente en propuestas programáticas que sean progresivas y favorables para romper las trampas de pobreza, favoreciendo de este modo al 1 por ciento más rico que cada vez acapara mayor riqueza. Y otra es que la movilidad social sería favorable para todos (incluyendo al mismo 1% más rico) porque habría mayor demanda de sus productos, logrando así un círculo virtuoso.
Contrario a la evidencia, en Colombia impera el principio opuesto al skin in the game. Los conductores en un semáforo no ven la precaución de detenerse antes de alcanzar la luz roja sino que ven la oportunidad de no detenerse sin importar el riesgo que implica esta acción sobre los demás usuarios de las vías públicas. Llamemos a esto oportunidad naranja. Que es aplicada de forma general por toda la sociedad colombiana. Por ejemplo, en las filas para abordar Transmilenio hay personas que quieren llegar primero al bus, sin respetar a quienes intentan ‘civilizar’ un sistema de transporte precario. La oportunidad naranja también resalta cuando las EPS no revelan las operaciones de compra de medicamentos y al regulador no le queda otra opción que construir mecanismos regulatorios con base en la información de precios, que sí son observables en otros países.
Sin embargo, hay un tema adicional por entender, la posibilidad de superveniencia de la raza humana está en juego, se necesita de un menor crecimiento que no agote los recursos no renovables y que no vulnere la calidad de vida de las personas con alta carga laboral. Ahora el problema es más profundo, además de aplicar skin in the game debemos pensar en políticas económicas que reduzcan la sobreproducción de bienes materiales y que trasladen la actividad económica hacia el cuidado del otro, que es lo que propone el ambientalista Tim Jackson. Con ésta son urgentes las transformaciones morales que necesita una especie que está llevando su propia vida a la extinción.
1 Ver Informe sobre la desigualdad global 2018 en https://wir2018.wid.world/files/download/wir2018-summary-spanish.pdf
2 Ver La pobreza ahoga a la clase media en https://www.desdeabajo.info/ediciones/item/29112-la-pobreza-ahoga-a-la-clase-media.html
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