Y llegó el día. El 29 de mayo, tan esperado por las militancias del Pacto Histórico, y con seguridad de las otras coaliciones y campañas.
Un día en el que, como se difundió por unos y otros conductos, se rompería el legado de dos siglos de dominio oligárquico, abriendo una nueva etapa para la sociedad colombiana, de justicia, prosperidad y articulación con la región con gobiernos progresistas de nueva época.
A las 8 am, como es norma, las urnas fueron abiertas para empezar a recepcionar los votos que fueran en ellas depositados y a las 4 pm, como también lo dicta la norma, los puntos de votación, y con ellos las urnas fueron cerradas. Menos de dos horas después los resultados arrojados por el rápido conteo realizado a lo largo y ancho del país confirmaban que lo anunciado no por pocas personas, cargadas de una ideologización que las hace proclives a errar, así como por lo menos una institución que entregó resultados de sus encuestas incluso hasta un día antes de los comicios, no se habían consumado (ver imagen): el Pacto Histórico, en cabeza de Gustavo Petro y Francia Márquez habían quedado 10 puntos atrás de los necesarios para vencer en primera vuelta.
Los guarismos oficiales también confirmaban que el 19 de junio la otra campaña que disputará el favor de la sociedad colombiana para elegir quién dirija el país entre 2022-2026 será el movimiento Liga de Gobernantes Anticorrupción en cabeza de Rodolfo Hernández. Aunque la mayoría de encuestas atinaron en mostrar su cerrada disputa con Fico Gutiérrez, denunciado por unos y otros como alfil del uribismo, pocas aseguraban su derrota. La de Sergio Fajardo sí estaba cantada. En este caso la polarización que siempre buscan las campañas cumplió su propósito.
Un triunfo agridulce
No se obtuvo más del 50 por ciento de los votos, tampoco el 48, ni el 45 ni el 43 por ciento como variadas encuestas lo anticipaban pero sí el 40,32 por ciento, que con 8.527.628 votos es otro récord que bate la izquierda colombiana aglutinada en el Pacto Histórico. Otros resultados de igual índole se habían alcanzado en elecciones anteriores, que unidas a los de marzo anterior en los comicios para el Congreso llevaron a no pocas personas a soñar y hacerle eco a un hipotético y arrollador triunfo en la primera y única vuelta que tendría la elección presidencial.
Un triunfalismo multiplicado por la prensa internacional, que en su variedad de artículos sobre estas elecciones registraban ese mismo ambiente y ese posible resultado (Ver enlaces).
– Gustavo Petro, la Colombia que quiere ser un pueblo
– Vientos de cambio para Colombia
https://ctxt.es/es/20220501/Firmas/39748/colombia-elecciones-presidenciales-gustavo-petro-izquierda.htm
Un triunfalismo que en nada favorece al activismo sereno, persistente y abierto a comprender la cultura que determina las formas de ser, actuar, comprender, y con ellas los deseos de ese inmenso cuerpo social de connacionales que viven al margen de vida digna, justicia, integración política y otras exclusiones.
Un triunfalismo que lleva a desdeñar las virtudes del contrincante por superar en segunda vuelta, entre ellas su capacidad para diseñar y enviar mensajes sencillos, directos, conectados con la forma de hablar, pensar, odiar y soñar del pueblo. Desprecio a su reiterada denuncia de la corrupción, y con ella de la clase dominante, confrontada como los mismos de siempre, los que han hecho de la cosa pública su botín y fortín. Discurso, denuncias y confrontación que lo colocan en el filo del candidato antipartidos tradicionales y antisistema, alcanzando con ello sintonía con las mayorías de quienes lo votaron y que anhelan un cambio de sistema. político y económico.
Sencillez llevada al extremo, así parece ser, pero que conecta de inmediato con el despolitizado raciocinio de millones que no sintonizan con los discursos ni las formas de hablar rayanas en el intelectualismo que parece marca a la campaña con mayoría de votos. A la que también le cobran la pérdida de ardor en la denuncia de quienes tienen a la mayoría de la sociedad al margen de justicia y calidad de vida.
Si nos servimos de los resultados de la elección, esas mayorías sí desean un cambio efectivo, profundo, y ese giro, en este caso en la superficie del sistema, puede venir como producto de una consulta electoral y no es posible que lo concrete una sola persona, en este caso el Presidente, como lo reitera el discurso liberal, adoptado por un sector de la izquierda amoldada a la democracia formal y que olvida que toda confrontación con el poder y cambio que se espere de ella, concita y obliga a la participación de miles de miles, organizados de diversa manera, participando y viviendo procesos educativos llevados a cabo en sus territorios, ejerciendo poder directo en los mismos a través de formas de economía solidaria, de educación propia, y de otras muchas formas de concretar el sueño de cambiar sus precarias e injustas condiciones de vida. Un cambio para el cual las elecciones pueden ayudar pero que, como lo evidencia la historia, no son garantía total.
Pero también, y esto es fundamental si se quiere que trascienda más allá de la piel del sistema, tras su epidermis, debe adelantar una confrontación directa con la oligarquía, y para ello el mensaje cotidiano de la segunda vuelta presidencial, como lo enseña la campaña de Rodolfo Hernández, y así lo esperan millones, debe ser directo, ardiente, satírico, burlón, buscando atizar la confrontación social –como fogonera que es la izquierda– y no lleno de entelequias ni grandes explicaciones, sin la burla que desacredita al contrario y puede volverse viral de inmediato por redes, con fuego y no con líquidos apaciguadores pues la izquierda no debe ser bombera de las contradicciones sociales.
Son imágenes y enseñanzas de lo ocurrido el 29 de mayo, como también lo es que los más de 8 millones son muchos pero no alcanzan a lo proyectado por la campaña del Pacto Histórico que ahora esperaba superar en varios miles los 9 millones de votos y así sellar la contienda con broche de oro.
El resultado quedó lejos de ello, con un indicador de 40,32 por ciento, inferior, incluso, al 41,81 por ciento alcanzado en la segunda vuelta de las elecciones del 2018. Es decir, a pesar que el censo electoral entre ambos periodos se acrecentó en tres millones de personas el Pacto Histórico no logró conectarse con ellas; ausencia de sinergia con importantes capas sociales, que también resalta en el persistente abstencionismo (45%), en los votos en blanco, en los anulados; desconexión prolongada a pesar del alzamiento social, del extendido empobrecimiento que persiste en el país, de los efectos a todo nivel de la pandemia, del denunciado mal gobierno de Duque, de la menor eficacia del maquinaria tradicional, de la quiebra del uribismo, y otro cúmulo de realidades que deberían obrar en favor de la izquierda. La gran pregunta es, ¿Por qué no es así? ¿Qué falla en su decir y hacer?
Es una realidad compleja y por lo cual ahora la campaña deberá enfrentar el todos contra Petro. Las matemáticas elementales indican que la suma de votos del segundo, tercero y cuarto en esta votación arroja un total superior a los 11 millones, y para evitar que tal escenario se concrete el progresismo colombiano deberá desplegar sus mejores cualidades, no para ganar a la dirección de esos procesos, lo cual es poco factible, pero sí para ganar una parte de su electorado.
¿Será posible esto? Una primera avanzada se dará con la Coalición por la Esperanza, ahora con manos abiertas las distintas fuerzas que la integran para decidir el rumbo a tomar. otros escenarios también se abrirán pero, si de un proyecto de cambio se trata el reto está en no ceder más hacia el centro y mantener en alto banderas antisistema, con raíz histórica y popular, lo cual sintoniza con el pueblo aunque no con sectores del empresariado y afines a éste.
Por ahora la dirigencia del Pacto Histórico confía en que un posible debate entre las cabezas de la campaña arrojará, por su mejor estructuración académica y agilidad argumentativa, un arrollador resultado petrista. Sin embargo, olvidan que una de las enseñanzas del 29 de mayo es que acá no pesa la erudición sino el sentimiento. Y, de ser así, la capacidad argumentativa de Petro reafirmará a los convencidos pero difícilmente le quitará votos a su contrincante.
Estamos, por tanto, ante un fenómeno cultural y no académico. Y ahí toca sintonizarse y estar a la altura. Es el fenómeno de la era de las redes sociales.
Leave a Reply