A tu presente ausencia
Carlos Enrique Restrepo Bermúdez.
Otrora es la vida no una creación constante sino una destrucción permanente. Se agota a sí mismo, y en sí misma de tantas maneras que lo propio de este agotamiento destructivo es la creación. La vida crea porque necesita destruir, porque la destrucción es creación de un origen indeclinable, de un nomadismo disyuntivo, de una superposición de lo caduco y sedimentado reducido a su abstracta conservación, en algo nuevo pero que por su misma naturaleza vital es también autodestructivo.
La vida del anarca de risa contagiosa y mirada profunda fue bella. La vida anarca, nihilista, destructiva y autodestructiva. La vida del anarca no se vive de otra manera que explotando la creación carismática, la confrontación permanente, la deconstrucción amorfa, las rupturas disonantes entre filtraciones de belleza en la fealdad y de fealdad en la belleza sintetizadas en movimientos espontáneos.
Vivir en un agotamiento destructivo es la fuerza manifiesta de quien existe por y para sí mismo. Esta destrucción apela a un espíritu transgresor, que apropiándose de sí, denuncia el olvido del ser enmarcado en un determinismo histórico, que procura este olvido en enunciados de progreso colectivo.
Ya no hay fe en la humanidad, ya no hay fe en la revolución o en el porvenir ¿por qué tener fe en todo lo que se constituye como una ficción del intelecto? ¿Por qué ansiar desesperadamente la certidumbre de un futuro inexistente? ¿Por qué confiar en la razón edificadora y dominadora para objetivar un mundo desconocido que excede el umbral del conocimiento miope? O en últimas, ¿Por qué participar de la promesa de progreso?
El miedo constituye la necesidad de explicar, de dar razón, conocer o afirmar lo conocido, para deparar un porvenir como promesa de algo mejor. Denuncio que es el miedo ante lo desconocido porque es esto lo que pone de manifiesto nuestras fuerzas destructoras, que han sido censuradas por el temor a la decadencia; desterradas al lugar de lo indómito donde deben quedar dominadas por la razón, amordazadas por la conciencia y domesticadas por la moral.
Las fuerzas destructivas son en apariencia nocivas para el hombre mismo. Sin embargo, la apariencia de una razón confiable también ha dado cuenta de procesos destructivos beligerantes y violentos, no solo con el hombre mismo, sino con todo lo que a su paso puede obstaculizar su afán dominador y objetivizante.
Por otra parte, cuando se asume la delimitación de las fuerzas destructivas, estas conducen a un ascetismo propio de quien por resignación y sacrificio renuncia a todo y puede hacerlo en virtud de dañarse y renunciar a sí mismo. En este sentido, las fuerzas destructivas no crean, no superan la resignación y la apatía del gozo, sino que son tenidas como el trasfondo de un hombre que se enajena por causas y valores ulteriores últimos, pero que no le son propios.
El anarca asume sus fuerzas destructivas y autodestructivas con altivez y orgullo. No las esconde tras el velo del asceta o del fanático, de la resignación y el sufrimiento. El anarca en un nihilismo vitalista destruye y crea. Se destruye y se recrea en una superación de la dualidad entre destrucción y creación o pasión y razón, de la que se burla mientras juegaa una resistencia pasiva contra el aceleramiento de un mundo cada vez más exigente y enajenante con él. Burlarse de la dualidad es reconocer no la unidad, sino la multiplicidad quedesconfigura la existencia al procurar el arte de vivir en la incertidumbre, de no saberse y adentrarse en el conocimiento siempre inacabado ante la incertidumbre de ser y no ser apariencia de sí.
El anarca no espera (y no esperó más) que la transformación histórica inscribiera su vida en un progreso genérico. El anarca decidió por y para sí mismo usar su vida, gozarla. Como diría algún autor atractivo para un anarca “gozar de la vida es devorarla y destruirla”, como quién viviéndola y padeciéndola en intensidades absolutas, destruyó su vida antes que entregarla a la parca razón del miedo.
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