La cantidad de gente en las manifestaciones del 21 de abril, logra un propósito grande: deteriora más la imagen presidencial. Una realidad que, analizada en imagen y opinión invita a los movimientos sociales alternativos y partidos de izquierda, así como al Presidente, a replanteamientos. Después de una Plaza de Bolívar copada en su totalidad y sin tarima para ningún orador, el 1° de Mayo próximo el presidente Petro está ante el reto de renunciar a ser orador y decir: ‘voy a ir a escucharlos’ y ‘por la noche, en síntesis, me dirijo al país’.
Y por su parte la ‘base’ debería abocar ese día la necesaria e imperiosa discusión y toma de posición sobre la postergada autonomía, el impulso a una agenda de lucha social por el cambio efectivo y la definición de un escenario de coordinación que retome el existente en las luchas del estallido social, todo ello pasado al rincón del olvido desde el mismo momento que las elecciones ungieron a Gustavo Petro como inquilino de la Casa de Nariño.
Se trató de un giro en el actuar alternativo ocurrido una vez conocido el histórico suceso de la elección de un gobernante progresista en Colombia, sin reparar siquiera un poco en el congelado alzamiento social del 2021, ni en los tres electorados que alzaron cabeza en la primera vuelta presidencial ni en el qué y cuánto diferente habría sido la lucha social de haber llegado a la presidencia Rodolfo Hernández, como tampoco, en el candado institucional que ordena lento “el cambio”, ni en los retos y el “programa mínimo” que aún tenía por delante el actor social en su lucha por una Colombia distinta; un entorno y un escenario donde el pragmatismo desmovilizador se impuso. Todos inmóviles, como en el juego infantil que grita: ¡congelado! Silencio, silencio, hecho costumbre, bajo el paraguas del “no podemos hacerle el juego al enemigo”. Un proceder que confunde a quienes salen afectados por una u otra medida que pasaron impunes a pesar de ser consideradas inconvenientes en la calle.
Ese actuar pragmático fue mucho más allá: considerar acertado todo discurso y toda propuesta procedente del Jefe de Estado, transformado este, como consecuencia lógica, además de Jefe de Estado, en único y máximo dirigente del Pacto Histórico, y en incuestionable líder, sin oídos atentos a la opinión de terceros. En otros momentos y coordenadas de la política global, el Gran Timonel: jefe de la sociedad, del partido y del ejército. Su palabra: mandato incuestionable. Nada bueno puede devenir de un proceder semejante, como puede leerse en la historia de diferentes pueblos.
No hay futuro cierto para una sociedad que deposita toda su vida en las manos de una sola persona. Incuestionable, endiosada, perfecta, es el supuesto. Y nada bueno trae semejante conformismo para el propio Presidente, pues de no blindarse y reflexionar ante semejante comportamiento terminará convencido de un poder ‘celestial’.
Como consecuencia de este proceder de los actores sociales diversas medidas tomadas por el Gobierno, que de haber sido decididas por uno de otro tinte hubieran provocado paros, bloqueos y protestas a granel, se concretaron sin crítica ni protesta alguna. Una agenda neoliberal impune. El efecto de las mismas impactó los bolsillos populares y, poco a poco fue mermando la esperanza y la confianza en el Gobierno del Cambio, abriendo cupo al desencanto. Incluso mermó el ánimo entre sectores del activismo, que silenciosos dejaron de responder a los llamados a lo conocido como “balconazos”.
Pese a esas circunstancias, a pesar de estarse presentando un distanciamiento entre el activismo de los actores sociales y las mayorías, la acallada crítica siguió primando. Las elecciones de octubre pasado –sin responder en un 100 por ciento a esa circunstancia– fue un fuerte campanazo que no despertó al gobierno, al adormilado activismo ni tampoco a la izquierda militante partidista o en colectivos.
Entre tanto, aprovechando el territorio abandonado por los actores alternativos, la oposición –entre ella la derecha más visceral–, entró en juego por copar el terreno abandonado: marchas, unas con menos concurrencia, otras con más, fueron convocadas, más o menos, cada tres o cuatro meses, y a la par de ello, sus cuestionamientos a todas las medidas tomadas en pro de las prometidas y necesarias reformas.
Como dicen por ahí: “gota a gota el vaso se llena”, a punto que aquellas fuerzas opositoras superaron el descontrol en que habían entrado cuando fueron derrotadas por el voto popular, hasta recuperar su potencia, e ir más allá, como pudo verse el pasado 21 de abril, cuando lograron sintonía y convocatoria superior a la que pudiera diagnosticarse como su propia clase.
Antes de ello, el día 20, el Presidente expresó: “Le solicitaré este Primero de Mayo a los trabajadores y trabajadoras me permitan hablar en su tribuna de la Plaza de Bolívar. […] Espero que me acompañen en todo el país”. En su solicitud recordó el reto constituyente, “[…] que es el poder del pueblo”, además de llamar a luchar por otros pendientes para los sectores populares. Una solicitud transformada en reto de mayorías una vez se vio la masividad de la jornada opositora del 21 de abril.
Recuérdese que previo a esto Gustavo Petro, como presidente, fungió como jefe del Pacto Histórico y orientó a las fuerzas que lo integran, y otras que no están en él, a conformar un solo partido. También convocó en otro momento a un proceso constituyente –una movilización social reflexiva, propositiva, actuante para hacer realidad el paquete reformista–. Dos orientaciones recibidas con toda complacencia por las fuerzas populares, pero que hasta ahora no logran concreción efectiva y con efectos evidentes que impacten a las mayorías.
Son orientaciones, y respuestas del activismo de autoconsumo, para energizar las pasivas fuerzas sociales, con propósitos enrutados hacia el 2026. Un proceder que va encasillando a los movimientos sociales en la agenda electoral, lo cual le anula todo su potencial transformador.
Estos y otros procederes que han marcado la agenda del Presidente y el actuar de los movimientos sociales son los que recuerdan que es necesario recuperar la autonomía frente al Gobierno, retomando debates, teóricos como prácticos, que le permitan a quienes coparon calles como protesta por las medidas antipopulares tomadas por gobiernos de la tradición, recuperar su legitimidad política y social, la misma que les será reclamada en caso de no continuar el progresismo al frente del país y llamar los movimientos sociales, ahora sí, a protestar ante las medidas impopulares que tome quien llegue a la Casa de Nariño.
Es una realidad que implica, como corrección inmediata, reclamarle al Presidente que el tiene diversidad de espacios y posibilidades para hablarle, no a las fuerzas populares en la Plaza de Bolívar sino a todo el país, disputando la menguada opinión pública y que, por lo tanto, la Plaza es para quienes siempre la copan durante el Día del Trabajo. Es una ocasión para celebrar, recordar y discutir el qué hacer inmediato y mediato de los actores sociales, como ya anotamos al inicio de este escrito, empezando por las centrales sindicales, en un qué hacer que seguramente implicará el apoyo crítico, o tal vez cerrero, al Gobierno. Una jornada que pasará a menos si el Jefe de Estado habla pues su palabra, como hasta ahora ha sucedido, será mandato, lo que negará, una vez más, el necesario debate sobre lo realizado por el gobierno en estos casi dos años de gestión, el actuar de los movimientos sociales, el inconformismo que se siente en la calle con la agenda prometida y hasta ahora no concretada, entre otros motivos de valoración, sin quedar al margen el 2026 que ya asoma su calenda.
Es un debate, un proceder por concretar, que además debe tomar en cuenta las experiencias de gobiernos progresistas en toda la región, que han dejado huellas negativas y positivas en este y otros aspectos, como también el legado teórico que dio base a otros procesos de cambio en épocas que ahora parecen muy lejanas pero cuyos ecos aún nos llegan.
En política la lucha es permanente, no hay que quejarse por ello; lo alcanzado hasta ahora puede perderse, y un factor que puede así propiciarlo –entre otros muchos– es la negativa a la corrección ante los errores cometidos. Es un realidad innegable. Como también lo es desconocer las enseñanzas derivadas de diversos gobiernos progresistas en la región, así como por revoluciones y procesos de cambio sucedidos en otras latitudes y épocas. Unos y otras dejaron enseñanzas sobre la necesaria e inaplazable necesidad de la autonomía de los actores sociales, así como lo inconveniente de concentrar poder en un solo dirigente, fundiendo gobierno, (Estado) y partido, y negando el accionar indispensable por quebrar el presidencialismo, al igual que el poder del Estado, un proceder que en contraposición implica potenciar poder popular por doquier. ¿Cuándo retomaremos esas enseñanzas? ¿cuándo daremos ese debate?
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