En todas y para todas las cosas de la vida, siempre hay una primera vez. Es lo que sucede con el proyecto de reforma tributaria elaborado por el actual Gobierno, en cuya confección –por primera vez– no participaron directamente los técnicos de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (Dian).
Hasta ahora la unidad de estudios económicos de la entidad realizaba los análisis que consistían en la modelación econométrica de escenarios tributarios con y sin reforma tributaria. A su vez, la Dirección (hoy) de Gestión Jurídica aportaba el acervo de conocimiento técnico jurídico con el que se le daba forma al texto de proyecto de ley.
En el actual proyecto de reforma la ausencia de estos aportes es notoria. A juicio del Representante a la Cámara Ángel Custodio Cabrera, “el texto de la reforma inicialmente radicada el Congresos mostraba fallos en la redacción de los artículos”. Una deficiencia menor, si se la compara con la evidente ausencia de datos o información confiable con la cual el Gobierno ha pretendido apoyar la sustentación técnica de la propuesta de reforma radicada ante el Congreso.
Deficiencia mayor. Pero más lo es –incluso inédito– que el director de la Dirección de Impuestos de un país, como lo es el señor Juan Ricardo Ortega, reconozca, de manera cínica y sin vergüenza alguna, que a la hora de sustentar el proyecto de reforma tributaria, carece de estudios técnicos que la soporten pues le da “mamera” hacer ese tipo de análisis.
Ortega no se sonroja. El director de la Dian no le vio problema en responderle con su verdad, muestra del sentido de la responsabilidad política y civil que en el manejo de la política tributaria y la Dian tiene el alto funcionario de la administración Santos: “No le puedo dar un estudio. El tiempo que requiere hacer un estudio técnico de esos, es enorme. Yo tengo muy poquito tiempo (…) como a mi me da “mamera” hacer esa modulación porque es muy compleja (…)”.
Como quien dice, el director de la Dian no sólo se come a cuento a los parlamentarios –por los que ha mostrado en repetidas oportunidades su sentimiento de aversión–, sino que, al parecer, ha engañado al ministro Mauricio Cárdenas, su jefe. De paso, muestra su talante de “niño bien” para el que la clase social es un valor moral.
Sin duda, la actitud del señor Ortega, que no es nueva, raya con la irresponsabilidad política, y ese acto, que repite en privado, es un agravio que merece, por lo menos. un llamado de atención pública por parte del presidente Santos. Pero en el alto Gobierno, ya se sabe, entre unos y otros, se cubren.
No es para menos. En estos momentos el país demanda que los funcionarios del Estado posean, en especial aquellos que tienen a su cargo importantes responsabilidades, además de formación técnica, real compromiso con el país, madures, respeto por la diferencia y sensatez. Características de las que precisamente adolece el actual director de la Dian. Porque, permítannos decirlo: la respuesta que dio el alto funcionario no fue menos que penosa y grosera. Luego, para colmo de males, los estudiantes del Sena y las trabajadoras del Icbf salieron a deberle (al aludir a la grabación donde quedó soportado su cinismo): “A mí me engañaron grabando una reunión en la cual yo estaba tratando de hacer pensar a unos muchachos, un poco agresivos, que para hacerlos pensar traté de plantear escenarios ridículos para poderlos llevar a una reflexión de un tema muy difícil”.
Al señor Ortega le acomoda la frase aquella con la que el rey Juan Carlos increpó a Chávez: “porqué no te callas”.
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