En época preelectoral el peor castigo para un político es la abstención. Por esta razón, tirios y troyanos coinciden en el llamado a votar. Ya elegidos, por otra parte, el peor temor para los políticos es la posibilidad de su revocatoria.
En vísperas de procesos electorales vale la pena echar una mirada desprevenida a los candidatos presidenciales y los partidos. Sin ánimo ideológico, sin afán belicoso. Pura descripción fenomenológica.
El presidente Santos se lanza a la reelección con cuatros aspectos centrales: a) un primer gobierno de improvisación, promesas incumplidas, muchos deseos personales de entrar, él, a la historia, y dádivas de millones, literalmente, para un Congreso corrupto; b) de manera puntual la locomotora de la innovación jamás arrancó, le dio Colciencias a los políticos (específicamente al Partido Verde), algo que jamás había sucedido, y es un total desconocedor de políticas de ciencia y tecnología; c) las dos grandes apuestas de Santos son el buen resultado de las negociaciones de La Habana y la consiguiente firma de la paz, y el ingreso de Colombia a la OCDE. Lo primero es factible pero no depende enteramente de él; y lo segundo es improbable en el futuro inmediato y tampoco depende de él; d) los propios analistas oficiales lo han mencionado: Santos es la mejor opción a falta de algo mejor. Análogamente a lo que dijera López Michelsen con respecto al entonces candidato y posterior presidente V. Barco Vargas.
Santos se encuentra lejos de ser un presidente liberal, a diferencia de su antepasado liberal Eduardo Santos M. (1938–1942), algo que ha quedado suficientemente ilustrado a lo largo de cuatro años de gobierno. Objetivamente Santos representa al centro–derecha.
Otro candidato es Oscar Iván Zuluaga, mal–elegido en una convención llena de escándalos y triquiñuelas; esto es fraude y corrupción, como lo puso en evidencia el diario El Espectador a partir de los chats de María Angélica Cuéllar. Zuluaga, literalmente la ficha del guerrerismo, opuesto a las negociaciones de la paz, un personaje oscuro que sería algo así como marioneta del expresidente que lo eligió en la convención. Tiene muy baja favorabilidad como candidato presidencial y representa a la extrema–derecha.
Y el resto, es lo que eufemísticamente se ha llamado “la tercería”, que oscila entre opciones liberales y de centro–izquierda hasta de izquierda. Como también ha sido puesto de manifiesto por numerosos analistas, por primera vez en la historia, la izquierda (“tercería”) podría llegar a la segunda vuelta y convertirse en una opción verdadera de gobierno. Pero no solamente cada día salen más candidatos sino que, peor aún, de manera torpe, una vez más estará dividida por personalismos y fundamentalismos ideológicos. A pesar de sanos llamados a la unidad, como los hechos por el representante Iván Cepeda, o por el analista León Valencia.
Todo esto en un país en el que históricamente, el abstencionismo ha rondado alrededor del 50%.
Pues bien, en aras de un sano espíritu democrático, hay que decir que la opción de Santos es insatisfactoria. Nada ni nadie nos obliga en la vida a tener que tomar una mala decisión simplemente porque es la menos mala. La elección por el candidato del partido Centro Democrático es du déjà–vu: una versión deformada de los ochos años que representaron el gobierno de Uribe. Tampoco es, por tanto, una opción racional ni moral.
Y la eterna división de la izquierda merece una sanción social, por incapaces y miopes. Votar por la izquierda es, lo mismo que en muchas otras ocasiones, un voto simbólico. Y de simbolismos no está hecha la política.
El promedio histórico de abstencionismo ha sido el resultado de una postura eminentemente individualista y personalista por parte de los colombianos. Que, claro, si se pudiera organizar políticamente, por ejemplo, a través de las redes, podría convertirse en un mensaje claro y directo para el sistema político y el régimen político. De manera puntual, para denunciar un inconformismo activo frente a la mediocridad de propuestas electorales para la presidencia de la república.
En consecuencia, quedan dos opciones: una, votar en blanco, y la otra emprender una campaña activa por los diversos medios, de abstencionismo activo. Consideremos esto por partes:
Votar en blanco implica un hecho: tener que salir, muchas veces haciendo cola y lloviendo, a tener que votar, con la consecuencia de que históricamente el voto en blanco ha sido ampliamente minoritario.
Y abstenerse implica una buena posibilidad de castigo a los partidos políticos, a los candidatos, y a la misma política marrullera de toda la vida.
Quisiera entonces considerar una opción intermedia. Y es que, dado que las elecciones presidenciales coinciden con las elecciones al Congreso, bien podemos votar por un candidato al Senado o a la Cámara, en donde sí hay opciones válidas por el valor individual de varios candidatos (en otro texto tendremos la ocasión de volver sobre este punto), y a la presidencia, votar en blanco o abstenernos. Pero dado el temor que tienen los políticos a la abstención, propongo justamente abstención al resto de las votaciones.
Al fin y al cabo, cabe una pregunta: ¿por qué si tantos de los males de la sociedad colombiana son culpa, por acción o por omisión, de los políticos y sus partidos, no sancionarlos social, ética y políticamente con su propia medicina? No estamos obligados a votar con la teoría medieval del mal necesario, o del mal menor. Pues eso no garantiza en absoluto una buena, sana, y alegre elección.
Los políticos han evidenciado desde siempre el temor a la abstención. La pregunta entonces es: ¿por qué no activar colectivamente la abstención dada la torpeza de unos, y las mentiras, fraudes y egoísmos de otros?
Según las encuestas, hasta la fecha los indecisos rondan el 30%, aparte del histórico 50% de abstencionismo. Por primera vez, una abstención contundente sería un mensaje claro y directo de escepticismo e inteligencia, al mismo tiempo.
Con el reconocimiento explícito de que si así fueran las cosas, bien podrían los partidos ponerse de acuerdo en imponer el voto obligatorio, como ya sucede en otros países de América Latina. Una salida artificiosa y formalista que no ocultaría los aprendizajes que la sociedad civil viene haciendo sobre la historia y el presente. Como quiera que sea, estamos ante una buena oportunidad.
Domingo, 08 Diciembre 2013 19:00
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