Los datos indican que comienza un nuevo ciclo de expansión de la economía de Estados Unidos. Incluso hay previsiones de que podría llegar a una tasa de crecimiento del orden de 4 por ciento anual con las medidas económicas que propone el presidente electo Donald Trump. Esta es una tasa muy por encima del promedio de 2.5 por ciento de los últimos 10 años.
Si así fuese ese crecimiento tendría, según ha planteado expresamente Trump, un carácter muy distinto al de las décadas anteriores, que desde los años 1980 se caracterizaron por el fuerte impulso de la apertura constante de los mercados: el comercio, las inversiones, en algunos casos el movimiento de personas y la ampliación general de la economía global.
En efecto, lo que se estaría fraguando en la política económica del nuevo gobierno que va a empezar en unas tres semanas es una expansión hacia adentro, es decir, privilegiando la producción y el empleo internos y la restricción de los intercambios de mercancías y el flujo de los capitales con otros países.
En ese esquema se incluirían, asimismo, las previstas limitaciones en materia de inmigración, con lo cual se incidiría también en la conformación del mercado laboral. Y esto en un entorno en el que se ha mermado la capacidad de los sindicatos, en el que se debate el nivel que debe tener el salario mínimo y la nueva estructura de los impuestos. Es difícil predecir la reacción social frente a estos cambios y, en particular, la de los trabajadores con distintos niveles de ingresos. Trump parece apostar por una mayor cantidad de empleo como atractivo de su política de crecimiento.
El entorno global será redefinido por el nuevo gobierno, según se puede apreciar por los nombramientos propuestos en las relevantes áreas de la nueva administración: comercio, finanzas, regulación, trabajo, energía y medio ambiente.
En este esquema la economía estadunidense no va a funcionar expresamente como una locomotora de la producción a escala internacional a partir de la demanda de productos intermedios y finales desde otras partes. Con ello se obligaría a un nuevo acomodo de la actividad productiva, del empleo de la fuerza de trabajo y del financiamiento a escala ya sea nacional o regional.
En el caso de Europa la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea ya está provocando ese reacomodo, pero habrán de crearse nuevos arreglos para compensar los cambios en los flujos de mercancías y de capitales y las políticas tributarias y de gasto público, así como del tipo de cambio de Estados Unidos.
China deberá adaptar de un modo mucho más profundo las distorsiones internas en materia de la asignación de los recursos para la producción, la creación de empleos e ingresos de su creciente población, el desarrollo regional, la regulación ambiental y, especialmente, la gestión de la política monetaria y de crédito, así como la fijación del valor del renminbi. La subvaluación de la moneda ha sido una estrategia comercial clave para China y muy cuestionada por Trump. Japón y Corea tienen también una relación estrecha de comercio e inversiones con Estados Unidos y tendrán que ajustarse.
En las semanas anteriores el efecto Trump ha provocado un alza en las expectativas sobre el crecimiento de la economía estadunidense. Esto se ha expresado en el auge del mercado de valores, el incremento de las tasas de interés por la Reserva Federal y una apreciación del dólar con respecto a otras monedas clave en los mercados internacionales, como la libra esterlina, el euro y el yen.
Estos son indicios del nuevo ciclo expansivo, luego de una década de lento crecimiento. Por ahora sigue existiendo una fuerte demanda de dólares por los mayores rendimientos que dan los títulos emitidos en esa moneda y también por un efecto de protección de valor frente a otras monedas. Las distorsiones productivas, financieras y monetarias de este nuevo ciclo van a marcar su carácter en cuanto al nivel posible de expansión de la actividad económica, la asignación de las corrientes de inversión, la distribución regional de crecimiento y su duración.
El ajuste que estas condiciones exigirá a la economía de México será de gran calado y no puede hacerse únicamente en un contexto bilateral con Estados Unidos, donde hay animadversión del nuevo gobierno. Un nuevo orden entre la dinámica interna y las relaciones externas será determinante y exige ser muy bien concebido y operado políticamente. Ahora ya no hay business as usual.
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