La expansión de plantaciones de palma de aceite (Elaeis guineensis) desde el sudeste asiático hasta inmensas regiones de África es una de las causas más poderosas de destrucción de bosques tropicales en el mundo. Cada año miles de hectáreas de bosque son convertidas a la producción de palma. Biólogos y ecólogos tienen razón en estar preocupados y en clamar por un cambio en este proceso. Pero algo falta en su análisis.
Normalmente se proponen cambios en dos vertientes. Por un lado se sugiere la necesidad de detener o aminorar el crecimiento económico, como si se tratara de una manía, una moda o una obsesión. Por el otro, se exhorta a reducir el impacto sobre la biodiversidad a través de mejores prácticas de manejo de recursos, mejores tecnologías o por medio de mayores niveles de reciclaje y manejo de desechos. ¿Será ésta la solución a largo plazo?
Hoy sabemos que ni el cambio tecnológico, ni los diferentes esquemas de regulación y certificación, han frenado la destrucción de biodiversidad. Por ejemplo, en 2001 se estableció un régimen de regulación para la producción de palma de aceite: la Mesa redonda para la palma de aceite sustentable (RSPO) que tenía por objeto fijar lineamientos técnicos para la producción sustentable de palma. Entre las empresas que acordaron seguir estos principios se encuentran Nestlé, Unilever, Cadbury, Cargill y Archer Daniels (empresas responsables de 45 por ciento del comercio mundial de aceite de palma). ¿Qué tanto han cambiado las cosas?
La respuesta: no mucho. Hoy en día la expansión de plantaciones mantiene su vínculo con la deforestación y no sólo concierne los países productores más importantes del sudeste asiático (Indonesia y Malasia), sino que abarca países clave en África (Camerún, Gabón y la República Democrática del Congo).
Cargill afirma que el crecimiento de su producción de palma de aceite es para alimentar a una población mundial en continuo crecimiento. Pero la realidad es otra: Cargill o Nestlé están en el negocio no para alimentar a nadie, sino para generar ganancias. Y eso nos lleva al tema del crecimiento.
La visión que ve en el crecimiento una especie de obsesión ignora que la expansión de la ley de la mercancía capitalista es consubstancial al capitalismo. Y si algún día la biología molecular descubre el código genético del capital, encontrará la palabra Crecimiento deletreada a todo lo largo de la doble hélice del capitalismo.
Para aclarar esto imaginemos una sociedad en la que los medios de producción pertenecen a toda la sociedad en su conjunto. Aquí los medios de producción serían como una res communis del antiguo derecho romano, una cosa sujeta a un régimen de propiedad común (distinto de una res nullius que no pertenece a nadie). Bajo esas condiciones no habría competencia entre los diferentes componentes de la sociedad porque nadie estaría motivado a invadir la parcela del vecino. En sentido estricto, en este esquema no habría capital, ni asalariados. Habría un mercado, pero no sería un espacio para convertir en ganancias las mercancías vendidas. Las decisiones sobre qué y cuánto producir serían adoptadas colectivamente. El crecimiento estaría impulsado exclusivamente por la expansión demográfica y por las decisiones de la comunidad.
Ahora imaginemos una sociedad en la que los medios de producción están en manos privadas. La situación es radicalmente distinta. La única manera en que este supuesto tiene sentido es si añadimos dos ingredientes adicionales: cada productor produce para el mercado y es necesario que exista una relación social entre asalariados y dueños de los medios de producción. Claro, estamos hablando ya del capitalismo y por la forma en que hemos construido este ejemplo, las decisiones sobre qué y cuánto producir son tomadas por cada propietario individual (de medios de producción). La permanencia en el mercado de cada productor depende del éxito o fracaso en la lucha con otros dueños de medios de producción. La competencia intercapitalista es el motor de crecimiento del sistema. En las palabras de Marx, el capital sólo puede existir como esferas privadas de acumulación. Por eso decimos, el crecimiento está inscrito en el DNA del capitalismo.
Si una esfera privada de acumulación de capital deja de crecer, perderá su mercado y dejará de existir. Es indispensable entender lo anterior para comprender que ni Cargill, ni Shell, ni Nestlé o Toyota pueden abandonar sus planes de expansión sin fin. Si lo hacen, estarían aceptando su desaparición como esferas privadas de acumulación. La destrucción de la cuenca del Congo o de los bosques en Borneo es algo que les tiene sin cuidado, pero no porque sean unos desalmados (aunque en muchos casos sí lo son) sino porque su código genético está marcado por la acumulación. En consecuencia, frenar la destrucción de la biosfera por el capital pasa por transformar radicalmente la forma de organizar la producción y el consumo. ¿Podremos lograrlo antes de que se destruya la biosfera? Tenemos algo de tiempo, pero no mucho.
Twitter: @anadaloficial
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