Si algo tienen en común los muchos atentados contra presidentes y candidatos en Estados Unidos es que todos son atribuidos a lobos solitarios, están envueltos de un velo de conspiración y pocos se aclaran. No es extraño, considerando que desde hace más de un siglo se trata de una de las potencias hegemónicas, representada por una democracia política, gobernada por una dictadura económica y tutelada por organismos y agencias ultrasecretas, desde las privadas cofradías financieras hasta las mafias gubernamentales como la CIA y la NSA, siempre más allá de las leyes e inmunes a cualquier control popular.
Por no entrar en el terreno más obvio de una cultura paranoica de las armas de fuego donde, desde hace tres días y en cinco estados conservadores, se pueden comprar balas en máquinas dispensadoras si su inteligencia artificial detecta que el pistolero es mayor de 21 años. Como si los criminales fuesen todos menores de edad. Un país donde la mayor proporción de armas por habitantes se da en aquellos estados y condados donde había mayor proporción de esclavos.
Cuatro presidentes fueron asesinados en funciones: Lincoln, Garfield, McKinley y Kennedy. Muchos sufrieron atentados fallidos, como Theodore Roosevelt quien, al igual que Trump, en 1912 intentaba volver a la Casa Blanca y el maso de cincuenta hojas dobladas de su discurso evitó que una bala le atravesara un órgano vital. Teo continuó con su discurso, con el plomo dentro de su masculinoso cuerpo.
En otros casos, los francotiradores fallaron o las conspiraciones fueron desarticuladas a tiempo. Tres años después del atentado contra Ronald Reagan, en octubre de 1984 el asistente de la Misión de Cuba en la ONU, Néstor García Iturbe, le informó al jefe de seguridad de la delegación de Estados Unidos, Robert Muller, de un plan para matar al presidente en Carolina del Norte. Días después, Muller llamó a García para invitarlo a almorzar, con la noticia de que el servicio de seguridad del presidente había detenido a los conspiradores. El espionaje cubano en Miami había evitado algunos de los múltiples atentados terroristas contra la isla, obra de los exiliados empleados por la CIA y por otros grupos terroristas de Miami desatados del control de la Agencia. La efectividad del servicio secreto de Cuba preocupó a Washington, razón por la cual ni Reagan ni los presidentes posteriores retribuyeron este favor sino todo lo contrario, permitiendo que los grupos terroristas que “luchaban por la libertad” se reorganizaran y, cuando fueron condenados por su afición a los explosivos C4, fueron perdonados por las autoridades políticas de turno o se fugaron hacia alguna dictadura amiga (tema de mi último libro, desde hace meses en el largo purgatorio de los editores).
En otros casos, los asesinados fueron líderes sociales, como Martin Luther King, Malcolm X y Robert Kennedy. Todos siguieron el mismo patrón del asesinato de John Kennedy: un pistolero aparentemente solitario, en lo posible un miembro de algún grupo que sirva de distracción o de propaganda contra un adversario ideológico, asesino asesinado a su vez por algún patriota, todo con la extraña y sistemática ineficiencia de la policía y de los servicios secretos más poderosos del mundo. Este patrón se aplicó en otros asesinatos de la CIA alrededor del mundo, y fue filtrado sin querer en las memorias de algunos agentes, como fue el caso del fallido atentado contra Fidel Castro en Chile, uno entre 638 intentos.
La consistencia del patrón abona las teorías conspiratorias. Unas pocas se prueban con el tiempo. No pocas son ruido conspiratorio para desprestigiar a las teorías sobre las conspiraciones reales. Unas muchas permanecerán sin probar, no por falta de pruebas sino por falta de desclasificación de documentos. Luego sobrarán los indicios, como ahora el video que muestra a dos francotiradores de la guardia de Trump apuntando al asesino y disparando solo cuando el joven de veinte años afiliado al partido Republicano comenzó a disparar con el rifle de su padre.
Queda lo más importante y lo más difícil de probar. Queda desentrañar la motivación detrás del “lobo solitario”.
Por un lado, el incidente funcionará como ocurrió con el atentado contra el candidato brasileño Jair Bolsonaro en 2018. Trump se convertirá en un mártir vivo ante los ojos de sus seguidores. Más considerando que tanto muchos seguidores de Trump, como los de Bolsonaro, se mueven básicamente por impulsos de fe. Si las evidencias los contradicen, peor para las evidencias. ¿Qué mejor prueba de fe que sostener un imposible? Un milagro que se pueda explicar no es tal. Como en las historias medievales, Trump se convertirá en el caballero de la cicatriz, en el cruzado matamoros que exageraba sus matanzas de infieles y hasta se cortaba la cara a sí mismo para exhibir las pruebas de su valentía. Sobrevivir a la batalla no hace al caballero ni santo ni mártir. Lo hace un héroe, un semidios elegido por Zeus o por la divinidad protestante.
Por otro lado, es lícito verlo desde un punto de vista del poder simple y puro, es decir, del poder económico, financiero y militar. Desde ahí es necesario preguntarse (1) si este poder quería un mártir o un héroe de su mayor aliado, la derecha política, o (2) si el hombre concreto, Trump, había dado alguna señal que tocó sus intereses.
Como debemos descartar que algún candidato pueda cuestionar el poder real de las sectas capitalistas que controlan el poder, habrá que revisar la diferencia entre los dos candidatos aprobados por estas sectas. Por el momento, lo único que veo es una aparente contradicción: mientras Trump es el candidato de los millonarios, por el otro ha dado señales de querer tocar la estructura de la OTAN de la misma forma que lo hizo John Kennedy cuando intentó disolver la CIA. La paradoja consiste en que la estructura de la OTAN es parte de los intereses financieros de las mayores corporaciones estadounidenses. Todo lo que nos recuerda que aún más allá de los supermillonarios que se benefician de la dictadura económica, se encuentra un poder aún mayor y aún más oscuro que opera como mafia global: el poder internacional de los creadores del dinero, los promotores de las guerras de todo tipo, en especial las tres más importantes del actual terremoto geopolítico: Ucrania, Palestina y Taiwán. Dos de las tres ya están en curso.
Imposible ignorar otra coincidencia: este atentado sirvió para una nueva “cobertura mediática” (del verbo cubrir, encubrir) de la brutalidad decidida para ese mismo día, 13 de julio, en Gaza. Ese día, cien personas murieron misteriosamente en el campo de refugiados de la ONU en Al-Mawasi por una lluvia de bombas. En ese mismo campamento de refugiados, otras decenas de personas murieron el 28 de mayo y otras decenas más el 21 de junio, por las mismas misteriosas razones.
Naturalmente, la prensa apenas informó de estos misterios, a pesar de que fue realizado con armas y municiones estadounidenses. El mundo se conmocionó por una bala que le rozó la oreja a Trump y pudo haberlo matado. Porque unos son seres humanos VIP y otros números y variables de una ecuación.
16/07/2024
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