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El retorno de los mercenarios

El retorno de los mercenarios

El Estado-nación ya no monopoliza el uso de la fuerza ni pretende ser el proveedor de servicios sociales y asistencia humanitaria. El ejercicio de la violencia y de la benevolencia se privatiza con alianzas coyunturales de mercenarios y organizaciones no gubernamentales.

En 2000 la actriz estadounidense Mia Farrow, distinguida con numerosos honores por su militancia humanitaria en África, fue designada embajadora de buena voluntad del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Ocho años más tarde, frustrada por la incapacidad de la llamada “comunidad internacional” para detener el genocidio en Darfur, Farrow se puso en contacto con la firma de mercenarios Blackwater para una intervención humanitaria.

“Blackwater tiene una idea mucho más clara que los gobiernos occidentales de qué es una misión de paz efectiva”, declaró Farrow a la cadena Abc News.

Apenas unos meses antes de la gestión de la actriz, Blackwater había ganado notoriedad internacional después de que un grupo de sus empleados matara a 17 personas e hiriera a 20 en un confuso incidente en la plaza Nisur, de Bagdad. En 2005 Blackwater envió 200 empleados al área afectada por el huracán Katrina para “confrontar a los criminales” en los barrios damnificados.

Blackwater, fundada en 1997 por Erik Prince, un ex oficial de las fuerzas especiales de la marina, los famosos Seal, pasó a llamarse Xe Services en 2009, y en 2011 cambió de nombre a Academi, después de ser adquirida por un grupo de inversionistas privados.

Que Farrow buscara contratar a Blackwater no fue un hecho extraordinario: numerosas Ong han recurrido en las últimas dos décadas y media a los servicios de empresas militares privadas, Private Military Companies (Pmc), o empresas de seguridad privadas, Private Security Companies (Psc). La mayoría de estos contratos de protección se mantiene casi secreta porque las Ong los consideran un mal necesario que mancilla su imagen.

Una excepción es Armour Group International, una Psc británica cuya lista de clientes es pública e incluye agencias de las Naciones Unidas, la Oficina Humanitaria de la Comunidad Europea (Echo), la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (Usaid), el Departamento Británico para el Desarrollo Internacional (Dfid), el Comité Internacional de la Cruz Roja, el Comité Internacional de Socorro, la laica Care y la católica Caritas. La Ong evangélica Worldvision y la irlandesa Goal también han recurrido a los servicios de Pmc como Control Risks Group, Global Risk Strategies, Eryns, Hart Security, Kroll, Lifeguard, Mpri, Olive, Ronco, Triple Canopy y Southern Cross.

“Mi organización, una Ong pequeña que trabajaba para fortalecer la sociedad civil en Irak, no era una excepción”, señaló Corey Levine, una consultora canadiense en derechos humanos que fue contratada por Usaid. “Aproximadamente el 40 por ciento de nuestro presupuesto de unos 60 millones de dólares fue destinado a proteger a los 15 empleados internacionales. Nuestra compañía de seguridad era sudafricana”(www.counterpunch.org, 26-VIII-2010).

VOLVER AL FUTURO.

La colaboración entre profesionales de la guerra y vocacionales de la caridad es una realidad consolidada en un proceso que numerosos autores, por décadas ya, pronosticaron como una nueva Edad Media.

En 1924, el ruso exiliado Nicolái Berdiaáyev publicó su libro Un nouveau Moyen Âge. Réflexions sur les déstinées de la Russie et de l’Europe, y en 1973 el italiano Umberto Eco su ensayo Documenti su Il nuovo medioevo. Del asunto también se han ocupado otros, como el geógrafo Giuseppe Sacco, el historiador Furio Colombo, el sociólogo Roberto Vacca y el filósofo José Ángel Livraga Rizzi.

Para algunos el neomedievalismo significa caos y el triunfo de los bárbaros, como puede verse en los escritos de Leo Gross, Francis Wormuth, Arnold Wolfers, Martin van Crevel, Robert Kaplan y, especialmente, el francés Alain Minc, quien produjo sus conclusiones observando los conflictos bélicos en los Balcanes en la década de 1990.

Otros estudiosos, como Philip Cerny, Mark Duffield, Stephen Kobrin, Jörg Friedrichs Andrew Gamble y Gregory O’Hayon, opinan que la nueva Edad Media representa la alternativa al sistema de Estado-nación que emergió primero en Europa tras la Guerra de los 30 Años (1618-1648).

La historia tiene ejemplos de transiciones similares, a las que la humanidad sobrevivió. En el momento de su apogeo, la Grecia clásica se sumió en una guerra de casi tres décadas que pronto derivó en masacres, torturas, bandidaje, coaliciones tan fluidas como las traiciones y el fin del imperio ateniense.

La lenta disgregación del imperio romano fue seguida por siglos de geografía política fragmentada, con una multiplicidad de poderes con jurisdicciones superpuestas. En un sistema político y económico que duró casi ocho siglos, la Iglesia ejercía en diferentes grados su autoridad sobre reinos y feudos, y las órdenes militares congregaban a caballeros guerreros de distintas nacionalidades.

El proceso de centralización monárquica y unidad ideológica en la Europa católica estalló con la Reforma, con la multiplicación de órdenes religiosas que tenían diversos grados de subordinación o insubordinación al papa. Y también con el surgimiento de la banca internacional y las grandes casas mercantiles, cuyas operaciones atravesaban reinados y feudos.

Esto condujo a guerras dinásticas, guerras por adquisiciones coloniales, y guerras religiosas con el florecimiento de los ejércitos privados, condotieros, soldados profesionales que se contrataban al servicio de tal o cual ciudad, señor feudal, rey o papa. A falta de pagos, los mercenarios saqueaban ciudades y aldeas o combatían entre sí.

NACE EL ESTADO.

Es a esta ausencia de poder centralizado que dio respuesta la paz de Westfalia. Se reconoció la soberanía sobre un territorio y al rey como fuente de autoridad investida con el monopolio del uso de la fuerza, la defensa de las fronteras y la aplicación de las leyes.

El término “mercenario” adquirió connotación criminal, y las nuevas naciones se especializaron en hacer la guerra con enormes ejércitos sujetos al mando de los gobernantes. La revolución independentista de Estados Unidos y la revolución francesa incorporaron la novedad de trasladar la fuente de soberanía a esa entidad llamada “pueblo”, lo cual permitió la movilización nacional, la levée en masse, y las guerras por patriotismo típicas de los siglos XIX y XX.

Este es el orden internacional que empezó a caducar tras el final de la Guerra Fría. Las grandes potencias –y las medianas también– redujeron el contingente de sus fuerzas armadas, dejando a cientos de miles de soldados desempleados.

La incesante batalla de la derecha contra el Estado redujo en buena parte del mundo la autoridad de aquél en el ámbito de la economía, y su capacidad para mantener la infraestructura y el orden público. La responsabilidad por la seguridad urbana se ha ido transfiriendo a guardias privados, la protección de los ricos y los famosos se encarga a guardaespaldas, la custodia de convoyes en zonas de guerra está a cargo de contratistas privados.

CONTRATISTAS.

Cuando en 1978 este periodista llegó a Venezuela le sorprendió la ubicuidad de los “guachimanes” (del inglés watch man, vigilante) armados y apostados en los centros comerciales, los bancos y las garitas a la entrada de residencias rodeadas de rejas. Procedente de un sur donde el Estado mantenía celosamente su monopolio del ejercicio de la fuerza, esa privatización de la función policial lucía chocante.

Cuatro décadas después las policías privadas –bien uniformadas y mal pagadas– están por todas partes en cualquier país, y los mercenarios de hoy se llaman contratistas. Sus funciones varían desde la mera vigilancia estática de edificios o instalaciones industriales hasta la protección de funcionarios y empresarios en movimiento, y desde la instrucción a ejércitos nacientes hasta la ejecución de campañas militares.
Estados Unidos, el país con la fuerza militar más poderosa del mundo, es también el mayor cliente de las Pmc y las Psc. Según el Servicio de Investigación del Congreso, durante la Segunda Guerra Mundial aproximadamente el 10 por ciento de las fuerzas armadas del país lo componían contratistas privados, pero durante las guerras en Irak y Afganistán la proporción ha subido al 50 por ciento.

En julio pasado el gobierno del presidente Donald Trump convocó a Prince, el fundador de Blackwater, y a Stephen Feinberg, dueño de Dyna Corp International –la empresa que creó el nuevo ejército de Liberia–, para que elaboraran estrategias militares alternativas en Oriente Medio, apoyadas primordialmente en fuerzas mercenarias.

La firma Private Security Monitor, que analiza esta “industria”, indica que hacia 2009 había en zonas de guerra un contratista privado por cada soldado regular. Esa proporción ha subido a tres por uno. En 2014 el 64 por ciento de todas las bajas estadounidenses en Afganistán correspondió a contratistas privados (50 soldados regulares y 101 contratistas muertos).

Los contratistas privados no están sujetos a, ni protegidos, por las convenciones internacionales de guerra –un legado obsoleto de la paz de Westfalia–, ni reciben los honores que se adjudican a los soldados regulares cuando retornan en un ataúd.

CÓDIGO DE CONDUCTA.

En 2015 el Departamento de Defensa estadounidense gastó un monto de 274.000 millones de dólares en contratistas privados, lo que equivale al 7 por ciento de todo el gasto federal. Pero el negocio no se limita a Estados Unidos. Las Pmc y las Psc son empresas trasnacionales, con una fuerza laboral internacional, oficinas en diversos países, y sus propias reglas de conducta.

La Asociación del Código Internacional de Conducta para Proveedores de Servicios de Seguridad Privada (Icoca), que cuenta entre sus miembros a los gobiernos de Australia, Canadá, Noruega, Suecia, Suiza, Reino Unido y Estados Unidos, lista también entre sus miembros a empresas de seguridad privada de Estados Unidos, Irak, Singapur, Francia, Holanda, Chipre, Seychelles, China, Guatemala, Reino Unido, Polonia, Paquistán, Finlandia, Emiratos Árabes Unidos, Trinidad y Tobago, Colombia, Ghana, Nigeria, Sri Lanka, Palestina, Somalia, India, Haití, Mauricio, Suecia, Malta, España, Perú, Hong Kong, Egipto, Italia, Georgia y Turquía.

El código de conducta de Icoca y sus miembros, que incluyen “organizaciones de la sociedad civil”, está disponible para todo el mundo en nueve idiomas (www.icoca.ch/en/the_icoc).

Rusia no está en la lista, pero ha usado combatientes sin bandera ni insignias para su expansión en Ucrania. El parlamento ruso discute actualmente un proyecto de ley para regular a las Pmc después de que un ataque aéreo estadounidense en Siria mató a un número indefinido de “contratistas militares” rusos.

Durante la última década, tanto gobiernos como empresas internacionales recurrieron a Pmc y Psc para combatir a los piratas que pululaban en el Golfo de Adén y el noroeste del océano Índico, operando desde las costas de Somalia, un ejemplo sobresaliente del colapso del Estado-nación y el retorno al medievalismo.

LA WEB. Internet es uno de los instrumentos que dan a las Pmc una ventaja enorme sobre las fuerzas militares convencionales, porque les permite movilizar rápidamente un contingente, desplazarlo al área de conflicto, y desmovilizarlo una vez terminada la misión. Cualquier persona en el mundo a quien le interese una carrera como mercenario encontrará vacantes en la web. La experiencia laboral en grupos paramilitares, guerrillas y misiones internacionales de paz es altamente cotizada.

Los contratistas privados poco hablan de sus sueldos, porque sus clientes incluyen entidades como la Cia, pero según un informe de Cnn, las remuneraciones van de los 15 mil a los 22.500 dólares por mes. En el Ejército de Estados Unidos un soldado raso gana 1.468 dólares por mes, y un capitán percibe 4.952 dólares mensuales.

La eclosión de los contingentes militares privados es la consecuencia de la obsolescencia del Estado-nación y un síntoma de que no alcanzó su condición totalitaria en la era de la globalización. “Tenemos que aprender a vivir aun a través de las deficiencias que ya va planeando la sociedad medieval”, escribió el escritor, filósofo y educador argentino Jorge Ángel Livraga Rizzi. Una de las posibles soluciones, según Livraga, es la creación de módulos de supervivencia. “Cada cual tiene que tratar, en lo posible, de rescatar todo aquello que sea válido para sí y para los demás.”

Por su parte, la antropóloga María Dolores Fernández Figares-Romero de la Cruz, directora académica de la Escuela Superior de Comunicación de Granada, opina que “ante una imagen histórica como es la de la nueva Edad Media, lo único que cabe también es una actitud y una imagen histórica que impliquen una forma de comportamiento que sea la de ese hombre neomedieval que va buscando las semillas salvadoras (…). Aprender a vivir (…)en una sociedad donde hay deficiencias: ser capaz de anticipar la posibilidad de un fallo eléctrico sin que esto nos desestabilice, la posibilidad de una escasez de combustible, de una carestía de alimentos, de una inseguridad cada vez mayor, sin que ninguna de estas deficiencias del sistema nos limite a nivel psicológico” (revista Esfinge, 2-IX-09).

Información adicional

Autor/a: Jorge A. Bañales
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Fuente: Brecha

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