La profunda crisis económica, política y social que atraviesa Venezuela ha ocasionado un fenómeno nuevo para el país: la emigración masiva. Como nunca antes en la historia contemporánea, estamos viviendo el éxodo de venezolanos. Apenas, pero de manera acelerada, se comienza a percibir un cambio cultural para una población acostumbrada a recibir a los inmigrantes que buscaban la prosperidad en un país petrolero, caribeño y con habitantes a los que les sobra la simpatía y que hoy deja atrás su terruño huyendo de la desesperanza.
Primero, salieron los que tenían mayores ingresos y jóvenes profesionales; luego, la situación económica, el desabastecimiento de alimentos y medicinas y la sensación de ahogo político por el recorte de las libertades democráticas han empujado a los sectores más populares a salir del país. “Es como si nos corrieran de nuestra propia casa”.
Esta semana nuestro producto “En Foco” del Centro de Estudios de la Realidad Latinoamericana (CER Latinoamericana) trata el tema: “Emigración obligatoria e impuesta en Venezuela”. En este grupo focal se entrevista a cinco personas que oscilan entre 19 y 51 años de edad. Los participantes fueron cuatro presenciales y un participante vía on line.
Los más jóvenes
Yunesky Carrero nos comenta: “Tengo 19 años, estaba estudiando Contaduría Pública abandoné la carrera porque apenas voy por el primer semestre y me falta mucho para graduarme y en medio de esta crisis 5 años es mucho tiempo para aguantar esta situación. Uno se ve afectado por la inflación todos los días cuando vas a sacar copias, comprar guías o cuando te da hambre y debes gastar un montón de plata para desayunar o para tener efectivo para pagar el pasaje. Así que decidí irme a trabajar y a estudiar a Perú. Aquí uno no tiene futuro. No se puede comprar ni comida, ni ropa, ni un par de zapatos. En la casa ahora la comida siempre está contada, así que uno queda con la sensación de hambre. Yo no me quiero quedar en un país en el que pareciera que estoy viviendo en Cuba. Detesto la bolsa del CLAP, el carnet de la patria, la trampa del CNE, que Maduro va a volver a ganar las elecciones, a la oposición que no sirve para nada, que no hay comida, ni efectivo, ni medicinas. ¡No puedo ir ni siquiera a una fiesta o a la playa! … La verdad es que este gobierno se ha robado todo. Yo no soporto esto y me voy a trabajar en otro lado, donde por lo menos voy a tener la esperanza de vivir de manera independiente. Todos mis amigos se han ido, ya no me quedan casi amigos en mi propio país. Aquí, por el camino que vamos, estaré en la casa de mi mamá toda la vida y eso no es lo que yo quiero para mi vida. Me va a recibir la cuñada de mi novio. Espero poder trabajar rápido e independizarme y poder ayudar a mi familia desde allá”
En el caso del testimonio anterior, se evidencia que en Venezuela, los jóvenes que aun empiezan los estudios universitarios, prefieren emprender camino en otras latitudes que seguir pasando las penurias que significa una situación económica calamitosa. Es decir, quienes hasta hace unos pocos años, pensaron en estudiar en su país y hacerse unos profesionales, se han visto obligados a cambiar su proyecto de vida y han decidido irse a otros rumbos a trabajar y estudiar más adelante “cuando se pueda”.
Los profesionales
Carlos Hernández, es un joven de 28 años, administrador de aduanas, su vida en los últimos meses se ha convertido en un solo e interminable trámite. “Lo que quiero es huir de esta tragedia de país. En este país la calidad de vida es deplorable. Yo renuncié a mi trabajo y me he dedicado a hacer los trámites para llevarme los papeles en regla. En los últimos meses me la paso en una sola cola. Del Registro al Ministerio, ir a donde estudié a buscar notas certificadas; en fin un cuento interminable de trámites, diligencias, gestores y obstáculos. Esas colas que hago están llenas de gente joven que huyen del país. Es como si nos corrieran de nuestras propias casas. Hoy mi vida futura es una incertidumbre, pero tengo la total y absoluta certeza que estoy haciendo lo correcto. Yo nunca viajé fuera de mi país, pero me tocará adaptarme y echar para adelante a pesar de los miedos y de los temores normales que uno pueda tener. Solo busco calidad de vida, en Venezuela es cuesta arriba ahorrar dinero, mucho menos independizarte. Mi esposa también se va, ella es periodista. Aparte de las razones económicas que ya se han comentado, ella también piensa que ejercer el periodismo en este país no tiene sentido y se puede convertir en una profesión muy riesgosa. Nada más con la recién creada ley contra el odio, bajo cualquier excusa te pueden llevar preso ¿cómo se hace para ejercer el periodismo desde una mirada crítica con respecto a lo que está pasando, si puede ser tomado como la promoción del odio? Un periodista en Venezuela tiene tres caminos: 1. Convertirse en un palangrista del gobierno, 2. Asumir el riesgo de que te repriman, te priven de libertad y hasta que te maten si muestras la realidad o 3. Irse a nuevos horizontes donde ejercer el periodismo no sea un riesgo. Esa fue nuestra opción.”
En Venezuela ha habido una emigración de profesionales jóvenes que deciden irse “a buscar un futuro mejor”. Hasta hace cinco años atrás, esta emigración de profesionales estaba muy por debajo de la actual, no sólo se visualizaba ligada a la crisis económica que limitaba las oportunidades de inserción laboral de los jóvenes formados, sino también como resultado de fallas en las políticas de formación de recursos humanos y en el ritmo al cual crecían y se modernizaban las organizaciones e instituciones para absorber ese personal capacitado.
Una acotación importante en el contexto del éxodo de profesionales jóvenes en la actualidad es el hecho que al llegar a sus país de destino, por lo general, no ejercen sus profesiones, sino que comienzan a trabajar en oficios, lo que significa que, a pesar de que muchos se fueron con título en mano y pasaron largo tiempo legalizando los documentos, al llegar deben trabajar “de lo que sea”, lo que les impide acumular experiencia laboral imprescindible para muchos de los empleos que se le ofrece al personal calificado.
Los adultos contemporáneos que se han ido
Enrique Álvarez está trabajando fuera del país, tiene 51 años y está radicado en Perú, participó de manera online: “Yo lo que más quiero es irme a mi país. Yo salí porque si no, me iba a morir de hambre, y lo digo literalmente. Fue la única salida que conseguí para mantener a mi familia y poder huir de una situación económica realmente depauperada. Sin embargo, trabajo 12 horas al día de lunes a sábado y los domingos medio día. Me siento un esclavo. No me he adaptado aun porque con tanto trabajo no me da tiempo de relacionarme con nadie. Valoro haber podido conseguir empleo aquí, pero la verdad es que me quiero ir a Venezuela. Mi primer plan fue Ecuador, pero en ese país está difícil conseguir empleo y en Quito pude sentir la xenofobia de cerca. Por eso decidí venir a Perú donde desde cierto ángulo me ha ido mejor, pero en lo personal me siento triste y solo extraño ¡extraño hasta las malas novias! (risas). Estoy agradecido con Perú y no quisieran que tomaran a mal mis palabras, pero de verdad me hace falta mi familia, mis amigos y mi país. En la medida que siento más nostalgia por los mío, me va creciendo el repudio por Maduro y su gobierno, que hizo y hace todo para que nos tengamos que ir sin haber estado en nuestro plan de nuestros proyectos de vida. Yo, en mi experiencia personal digo que es verdad aquello que decía Jorge Luis Borges que los lugares se llevan en la maleta porque los lugares están con uno, así estoy con Venezuela, conmigo junto a mi viaje.”
La realidad de los adultos contemporáneos que emigran es la expresión de lo que significa ser un desplazado económico. Una persona por encima de los 40 años ha recorrido una gran parte de su vida en una determinada cultura y tiene un mayor nivel de arraigo dentro de sus fronteras. Es por ello, que al verse obligado a salir del país empujado por la necesidad de cubrir las necesidades básicas de su familia, lo que prevalece, en algunos casos, es la nostalgia y el deseo de volver lo más pronto a lo que considera es su “vida”.
Dejar atrás a los hijos y los padres
Karina Blanco, es enfermera de 35 años de edad y nos comparte que “Yo he decidido irme a Colombia, ya mi pareja está allá trabajando en un restaurant. Aquí vamos a dejar a nuestros hijos con mis padres. El plan es reunir dinero para podernos llevar al niño y luego llevarme a mis padres, aunque ellos no están convencidos de esa posibilidad. Trabajando allá podemos mandar dinero para que ellos aquí puedan cubrir todos los gastos de medicinas y alimentos. Para nosotros nuestro destino final no es Colombia, allí queremos hacer una base para irnos a otro país que ofrezca muchas más oportunidades. Yo soy enfermera desde los 22 años, sin embargo, lo que gano hoy, incluso trabajando en dos lugares, realmente no me alcanza ni siquiera para mí y para mi hijo. Sé que va a ser duro, yo no quisiera separarme de mi hijo, pero tengo que elegir entre quedarme aquí con él y con mis papás o trabajar para que no les falte nada. Yo escogí por la segunda opción y el mes que viene me voy rumbo a Colombia”.
Casos como el anterior denotan una nueva forma de disgregación familiar. Muchos niños son los que se quedan con abuelos o tíos, mientras sus padres se van a trabajar fuera del país para poder garantizar alguna calidad de vida a sus familiares, lo que ocasiona el alejamiento de los padres de los hijos, el rompimiento de la relación en la cotidianidad y que evidentemente afecta el desarrollo de los niños. La otra cara de la moneda es que la reunificación familiar significa para el infante, el alejamiento de sus familiares que lo cuidaron hasta llegado el momento de partir y la obligatoria adaptación a una cultura distinta en otras latitudes.
Quedarse a pesar de la crisis
Algunos estudios han demostrado que los venezolanos que más emigran son los jóvenes estudiantes o trabajadores y los jóvenes profesionales, luego sigue el adulto contemporáneo hasta los 44 años aproximadamente. Muchas personas optan por quedarse a pesar de la situación que atraviesan. Al momento de la publicación del presente trabajo, muchos son los que se debaten entre la idea de irse o quedarse. Julián Caballero, profesor de Ciencias Sociales, nos comparte: “Yo, cuando voy al mercado o me toca comprar una medicina me provoca irme. Ni decir cuando me monto en el Metro o escucho a Maduro hablar. Sin embargo, pienso que nosotros en algún momento vamos a salir de este letargo, de este chantaje. Cuando se termine de desmontar la relación religiosa que se tiene con Chávez. Además yo tengo mi profesión, mis hijos ya son jóvenes adultos y tengo mi casa. Por eso pienso ¿irme a otro país a quedarme callado ante las injusticias? Quiero decir, que cuando eres inmigrante y hay un paro de docentes, por ejemplo, como pasó en Perú, ningún venezolano radicado allá dijo algo sobre la huelga de los maestros. Eso es lo que yo veo. No me voy a ir a otro país a trabajar 12 horas, trabajando de lo que sea (limpiando, cocinando, de mesero) si yo ya tengo un camino recorrido, una profesión y una experiencia acumulada durante su ejercicio. Quizás si tuviera mis hijos más pequeños y una necesidad más fuerte no lo pensaría dos veces y me iría. Mientras tanto me quedo en mi país tratando de salir de este atolladero que desestructura la familia y que nos tienen con la sensación de estar entrampados”.
Por: Zuleika Matamoros / CER Latinoamericana para Aporrea.org | Domingo, 18/02/2018 06:14 PM |
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