El objetivo de este trabajo* es examinar las grandes transformaciones experimentadas por el sistema capitalista internacional en las últimas dos décadas del siglo XX a los efectos de poner de relieve los principales rasgos que caracterizan la estructura y el funcionamiento de la hegemonía norteamericana. Diversos autores, entre los que sobresale Noam Chomsky, han demostrado que a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial la diplomacia estadounidense se dio a la tarea de diseñar y poner en funcionamiento un conjunto de instituciones intergubernamentales destinadas a preservar la supremacía de los intereses de los Estados Unidos y regular el funcionamiento del sistema internacional para asegurar su adecuada gobernancia en función de los intereses de la superpotencia. (Chomsky, 2000).
Esta propuesta se plasmó en la creación de una tríada de agencias e instituciones:
a) las instituciones económicas emanadas principalmente de los acuerdos de 1944 firmados en Bretton Woods y que dieron nacimiento al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y, poco después, al GATT. El GATT, acrónimo de General Agreement on Tariffs and Trade (Acuerdo general sobre comercio y aranceles) es un tratado multilateral creado en la Conferencia de La Habana , en 1947, firmado en 1948, por la necesidad de establecer un conjunto de normas comerciales y concesiones arancelarias, y está considerado como el precursor de la Organización Mundial de Comercio. El GATT era parte del plan de regulación de la economia mundial tras la Segunda Guerra Mundial, que incluía la reducción de aranceles y otras barreras al comercio internacional.
b) un denso conjunto de instituciones políticas y administrativas, generadas bajo el manto provisto por la creación de las Naciones Unidas en San Francisco, en 1945: FAO, UNESCO, OIT, OMS, PNUD, UNICEF y muchas otras. En el marco hemisférico, la iniciativa más importante fue la disolución de la vieja Unión Panamericana y la creación de la OEA.
c) un complejo sistema de alianzas militares concebidas para establecer una suerte de “cordón sanitario” capaz de garantizar la contención de la “amenaza soviética”, y cuyo ejemplo más destacado ha sido la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En el caso latinoamericano esta política se plasmó en la firma del TIAR, Tratado Inter- Americano de Asistencia Recíproca y la creación de la Escuela Inter- Americana de Defensa, organismos éstos que cumplieron un papel crucial en la reafirmación de la hegemonía norteamericana en el área y en el sostenimiento de las tenebrosas dictaduras militares que durante mucho tiempo ensombrecieron el panorama internacional. Ahora bien, si en la Guerra Fría fueron las instituciones políticas y militares del orden mundial las que desempeñaron la función articuladora general de la dominación, a partir del predominio del capital financiero y la crisis y descomposición del campo socialista -fenómenos éstos que se extienden a lo largo de casi dos décadas, el primero desde comienzos de los 1970’s y el segundo a partir del decenio siguiente- se produjo un desplazamiento del centro de gravedad del imperio desde sus instituciones político-administrativas hacia las de carácter económico. Esta transformación se manifestó a través de las siguientes mutaciones:
OTAN
– por una parte, por una devaluación del papel de las agencias e instituciones políticas, administrativas y militares como custodios de la paz internacional o como reaseguros supuestamente llamados a impedir que la bipolaridad atómica tuviera como desenlace una guerra termonuclear. Los Estados Unidos y sus aliados utilizaron a la ONU y sus diversas agencias para neutralizar, a comienzos de la década de los sesenta, la amenaza que un Patricio Lumumba radicalizado representaba para los intereses occidentales en el Congo, pero fueron estas mismas instituciones las que durante 27 años sostuvieron al régimen de Mobutu, uno de los peores y más corruptos tiranos en la historia del África independiente. Similarmente, la ONU toleró con total pasividad el sabotaje al proceso de paz en Angola pero colaboró activamente en los esfuerzos por sacar a Milosevic de Bosnia y Kosovo, objetivos de primer orden de la OTAN. En relación a esta última conviene no olvidar el bochornoso papel desempeñado por ésta última en la crisis de los Balcanes: ante la imposibilidad norteamericana de obtener en el marco de la ONU un refrendo para su política belicista y genocida en Yugoslavia, el gobierno de Clinton optó por servirse de la OTAN para tales propósitos. Esta deplorable involución, consentida por el silencio del Secretario General de la ONU , se suma a las legítimas dudas que plantea la estructura no-democrática del gobierno de las Naciones Unidas, en donde los llamados “cinco grandes” conservan aún hoy poder de veto en el Consejo de Seguridad, órgano al cual van a parar todos los asuntos de importancia estratégica de la ONU. Con el agregado de que mientras el Consejo se encuentra abocado a un tema, el mismo no puede ser tratado por la Asamblea General , en donde impera la regla de un país, un voto, y no existen poderes de veto. Una significativa cuota de responsabilidad por la crisis que caracteriza al sistema internacional debe ser atribuida a la persistencia de una estructura profundamente antidemocrática en el seno de las Naciones Unidas.
– el desplazamiento en dirección a las instituciones de Bretton Woods se verificó también en el ataque sistemático de las grandes potencias, bajo el liderazgo norteamericano, al supuesto “tercermundismo” de la ONU y sus agencias. Esto dio origen a diversas iniciativas, tales como la salida de los Estados Unidos y el Reino Unido de la UNESCO durante el apogeo del neoconservadurismo de Reagan y Thatcher; la retención del pago de las cuotas de sostenimiento financiero de la ONU ; significativos recortes en los presupuestos de agencias “sospechosas” de tercermundismo, como la OIT , UNESCO, UNIDO, UNCTAD. Conviene recordar que en 1974 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Carta de los Derechos y Obligaciones Económicas de los Estados, un notable cuerpo legal en el cual se establecía el derecho de los gobiernos a “regular y ejercer su autoridad sobre las inversiones extranjeras” así como “regular y supervisar las actividades de las empresas multinacionales.” Un elocuente recordatorio de cuán diferente era la correlación mundial de fuerzas prevaleciente en esa época lo ofrece un artículo específico de la Carta en el cual se reafirmaba el derecho de los estados para “nacionalizar, expropiar o transferir la propiedad de los inversionistas extranjeros” (Panitch: 11). Pero eso no era todo: la Carta fue acompañada por la elaboración de un “Código de Conducta para las Empresas Transnacionales” y la creación de un Centro de Estudios de la Empresa Transnacional , ambas iniciativas destinadas a favorecer el mejor conocimiento de los nuevos actores de la economía mundial y a posibilitar el control público y democrático de su accionar.
Desde 1970 el Foro Económico Mundial venía reuniéndose en Davos pero la correlación mundial de fuerzas acallaba sus débiles voces y no lograba impedir, o siquiera demorar, esta llamativa “toma de posición” de las Naciones Unidas. Huelga acotar que todas estas movidas tropezaron con la cerrada oposición del gobierno de los Estados Unidos y sus más incondicionales aliados, liderados por su más obediente perro guardián, el gobierno del Reino Unido. La reacción culminó, ya afianzada la hegemonía del capital financiero, con la abolición de la citada Carta y el Código de Conducta y la liquidación del Centro de Estudios de la Empresa Transnacional. Suerte similar corrieron las iniciativas también surgidas en aquellos años y tendientes a democratizar las comunicaciones mediante la creación de un Nuevo Orden Informativo Internacional. Como signo de los tiempos, en los ultra neoliberales noventa lo que se discute es la forma de imponer un Acuerdo Multilateral de Inversiones que, de ser aprobado, significaría lisa y llanamente la legalización de la dictadura que de facto ejercen los grandes oligopolios en los mercados porque la soberanía de los estados nacionales en materia legal y jurídica quedaría por completo relegada y subordinada a las imposiciones de las empresas, tema sobre el que volveremos más abajo. En esta misma línea, la UNCTAD que creara Raúl Prebisch a mediados de los sesenta con el propósito de atenuar el impacto fuertemente pro-empresario del GATT fue sometida a similares recortes y restricciones jurisdiccionales: sólo puede brindar asistencia técnica a los países subdesarrollados en aspectos comerciales y hacer algo de investigación, pero le está expresamente prohibido ofrecer consejos de política a esos países. ¡Ésa es una tarea que el BM, el FMI y la Organización del Comercio Mundial realizan eficientemente!
– como puede observarse, todo un conjunto de funciones que antes se encontraban en manos de UNCTAD, OIT, UNESCO y otras instituciones igualmente sospechosas de simpatías “tercermundistas” fueron expropiadas por los organismos de Bretton-Woods. La política laboral la fijan ellas en lugar de la OIT ; los temas educativos son también objeto de preferente atención y de eficaz monitoreo por el BM y ya no más por la UNESCO ; la problemática de la salud fue también en gran medida extraida de la OMS y puesta al cuidado del BM y el FMI, al igual que las políticas sociales y previsionales en donde ambas instituciones cooperan con la OCM en fijar los parámetros de lo que debe hacerse en esas materias. Por su parte, el otrora poderoso Consejo Económico y Social de la ONU fue despojado de sus prerrogativas y jerarquías, siendo reducido al desempeño de funciones prácticamente decorativas. La “magia del mercado” se ha hecho cargo de todo.
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