Barrio Adentro se llama el programa que permitió al médico entrevistado aquí llegar a Venezuela hace 13 años y que ahora está, como tanto allí, descalabrado. Aunque no guarde secretos militares, el entrevistado necesitó sentirse protegido por la reserva. Dijo, entre otras cosas, que el programa sanitario ha derivado en un mecanismo de control político y que, con todo, tiene razones para sentirse más libre en Caracas que en La Habana.
Nadie quiere hablar, y eso es entendible. A veces el silencio se convierte en la mejor manera –quizás la única– de desprestigiar la política, no de atacarla, más cuando esta ha optado por meterse hasta en los huesos de los ciudadanos. Las cosas están calientes, muy calientes, aunque el verdadero calor es el que expelen las bocas, aquellas que, día a día salen a poner el pecho –y el verbo– al intenso embate de las circunstancias.
No obstante, ninguna cosa –de tantas– alcanza aún su punto de ebullición. Para eso falta tiempo. Aunque tiempo sea justamente lo que menos hay. Para ambas partes. Por ahora, las opiniones van y vienen, batiendo cada vez más las aguas del río revuelto en el que se ha convertido Venezuela. Por un lado, los chavistas perseveran en una suerte de mutismo que, lejos de asustar, confunde. Y, por otro, los opositores deliran por decir algo, responsable o irresponsablemente, no importa. Lo que cuenta es el escupitajo o la opinión derrocadora, la opinión quejumbrosa, y así: la real. O por lo menos la que el mundo de afuera quiere llevar al paroxismo para demostrar que todo, absolutamente todo, está patas arriba.
De cualquier manera, nadie quiere hablar, y aunque eso sea entendible, no quiere decir que sea aceptable. Puede ser que la verdad sea que nadie, realmente, puede hablar. Simplemente nadie está autorizado para nada. Excepto para prevenir o salvaguardar la salud de las personas.
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Eso me dice un cubano al que llamaré Jorge, porque él no quiere dar su nombre, no quiere ganarse problemas, no quiere que lo jodan ni en Venezuela, ni en Cuba, ni en ninguna parte, porque lo único que sabe hacer en su vida, en su humilde vida, es salvar las vidas de los demás. Jorge aterrizó en Caracas en 2006, cuando el gobierno bolivariano inauguró el Hospital Cardiológico Infantil Latinoamericano Doctor Gilberto Rodríguez Ochoa, y, de paso, dio rienda suelta a la Misión Barrio Adentro IV, un programa social que, desde 2003, ha llevado a miles de médicos cubanos a trabajar en Venezuela en los lugares más recónditos de la república, así como en las zonas más populares e inaccesibles de las ciudades.
Aunque Jorge se negó un par de veces a tener una conversación –ni siquiera le mencioné la palabra entrevista–, una tarde llamó a mi contacto y le dijo que, si queríamos escucharlo, fuéramos a su casa y lleváramos pan, que él ponía el café. Así fue. Llamamos a nuestro conductor y le indicamos. Llegamos pasadas las ocho a un barrio popular pero no problemático del oeste caraqueño. La noche, más que agradable, se mostraba satisfecha. Entramos en una pequeña casa pintada de un amarillo casi incandescente. Jorge nos recibió vestido con una camisa roja de manga corta, blue jeans y alpargatas. Nos invitó a sentarnos en una sala con sillones de cuero verde, un cuadro con un paisaje nevado de fondo y un reloj derretido como el de Dalí, y nos pidió el pan. Enseguida se perdió en una minúscula cocina y, antes de que el ambiente se viera inundado por el grato olor del café recién preparado, salió y nos dijo:
—Lo primero que tienen que saber, básicamente por decencia, es que soy gay y en cualquier momento llega mi pareja. Les digo esto para que no piensen mal. Ah, y otra cosa, les hablo de todo lo que quieran que les hable, pero, una vez que salgan por esa puerta, olvídense de mi nombre real e incluso de que nos conocemos. ¿Están de acuerdo?
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Jorge es un médico egresado de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana. Tiene 48 años y, según él mismo, lo único que ha hecho en su vida ha sido estudiar. Nunca se interesó ni por la política, ni por los deportes, ni por el trago, ni por las mujeres. Pero sí por la música clásica y la poesía: adora con el mismo rigor a Mozart y a Bach que a Eliseo Diego y a Nicolás Guillén. Añade que en Cuba nadie sabe que es gay y que una de las cosas que le adeuda a Venezuela es el hecho de sólo allí haber podido deshacerse de esa molestísima carga que es el clóset. Se especializó en cardiología con el “tonto y necio objetivo” de entender el órgano del cual proviene el amor. Dice que, de no haber estudiado medicina, se habría muerto de hambre, porque “de poeta nadie vive, aunque todos vivimos de los poetas”.
—Los cubanos que estamos en Venezuela “en misión” tenemos rotundamente prohibido dar declaraciones so pena de ser devueltos a la isla y ser objeto de sanciones, que van desde la prohibición del ejercicio de nuestra profesión hasta la prisión. Me parece que ellos creen que hablar fuera del margen profesional es algo así como traicionar a la patria. No lo sé, es muy contradictorio, porque ellos mismos se encargaron de meternos en la cabeza que todo acto es político, que el solo hecho de vivir es político, y, sin embargo, nos prohíben conversar de política. Es evidente que los médicos cubanos que estamos acá formamos parte de una misión política que se escuda en ser una misión de salud.
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Cuba está tan metida en Venezuela como la Unión Soviética lo estuvo en la isla hasta que todo se derrumbó, en 1989. Cuba está en cada borde del espectro nacional venezolano, guiando –no gobernando, y esto hay que subrayarlo– hacia no se sabe dónde, pero sus manos insisten, prácticamente, en parecer invisibles: en las comunicaciones, en la inteligencia, en la milicia, en la política, en la cultura, en la educación y, por supuesto, en el sistema de salud pública del país. Las que no son ni pretenden ser invisibles, de ninguna manera, son las manos de miles de médicos cubanos que diariamente curan y protegen la salud de cientos de miles de venezolanos, generalmente pobres o marginados. Jorge pinta un cuadro extremadamente filantrópico, pero, a su vez, desolador. Se siente solo y asegura que este sentimiento está extendido entre sus colegas, que no dejan de trabajar para que el sistema de salud bolivariano no se derrumbe completamente, aun cuando la realidad marca que la misión no es puntualmente un sistema de salud, sino más bien un “sistema de asistencia urgente”, que no soluciona nada, pero sí lo dilata todo.
Según Acnur, más de 3 millones de personas han abandonado Venezuela y se han desperdigado por todo el mundo. El fenómeno migratorio ha golpeado todas las clases sociales, lo cual implica una reducción de la mano de obra en todos los costados de la economía. Naturalmente, el sector de la salud no ha sido ajeno a esta crisis. Muchos profesionales de la salud –venezolanos– se han ido en busca de un futuro más prometedor, mientras que quienes van quedando y haciendo frente a todo son los médicos de la misión Barrio Adentro y los practicantes venezolanos que permanecen adheridos académica, profesional e ideológicamente al programa.
—Desde dentro de esta misión, que debería llamarse más bien Crisis Adentro, puedo decir que ahora, al mes de febrero de 2019, más del 60 por ciento de los módulos de atención o consultorios populares, tanto los fijos como los itinerantes, en todo el país, están cerrados, y los que siguen funcionando permanecen estallados por la falta tanto de personal como de insumos médicos, tecnológicos y farmacéuticos. Esto, más que una crisis, realmente es una emergencia humanitaria que cada día se hace más insostenible. Todo en la misión es artesanal, básicamente hecho a puro pulmón. Algo muy lindo ha sucedido, y es que algunas comunidades han desarrollado un sentido de pertenencia importantísimo para con el programa, lo que ha permitido que las cosas, de una u otra forma, con todas sus fallas incluidas, sigan en pie.
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El novio de Jorge llega a casa y le besa la frente. Se nos presenta como librero. Antes de pasar a la cocina, le cuenta a Jorge que demoró porque justo en la parada de su metrobús una camioneta atropelló a un señor. Enfatiza que el señor podría haberse salvado si hubiera llegado a tiempo una ambulancia o por lo menos un equipo médico, pero que, después de casi una hora de espera, murió desangrado. Jorge pregunta por la camioneta y su novio le responde: “Escapó”. Jorge enciende un cigarrillo y todos quedamos en silencio.
—La base de todo sistema de salud debe ser la solidaridad, que debe ser también uno de los fundamentos de toda revolución. Si nos encontramos con un pueblo que huye, bien de un accidente de tránsito, bien de un país en crisis, no podemos culparlo directamente, por la sencilla razón de que esa actitud es la consecuencia de políticas públicas anodinas y dislocadas, que, a su vez, derivan en complejas realidades humanas que no se pueden contener. La corrupción no sólo es económica, quiero decir, del que roba del erario público para el beneficio propio; la corrupción también es la omisión ética y moral antelo que sucede, es el miedo a afrontar la realidad –dice Jorge, mientras contempla las hondas bocanadas de humo que exhala.
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Barrio Adentro es una de las principales banderas de la revolución bolivariana. Desde su fundación, en 2003, su objetivo medular era salvar millones de vidas. Por una buena cantidad de años anduvo viento en popa, pero después empezó a derrumbarse, no como un simple castillo de naipes rozado azarosamente por una minúscula corriente de aire, sino más bien con la severidad con la que se derrumba una fe o se destituye a cualquier dios: a punta de desesperanza e incredulidad.
—Si la gente que trabaja en el proyecto social no percibe un reconocimiento económico que le permita ser independiente del Estado, en algo tan mínimo como decidir qué comer o cómo vivir, es natural que las cosas se hundan. Por eso, tanto profesional venezolano se ha ido. Y los cubanos que seguimos batallando permanecemos, primero, porque estamos acostumbrados, desde hace medio siglo, a no ser valorados económicamente y, segundo, porque realmente estar fuera de Cuba nos representa ciertas ventajas. Acá, por ejemplo, hay un margen de libertad de expresión mucho más amplio y, mal que bien, no vives tan apretado, tan al límite –reconoce Jorge, antes de dar muerte a su cigarrillo en un cenicero que lleva el rostro del Che Guevara.
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Uno de los problemas perentorios de Venezuela, quizás el que más necesita la atención de las autoridades, es el de la inseguridad alimentaria en la que están anegados los más pobres. Hablar de los más pobres en Venezuela significa, prácticamente, referirse –como mínimo– a la mitad de la población del país. Así las cosas, tanto la escasez como la imposibilidad de acceder a alimentos frescos y nutritivos hace que la población en general no pueda sobrellevar enfermedades crónicas, atender enfermedades emergentes, o sencillamente prevenir o tratar las comunes. La exposición ya pasó de desmedida a neurálgica.
—Duele decirlo, pero no hay condiciones para ejercer planes de salud seguros y duraderos. Las instalaciones provistas por el Estado son inhabitables: muchas veces no hay agua ni luz y todo permanece sucio. Estas cosas conforman un mínimo indispensable para que un centro de salud, en cualquier lugar del mundo, funcione cabalmente. Imagínate lo que toca hacer para neutralizar una hemorragia, curar una herida o atender un parto en una habitación que no es aseada hace meses. Lo que hay que hacer es echarse una bendición para que ninguna bacteria o virus se meta y eche todo a perder.
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Jorge va cerrando la conversación. El reloj de Dalí marca las 22.36. Nos advierte que no está bueno estar por ahí de noche. Que Caracas es una ciudad peligrosa y cada esquina esconde sorpresas. Y que lo último que quiere es que, por andar viéndolo y escuchándolo, terminemos experimentando –en carne propia– el desastre que es la salud en Venezuela.
—Jorge, ¿cuántos médicos cubanos tiene actualmente la misión?
—Tranquilamente podemos ser unos 30 mil.
—¿Cómo la definirías?
—En un principio, como un proyecto innovador y benefactor que, por una mala administración y fallas en su proyección, infortunadamente degeneró en una forma de control social.
—¿Control social?
—Sí, mitigamos tu dolor, pero no te solucionamos nada de fondo. Así, tienes que estar volviendo y no puedes decir que no a nada, porque corres el riesgo de quedarte sin el servicio.
—¿Por qué decidiste acceder a esta conversación?
—Hombre, eso sí que no lo sé. Supongo que porque en el fondo encuentro que las cosas no están funcionando bien y el silencio nos hace cómplices, ¿no?
—¿Qué piensas de lo que está pasando?
—Soy médico, no político ni sociólogo. Además, toda la especulación sobre el tema bélico me da un sueño tremendo. Los cubanos estamos esperando que nos invadan desde el 1 de enero de 1959. Con eso te digo todo.
—¿Volverás a Cuba?
—No creo, pero, si aprueban el matrimonio igualitario, quizás lo piense –confiesa, mientras le guiña el ojo a su novio.
Por Giovanny Jaramillo Rojas
15 marzo, 2019
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