Pasados ya cuatro años del estallido de la crisis económica mundial, los bancos privados y públicos de Europa y Estados Unidos están fuertemente cargados de deudas de otros bancos dudosos, de títulos públicos en deterioro y de derivados financieros aún más volátiles. También las personas y las empresas están fuertemente endeudadas, y no pueden reducir los compromisos que comprimen sus capacidades de consumo e inversión.
Todas las perspectivas de crecimiento bajan, mientras la crisis se prolonga sin soluciones reales a la vista. Las deudas públicas crecen sin poder ser contenidas.
A diferencia de la caída de 2009, en donde se apeló a una mezcla de mega-salvataje financiero con una gigantesca operación de marketing global de “ya llega la recuperación”, la declinación actual está lastrada por la caída en la actividad real, el reforzamiento de las políticas neoliberales duras, la evaporación de los pronósticos optimistas superficiales y la conciencia general del agotamiento de los instrumentos utilizados hasta el momento.
Una de las características llamativas de la crisis es que no se resuelve ningún problema de los que van surgiendo, y simplemente se amontonan desequilibrios y nuevos conflictos.
En Estados Unidos el desempleo sigue alto, y si algo ha bajado en relación con los peores momentos, es por el desaliento y abandono de quienes hace un tiempo buscaban algún puesto de trabajo. Las ventas se mantienen en un estado de languidez, mientras los mercados inmobiliarios no se recuperan. La dura puja partidaria en torno al “techo” de endeudamiento público no ha terminado. Los “mercados” –o sea, los capitales especulativos– demandan a la Reserva Federal una nueva “relajación cuantitativa”, eufemismo de una tercera emisión masiva de fondos para estimular el mercado accionario. Y allí se agota el repertorio de políticas públicas anticrisis.
La caída del precio del petróleo en los últimos meses está mostrando tanto el nivel de actividad decreciente a nivel global como las expectativas sombrías sobre el escenario próximo. Ni China ni India están pudiendo evitar los impactos contractivos y América del Sur deberá reforzar aceleradamente sus políticas defensivas y de estímulo de la actividad interna para mitigar el impacto de esta nueva contracción del escenario global.
Los réditos de la inseguridad
Cada punto que se incrementa el costo de la deuda de los países que dependen del financiamiento internacional es un punto de ganancia adicional para el capital financiero. Cuanto más se degradan las deudas soberanas, más rentabilidad tienen los prestamistas. Luego del escandaloso episodio con el banco Barclays, uno de los mayores de Gran Bretaña, que ha manipulado nada menos que la tasa Libor –referencia para múltiples operaciones financieras a nivel global–, sería interesante indagar sobre qué significa y qué funcionalidad tienen las sucesivas rondas de “incertidumbre” que aquejan a “los mercados” y los llevan a incrementar sin pausa las tasas que les cobran a casi todos los Estados, incluido Estados Unidos. Es claro que hay una circularidad en todo este proceso, y que es necesario dejar de pensar a los “mercados” como actores pasivos y objetivos de una realidad sobre la que no intervienen. Son actores principales, y responsables centrales del drama económico mundial.
Así como la incertidumbre y el miedo incrementan la ganancia de los “mercados”, también se acentúa el poder político de Alemania en la Eurozona, al constituirse en el único dador de seguridad simbólica, aunque generador de inseguridad material por las políticas que impone a los países avasallados.
Soluciones que no solucionan
Es difícil resumir la cantidad de cumbres y reuniones de los últimos meses en las que se estuvo por arribar a soluciones “definitivas” que concluyeron en la nada. La ilusión más importante que sobrevuela Europa es la “mutualización” de las deudas, o sea, que el conjunto de las deudas públicas de la Zona Euro sean asumidas por todas las economías de esa zona, o dicho más crudamente, por Alemania y otros países ricos del norte. Es claro que, en el corto plazo, la emisión de “eurobonos” en reemplazo de los títulos de deuda individual de los países de la Zona Euro bajaría la fiebre especulativa contra España, Italia y otros países, proporcionando un nuevo motivo de algarabía transitoria a los mercados. Pero no solucionaría el problema, y sobrecargaría con costos financieros más elevados y exigencias contractivas a los países que menos han estado sometidos a los “mercados” financieros. Alemania se niega a eso, y reclama que Bruselas controle rigurosamente –en su nombre– la política monetaria y fiscal de toda la Eurozona, haciendo cirugía institucional en los países del área, como paso previo a considerar alguna solución más convincente. Los nuevos controles previstos por la tecnocracia europea incluyen nuevos recortes presupuestarios y desestímulos a la economía real en toda la región. Si bien Francia ha intentado recientemente introducir un discurso más expansivo, políticas de estímulo serias no aparecen. La morosidad para adoptar las medidas que se van acordando contribuye a que sucesivos países pasen a ser hostigados por los prestamistas y puestos en dirección de la cesación de pagos. Para evitar el “peligro”, se introducen reformas neoliberales de largo alcance, sin que se supere el problema original.
Países residuales
En Grecia ya no tiene sentido hacer análisis económicos. La economía griega simplemente no puede aguantar las medidas que le impuso la tríada UE-BCE-FMI. La muy alta votación en las recientes elecciones del frente antiajuste Syriza lo coloca como un claro protagonista político en el corto plazo. Es característico de esta coyuntura que ese frente de “izquierda radical”, como trata de estigmatizarlo la prensa, haya representado la sensatez económica y social, mientras que los partidos “moderados” representen hoy el fundamentalismo del mercado, que no acepta soluciones realistas que afecten sus “derechos de propiedad”. La trabajosa victoria de los partidos que aceptan el “memorándum” no ha despejado el camino hacia la salida de la crisis del país. Es tan sólo el comienzo de una serie interminable de problemas que irán surgiendo a medida que se acentúen los daños económicos y sociales, y no se aporte ningún alivio concreto.
En España, la situación patrimonial de la banca es sumamente endeble, dado que una parte significativa de sus activos se ha evaporado debido al derrumbe de la cotización de las propiedades inmobiliarias, y los deudores hipotecarios muestran crecientes dificultades para el pago de las cuotas. El préstamo de 100 mil millones de euros que ha otorgado la UE alejará la posibilidad de impagos por parte de la banca española… a los bancos de los países del norte de Europa. Es por ese “salvataje” que el gobierno español admitió la cesión a la Eurozona de instrumentos clave de su política económica. La tecnocracia europea ya tiene enfocados diversos “costos” a suprimir en la economía española, entre los que figuran los de las “autonomías” y el seguro de desempleo. Quieren avanzar en reducir los gastos de las administraciones regionales en las que se ha basado el equilibrio político español de la etapa pos-franquista. Para viabilizar los pagos externos, pondrían políticamente en crisis al país. También reducirán las prestaciones por desempleo, haciendo más precario y dramático el cuadro social. La UE exige que las entidades financieras pasen a pérdida las deudas con decenas de miles de pequeños ahorristas españoles, que verán drásticamente recortado su patrimonio. Los consumidores, a su vez, observarán un salto en los precios producto del aumento del IVA, mientras se contraen sus ingresos, especialmente los de los funcionarios públicos.
La fundamentación técnica de las medidas es insostenible, pero no cabe duda de que es el sueño de ingeniería social más retrógrado que la derecha española y europea pudieran imaginar. Y sienta precedentes para nuevas rondas de degradación en otros próximos países a ajustar.
Conclusiones
Los países que reciben el “rescate” quedan con su economía intervenida por una tecnocracia externa, sometidos a severos planes de recortes presupuestarios, de reducción de derechos sociales y a políticas de contracción económica permanente. Deben limitarse a administrar ordenadamente el estancamiento, cuando no la decadencia. Se provoca la degradación de las condiciones materiales de la mayoría de la población y los jóvenes son despojados de un horizonte de progreso, aunque sea mínimo.
Hoy, la política de la UE transforma a sociedades vitales en países residuales. Los países dejan de existir como entidades políticas soberanas para transformarse en máquinas recaudatorias para tranquilizar a los financistas.
En el nuevo esquema de poder que se está ejecutando en Europa, los países intervenidos por las autoridades europeas dejan sus principales políticas en manos de la burocracia de Bruselas, que a su vez responde especialmente a los principales gobiernos del norte, que están tomando como causa nacional las necesidades de los bancos y los capitales acreedores. En esa región, las políticas públicas se están privatizando a través de una extendida y difusa cadena de mandos. El crecimiento, el Estado de Bienestar y la propia esencia de la democracia –el autogobierno de la sociedad– están siendo derogadas hasta nuevo aviso.
El experimento ultraconservador europeo está contribuyendo a estancar la economía global y a crear desafíos mayores para las regiones no subordinadas a esa lógica de dominación. Las perspectivas globales son de una creciente conflictividad social, renovada incertidumbre económica y una mayor tensión sistémica, que inducirá a nuevas rupturas y configuraciones que hoy sólo son juegos de política ficción.
Por Ricardo Aronskind, economista.
El presente artículo fue desarrollado en el marco del Programa Interdisciplinario para el Seguimiento de la Crisis del Orden económico mundial (Pisco), que el autor coordina en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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