Casi la mitad de la población de América Latina y el Caribe sufre una o más formas de malnutrición: 39 millones de personas viven con hambre, 5 millones de niños con retraso de crecimiento, 38 millones de mujeres en edad fértil padecen anemia, 151 millones tienen sobrepeso y 105 millones obesidad.
En casi todos los países de la región no hay ninguna razón material que permita justificar esta lamentable situación. Nuestros 294 millones de malnutridos son víctimas de un sistema alimentario que está roto y que incumple su misión elemental de brindar una alimentación que nos permita desarrollarnos y vivir plenamente, y que afecta especialmente a los sectores más pobres, a las mujeres, a los indígenas, a los afrodescendientes y a la población rural. Lo podemos arreglar si creamos políticas e instituciones para re-gobernar los sistemas alimentarios.
Para lograrlo, desde la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), proponemos un conjunto de ocho medidas claves.
Debemos aumentar la disponibilidad de alimentos saludables: tenemos 19 naciones en la región que son deficitarias en frutas y verduras, y el consumo de pescado regional es la mitad del promedio mundial.
También debemos reducir el contenido de sal, azúcar y grasas de los alimentos procesados. ¿Por qué podemos prohibir el plomo en las gasolinas y en los juguetes de los niños, pero no podemos hacer lo mismo con las cantidades de sal, azúcar y grasas que superan estándares que hoy la ciencia ha determinado que causan diabetes, hipertensión, cánceres y muertes?
Desincentivar el comercio de alimentos que contengan nutrientes dañinos a la salud también es una medida fundamental. La Organización Mundial de Comercio ha reconocido que, bajo los acuerdos adoptados por sus países miembros, estos pueden adoptar medidas para proteger la salud pública.
Promover la alimentación saludable en los niños es urgente, ya que cada año aumenta la malnutrición infantil. Actualmente, 5 millones de niños y niñas sufren desnutrición crónica y 4 millones viven con sobrepeso y obesidad. El rediseño de los programas de alimentación escolar y prescolar, la prohibición de comida chatarra en las instituciones educativas y la regulación de la publicidad infantil en alimentos no saludables son tres vehículos para detener esta tendencia.
Hacer efectivo el derecho del consumidor a estar informado sobre el contenido de los alimentos requiere la adopción de etiquetados sencillos y claros, que no necesiten ningún cálculo matemático y que sean comprensibles por todos los grupos de consumidores.
Otra forma de combatir la malnutrición es fortaleciendo y orientando los sistemas de protección social para que la población en condición de pobreza o vulnerabilidad pueda acceder al consumo de alimentos saludables, los que son –paradójicamente– bastante más caros que la comida chatarra. No puede ser que una gran parte de la población no tenga capacidad económica para hacer efectivo su derecho a una alimentación nutritiva y que comer bien sea el privilegio de unos pocos.
Para financiar estas transformaciones del sistema alimentario (cuyo costo no es trivial), es necesario movilizar la inversión privada y los capitales disponibles en los mercados financieros, porque los presupuestos públicos no serán suficientes.
Por último, requerimos una nueva gobernanza de los sistemas alimentarios ya que, sin la decisión política traducida en leyes, regulaciones, programas y presupuestos, no hay posibilidad alguna de transformarlos. Esa voluntad política se construirá de forma más rápida y sólida si la sociedad civil organizada presiona en esa dirección.
Hay que asegurar un relacionamiento virtuoso con el sector privado, pues son –en buena medida– quienes van a producir, comerciar, procesar, transportar, distribuir y vender los alimentos.
Para ello se requiere gestionar los conflictos de interés y códigos de conductas que ayuden a construir confianzas y espacios transparentes en la consolidación de políticas públicas.
Implementando estas medidas, empezaremos a avanzar de forma decidida hacia un futuro sin malnutrición, un futuro donde todos podamos acceder a alimentos sanos, producidos por un sistema alimentario que no sólo nos llene el estómago, sino que nos nutra.
Por JULIO A. BERDEGUÉ, Representante regional de la FAO
Leave a Reply