El teólogo brasileño ostenta una enorme ventaja sobre los demás intelectuales que se reivindican de izquierda: vive de forma sencilla, rechaza los oropeles del poder y se ha mantenido alejado de toda institución, incluso de la eclesiástica desde que renunció a la institucionalidad de la Iglesia Católica. Aún discutibles, sus ideas son tan auténticas como el personaje que las enarbola, desapegado de toda pretensión de verdad y superioridad.
Es uno de los más destacados referentes de la izquierda en el mundo. Fundador de la teología de la liberación, teólogo, filósofo y ex sacerdote franciscano, Leonardo Boff estuvo en Montevideo para recibir una distinción de la Fundación Benedetti. En 1985 fue condenado a un año de “silencio” (suspensión a divinis) y apartado de todas sus funciones en el campo religioso por las ideas expuestas en el libro Iglesia: carisma y poder. Ironías de la vida, tres décadas después fue uno de los principales redactores de la encíclica papal Laudato Si (“alabado seas”, en español) con la cual el papa Francisco realiza una crítica frontal al capitalismo y al consumismo como responsables de la destrucción del planeta.
Con Brecha repasó algunas de sus principales propuestas para rejuvenecer la Iglesia Católica, que se pueden resumir en su polémica frase “despatriarcalizar la Iglesia”, que suena casi tan quimérica como la que pronuncia el gobierno boliviano en el sentido de “descolonizar el Estado”. No ahorró críticas a las izquierdas que se corrompieron durante su paso por los gobiernos, pero se mostró esperanzado en un triunfo electoral de Lula en octubre de 2018.
—En los últimos 30 años una porción de nuestros pueblos ha abrazado las religiones pentecostales. ¿Por qué razón se ha producido esta migración?
—Yo creo que la Iglesia Católica ha dejado un vacío, porque tiene una estructura muy piramidal, muy doctrinaria, por lo que no tiene una inserción directa en el pueblo, se ha hecho muy burocrática. Ese vacío ha sido aprovechado por los pentecostales, en particular entre los pobres que tienen necesidades urgentes. Las iglesias tienen una doble función: una religiosa y otra vinculada a los problemas de las familias, el alcoholismo, la violencia, y los evangélicos han dado respuestas a las familias y cohesión social a las comunidades, ya que han creado un sistema de ayuda mutua entre los pobres.
En Brasil hubo hasta 100 mil comunidades de base y hoy tenemos apenas 17 mil sacerdotes, cuando debíamos tener cinco veces más, por eso digo que los católicos hemos fracasado institucionalmente.
—¿Qué sucedió con las comunidades eclesiales de base en este período?
—Eran muy fuertes durante la dictadura militar porque la Iglesia servía como protección social y política. Pero en democracia aparecieron los partidos y los sindicatos, de modo que las comunidades se han hecho más invisibles, siguen existiendo pero no aparecen de un modo tan directo. Las comunidades habían creado una liturgia popular, una iglesia popular, una teología de la liberación vinculada a los más pobres que ahora aparece dispersa.
—Hoy se observa una presencia fuerte de la teología de la liberación sólo en el Movimiento Sin Tierra (Mst), mientras en el Partido de los Trabajadores (PT) y la Central Única de Trabajadores (Cut) esa presencia es más débil.
—Gran parte de los dirigentes del Mst vienen de las comunidades de base, y conservan una dimensión mística, a través de canciones, celebraciones y representaciones en cada reunión, lo que les da mucha fuerza en su lucha. Muchos de ellos vienen de nuestros seminarios y al ser un movimiento nacional les da mucha visibilidad; son los únicos que realizan grandes encuentros que otros movimientos de base no están en condiciones de realizar.
—El coordinador del Mst, João Pedro Stédile, dice que el impacto de la teología de la liberación pertenece a un período en el cual predominaban las familias nucleares y el empleo fijo en la industria, pero ahora predominan las familias donde sólo está la madre y el empleo precario. En las nuevas condiciones sociales los pentecostales parecen responder mejor a las demandas de la población de las favelas.
—Es así. Los evangélicos se focalizan en un evangelio de la prosperidad basado en el Antiguo Testamento e ignoran la opción por los pobres, hacen énfasis en resolver los problemas de forma inmediata con gran destaque en el éxito material. Cuando la población está dispersa, en el sentido de que hay poca organización social colectiva, este tipo de religiones los reúne de nuevo, les da un sentido de vida. Pero es también un reto para la izquierda, para poder trabajar con los excluidos, con los marginados, con los que es necesaria una nueva pedagogía.
—Usted está muy cerca del papa Francisco, incluso ha redactado partes de la encíclica Laudato Si. ¿Cree que Francisco podrá producir un viraje en la Iglesia, sobre todo entre los cristianos de los sectores populares? ¿Conseguirá revertir la influencia conservadora de los papados de Wojtila y Ratzinger?
—Del total de católicos en el mundo, sólo el 24 por ciento está en Europa. El 62 por ciento está en América Latina y los demás en países de Asia y África. El cristianismo es hoy una religión del Tercer Mundo. Creo que Francisco ha fundado una nueva genealogía de papas que vendrán de las nuevas iglesias que se han encarnado en las distintas culturas. Europa hace una oposición enorme porque está acostumbrada a papas faraones, con ritos y ceremonias fastuosas. Francisco es un pastor, no es un doctor. No habla como alguien que enseña y da lecciones, sino que busca abrazarse a la gente para darle esperanzas.
Francisco es muy crítico del capitalismo, como nunca lo ha sido ningún otro papa. Juan XXIII hizo una crítica teórica al capitalismo, pero Francisco hace una crítica concreta, se apoya en los movimientos sociales y denuncia los efectos dañinos del capitalismo. Ha introducido una primavera en la Iglesia con base en la teología de la liberación y la opción por los pobres. Rechaza el asistencialismo de las políticas sociales y defiende cambios estructurales. Creo que este será el camino de la Iglesia en el futuro.
—¿Hay que descolonizar la Iglesia?
—Creo que hay que despatriarcalizarla, desoccidentalizarla, quitarle la arrogancia de tener la exclusividad de la herencia de Jesús. Lo importante es que las iglesias se reconozcan mutuamente y entre todas sirvan al mundo. Hoy el problema fundamental, según Francisco, no es optar por tal o cual iglesia, sino por el planeta, la casa común de la humanidad. Lo más importante es salvar el planeta, porque si no lo hacemos, no hay futuro para ningún proyecto, sea eclesial o social.
—Pero Francisco es heredero de los sacerdotes del Tercer Mundo en Argentina, la corriente a la que perteneció el padre Carlos Mugica, asesinado por la Triple A, que se continúa ahora a través de los curas villeros, con los que tiene gran afinidad y sintonía. ¿En Brasil sobrevive algún sector de la Iglesia en esa misma orientación?
—Tenemos más o menos un millón de grupos que leen la Biblia y la discuten. Un millón de grupos que se reúnen todos los viernes, debaten y sacan conclusiones sobre la realidad del país, con mucha presencia en los colectivos de derechos humanos. Ahí está la vitalidad de la Iglesia y la verdadera teología de la liberación que no está en las cátedras. En mi generación éramos todos profesores y ahora somos los jurásicos del movimiento. El mes pasado nos reunimos en México y comprobamos la vitalidad de los jóvenes, y fue una sorpresa porque ellos trabajan focalizados en los indígenas, las mujeres, los Lgtb, son chicos que van más allá de la opción por los pobres.
Ese es el futuro del cristianismo, no ya el sindicato, sino nuevas organizaciones de base que pueden referenciarse en el PT pero no forman parte del partido.
—¿Qué medidas habría que tomar para despatriarcalizar la Iglesia Católica?
—La primera es abolir el celibato y hacerlo opcional. Tenemos una petición oficial de la Conferencia de Obispos de Brasil en ese sentido, por lo menos en la región amazónica, donde se propone que los casados puedan ser ordenados. La segunda es superar la arrogancia de tener la razón y la tercera es superar el doctrinarismo, la ortodoxia. El diálogo con otras religiones existe, pero siempre en una situación de superioridad con muy poca humildad. Creo que hay que apostar por pequeñas iglesias locales que se organicen en comunidades que se encarnen en las más diversas culturas. La Iglesia debería ser una red de esas iglesias locales y el papa sólo una referencia que va circulando por el mundo para animar a las comunidades.
— ¿Las mujeres tendrían algún papel?
—Los judíos abrieron la posibilidad de que las mujeres sean sacerdotisas y eso es muy bueno. No se trata de que ellas actúen como los hombres, sino que ejerzan como mujeres, con sus modos. El 70 por ciento de las comunidades de base son dirigidas por mujeres y lo hacen mucho mejor que los hombres porque tienen más sensibilidad y espiritualidad. No sólo hay un dios padre, sino una diosa madre. El papel de María nunca fue valorado en la Iglesia Católica.
—Los pentecostales están en una guerra contra las religiones afro, atacan los terreiros porque los consideran diabólicos. ¿Es posible asumir la cultura negra, no para integrarla sino para “negrizar” la Iglesia?
—Una de las cosas buenas de los últimos años es el reconocimiento de que los cultos afro no son ritos sino verdaderas religiones, que tienen sus propias teologías, con liturgias diferentes a las tradicionales de la Iglesia Católica. Son caminos diversos para llegar a Dios.
—En Brasil es evidente que la derecha está a la ofensiva, que están haciendo reformas muy regresivas, con movimientos como Escuela Sin Partido, que pretende incluso borrar la historia de Paulo Freire, con manifestaciones contra la presencia de (la filósofa posestructuralista) Judith Butler y atacando la idea de diversidad sexual. Sin embargo, desde la izquierda no se reconocen errores, no hay la menor autocrítica, toda la culpa de la derrota es de los otros.
—Cuando Lula aceptó hacer un gobierno de coalición con los demás partidos, entró en un proceso de corrupción al asumir la cultura política hegemónica, a través de negociaciones en las que se compran cargos y se ofrece dinero para proyectos. Lo peor es que dejó de lado una articulación orgánica con los movimientos sociales que lo llevaron al gobierno. Hubo un corte entre el Planalto y la planicie (se ríe). Fue el gran error del PT y de todas las izquierdas, se dejó de lado la formación política, los debates y llevaron a muchos dirigentes populares a cargos en el Estado, con lo que se terminaron de vaciar las organizaciones de base.
No realizaron una autocrítica pública, con el argumento de no darle armas al enemigo, pero es un error porque la verdad tiene mucha fuerza y la gente comprende. Hay que ser verdadero, la verdad tiene que triunfar y deben reconocer la corrupción. Esta falta de autocrítica provoca una gran desconfianza y desarticulación en las izquierdas.
—Cuando las izquierdas llegan al gobierno tienden a asumir la cultura de las clases dominantes, como sucedió en Rusia y en China, donde los dirigentes del partido se hicieron millonarios, pero también en Nicaragua. ¿La ética es suficiente para que no te pique la mosca azul de la corrupción, como dice Frei Betto?
—Yo creo que más importante que la ética es la espiritualidad, pero no en sentido religioso, sino como valores no tangibles que implican un nuevo paradigma de habitar la tierra, una sinergia con la tierra para crear una nueva civilización que no esté basada en la competencia sino en la solidaridad.
—Pero esa relación con la vida y la tierra no se encuentra en Occidente, sino que apenas sobrevive entre algunos pueblos indígenas y algunas comunidades negras. ¿No cree que estamos ante una crisis de la civilización moderna, occidental, capitalista?
—Nuestra civilización llegó a su fin. Consiguió todos sus objetivos, que giraban en torno a la dominación de la naturaleza y la vida, y todo eso lo convirtió en negocio, en mercancías, no para mejorar la vida sino para acumular. Por otro lado, nuestra civilización ya no tiene mecanismos para resolver los problemas que ella misma está creando.
—Es un estado de metástasis…
—Por eso la alternativa es cambiar o morir. Creo que quien va a derrotar al capitalismo no seremos nosotros, sino la tierra que empieza a negar las bases sobre las que se produce la acumulación capitalista.
—Podemos considerar a los movimientos sociales como especies de arcas de Noé, donde la parte de la población que los integra se prepara para el colapso civilizatorio y crea las bases para la reconstrucción de la humanidad sobre nuevas bases.
—Las arcas de Noé pueden ser islas y puertos desde donde crear un nuevo tipo de civilización, porque hay que tener claro que vendrá un calentamiento global abrupto que destruirá gran parte de la humanidad, y gran parte de la naturaleza también va a desaparecer. Los que han cambiado de mentalidad no deben reproducir lo viejo, sino crear lo nuevo, superando el antropocentrismo. La crisis actual no es una tragedia, sino un escenario de purificación y de creación.
Señas
Su verdadero nombre es Genésio Darci Boff. Nació en Concórdia (Brasil), en 1938. En 1970 se doctoró en teología y filosofía en la Universidad de Múnich. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959. Es doctor honoris causa en política por la Universidad de Turín (Italia) y en teología por la Universidad de Lund (Suecia). Es uno de los fundadores de la teología de la liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino, y ha escrito más de sesenta libros (entre ellos Evangelio del Cristo Cósmico, El despertar del águila, La dignidad de la Tierra y el referido Iglesia: carisma y poder).
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