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Zombis, extraterrestres, vampiros, Ángeles caídos, o simplemente: “inmigrantes” y “refugiados”

Zombis, extraterrestres, vampiros, Ángeles caídos, o simplemente: “inmigrantes” y “refugiados”

Al final del capitalismo, deseoso de perpetuarse, está Hitler. Al final del humanismo formal y de la renuncia filosófica, está Hitler. Aimé Césaire

 

I. Un clima global generalizado de indistinción excepcional

 

Hace unos años escribí un pequeño libro donde afirmaba que, actualmente, vivimos un clima global generalizado de indistinción excepcional. O quizás hace unos años fue el libro el que me escribió a mí… porque, como diría Karen Barad, concebir un libro como algo que un sujeto crea y sostiene en sus manos, constituye un desprecio tanto del libro como del mundo mismo, de los flujos vitales donde “yo”, si es que tal palabra cabe, soy un diminuto nodo, una ola o un coral incrustado en la inmensidad del mar. En cualquier caso, para ese entonces, la idea en torno a la constitución del mencionado “clima” sobrevenía tras haber explorado el “estatuto” de “lo humano” a través de diferentes registros: el desarrollo de la tecno-ciencia, la crisis ambiental, la aparición de movimientos animalistas abolicionistas, la precarización de la vida humana paralela a la reemergencia de un infalible pero disperso poder soberano, el creciente reclamo teórico-político por modos de “agencia” no humana, entre otros. Aquél era descrito como un “clima global generalizado” porque involucraba procesos relacionados (en expansión) a lo largo y ancho del mundo, “de indistinción” puesto que atentaba contra la dicotomía humano / no-humano y otras dicotomías ligadas a ésta, y, por último, “excepcional” dado que tales transformaciones acontecían en un entorno profundamente caótico, en medio de un campo de batalla que tenía la capacidad de prometer tanto lo mejor como lo peor, que posibilitaba dinámicas de subordinación, sujeción y explotación casi ilimitadas, pero también enteras reconfiguraciones colectivas de la vida misma, es decir, la apertura de mundos inusitados, conformados por singularidades que apenas podríamos llamar “humanas” y “no humanas”. A esa apertura disutópica, no utópica y mucho menos distópica, la denominé el “planeta de los simios”.

Hoy no me queda otro camino que, entre la alegría y la tristeza, entre la esperanza y la ira, seguir confiando en la fuerza de un “planeta de los simios”, planeta actualizado no sólo por medio de la potencia realizativa del lenguaje, sino en lugares enteros que son constantemente perseguidos y aplastados, aunque no derrotados. Y sí, actualmente son lugares los que se aniquilan, formas-de-vida completas, enredadas co-existencias inadmisibles para el ojo moderno-colonial. Las nuevas luchas, llevadas a cabo en el marco de lo que el Ezln llama la Cuarta Guerra Mundial, no las libran individuos, ni colectivos que pretendan algún impacto sobre la sociedad (teniendo como trasfondo la distancia entre sujeto y objeto), por el contrario, las emprenden “comunidades en movimiento”, “ecosistemas”, y es así incluso cuando nuestra miopía ontológica nos deja entrever tan sólo un puñado de gente moviéndose sobre el territorio. Ahora bien, debo admitir que, esta vez, me vi compelido a escribir por la tristeza y cierta impotencia, incluso puedo asegurar que fui animado por un cansancio senil que amenaza con ahogar mi espíritu jovial, infantil. Sin embargo, gracias a Brahman, al Dios de Spinoza o a la potencia de la Tierra, llámenlo como prefieran, se produjo la convergencia precisa de líneas, la dosis perfecta de moléculas, que terminó en la droga curativa nietzscheana del amor fati, a saber, la operación mediante la cual la negación es convertida en afirmación, el dolor en gozo. Una vez más es la vida la que me escribe. Nietzsche como curandero, Wicca-nietzscheanismo, reconfortante lamido de perro, lamido de perro sin perro, como las líneas que, unas tras otras, unas con otras, aparecen y se disuelven para des/dibujar la figura del Gato de Cheshire en el País de las Maravillas de Carroll, perro-brujo, un filósofo perro, kyon, cínico, forma-de-vida en acto.

¿De dónde provenía la tristeza inicial? Esta vez de Europa, o de cierta Europa, y de la reciente “crisis de refugiados” que la acosa. En otros términos, de los medios de comunicación y su vacuidad, o mejor, de su completitud, porque llenos de basura sí están, o mejor aún -para hacerle justicia a la profunda terrenidad de la basura-, de su pureza malsana, cristalina, de su obsesión por lo Mismo, por lo celestial. El Hombre blanco volvía a atacar. ¿Las imágenes?: Personas racializadas como “negras” y “orientales” naufragando, muriendo en la costa, maltratadas por periodistas, grupos neo-nazis y policías, seres ati-borrándose: clima global generalizado de indistinción excepcional. Y como es costumbre, humanismos y humanitarismos pululando. Resulta curioso ver cómo dichas imágenes resuenan y se superponen con las de exitosas series de ciencia ficción o fantasía estadounidenses como Z Nation, Falling Skies, Helix, Defiance, Star-Crossed, The Walking Dead, The Strain o Dominion. Algunas basadas en ya exitosos libros o películas. La constante es patente: en todas el límite entre lo humano y lo no humano se desdibuja, sea por la aparición de zombis, extraterrestres, vampiros o ángeles convertidos en demonios. En cualquier caso, trátese de un zombi, extraterrestre, vampiro o ángel caído, hay un proceso claro de patologización. El problema no es simplemente la diferencia, no es el Otro peligroso separado del Yo, el inconveniente real, el verdadero temor, es la corrupción y degeneración de lo Mismo por un Yo devenido Otro, del buen Hombre blanco por un Hombre blanco que ha enfermado.

Zombis, extraterrestres, vampiros o ángeles pervertidos no suelen ser más que humanos normales (normalizados) que han caído en las garras de una enfermedad mortal contagiada a través de un contacto con un otro radical, a través de la diferencia. A partir de ese punto el patrón también es idéntico: la enfermedad, que concomitantemente se tiende a leer como una maligna posesión corruptora del alma, reduce al humano a un estado de “animalidad” o “salvajismo”, a una corporalidad pura que obnubila o desaparece todo rastro de conciencia en pro de una acelerada satisfacción pulsional. Habiendo perdido el estatus de humano, los entes patologizados, degenerados, no tienen otro destino que el de ser eliminados, manipulados a antojo o dejados a su suerte por parte, y para la protección, de los sujetos sanos. Por cierto, huelga agregar que todo ocurre en un estado de guerra y caos, donde la existencia se militariza y hasta el personaje más noble e inocente debe aprender a matar, y debe también aprender a exterminar a sus seres amados habiendo comprendido que, una vez enfermos, dicha acción ya no implica asesinato, sino progreso y liberación. En el preciso instante en que las fronteras entre lo divino y lo terrenal, lo humano y lo animal, lo vivo y lo muerto, lo orgánico y lo artificial, etcétera, son puestas en entredicho, se afirma con más fuerza que nunca la defensa de la pureza humana: clima global generalizado de indistinción excepcional. Si, siguiendo al Ezln, la Tercera Guerra Mundial se libró entre la Unión Soviética y Estados Unidos, con sus respectivos Estados satélites que a su vez eran campos de disputa indirectos, la Cuarta Guerra Mundial acontece contra el enemigo de mil rostros llamado “terrorismo”, y es un buen nombre, pues el “terrorista” no es tan estable como el “comunista” de la Guerra Fría, “terrorista” es, por definición, un agente que desencadene “terror”, contra el cual es necesario protegerse a toda costa y, debido a su potencial destructivo de la propia identidad, es menester erradicar como fuere. “Terror” produce el Estado Islámico o Al Qaeda, pero también el virus del VIH-SIDA o la pandemia de gripe A (H1N1).

Cuando la indistinción reina, las brechas entre lo humano y lo no humano se tienden a hiperbolizar. La pureza de lo humano, de cara a los peligros de la diferencia, se venera con un fervor sin precedentes. El humano occidental prototipo, tan blanco como racional y viril, promulga un control sobre el mundo nunca antes visto, sobre un mundo que trasciende y -a la manera del Dios cristiano hegemónico, es decir, cual creador, origen de la acción y en posesión de sus actos- gobierna soberanamente. Este nuevo humano hiperhumano tiene el universo a sus pies: sueña con viajes interestelares, decodifica y modifica el genoma, transforma su cuerpo a antojo (acudiendo a gimnasios, pero también a cirugías estéticas y prendas de moda), se educa continuamente para adaptarse a condiciones cambiantes, produce “comida” masivamente con la instauración de monocultivos y granjas industriales, aunque también “productos orgánicos y saludables” para mejorar su propio cuerpo, inclusive es un hiperhumano “tan humano” que se deleita con las diferencias (sexuales, étnicas, religiosas, biológicas…) mientras se acoplen a él en tanto ideal normativo y sean consumibles, etcétera. El humano hiperbolizado es, a su vez, el buen ciudadano consumidor compulsivo occidental (depredador insaciable de “recursos naturales”, al mejor estilo del protagonista de la comedia estadounidense The Last Man on Earth), cuya catedral es el centro comercial y cuya forma de vida es la deuda. En suma, el hiperhumano, paralelo a una materialidad hipersometida (hipernaturalización o hiperanimalización), que radicaliza la distinción clásica entre sujeto y objeto, entre conciencia y mundo, es la respuesta conservadora por antonomasia al clima global generalizado de indistinción excepcional.

La Cuarta Guerra Mundial se entabla por la defensa de la pureza hiperhumana y su expansión, que no es otra que una nueva defensa, poscolonial/neocolonial, de Occidente y su Hombre blanco, ¡que no es otra que la defensa del capitalismo eugenésico y viril en su estadio neoliberal! A la par que el Hombre blanco se hiperboliza, sus Otros históricos (animales, indígenas, mujeres, gente negra, orientales, sexualidades radicalmente disidentes, enfermos, improductivos, etcétera), si bien inicialmente pueden ser tolerados e inclusive incluidos dentro del marco de lo humano (como la “ideología” de los derechos humanos pregona), sienten las consecuencias del brío hiperhumanista. Los zombis, extraterrestres, vampiros o ángeles caídos contemporáneos somos, ante todo, los sujetos racializados-colonizados que Occidente intentó asimilar subordinadamente, segregar o exterminar. Nosotras y nosotros, sujetos (pos)coloniales, somos quienes más fácilmente hoy perdemos nuestra nueva calidad de “humanos” en situaciones de “excepcionalidad”. Sin embargo, en sentido estricto, como dirían Deleuze y Guattari, nadie llega a ocupar el centro organizador, el ideal de lo (hiper)humano; todo el mundo es un potencial agente infeccioso y ser sacrificable. Es por ello que hoy el cine de guerra ya no se ejemplifica con Rambo ni Rocky (destrozando comunistas y rebeldes orientales), sino con Mad Max: Fury Road, con su espeluznante entorno (pos)apocalíptico (de indistinción excepcional), plagado de malignos seres humanos que ya no son humanos nunca más, que son, antes bien, seres tecno-tribales, cancerosos, enfermos, degenerados compuestos tecno-bio-físicos susceptibles de morir en cualquier momento (pues, en primer lugar, no se sabe si realmente aún están vivos o muertos). Mad Max: Fury Road es quizá una de las expresiones más perversas del hiperhumanismo contemporáneo, ya que denuncia la crisis socio-ecológica pero, en su propia denuncia descarada, la reproduce, además de hacerla “consumible”, rentable, a lo largo y ancho del globo. Mad Max: Fury Road probablemente constituye el mayor refinamiento estético-político que Hollywood haya incubado. De ahí que me una al grito de Tiqqun cuando apunta: “Aquellos que dicen que otro mundo es posible y no acreditan otra educación sentimental que la de las novelas y los telefilmes, merecen que se les escupa a la cara”.

 

II. Aimé Césaire y Mario Vargas Llosa conversan

 

El pasado 20 de septiembre, el diario español El País publicó un artículo de opinión escrito por el viejo conservador Mario Vargas Llosa. El artículo estaba acompañado por una imagen ya desastrosa: una mano masculina, blanca, empresarial (con manga de traje formal y un símbolo de la Unión Europea en ella), introducía una moneda dorada en una abertura de una fetichizada África, como si fuese una alcancía. Si Luce Irigaray, Silvia Rivera Cusicanqui o Gayatri Spivak vieran tal esperpento, acertadamente dirían que se trata del Hombre blanco violando, colonizando, a la feminizada África negra. El todopoderoso, activo, Hombre blanco penetra una vez más los feminizados labios de una pasiva África oscura. No obstante, en opinión de Vargas Llosa, lo único que es posible ver allí es la mano salvadora del mercado, del desarrollo y la democracia occidentales (¿la “mano invisible” de Adam Smith?). Como Vargas Llosa fue nombrado por el rey Juan Carlos I “Ilustrísimo señor” y “marqués de Vargas Llosa”, en adelante emplearé tal título y tal tratamiento protocolar, pues no dudo que sea un agente perfecto de la realeza (pos)colonial. Escuchemos, pues, atentamente, lo que tiene para comunicar este “Ilustrísimo señor” sobre la actual “crisis de refugiados” que acosa a Europa:

 

“Es bueno que haya ahora, en los países más prósperos y libres del mundo, una conciencia mayor de la disyuntiva moral que les plantea el problema de estas migraciones masivas y espontáneas, pero sería necesario que, por positivo que sea el esfuerzo que hagan los países avanzados para admitir más refugiados en su seno, no se hicieran ilusiones pensando que de este modo se resolverá el problema. Nada más inexacto. Aunque los países occidentales practicaran la política de fronteras abiertas que los liberales radicales defienden —defendemos—, nunca habría suficiente infraestructura ni trabajo en ellos para todos quienes quisieran huir de la miseria y la violencia que asolan ciertas regiones del mundo. El problema está allí y sólo allí puede encontrar una solución real y duradera. Tal como se presentan las cosas en África y Medio Oriente, por desgracia, aquello tomará todavía algún tiempo. Pero los países desarrollados podrían acortarlo si orientaran sus esfuerzos en esa dirección, sin distraerse en paliativos momentáneos de dudosa eficacia.

La raíz del problema está en la pobreza y la inseguridad terribles en que vive la mayoría de las poblaciones africanas y de Medio Oriente, sea por culpa de regímenes despóticos, ineptos y corruptos o por los fanatismos religiosos y políticos —por ejemplo el Estado Islámico o Al Qaeda— que generan guerras como las de Siria y Yemen, y un terrorismo que diariamente ciega vidas humanas, destruye viviendas y tiene en el pánico, el paro y el hambre a millones de personas, como ocurre en Irak, un país que se desintegra lentamente. No se trata de países pobres, porque hoy en día cualquier país, aunque carezca de recursos naturales, puede ser próspero, como muestran los casos extraordinarios de Hong Kong o Singapur, sino empobrecidos por la codicia suicida de pequeñas élites dominantes que explotan con cinismo y brutalidad a esas masas que, antes, se resignaban a su suerte. Ya no es así gracias a la globalización, y, sobre todo, a la gran revolución de las comunicaciones que abre los ojos a los más desvalidos y marginados sobre lo que ocurre en el resto del planeta. Esas multitudes explotadas y sin esperanza saben ahora que en otras regiones del mundo hay paz, coexistencia pacífica, altos niveles de vida, seguridad social, libertad, legalidad, oportunidades de trabajar y progresar.

[…] esta inmigración debe ser organizada y ordenada de acuerdo a una política común inteligente y realista, como está proponiendo la canciller Angela Merkel, a quien, en este asunto, hay que felicitar por la lucidez y energía con que enfrenta el problema. Pero, en verdad, este sólo se resolverá donde ha nacido, es decir, en África y el Medio Oriente […] La manera más efectiva en que Occidente puede contribuir a reducir la inmigración ilegal es colaborar con quienes en los países africanos y el Medio Oriente luchan para acabar con las satrapías que los gobiernan y establecer regímenes representativos, democráticos y modernos, que creen condiciones favorables a la inversión y atraigan esos capitales (muy abundantes) que circulan por el mundo buscando donde echar raíces”.

 

En contraste con Mad Max: Fury Road, el “marqués de Vargas Llosa” no tiene ningún refinamiento estético-político ni escrúpulo. Para él el “Occidente democrático, libre, moderno y próspero”, avanzado, desarrollado, es el modelo a seguir para los africanos, orientales y, en general, para todo el mundo. Vargas Llosa no ve otra cosa que lo que Arturo Escobar llama el “efecto Giddens”: “es la modernidad todo el camino, hasta el final de los tiempos”. Lo no-occidental, al mejor estilo de la Cuarta Guerra Mundial en curso, sólo puede ser concebido aquí como atraso, imperfección, despotismo e ineptitud, es decir, el problema de África y Medio Oriente es inherente a su propio fundamentalismo y corrupción. Según nuestro “Ilustrísimo señor”, para decirlo en términos de Enrique Dussel, Europa goza de una indudable supremacía cultural, pues fue por sus propios méritos, gracias a un hegeliano e intraeuropeo desarrollo lineal tendiente al progreso (que va de Grecia, Roma, la Edad Media y la Modernidad ilustrada a la globalización contemporánea), que es posible disfrutar de lugares “prósperos y libres”. Empero, el marqués omite que los imperios y Estados europeos, “libres y prósperos”, se edificaron gracias a la sanguinaria colonización del resto del mundo, de Asia, África y América, que, como asegura Immanuel Wallerstein siguiendo los pasos de la Teoría de la Dependencia latinoamericana, para que existan centros capitalistas prósperos debe haber semiperiferias y periferias precarizadas, donde los seres humanos (racializados) y la naturaleza son explotados y subordinados en niveles inimaginables. Y por supuesto, al interior de los centros existen, a su vez, centros, periferias y semiperiferias. No se trata, por ende, de un dicotómico modelo centro/periferia, como malinterpretan Hardt y Negri en su obra Imperio. Si países como España y Grecia atraviesan fuertes crisis en estos momentos, no es precisamente por su inherente “ineptitud”, sino porque el sistema-mundo capitalista, en su reacomodamiento, necesita semiperiferias europeas para sustentar la centralidad de países como la Alemania de Merkel, la misma Alemania que el “Ilustrísimo señor” tanto aplaude. Aquí, a la extensa cita del nefasto artículo neocolonial escrito por Vargas Llosa, resulta pertinente sobreponerle ciertos fragmentos del Discurso sobre el Colonialismo de Aimé Césaire:

 

“Sí, valdría la pena estudiar, clínicamente, con detalle, las formas de actuar de Hitler y del hitlerismo, y revelarle al muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX, que lleva consigo un Hitler y que lo ignora, que Hitler lo habita, que Hitler es su demonio, que, si lo vitupera, es por falta de lógica, y que en el fondo lo que no le perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimen contra el hombre blanco, es la humillación del hombre blanco, y haber aplicado en Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora sólo concernían a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de África. (…) Al final del capitalismo, deseoso de perpetuarse, está Hitler. Al final del humanismo formal y de la renuncia filosófica, está Hitler.

[…] Oigo la tempestad. Me hablan de progreso, de «realizaciones», de enfermedades curadas, de niveles de vida por encima de ellos mismos. Yo, yo hablo de sociedades vaciadas de ellas mismas, de culturas pisoteadas, de instituciones minadas, de tierras confiscadas, de religiones asesinadas, de magnificencias artísticas aniquiladas, de extraordinarias posibilidades suprimidas. Me refutan con hechos, estadísticas, kilómetros de carreteras, de canales, de vías férreas.

Yo, yo hablo de millares de hombres sacrificados en la construcción de la línea férrea de Congo-Ocean. Hablo de aquellos que, en el momento en que escribo, están cavando con sus manos el puerto de Abiyan. Hablo de millones de hombres desarraigados de sus dioses, de su tierra, de sus costumbres, de su vida, de la vida, de la danza, de la sabiduría.

Yo hablo de millones de hombres a quienes sabiamente se les ha inculcado el miedo, el complejo de inferioridad, el temblor, el ponerse de rodillas, la desesperación, el servilismo. Me obnubilan con toneladas exportadas de algodón o cacao, con hectáreas plantadas de olivos o de viñas. Yo, yo hablo de economías naturales, armoniosas y viables, economías a la medida del nativo, desorganizadas; hablo de huertas destruidas, de subalimentación instalada, de desarrollo agrícola orientado en función del único beneficio de las metrópolis, de saqueos de productos, de saqueos de materias primas.

Se jactan de los abusos suprimidos. Yo, yo también hablo de abusos, pero para decir que a los antiguos -tan reales- les han superpuesto otros, igualmente detestables. Me hablan de tiranos locales devueltos a la razón; pero yo constato que en general estos hacen muy buenas migas con los nuevos tiranos y que, de estos a los antiguos y viceversa, se ha establecido, en detrimento de los pueblos, un circuito de buenos servicios y de complicidad. Me hablan de civilización, yo hablo de proletarización”.

 

¡Cómo disfruto soñando con que Césaire toca con su mano negra el hombro del “Ilustrísimo señor” y le susurra sin violencia al oído: “Al final del capitalismo, deseoso de perpetuarse, está Hitler”! El liberal biempensante de Vargas Llosa, que se cree opuesto a las perspectivas nacionalistas anti-inmigrantes, no percibe que es él mismo uno de los tantos rostros del fascismo y la autorreferencialidad occidental. El marqués es perfectamente consciente de adorar el mundo libre, democrático y capitalista occidental, y su modelo de humanidad, lo que calla es que su endiosamiento desprecia toda diferencia y alternativa, su egolatría constituye una muestra clara de supremacía cultural. “Efecto Giddens”, Hitler asomándose. Y Césaire y yo no estamos exagerando, el “Ilustrísimo señor” lo confirma cuando añade:

 

“Cuando era estudiante universitario recuerdo haber leído, en el Perú, una encuesta que me hizo entender por qué millones de familias indígenas emigraban del campo a la ciudad. Uno se preguntaba qué atractivo podía tener para ellas abandonar esas aldeas andinas que el indigenismo literario y artístico embellecía, para vivir en la promiscuidad insalubre de las barriadas marginales de Lima. La encuesta era rotunda: con todo lo triste y sucia que era la vida, en esas barriadas los ex campesinos vivían mucho mejor que en el campo, donde el aislamiento, la pobreza y la inseguridad parecían invencibles”.

 

III. ¡Sí, somos zombis, extraterrestres, vampiros y ángeles caídos!

 

Sí, al parecer para Vargas Llosa los indígenas/campesinos poseen una forma de vida inherentemente inferior a la del Hombre occidental que habita las urbes, donde no son tan agudos los problemas de “aislamiento, pobreza e inseguridad”. Habrá entonces que traer a colación, de nuevo y las veces que sean necesarias, las palabras de Césaire para responder: “Me hablan de progreso, de «realizaciones», de enfermedades curadas, de niveles de vida por encima de ellos mismos. Yo, yo hablo de sociedades vaciadas de ellas mismas, de culturas pisoteadas, de instituciones minadas, de tierras confiscadas, de religiones asesinadas, de magnificencias artísticas aniquiladas, de extraordinarias posibilidades suprimidas”. Y no se trata de establecer, al estilo cristiano, quién tiene la culpa de los males, cuál es el supuesto sujeto origen de la acción que debe responder ante el tribunal de la razón y ser castigado por su obrar incorrecto, por el contrario, se trata de romper con la individuación, la atomización que, por demás, posibilita la supremacía cultural. Nadie tiene absolutamente los méritos asociados a las desgracias o dichas que vivimos, es un entramado complejo de acciones intransitivas el que produce las posiciones subjetivas y sus posibilidades de acción. Sin embargo, así lo han señalado feministas como Donna Haraway y Rosi Braidotti, nuestra posición singular involucra cierta responsabilidad, nuestra localización envuelve una capacidad relativa de afectar y ser afectados/as, un margen en torno a lo que podemos o no percibir, que es imprescindible asumir. Vargas Llosa habla desde “ningún lugar”, recomienda “objetivamente” lo que es mejor para indígenas/campesinos y gente de África y el Medio Oriente; en contraste, Césaire asume su experiencia de sujeto racializado como negro y colonizado, y de allí deriva su análisis de la situación que aqueja a ciertos “pueblos”.

Césaire, desafiando la atomización y la supremacía cultural, indica que un paso previo a la civilización, al proceso de llevar hacia el “progreso” a quienes están atrás en el camino, consiste en destruir sus formas de vida, en obturar sus posibilidades produciéndolos primero como inferiores (inherentemente irracionales, tercos, codiciosos, perezosos, etc.). Vargas Llosa aplica esto perfectamente tanto a los indígenas/campesinos como a los pueblos de África y del Medio Oriente, de hecho tiene la osadía de decir que sólo gracias a la globalización, a la creciente interconexión y la circulación de información, tales pueblos se han dado cuenta de que hay mejores formas de vivir. Pero echémosle un vistazo a su endeble tesis. La mayoría de “refugiados” que están llegando a Europa proceden de Siria, Afganistán, Irak, Libia y del África Subsahariana, en especial de un desconocido país llamado Eritrea. Todos los lugares mencionados poseen una historia colonial y neocolonial por parte de ciertos Estados europeos y Estados Unidos, todos los lugares mencionados han sido racializados como negros u orientales e intervenidos violentamente, a veces invadidos militarmente de manera abierta, otras veces pactando con líderes y milicias locales. Los casos de Irak y Afganistán son los más descarados, pues Estados Unidos emprendió allí, hace no mucho tiempo, procesos bélicos y de ocupación sin empacho que redundaron en el desplazamiento forzado de una buena parte de la población. Asimismo, todos estos lugares son proveedores de mano de obra barata, e incluso esclava (no remunerada), y de petróleo y minerales, con los cuales se sustenta el estilo de vida de los países que Vargas Llosa llama “libres y prósperos”.

El petróleo, cobre, oro, estaño, cobalto, cromo, uranio, coltán y los diamantes se extraen de dichas zonas, y sin ello sería imposible la existencia de medios de comunicación, transporte y de toda clase de aparatos electrónicos y “comodidades” de uso cotidiano en los centros del sistema-mundo. Ante la homogenización que conlleva el “efecto Giddens”, ante la intervención militar y la precarización, que es a su vez una intervención cultural (como en la conquista de América: la espada y la evangelización llegan al mismo tiempo) y una inferiorización de las formas de vida locales, emergen fundamentalismos nacionalistas y religiosos, justamente como el Estado Islámico, el cual azota fuertemente a Siria. Y, como dice Césaire, no es que los mundos existentes antes de la (neo)colonización fueran utopías hechas realidad, pero, en todo caso, sus potencialidades han sido silenciadas y, a sus males históricos, se les han sumado los traídos por la “civilización occidental”. ¡Cuántos de los detestados dictadores de África y el Medio Oriente, vituperados por el “Ilustrísimo señor”, no son producto de la mercantilización del petróleo, los minerales, las poblaciones, y en general de los ecosistemas, que el modo de vida occidental actual demanda! Pero Vargas Llosa lo fetichiza e invierte todo, para él simplemente hay dos culturas, la occidental (moderna, democrática, libre y capitalista) y la no-occidental, que en este caso involucra a África y el Medio Oriente (caracterizada por su fundamentalismo, despotismo, corrupción y barbarie). Y lo único que se puede hacer es ayudar a que los no-occidentales salgan de su inherente salvajismo, ya sea acogiendo unos cuantos “refugiados” para que desempeñen labores subvaloradas en los países del centro del sistema-mundo, o llevándoles las “virtudes” del mundo capitalista y democrático a sus sitios de origen, lo cual sí que es una utopía totalitaria, además de un embuste, pues el sistema-mundo funciona, como dijimos, mediante un reacomodamiento constante de centros, periferias y semiperiferias; la “abundancia” y la “libertad” siempre serán, en ese esquema, el privilegio de unos pocos.

 

Esos pocos, que describimos atrás como hiperhumanos, dependen entonces de la subyugación y el expolio de mundos enteros, y de la ilusión de un bello, bueno y verdadero capitalismo multicultural, libre y democrático global. Ilusión que, en efecto, animó a muchos de los “inmigrantes” y “refugiados” a penetrar Europa, olvidando que las guerras no son locales, que las guerras locales son batallas llevadas a cabo al interior de la Cuarta Guerra Mundial, o del “apocalipsis zombi”, para decirlo con el lenguaje de los productos culturales estadounidenses. Las poblaciones no-occidentales, toleradas condescendientemente y exotizadas/mercantilizadas, son consideradas hoy a su vez como potenciales focos infecciosos para el Hombre blanco hiperbolizado. Es por ello que Europa invita a distinguir entre elementos de la población migrante que, adaptándose a sus normas, pueden pasar a integrar los estratos más bajos de su configuración social, y agentes patógenos o virus de la barbarie y el terrorismo que constantemente amenazan a Occidente, los cuales legitiman la militarización de la vida y los genocidios (que también son generados por la falta de atención y cuidado posterior a la destrucción de mundos enteros locales: “hacer morir” que se presenta como simple “dejar morir”).

 

Quizá el “Ilustrísimo señor” Vargas Llosa vio demasiadas series y películas estadounidenses en sus últimas vacaciones, y por eso se siente en la obligación de hacer un llamado a la defensa de la pureza occidental y del Hombre blanco; igualmente, quizá por esa razón sólo perciba humanos civilizados versus zombis terroristas atrasados, animalizados, salvajes. Si es así, podríamos aplicar la mencionada fórmula de Tiqqun, a saber, escupirle en la cara. Por suerte, formas-de-vida potentes, que no se aterrorizan ante la indistinción, que asumen la inestabilidad de la frontera entre humanos y no-humanos, entre vivos y muertos, aparecen sin cesar. Y, por suerte también, muchas de ellas apelan a una contramemoria corporizada, a la experiencia “indígena”, “negra” y “oriental” que nunca se ha dejado exterminar, y a nuevas “alianzas”, aleaciones, tecno-bio-físicas, pues, al contrario que Vargas Llosa, carecen de pretensiones de pureza. Por lo tanto, sí, somos zombis, extraterrestres, vampiros y ángeles caídos, y hombres-lobo, gatos nocturnos, brujas y espíritus; y sí, somos una amenaza viral para el totalitarismo eugenésico occidental.

 

Bogotá, septiembre 21 de 2015.

Libro relacionado

La isla del Doctor Moureau al planeta de los simios: La dicotomía humano/animal como problema político  

Información adicional

Autor/a: Iván Darío Ávila Gaitán
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Fuente: desdeabajo

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