A 70 años de la primera emisión de televisión en Colombia, se reunieron funcionarios, directores de canales, creadores de contenidos, académicos entre otros para hablar sobre el futuro de este medio. No es un festejo por otro año más, sino una preocupación casi como homenaje póstumo. La todapoderosa televisión, medio de masas cautivas, fuente de lucro y sometimiento estatal, se encuentra en crisis. Un nuevo medio no reemplaza al anterior, pero sí reacomoda el ordenamiento del ecosistema mediático.
La Comisión de Regulación de Comunicaciones CRC, entidad que acompaña los mercados relacionados con las comunicaciones eligió el 13 de junio para la celebración de este aniversario, el mismo día que se emitió por primera vez, hace siete décadas, la señal.
El lugar tampoco era arbitrario, el Auditorio Germán Arciniegas de la Biblioteca Nacional, lugar donde se realizó la primera emisión, en blanco y negro, a partir de las siete de la noche, con una breve agenda que no superaba diez puntos, entre ellos el himno nacional, seguido por las palabras del dictador general Rojas Pinilla, un noticiero internacional, recitales y adaptaciones teatrales, más un material internacional donado.
Tras esa primera emisión, comienza una larga historia de dificultades de conexión, cobertura y acceso a la señal para la gran mayoría de colombianos, el manejo de equipos y producción en la que participarían inicialmente técnicos de Alemania, Estados Unidos y Cuba. Las familias, por su parte, realizan un gran esfuerzo para la compra del lujoso electrodoméstico, que desde entonces se empotra en el centro del hogar. Tanto sus contenidos como las narrativas estéticas y formas de representación fueron cambiando, marcadas por la mirada centralista de la capital. Del blanco y negro al color, de la señal análoga a la digital terrestre, este medio no solo sufrió cambios tecnológicos, sino además en la producción y emisión, en el mismo aparato y su cultura.
Al primer conversatorio, de varios a realizarse en Medellín, Barranquilla, Cali, Bucaramanga, Armenia y Tunja, acudieron desde viceministros, comisionados y otros funcionarios; el secretario general de RCN y presidente del Canal Uno, gerentes de canales públicos, académicos y defensores del televidente.
Un evento que, más que festejo por las emisiones en la construcción de país, se convertía en una remembranza de un pasado glorioso y lleno de añoranzas. Sin embargo, el grueso de las intervenciones mostraba preocupación ante la situación actual de la televisión. En esta primera entrega analizaremos las relaciones en el mercado y el Estado en este sector, y cómo el último ejerce diferentes formas de control.
Pobre Tv
Para los asistentes y panelistas, uno de los principales problemas que tiene la televisión abierta es la falta de regulación por parte del Estado de los contenidos de las plataformas. Cambian los papeles, quienes antes defendían la libertad del mercado en la producción de contenido, ahora claman por la intervención estatal para equilibrar la asimetría. Una de las conclusiones de la jornada fue la necesidad de ampliar las actividades de regulación estatal de las plataformas. Una preocupación económica disfrazada de necesidad para construir identidad nacional y memoria colectiva. Anualmente se requiere, por lo menos, medio billón de pesos para producir esos contenidos. Y existe un grupo social económico dependiente del apoyo estatal, anclado socialmente a una burocracia que según la administración puede facilitar la gestión.
Los medios convencionales no conocen sus audiencias, quizás el desdén nunca les permitió acercarse. En tiempos de personalización de las pantallas, sectores, como los jóvenes, más proclives a contenidos vía plataformas y redes sociales, se niegan al consumo de televisión. El mercado, sin duda cambió; la presión que se daba por la audiencia se ha desplazado. Para los canales y programadoras, los sondeos de rating ya no representan mucho al momento de fijar tarifas para los anunciantes. Los canales privados, al salirse de las mediciones de Ibope, dejaron de financiar el 52 por ciento de los costos de estos estudios de rating e inversión publicitaria. Lo hicieron para disimular su estruendosa caída, sostienen que cerca de 86 por ciento de los colombianos ve televisión. El sector económico de la Tv abierta actualmente puede generar unos ingresos cercanos a los 9.000 mil millones de pesos.
Entonces, sus principales demandas al Estado, además de las ayudas para superar los problemas de financiación, buscan una actualización de la normatividad que regule las nuevas formas de entretenimiento por suscripción y plataforma. Como alternativas de fuentes de financiación, piden seguir con la política de recaudar parte de la boletería en cinemas, pero ésta también ha disminuido significativamente. Concluyen sus propuestas con la urgencia de iniciar una discusión sobre la formación de públicos y espacios que tengan como propósito la alfabetización mediática. Aunque fueron ellos quienes promovieron una cultura mediática sensible a los actuales contenidos, caprichosos, de entretenimiento.
El modelo de negocios se estrecha cuando aparecen más jugadores, entre operadores públicos y privados. Entre la industria de telecomunicaciones y las dos productoras más reconocidas, existe una industria cultural de actores y productores. Una triada que dice preocuparse por audiencias y públicos, pero solo como fuente de ganancia. Este negocio genera exclusiones entre sí. La estructura de concentración monopólica entre operadores privados, evidencia asimetrías entre ellos, por ejemplo Caracol y RCN tienen una cláusula de exclusividad para los anunciantes de la que tanto se queja Canal Uno. Una pelea cazada dado que la pauta en televisión recae apenas en 54 negocios.
Desde el modelo mixto, donde el monopolio del medio era propiedad estatal y las programadoras eran privados, generando contenidos, no solo se generó un sector dependiente sino unas formas burocráticas, que a su vez establecieron una puerta giratoria entre cargos estatales y directivos de medios. La promesa de lucro fue tal que en un momento existieron 68 programadoras que se aventuraron con contenidos catalogados como recreativos, dramatizados, series, novelas y noticieros. La industria cultural y programadores se nutrieron de recursos estatales que sirvieron para marcar la memoria colectiva, pero a su sombra se instaló todo un sector que obtuvo grandes réditos.
Hoy, con la crisis, a los grandes medios les resultan rentable acoplarse a la tendencia, producciones con exclusividad pagada, caso de RCN que con la nueva historia de Betty la fea solo posible de verse por medio del servicio de streamingggde Amazon Prime Video. Mientras en el país se repite por quinta vez la original, aun así, figura entre los ocho programas más vistos. Esta es la pobreza de televisión que ofrecen, y quieren que las audiencias sigan pasivas, esperando refritos o suscribiéndose por nuevos contenidos. Tenemos, entonces, un contenido cada vez más pobre, incluso en el tratamiento mismo de las imágenes. Un panorama que no parece cambiar con la televisión por cable, que con un material mayor de la industria cinematográfica ofrece en su parrilla de programación refritos, una de las razones que contribuye a la creciente desafiliación de la televisión por cable.
Con los cambios en marcha, la incorporación de la conectividad del mundo de las pantallas, arrinconó a la televisión como medio de comunicación. Las pantallas afloran en el mundo de la vida cotidiana, pero pocas optan por ser sintonizadas en el televisor. Algunos de sus defensores señalan que la vigencia de la televisión como señal abierta, está en su contenido relacionado con la inmediatez de los sucesos sociales y el uso que tiene en la cotidianidad. Si la televisión vive esta crisis es porque nunca le interesó conocer a sus audiencias; ahora que están más dispersas es lógico que no quieran seguir en sintonía pasiva. Lo cual no quiere decir que ahora sean más críticas y receptivas a contenidos de calidad.
Otros sugieren que la televisión incorporé mayor velocidad en el procesamiento de imágenes y narrativas, una estética más digital de redes social, lo cual implica una menor calidad en los contenidos abordados, lo cual no es garantía de fidelidad de las audiencias. Todas estas son medidas que no resuelven el problema. De fondo lo que existe en todos los proponentes es una visión limitada que quiere desarrollar solo las telecomunicaciones, es decir el mero transporte de información, pero no una dimensión mayor que las trasciende y que implicaría las TIC como apropiación de la tecnología para la generación de información1. Una confusión que se extiende al mismo diseño institucional de confundirlas, y por lo tanto al diseño de políticas inadecuadas para el desarrollo del sector.
El Estado tras la lente
Las distintas formas institucionales que han acompañado al sector, desde ministerios, comisiones, autoridades, dan cuenta del interés político por controlar el medio, no solo en los contenidos que se emitan sino como poder político en tanto desarrollo de políticas públicas. Un poder que al comunicar acorta posibilidades de significación, pero una forma de comunicación que permite el ejercicio del poder. Comunicación y poder, la dupla en las actuales sociedades.
En Colombia, la historia de la televisión y su relación con la institución estatal tiene una predominancia de discrecionalidad en el poder ejecutivo, es decir, que tanto la forma del dominio del espectro electromagnético como la manera de hacer televisión pública han caído en el presidencialismo. Así, la política pública, como en muchos otros asuntos, no mantiene una continuidad entre gobiernos, son procesos cambiantes según decisión del mandatario. Un modelo que se gestó desde sus comienzos, porque primaba una visión de propaganda gubernamental sobre información de interés público.
En su trabajo doctoral, el investigador Juan Carlos Garzón quiso historizar ese control de las entidades sobre la televisión vía normatividad2. Un control que como mencionamos, se estableció en la figura presidencial vía decretos durante 30 años. Por ejemplo, en 1954 con el decreto 3329 se compraron 15.000 televisores Phillips, muy costosos, por medio del Banco Popular. Una manera de implementar acciones vía decretos: decretar televisión. Así, en menos de 20 años, en las ciudades se instaló un lucrativo negocio que en 1970, con 830.428 televisores, llegaba a una audiencia de cuatro millones de televidentes. Cinco años después el número de televisores superaba el millón, y al interior del medio ya se mostraba su carácter monopólico: las tres más grandes programadoras, RTI, Punch y Caracol, controlaban el 50 por ciento del espacio asignado.
Un segundo momento de control estatal sobre la televisión, ya a color, llega a mediados de los ochenta la regulación por parte del legislativo, configurando también una institucionalidad, junto con su respectiva burocracia. Según Juan Carlos Garzón, eran los tiempos de legislar tv. Y posteriormente con la Constituyente, en materia regulatoria tomaban formas institucionales, pero también permitieron procesos de desregulación: constitucionalizar tv. Formas de ejercer un control para el dominio del medio, un Estado que nunca lo entendió como información de interés nacional, para una democratización de las representaciones, sino como órgano de agitación política y cuota burocrática de la figura presidencial, hasta nuestros días.
Al comienzo, la programación la integraban 45 horas semanales, de las cuales la mitad eran programas comerciales, seguidos por los relacionados con contenidos culturales, y apenas la novena parte dedicada a televisión educativa. La preocupación por hacer realidad una mayor franja educativa y cultural potenció la creación en la década de los setenta de la conocida como Radio Televisora Nacional, una preocupación que duraría hasta los años ochenta. En esa línea, el Canal 3, más tarde Canal 11, ahora Señal Colombia, fue emitida por primera vez en 1968. En la siguiente década las programadoras privadas ya soñaban con hacerse control a los canales públicos. Un logro que se daría a finales de los noventa, cuando se inclina la balanza a favor de una televisión más comercial. Desde entonces los espacios educativos y culturales se fueron recortando, hasta la programación que tenemos hoy, tan pobre que una única oferta infantil existente está integrada por programas animados que ya cuentan con más de cuarenta años. Con razón dicen, niños, jóvenes y viejos: apague y vámonos.
1 Cardona, J (2024) TIC, Telecomunicaciones y brecha digital. Políticas públicas de comunicación en Colombia IEPRI, Universidad Nacional de Colombia. pp. 147-174.
2 Garzón, C (2015) Televisión y Estado en Colombia. Universidad del Externado, Bogotá.
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