Francia, un giro inesperado

El resultado de las legislativas dio un giro inesperado que podría cambiar el futuro de la política francesa. Una lección para todos los demócratas del mundo tal vez pueda encontrarse en estos acontecimientos en los que la fuerza populista de la ultraderecha en ascenso puede ser derrotada gracias a la coalición de una izquierda pragmática.

Recientemente hemos sabido –por su anuncio en todas partes– que el partido de extrema derecha Reesemblement National (RN), liderado por de Marine Le Pen, no logró, afortunadamente para las ciudadanías francesas –y quizá europeas–, dar forma a un gobierno de extrema derecha que, desde los días de la Segunda Guerra Mundial no ha vuelto a verse en ese país. Contrario a ello, el Nuevo Frente Popular (NFP) de los partidos de izquierda y los “verdes” obtuvieron el 7 de julio el mayor número de escaños en las elecciones legislativas.

Se trata de una noticia relativamente buena para muchos; sobre todo porque ello contrasta con la situación de la Unión Europea (UE) donde la Hungría de Víktor Orbán ha asumido recientemente la presidencia rotatoria del Consejo, lo cual ha generado un profundo malestar en muchos de los representantes que integran esa corporación continental. Ante eso, los resultados de las legislativas en Francia parecen representar una esperanza para la comunidad internacional europea y para todos los demócratas del mundo que observamos, con preocupación, el vertiginoso ascenso de la ultraderecha en ese continente.

Como también supimos –y no precisamente por ostentación de esa visibilidad que suele acompañar al Norte Global–, la RN y sus aliados habían quedado a la cabeza de las legislativas tras los resultados de la primera vuelta: jornada que según algunos analistas había sido convocada de manera precipitada. Lo cierto es que en la segunda vuelta la alianza ultraderechista no pudo superar al NFP cuyas fuerzas (socialistas, ecologistas, comunistas, etcétera), inteligentemente, decidieron no dividir el voto que ya militaba en contra de la ultraderecha francesa. Mientras tanto, la alianza “centrista”, Ensemble, del presidente Emmanuel Macron, terminó en segundo lugar desplazando al RN al tercer puesto de la contienda electoral. En tal escenario, la correlación de fuerzas entre los actores de la política francesa parece haber dado un giro completo e inesperado para sus adversarios.

Hay quienes piensan –como la periodista española Carmen Gómez Cotta– que “vivimos en tiempos convulsos”, debido a la “crispación, la polarización y el auge de los populismos”. Esta opinión -–an de “centro” como conservadora– sugiere que los extremos en la política, recurriendo a estrategias populistas o demagógicas, han tomado demasiada fuerza y que en el desequilibrio provocado por su confrontación parecerían poner la democracia en bandeja de plata para el consumo de las derechas. Sin embargo, si lo que ha ocurrido en Francia es una excepción a ese arrojo, un reverso particular frente a la “derechización” de la política democrática, entonces vale la pena que nos detengamos un momento a pensar en ello.

Es posible prever que, con los 289 escaños necesarios para alcanzar una mayoría absoluta, es probable que el presidente francés –Macron– busque establecer una alianza con la coalición de izquierda para gobernar junto a ella. Un tanto en la línea facilista de Orbán, el primer ministro de Hungría, quien obrando con un espíritu atlantista –despotricando de hecho contra los viejos fantasmas del comunismo–, no tiene ningún problema en mostrar afinidad con Putin o con Xi Jiping, el “centro” se acomodará mejor a quien por el momento tenga la batuta. La “sabiduría” equidistante del “centro” lleva consigo, como es usual, esa corrosión que produce la falta claridad y de coherencia políticas llevadas al corazón de la democracia. El facilismo de ese “centro” ha llevado incluso a que el hoy primer ministro francés, Gabriel Attal –que es como una mezcla en marketing entre Duque y Claudia López– haya dicho que presentará su dimisión, pero una vez haya sido negociada la formación del nuevo gobierno.

Como era de esperarse –sobre todo en el espectro mediático fabricado por las fuerzas políticas más reactivas–, la BBC News consultó al analista y politólogo francés Yves Camus para difundir la idea de que, en cualquier caso, la ultraderecha no habría sido frenada y, por el contrario, habría que analizar los resultados de las legislativas con mucho más detenimiento para saber lo que realmente está ocurriendo con el ascenso de la ultraderecha en Francia: “todavía pueden intentar alcanzar el poder a través de la presidencia y no a través del Parlamento”, afirma Camus. La obviedad contenida en esta opinión –no lo suficientemente alarmista, a mí juicio– merece que nos la tomemos en serio y que veamos las cosas con algo más de detenimiento.

En primer lugar, el frente republicano francés parece haberse reavivado justo cuando el riesgo de tener a la ultraderecha en el poder legislativo fuera percibido como algo muy real. La coalición amplia tomó por sorpresa a la RN –y, por supuesto, también al partido de Macron–. La izquierda y los “verdes” fueron bastante rápidos en llegar a acuerdos, lo que les permitió dejar a un lado sus principales diferencias y formar una coalición que disputara a la ultraderecha el control del legislativo. En efecto, el Partido Socialista, de tendencia moderada –y que en otro tiempo fuera el partido de Gobierno– yacía vacío desde que terminara la presidencia de François Hollande en 2017, y, sin embargo, no tuvo mayor problema para entrar en coalición con la La France Insoumise (LFI). El líder de la coalición Jean-Luc Mélenchon ha dicho, tras la victoria y ante sus simpatizantes en París, que el presidente Macron “tiene el deber de llamar al Nuevo Frente Popular a gobernar”. La lección no puede ser más clara para todos los demócratas del mundo –tal y como ha sucedido en diversos episodios de la política latinoamericana–, pues ahí donde el peligro mayor –el ascenso de la ultraderecha– se expone como una posibilidad real, las distancias estratégicas de los actores progresistas pueden conjugarse en acercamientos tácticos.

Y, en segundo lugar, los resultados electorales para Macron y su movimiento no han sido para nada inconvenientes. La alianza Ensemble ha derruido el muro que parecía imponerle su reciente disipación o desdibujamiento ante la opinión pública. El segundo puesto es un buen resultado que podría permitir a Macron trabajar con la izquierda para proporcionar a cualquier futuro candidato del “centro” mayores posibilidades de ganar en las elecciones de 2027. Es por esto que el presidente francés ha dicho: “Pido a todas las fuerzas políticas que se identifican con las instituciones republicanas, el Estado de Derecho, el parlamentarismo, la orientación europea y la defensa de la independencia de Francia, entablar un diálogo sincero y leal para construir una mayoría sólida, necesariamente plural, para el país”. Si eso fuese así, perfecto; pero todo el mundo sabe que será muy difícil para Macron gobernar junto al NFP ya que las distancias ideológicas que les separan son, en el fondo, intereses materiales concretos. Porque cabe también la posibilidad de que Macron se dedique a desconocer los resultados electorales permitiendo que Attal se mantenga en su cargo u obstaculizando la representación del NFP en la dirección del Estado a favor de las ciudadanías que les apoyan.

Hace poco Jordi Sevilla, economista y exministro del Partido Socialista Español, dijo que las democracias contemporáneas “están sufriendo los ataques externos de la autocracia” así como “los ataques internos del populismo”. Da a entender –como suelen hacerlo los políticos de tendencias moderadas– que estos supuestos embates en doble vía responden a un cierto enfado y a una profunda decepción que recorre el cuerpo de las ciudadanías ante las promesas incumplidas por los dirigentes políticos. La desconfianza creciente hacia las instituciones democráticas –que coincide plenamente con la popularidad de la ultraderecha–, en tanto las mayorías ciudadanas sienten que tales instituciones no les amparan, viene siendo el caldo de cultivo para el retorno de las manías autoritarias.

Esto no es ajeno a las democracias de la América Latina donde, recientemente, un maniático antidemócrata como Javier Milei fue electo presidente de la Argentina. Es preciso entonces prestar atención a lo que viene ocurriendo con el ascenso de la ultraderecha en todos los continentes y, todavía más, prestar atención al modo en que las coaliciones democráticas de la izquierda pueden, efectivamente, oponerse a ese ascenso y salir victoriosas haciendo que el cuerpo de la sociedad ponga un alto en el camino hacia la derecha y de un giro hacia la izquierda.

* Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia y magistrante en Filosofía Latinoamericana de la Universidad Santo Tomás. Investigador de Centro de Investigación y Análisis de Medios (CIAM). Trabaja en temas de ciudadanía, democracia y derechos humanos.

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Información adicional

Autor/a: Daniel A. Cerón
País: Francia
Región: Europa
Fuente: Periódico desdeabajo N°315, 19 de julio - 19 de agosto de 2024

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