Los dos primeros años del Gobierno del Cambio, arrojan todo tipo de lecciones. Para muchos, las políticas, con énfasis en el jaleo parlamentario, son las más importantes; otros más destacan las luces arrojadas por el manejo económico que le caracteriza, en su devenir entre el decir y el hacer; no pocos recalan en lo militar, penetrando su mirada en el manejo de la Paz Total ofertada. Todos y cada uno de los énfasis son pertinentes y necesarios. Es útil y necesario intentar una lectura integral de todos los factores que aporten a interpretar el qué, cómo, por qué, con quiénes, hacia dónde, en el devenir de esta inédita experiencia gubernamental. Estarían pendientes los escenarios posibles que afronta hacia el 2026.
En la presente edición de desdeabajo intentamos un primer acercamiento de amplio espectro al proceder del Gobierno buscando discernir varios de estos interrogantes. En la edición del mes de agosto abordaremos con mirada complementaria esta necesaria evaluación. Esperamos que la lectura de ambas ediciones les permita a quienes nos leen construir una visión integral, con potencia de presente y futuro, para su actuar como activistas barriales, docentes, dirigentes rurales o urbanos, analistas, así como responsables políticos de distinto orden… Sin perder ángulos ni coordenadas en la mirada, y apoyados en un pasado necesario de retomar en toda ocasión, acuciosos por el devenir de la experiencia que nos ocupa.
Dentro de los énfasis más recurrentes del qué hacer del gobierno encabezado por Gustavo Petro, encontramos ausencias en los aspectos que dan cuerpo a esta editorial, indispensables para armar de manera integral la evaluación en cuestión. Tiene prioridad el señalar la poca atención que recibe la preocupante perdida de autonomía por parte de los movimientos sociales. Como se recordará, meses antes del triunfo electoral de 2022 los activos sociales habían librado una intensa acción en contra del gobierno liderado por Iván Duque. Si bien su potencia había decaído bastante para los meses del momento electoral, unos y otros actores aspiraban a retomar pronto acciones con mayor brío. Esa proyección quedó anulada con la novedad del triunfo electoral.
Desde aquel momento, las prioridades dejaron de ser la exigencia del cumplimiento de pliegos firmados años atrás, así como con el que acompañó el llamado alzamiento social, y su posible potencia quedó congelada en espera de que el nuevo gobierno materializara todo lo que representaba. La demanda y la crítica desaparecieron. Incluso, ante medidas que afectaban los bolsillos populares –alza en los precios de la gasolina, por ejemplo–, o ante visitas siempre rechazadas –como las reiteradas del Comando Sur a la Casa de Nariño, o las del Fondo Monetario Internacional–, y de un mes al otro pareció que lo siempre rechazado ahora sí tenía sentido de ser.
A la par de ello, las movilizaciones dejaron de ser convocadas por los movimientos sociales y pasaron a serlo por parte del gobernante de turno. Todas, alrededor de la defensa de la agenda oficial que, se supone, es la misma que la de los sectores populares, pero, ciertamente, sin integrarla toda. Pese a lo evidente de esto, la crítica desapareció, bajo el prurito y desenfoque de “no hacerle el juego al enemigo”.
Es una realidad compleja: ¿hasta dónde acompañar, y cómo hacerlo, a un gobierno que se considera es el del pueblo? En esta condición, ¿vale y procede hacer, sí, no, la crítica al mismo? ¿Cómo y en qué momento hacerlo? ¿Cómo proceder cuando una medida del Ejecutivo es contraria a los intereses populares? Interrogantes que son aún más pertinentes cuando el actual gobierno se ha autolimitado en sus propósitos, reformistas si, pero no anticapitalistas.
También están ausentes de la necesaria evaluación, integral, el proceder político gubernamental que confunde, como ya sucedió en diversidad de experiencias revolucionarias, así como progresistas, Estado-Gobierno-partido y movimientos sociales, metiéndolos en una sola bolsa, propiciando con una y otra medida –llamados a la movilización para el apoyo a ciertas reformas, buscar unanimidad entre la diversidad que es la izquierda, aprovechar el aparato estatal para transformar, vía decreto, símbolos de una organización en íconos del país– una sola y única forma de organización y funcionamiento de la sociedad y de sus sectores más activos.
Por esta vía también se pretende darle cuerpo a un partido único, como aparato y no como órgano social vivo de debate ideológico, político y programático, en el que las decisiones no sean por obediencia y dedo sino fruto del hacer colectivo. Una decisión vertical que olvida que más que partidos las opciones para la sana convivencia de matices y experiencias diversas de izquierda son los Frentes con respeto de opiniones con distinto origen. Cotidianidad errada que se extiende al culto al fetiche de las leyes que impera en lo hasta ahora realizado, olvidando o dejando en tercer lugar la vida cotidiana de las mayorías y las transformaciones que las gentes pueden hacer por iniciativa propia. Potencial que debiera ser estimulado en procura de poder popular y con éste, de construcción de referentes de autonomía real, antiestatales.
Quehaceres pendientes que sacan a la superficie la enseñanza histórica que indica, con toda razón, que sin transformación de la cultura dominante no es posible cambio profundo alguno, logrando, cuando más, simples parches que en apariencia bajan la fiebre pero ante el menor viento dejan que de nuevo retornen altas temperaturas al cuerpo.
No es sencillo avanzar en este campo, pues su amplitud y complejidad son de tal tamaño que sus logros se toman hasta décadas y mucho más. Pero no es posible avanzar de un punto X a uno Y si no iniciamos la marcha. De esta manera, transformaciones indispensables en los currículo y pénsum educativos, desde 0 hasta educación superior, despliegue de una pedagogía otra, a la altura de los propósitos de nueva sociedad; valores colectivos como referente de vida, que confronten y quiebren la atomización sembrada por el neoliberalismo; estímulo a formas solidarias de convivencia territorial en ciudades y campos; impulso, fortalecimiento y articulación de experiencias autogestionarias de todo tipo; desestímulo del consumo innecesario, así como del uso de vehículos para transporte individual; apertura a inéditas formas de gobierno local y comunitario, con un poder legislativo nacional ligado y dependiente de verdad de la sociedad local, regional y nacional, con dirigentes obligados a una vida colectiva, y con partidos, movimientos y otras estructuras organizativas y de funcionamiento poblacional conformadas y con operatividad abierta al conjunto que somos, en los cuales la democracia directa, radical y plebiscitaria se cumplan a diario, y en los que “bajar y no subir, mandar obedeciendo, representar y no suplantar, servir y no servirse, convencer y no vencer, proponer y no imponer, construir y no destruir”, según el vivir Zapatista, sean valores y referentes de un nuevo hacer político, social, humanista y anticapitalista.
Son retos, todos y cada uno de estos, imposibles de poner en marcha, y mucho menos de consolidar, sin darle vida a un Sistema Nacional de Comunicaciones Alternativo, con el cual todas las experiencias de base que se sientan convocadas deberían confluir a discutir y poner en marcha una intensa disputa de la opinión pública, sin ganar la cual, nada de lo hasta aquí indicado será posible.
Hasta donde ha obrado el gobierno que lidera Gustavo Petro, la apuesta sigue por el camino de potenciar medios de comunicación del orden nacional adjuntos a presidencia o dependientes de la misma, para repetir los mensajes oficiales y similares, no mucho más Un obrar cuestionable pues el referente social, local, regional, nacional, alcanzado por infinidad de experiencias pequeñas o medianas, todas incipientes, pero con gran potencial, está desaprovechado. Alejado, perdiéndose así la oportunidad de construir otro modelo comunicacional. Otro, cargado de un potente nervio cultural que extendería sus efectos más allá de lo que dure la actual experiencia de gobierno, quedando en función para actuar haya o no continuidad del referente progresista.
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