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Minga indígena: caminando la palabra tras un nuevo país

Minga indígena: caminando la palabra tras un nuevo país

La fecha establecida fue el 12 de octubre. Memoria de dolor y resistencia. Tal como lo habían acordado, en ese mismo día y en la hora prevista, sus pasos pisaron fuerte, recorriendo el país por todos sus costados. Por todas sus regiones se sentían y se veían cuerpos maltratados por la exclusión y la pobreza.

Cuerpos cargados de decisión y dignidad. Minga indígena. Por el norte, hasta Riohacha, llegaron los Wayuú. Los embera se concentraron en Quibdó. Los Barí avanzaron por Norte de Santander. Emberas-Katíos hicieron presencia en Sincelejo. Emberas-Chamí taponaron carreteras por Risaralda y Caldas. Nasas y Yanaconas coparon carreteras en el Cauca. Los U’wa hicieron sentir su caminar en Boyacá. Cada uno hizo lo que su fuerza le permitía, pero también lo que le aconsejaba su reconstitución como pueblo activo y en resistencia, menguados por el paramilitarismo y la ofensiva capitalista tras inmensos proyectos productivos.

Movilización para demandar justicia. Uno a uno los gritos se escuchaban y las demandas se precisaban. Lo hacían como nunca antes había sucedido: en unidad y coordinación entre el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Por su experiencia y la cantidad de su población, el mayor ritmo lo impuso la movilización indígena, campesina y popular en el Cauca. Allí se hizo nítido que la Minga se iniciaba y mantenía, entre otros, por: liberación de la Madre Tierra, contra el TLC, por el desmonte de las leyes que despojan a las comundiades rurales, por la restitución del buen nombre.

Emboscada para violentar

La Minga retoma calles y autopistas, luego de cuatro años. En 2004, el pueblo Nasa había llevado a cabo el Congreso Itinerante, que no alcanzó a instalar un Congreso de los Pueblos en Cali. Pero el mensaje había sido sembrado. Luego desataron la campaña por la “liberación de la Madre Tierra”, fruto de la cual dos indígenas resultaron asesinados y otros cientos heridos, reabriendo ante el país el debate sobre tierra y territorio.

Una clara vocación de ser gobierno y ser poder. No esperar más dilaciones en los acuerdos de tierras irrespetados por el Gobierno. No morir esperando lo que no habrá de llegar. Luchar. Y así ha sido. Una y otra vez las haciendas La Emperatriz y El Japio, además de muchas otras, han sido epicentro de acciones de copamiento por parte de sus propietarios históricos. Una y otra vez han sido desalojadas por la acción violenta del Esmad y de unidades del Ejército.

La lucha ha sido intensa, pero se requieren otras acciones y otros métodos para concretar esas aspiraciones. Por ello, ahora, con la Minga indígena, con sentido cada vez más popular, el debate se hace de cara a todo el país. El gobierno nacional teme a esta posibilidad, y por ello su decisión de emboscar y destruir.

No diáloga. Ataca. Esa fue la decisión tomada para el 14 de octubre, día definido por los Nasa para emprender la parte correspondiente de la Minga en el Cauca. Ese día, sin medir palabra, centenares de fuerzas combinadas del Esmad de la Policía y el Ejército, atacaron con la decisión de desvertebrar la protesta. Retomaban la enseñanza del ataque ejecutado en 2006 en igual territorio, cuando destruyeron, junto con toda la infraestructura allí levantada, la protesta indígena.

Pero la historia no es lineal. Con una cantidad muy superior de participantes en la nueva protesta, los indígenas resistieron el ataque, impidiendo el desalojo. El cálculo oficial fracasó y la Minga se cualificó, además de multiplicarse en miembros. Los 10 mil iniciales ahora eran muchos más.

Con el paso de los días, se hizo claro que era un movimiento indestructible. Sus pasos se dirigieron hacia Cali, donde ya eran 40 mil, entre nativos, estudiantes, trabajadores en paro en el sector del azúcar, educadores, etcétera.

La voz ganaba tono: “No venimos a pedir. Exigimos”, así, con seguridad, lo expresaban los voceros de la movilización. Y el Gobierno tuvo que ceder. Entre dilaciones y espectáculo, como está acostumbrado, quiso reducir el debate demandado por los indígenas, para que “restituyan nuestro buen nombre, aclaren quién es el violento y terrorista, no pongan en marcha el TLC con los Estados Unidos…”. Sin embargo, las maniobras operativizadas por el Ejecutivo chocaron con la resistencia.

“Uribe tiene que venir a territorio indígena para discutir lo que estamos demandando”. Y lo que no había sucedido hasta entonces, se hizo realidad. El 2 de noviembre llegó el Presidente a La María, para discutir por fuera de un consejo comunitario, ese espacio que él manipula y controla a su antojo. Y ante las denuncias de los pobladores históricos del Cauca, se deshizo en disculpas y respuestas llenas de vaguedades, que evidenciaron los dos países realmente existentes en esta parte del hemisferio: el oligarca, terrateniente y especulador, aliado de los capitales internacionales, sometido al poder del Norte, y el popular, desposeído de tierra, sin trabajo bien remunerado, perseguido por protestar, inculpado de terrorismo cada que reclama dignidad.

Sin acuerdo alguno, la Minga tenía que proseguir. Y el 9 de noviembre, hombres y mujeres provenientes del Cauca y el Valle del Cauca, se reencontraron en la Universidad del Valle. El 10 ya estaban en Palmira, visitaron de manera solidaria a los huelguistas del ingenio Manuelita, intercambiaron con ellos realidades y se brindaron voces de respaldo. El 11 hicieron presencia en Armenia. El 12 brindaron su voz de apoyo a los desplazados por el Volcán Machín, y se impusieron al Esmad y los carabineros que intentaron evitar su ingreso en Ibagué. El 13 recordaron en Chicoral que el problema de tierra en Colombia fue profundizado allí por el acuerdo terrateniente y oligarca de 1972.

Y mientras así se avanza, más delegaciones se suman a esta Minga indígena, cada vez más popular. Las voces solidarias se acrecientan y el cuerpo de la demanda se ensancha. Con cada nueva población visitada; con cada intercambio sostenido con viviendistas, pobladores, campesinos, estudiantes, la agenda se hace más amplia pero también más explicita: requerimos una conjunción de movimientos sociales, una coordinación expedita de luchas pero también un referente de poder que nos permita enrutar todos los esfuerzos hacia un solo propósito: reconstruir el país para todos, con sentido real de justicia, soberanía y dignidad.

Cuando la Minga pise Bogotá, este río humano deberá deliberar y poner un reto muy alto para las direcciones de todos los movimientos sociales, pero también para la de los partidos: conformar un Parlamento de los Pueblos que nos permita deliberar, en perspectiva de una nueva Colombia, con autonomía, y tomar decisiones estratégicas que impliquen un accionar común, como un solo cuerpo, decididos a ser gobierno y ser poder.


Entrevista con la Consejera Mayor Aida Quinqué

Julián Carreño: Ustedes tuvieron reuniones previas a la Minga, evaluaron la fuerte represión y la violencia que sufren desde el Estado. ¿Qué los llevó a tomar la decisión de hacer esta nueva fase de la Minga y marchar masivamente hacia Bogotá?

Aida Quinqué: La movilización de los pueblos indígenas es permanente en el Cauca. Hemos estado en el proceso de liberar a la Madre Tierra, exigiendo puntuales acciones jurídicas y políticas, entre ellas la Minga. ¿Por qué queremos ir con la Minga a Bogotá? Porque vale la pena llegar hasta los colombianos. Muchos no entienden aún el problema de la tierra y, fuera de no entenderlo, tienen una mala imagen del indígena y las comunidades rurales, como la venden la institucionalidad y el gobierno: ladrones, delincuentes, terroristas, salvajes… nunca se sabe en verdad quiénes somos.

Hacemos el ejercicio de llegar precisamente a esos pueblos en los que ve ese miedo al indígena, aclarándoles que somos iguales a todos: con expectativas y derechos que se deben exigir en el marco indígena, campesino, afrocolombiano, urbano y social.

Ese es el caminar de la palabra. Con la política de Estado, nos asesinan; nos matan con las leyes, con la política de ‘seguridad democrática’, con el desplazamiento forzado y con el tema de las víctimas. Entonces, la Minga es eso. Encontrarnos con los otros; que cuenten su historia, su experiencia, y que podamos compartir y de ahí empezar a generar una política incluyente, que nazca desde la propia gente.

JC: En 2004 se realizó un Parlamento de los Pueblos Indígenas y se ha avanzado en lo del gobierno autónomo. Al respecto, ¿cuáles son los objetivos concretos de esta Minga?

AQ: Hemos hecho el Parlamento Indígena y Popular porque nosotros también somos gobierno y como tal podemos legislar. Consideramos que en el marco de la legislación indígena defendemos nuestra autonomía y nuestra autoridad. Por eso hablamos de desobediencia civil. No nos sometemos a normas que nos reprimen y violan los derechos. La idea es que, al hablar de lo popular, todos los colombianos se opongan a las políticas de agresión, muerte, negación, como la contrarreforma agraria. Esas son parte de las propuestas construidas, propuestas, desde nuestro Parlamento.

Por ello, así como los terratenientes y los grandes politiqueros llegaron a Chicoral en 1972 y dijeron: ¡No más reforma agraria, ni para los indígenas ni para nadie!, venimos a decir que sí debe haber reforma agraria popular. Y que no son unos pocos los que deciden; es el pueblo mismo el que decide.

Otro objetivo es seguir el debate, cara a cara, pero ya no sólo como hicimos en La María sino que asimismo debe ser mucho más amplio, y en el que muchos expresen su sentir y le digan al Presidente lo que pasa en Colombia.

JC: En términos de la experiencia, ¿cómo ve el desarrollo de la Minga, qué respuesta encuentran?

AQ: Variadas reacciones. Mucha gente nos espera con buenas expectativas y esperanzas en esta Minga; pero también gente con odio, dolor, mucha gente que aún considera que los indios somos un problema para el país. En términos generales, digo que vamos bien, ganando puntos en cuanto a la desobediencia y la resistencia civiles.

JC: Para el país es claro que los indígenas son una fuerza de resistencia. Aquí hay por lo menos  5.000 personas. ¿Cree usted que más gente seguirá sumándose?

AQ: Se van a sumar más. Vienen compañeros del Cauca y otras regiones. Guardamos la esperanza de que en Bogotá no seamos sólo indígenas. Habrá estudiantes, sindicatos, y eso nos anima mucho porque eso es la Minga, la cual ya no debe ser sólo indígena; debe ser eminentemente social. Creo que vamos a ser muchos los colombianos que, a partir de la Minga, construiremos y mostraremos una cara diferente del país.

JC: En la discusión de Chicoral el 13 de noviembre se planteó retomar los diferentes mandatos, el Mandato Rural Campesino, el Mandato que surgió con el Parlamento Indígena, para un pacto social conducente a una reforma agraria popular. ¿Es viable?

AQ: Es posible. Nuestros mayores nos enseñan que la persistencia es legítima. No es lo que digan la ley o el Estado. La ley y el Estado sí, siempre y cuando defiendan los derechos de todos. El pueblo tiene que levantarse. No es posible que sigamos sometidos a un sistema de esclavitud y de muerte. Creo que los colombianos deben despertar su corazón, y esto implica despertar para denunciar un sistema que nos aniquila. Hay mucho miedo, pero esto hace parte del proceso; también debe darse el de la resistencia.

JC: ¿Cómo ve el ánimo de los delegados de los distintos resguardos indígenas?
AQ: La gente está animada. Veo a los jóvenes y los mayores con mucha, mucha fortaleza.


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