La reducción en un 25,7 por ciento de las exportaciones chinas en febrero de este año y la consecuente caída de su superávit comercial, que pasó de sumar 39.110 millones de dólares en enero de 2009 a tan solo 4.840 millones en el mes siguiente, es apenas una muestra de la severa contracción que sufren los intercambios comerciales internacionales. Pues no son menos impresionantes las cifras de Japón, cuyas ventas externas se hundían en enero en 45,7 por ciento, mientras las importaciones mostraban una cifra negativa (–31,7). Del lado de Estados Unidos, en el mismo mes, las compras en el exterior retrocedían 6,7 por ciento y las exportaciones 1,7, en una clara prueba de que los reacomodos por venir en las relaciones económicas son de grandes dimensiones.
Ahora bien, si miramos más de cerca las cifras anteriores, se observa que no hay simetría en las contracciones, pues en el caso de la relación China-Estados Unidos, por ejemplo, mientras las exportaciones de Estados Unidos a China disminuían 19,7 por ciento, las de China a Estados Unidos lo hacían sólo en 1,3, probándose que los flujos comerciales dirigidos de China a Estados Unidos son más rígidos (inelásticos, en el lenguaje de los economistas) que los que van en sentido contrario. Por ello, si bien el déficit comercial de los usamericanos se redujo en total en 9,7 por ciento, siguió aumentando en el balance bilateral con los chinos. En un lenguaje más simple, esto indica que, por lo menos desde el punto de vista del suministro de mercancías, China depende menos de los norteamericanos que al contrario. Ello puede indicar que de la crisis no saldrán incólumes las jerarquías internacionales, y que quienes avizoran un futuro multipolar tienen bases sólidas para tal previsión. En esas nuevas condiciones, las alianzas geoestratégicas se decantan y los nuevos grandes jugadores demarcan sus zonas de influencia, Rusia se consolida en el Cáucaso, y con el retiro de la base aérea norteamericana en Kirguistán comienza un proceso de retoma de sus relaciones fronterizas. En América, parece que Brasil es el encargado de mover las fichas.
De ahí la pérdida de importancia del Grupo de los Siete (las naciones más industrializadas del Primer Mundo) y el protagonismo alcanzado por el Grupo de los Veinte (G20), que sanciona la consolidación y el peso internacional de economías como las de China, Rusia, Brasil e India (BRIC), que ya no asisten a estas cumbres como meros invitados de piedra para legitimar un orden internacional que los desfavorece. No se debe olvidar que el conjunto de 20 países del nuevo grupo suma el 90 por ciento del producto bruto mundial y sobre ellos recae el 80 por ciento del comercio del planeta.
La presencia activa de países como Brasil en esos escenarios es indiscutible, y de allí que la invitación de la Casa Blanca a su presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, como uno de los primeros huéspedes de la nueva administración, no es simple anécdota; se trata del reconocimiento de esta nación como un nuevo poder con el que se debe contar en el terreno de la geopolítica y en el de la diplomacia, y no por casualidad uno de los temas abordados en esa reunión en Washington es precisamente la cumbre de Jefes de Estado que el G20 tendrá en Londres el 2 de abril. De allí igualmente que la distensión con Cuba y Venezuela, que Lula da Silva señala como condición necesaria para un nuevo tipo de relación de Estados Unidos con América Latina (el titular de Defensa de Brasil, Nelson Jobim, arrancó su primera intervención en la última cumbre de Unasur señalando que “un punto fundamental para que los Estados Unidos tengan una buena relación con Sudamérica… es importante que cambie (su) política con Cuba”), se abra paso en algún grado. Pues bien, frente a ese panorama, lo que cabe preguntarse es ¿cómo encaja nuestra política internacional en esa estructura emergente?
Colombia en su laberinto
No cabe duda de que a las relaciones internacionales del país les cabe un papel deshonroso y turbio. Que a Colombia se le señale de intentar convertirse en el Israel de Suramérica no resulta tranquilizante, pues, más allá de la justeza o no del símil, lo verdaderamente importante es que con ello se desnuda el intento del gobierno colombiano de constituirse en el ariete de los intentos de continuidad del unilateralismo estadounidense y, por tanto, de erigirse como el gran obstáculo para una sólida y autónoma integración regional latinoamericana.
Las declaraciones del ministro de Defensa Juan Manuel Santos, con motivo del aniversario del bombardeo sobre territorio ecuatoriano, en las que justificaba nuevamente la acción en territorio ajeno e intentaba reclamar legitimidad para acciones militares extraterritoriales, no puede entenderse como otra cosa que un nuevo bombardeo, esta vez diplomático, sobre nuestros vecinos Venezuela y Ecuador, que no tardaron en responder para alertar sobre el peligro bélico internacional que representa la obsesión por lo tiros y las bombas que desde sus inicios muestra el gobierno de Uribe. En Colombia, el efecto de esas declaraciones no tardó en convertirse en un pugilato por definir quién es más agresivo. La parlamentaria y ex ministra de Defensa Marta Lucía Ramírez, por ejemplo, en declaraciones para el diario El Espectador el 8 de marzo, propugnaba por un “cerco diplomático” a nuestros vecinos, en un claro paralelo con los “cercos humanitarios” de los que habla Uribe, como estrategia para el rescate de los rehenes de las farc. Ese lenguaje de guapo de cantina, impuesto en esta administración, se traslada a las relaciones internacionales en momentos en que los reajustes de la geopolítica reclaman tacto, pues, frente a un mercado mundial deprimido, la diplomacia se convierte en complemento (mucho más importante que en tiempos normales) de los mercados.
En todas formas, la situación del comercio internacional colombiano no es halagüeña. El desplome de las exportaciones que ha tenido lugar desde diciembre de 2008 es un indicativo de que los problemas para nosotros, en ese campo, apenas comienzan. Si miramos las exportaciones por tipo de producto (ver el cuadro 1), notamos que, con excepción del carbón, del que aumenta su demanda por estas épocas de invierno en Europa, y de los renglones no tradicionales, el resto tiene un comportamiento negativo si lo comparamos con el promedio de todo el año.

De otro lado, si miramos las exportaciones por país (cuadro 2), vemos que de los tres principales destinos de nuestras ventas externas, Estados Unidos, Venezuela y Ecuador, el descenso más significativo hasta diciembre se presentaba en las exportaciones a Estados Unidos, siendo moderada la reducción con Venezuela y positivo el comportamiento con Ecuador, por lo que resulta aún más extraño que nuestra diplomacia se esfuerce, con denodado ahínco, por “patear la lonchera”, según la expresión popular.

Y si bien es cierto que en los descensos juega la situación internacional, no es gratuito que, si miramos los informes de enero con el Ecuador, según los datos del Banco Central de ese país, sus compras a Colombia hayan pasado también del terreno positivo al negativo en una cifra de –28,5 por ciento, con lo que se completaría el cuadro de una contracción generalizada en la que nuestra actitud diplomática parece jugar su papel.
En la declaración final de Unasur, el 11 de marzo del 2009, se ratificó “la inviolabilidad” de los territorios de los Estados miembros, pronunciamiento firmado por nuestro inefable Ministro de la Defensa, poniéndose en contravía de sus declaraciones sobre el derecho a la extraterritorialidad militar. ¿Qué pensarán nuestros vecinos de esas inconsistencias? ¿y qué posición deben asumir al respecto los movimientos alternativos? Esta pregunta surge, porque, sobre todo en las autodenominadas posiciones de centro, parece querer hacer carrera la idea de avalar esas actitudes de guapo de tienda del gobierno actual, so pretexto de nuestra seguridad y como mecanismo de garantía electoral, así el sector externo de la Economía se vaya al quinto infierno. De tal suerte que una relación de verdad hermanada con nuestros vecinos y una posición de defensa clara del multilateralismo son hoy banderas que trascienden lo ideológico y se ubican no sólo como prioridad en el discurso de la izquierda sino además como una necesidad sentida para el futuro del país. A los movimientos alternativos les cabe hoy parafrasear a Catón el Viejo e insistir en que el guerrerismo uribista debe ser erradicado (delenda est) de nuestra práctica política y de nuestras relaciones con los demás.
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