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Las escuelas colombianas en la construcción de ciudadanías excluyentes. Una educación para la sexualidad mal entendida

Las escuelas colombianas en la construcción de ciudadanías excluyentes. Una educación para la sexualidad mal entendida
Es un milagro que la curiosidad
sobreviva a la educación reglada.
Albert Einstein
 
Y  no sólo la curiosidad. También “es un milagro” en la mayoría de los contextos educativos mundiales (entre los que se encuentra Colombia) que identidades y orientaciones sexuales no consideradas heterosexuales(1) logren sobrevivir a los pasillos de los colegios. En todas esas identidades, mal consideradas como “las otras”, los cuestionamientos sobre su propio cuerpo, su propio ser, sobre lo que deben o no deben hacer y sobre lo que quieren o no quieren estas alumnas y alumnos son imprescindibles en el camino que han elegido; un factor importante es precisamente su curiosidad y las preguntas que pueden lanzar al universo educativo a propósito de quiénes quieren ser sin imposiciones normativas que se lo impidan.
 
Precisamente esta curiosidad siempre estará acompañada de preguntas hacia la sexualidad, entendida no únicamente como el momento del mantenimiento de una relación sexual (como comúnmente mal se entiende) sino además como todo el corpus de identidades, orientaciones y formas de ser que concebimos desde que la cultura nos ha construido como seres sexuados. En otras palabras, el género y la sexualidad van de la mano y no son más que la misma cosa.
 

 
Es por ello que se entienden afirmaciones como las de Human Rights Watch (2001), en las cuales aseguran que las discriminaciones por orientación sexual en la escuela se ven fortalecidas por las discriminaciones por género, y que resulta común que en lugares donde el acoso verbal y físico hacia mujeres adolescentes es alto, también se produzca el mismo acoso contra personas con una identidad y/u orientación sexual no normativas(2), dado que “ambos problemas surgen por el predominio del odio a lo femenino que se expresa en las conductas homofóbicas y misogínicas, la escasa transformación de los roles rígidos de género, y la ignorancia y prejuicios contra formas de vida no tradicionales”(3). Estas cuestiones explican, según el estudio Diversidad y escuela, que –a grandes rasgos– los ejes de exclusión que visibiliza la comunidad educativa en Bogotá recoja dos muy importantes en el punto que tratamos: la distancia de los roles tradicionales (niñas que juegan al fútbol, niños que prefieran estar con las niñas…) y el estilo personal (como, por ejemplo, la forma de vestir), tan importante este último en la manera que cada cual tiene de expresar sus individualidades.
 
“Ante esto, hay dos caminos: cerrarse o dejar que esa persona surja como es”
 
Ante la pregunta de si siente alivio por haber acabado la etapa escolar, Camilo Rojas contesta que sí. Este chico trans(4) de tan sólo 17 años de edad inició su tránsito siendo un niño. Su vida en el colegio José Félix Restrepo en Bogotá transcurre entre la aceptación de sus compañeras de aula (todas ellas chicas) y el rechazo de algunas profesoras y profesores que no llegan a asimilar su condición como hombre trans: “Yo entré al José Félix Restrepo, me gradué de la primaria y lo primero que hice fue cortarme el pelo. Aunque todavía no sabíamos qué era lo que pasaba, yo ya había tenido una salida del closet y había dicho en mi casa que me gustaban las niñas… En el centro me ubicaron en un salón de sólo niñas. Pensé que eso iba a ser terrible porque yo llegué como un niño pero mis amigas me asumieron como Camila. Durante tres años (sexto, séptimo y octavo grados), siempre vestía con el uniforme de deporte y los profesores no tenían inconveniente en ello. Pero cuando empezaron a sospechar que yo era “medio rara” fue cuando empezaron a molestarme”.
 
Es entonces cuando la profesora de Derechos Humanos de Camilo le expresa que para su materia es requisito el uniforme y que iba a acabar perdiendo la misma al no llevar falda. Pero, a pesar de las presiones, Camilo contó con el apoyo fundamental de su madre, Cristina Rojas, profesora por ese entonces y quien movilizó todo lo que pudo fuera y dentro del centro para lograr que entendieran cómo se sentía y se identificaba su hijo: “Siempre digo que mi versión de la historia no es la más típica porque para mí este proceso nunca ha sido doloroso. Fue una cosa muy bonita el saber que esa personita era diferente. Ha sido un crecimiento espiritual personal aunque sí he tenido momentos de temor porque la transfobia es grande. Pero, ante esto, hay dos caminos: cerrarse o dejar que esa persona surja como es… Fue un acto de resistencia y salió bien. Tengo una familia trans porque todos transitamos alrededor de Camilo”.
 
Los esfuerzos de Cristina tuvieron, entre otros, como consecuencia la creación de dos redes: una red de maestros y maestras por la diversidad y la red Familias Diversas en la que un grupo de padres, madres y familiares de “personas LGBT” no sólo viven con entusiasmo sus experiencias sino que asimismo apoyan y asesoran a familias en este sentido al interior del Centro Comunitario Distrital LGBT, y que cumple este mes cuatro años desde su fundación.
 
De este modo, Cristina y Camilo se iban descubriendo mutuamente ante una experiencia que, aseguran, les ha unido cada vez más, hasta que finalmente Camilo logra identificar, junto con la ayuda de Miguel Rueda, psicólogo del centro comunitario LGBT, qué pasaba por su mente. Se descubre como un hombre trans (“por fin alguien había puesto palabras a lo que yo sentía”) y su etapa escolar queda suspendida entre el alivio por su definición y la generación de nuevas situaciones de violencia que, finalmente, le llevan a abandonar la escuela
 
“Una vez tuvimos una presentación de música. Los profesores sabían que yo era Camilo y, a pesar de ello, me llamaron delante de todo el colegio como Camila varias veces. Yo decidí no subir hasta que me llamaran por ni nombre y, apenas dijeron Camilo, nos presentamos, tocamos y bajamos del escenario. Pero después de eso, unos muchachos de un curso superior empezaron a molestarme y fue la primera vez que me agarré a golpes con alguien. Yo no sé de dónde saqué fuerzas pero les dí en la cara y después de ese día dije que no quería volver porque me sentí muy violentado. Me sentí muy mal”.
 
Las consecuencias: dos meses sin acudir a la escuela hasta que, gracias a Cristina, consiguen que el entonces alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón, hiciera presencia en el centro bajo el pensamiento de que eso no podía estar pasando en un colegio del Distrito. Camilo decide volver tras la petición del colegio bajo dos condiciones: que todos sus documentos reflejaran su nombre masculino y que esos ataques de transfobia que recibía tuvieran su correspondiente sanción.
 
La escuela aún no es un espacio crítico con la lesbofobia o la transfobia
 
Para Daniel García, maestro de escuela durante 11 años y, actualmente, asesor pedagógico en proyectos de educación sexual con perspectiva de género; a pesar de que los proyectos de educación para la sexualidad en Colombia deben estar direccionados desde el Ministerio de Educación Nacional con el objetivo “de vincular la educación sexual y la construcción para la ciudadanía como un proyecto transversal”, la mayoría de maestros y maestras no se encuentran capacitadxs(5) para lograr esa transversalidad. Algo que imposibilita que este objetivo pueda llevarse, en la práctica, a cabo. El asesor asegura que la escuela sigue confundiendo ética con valores: “Llevo seis años como asesor pedagógico. Yo soy feminista y como hombre feminista he entendido que eso de la educación sexual y la inclusión de la perspectiva de género en la misma implica un compromiso muy sólido con el conocimiento y la formación de una dimensión afectiva sana de los y las estudiantes”. 
 
Esto permitiría, según afirma Daniel, abordar temáticas acerca de la inteligencia emocional o la vida afectiva como motor de la sociedad. Algo difícil de abordar en los colegios colombianos: “En mi trabajo me encuentro a diario con directivas de colegios preocupadas ante el hecho de no saber cómo abordar casos de niños homosexuales, niñas lesbianas, etc. porque no existe una coherencia entre los proyectos de educación sexual y los manuales de convivencia de las escuelas. Se supone que educamos para la afectividad y el manual dice que se prohíbe cualquier muestra afectiva homoerótica entre estudiantes, por ejemplo”. 
 
Asimismo, Daniel considera que la escuela aún no es un espacio crítico con cuestiones como la lesbofobia o la transfobia, y que ni siquiera es un espacio seguro para la libertad de las orientaciones e identidades de género no normativas: “En la escuela se empieza a socializar un discurso legitimador de las masculinidades y las feminidades, e inmediatamente hay una castración simbólica de aspectos personales en la propia construcción de género… Existen unos dispositivos pedagógicos de normatización”.
 
Estos dispositivos pueden estar presentes desde la obligatoriedad de que los uniformes de las chicas lleven falda y de que el de los chicos, pantalones; en la distribución de los espacios considerados masculinos que se imponen como los más poderosos (algo que puede apreciarse en el lugar que ocupa en el patio la cancha de fútbol); o en los imaginarios que manejan los profesores y las profesoras, y que son exclusivamente heteronormativos.
 
Antes estas exposiciones, queda claro que los espacios educativos en Colombia deben llevar a cabo una reforma integral de los discursos que manejan y que se materializan en lugares violentos, inseguros y excluyentes. Personas como Daniel, Cristina y Camilo seguirán alzando su voz y abriendo puertas “a patadas”, por mucho que éstas hablen en nombre de la educación sexual o no (mal entendida) y de la norma.
 
  1. Hablar de heterosexualidad aquí es hablar de una correspondencia entre tener, por ejemplo, un sexo considerado femenino y construirse como mujer, lo que implicaría (normativamente) tener relaciones heterosexuales. Hace alusión, por consiguiente, tanto a la identidad como a la orientación sexual.
  2. Preferimos usar el término de “identidades y orientaciones sexuales no normativas” en vez de hablar de “personas LGBT”, al considerar que el primero hace alusión al universo heterosexual como norma y no como un hecho natural no construido. Partimos de que todas las identidades son construidas y, por tanto, lo único que caracteriza a las no heterosexuales es precisamente que no siguen la norma heterosexual. Estas no tienen que identificarse forzosamente con siglas como las representadas en lo LGBT (lesbianas, gay, bisexuales y transexuales) sino que pueden ser identidades mucho más ‘complejas’ o que simplemente no esperan una clasificación personal.
  3. Colombia Diversa: Diversidad y escuela: hacia una caracterización de las prácticas de inclusión y exclusión de la población LGBT en cinco jornadas de cuatro colegios distritales. Realizada en 2006 por Colombia Diversa con el auspicio de la Secretaría Distrital de Educación (SED) de Bogotá.
  4. Cuando se habla de “un hombre trans” se hace referencia a una persona cuya anatomía inicial es femenina pero cuya identidad de género es masculina. Todo ello es independiente de las cirugías que pueden contemplarse o no en este sentido (como la de reasignación sexual), ya que una persona trans puede decidir que no quiere someterse a estos cambios y que, sin embargo, desea llevar una vida con la identidad deseada.
  5. La utilización de la “x” es una forma de hacer lenguaje incluyente bajo el fin de que el adjetivo, en este caso, sea neutro y no masculino o femenino.

 

Recuadro


Según la Línea base de la política pública para la garantía plena de derechos de las personas de los sectores LGBT1 realizada en Bogotá el pasado año, “los y las transgeneristas son quienes en mayor proporción perciben discriminación con respecto al derecho a la educación (83,09 por ciento para discriminación identificada y 25,72 para discriminación declarada), mientras los y las bisexuales son las personas que se perciben como menos afectadas (53,24 y 7,29 por ciento, respectivamente)”.

Asimismo, “del 30 por ciento de personas que expresan haber sido agredidas física y/o psicológicamente en el sistema educativo, el 66,37 por ciento considera que es debido a su OS/EG/IG2. Quienes han sido víctimas de este maltrato en mayor proporción han sido las personas transgeneristas (74,68%) y en menor proporción los gays (56,27%). Sin embargo, los porcentajes de agresión por esta causa son superiores al 50 por ciento para todos los casos”.

  1. Alcaldía Mayor de Bogotá. Secretaría de Planeación: Línea de base de política pública para la garantía plena de derechos de las personas de los sectores LGBT. Informe Final Econometría S.A., julio de 2010.
  2. Orientación Sexual, Expresión de Género, Identidad de Género.
 
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