¿Cómo se puede mantener una economía de competencia que produce desigualdades cada vez más aberrantes, mientras enferma de demencia a los seres humanos? ¿Cómo es posible sostener una economía que extermina pueblos ancestrales, los únicos que cuidan los últimos vestigios de naturaleza que quedan en la tierra? ¿Cómo se puede mantener una economia que idolatra un crecimiento suicida para la humanidad?
Dos son los caminos para hacerlo. En primer lugar haciendo que la “máquina de embrutecer” funcione de manera incesante. La mayor parte de las publicaciones y las bibliografías de universidades y colegios, lo que se transmite en la radio, el bombardeo de imágenes de la televisión y el cine, tienen que embrutecer, impedir la reflexión. No dejar que nos demos cuenta del rumbo colectivo en el que nos han situado. Y si, ante la evidencia inocultable del fracaso, comprendemos el descomunal desastre en que nos hallamos, la máquina de embrutecer tiene la función de desalentar cualquier intento de transformación, ha de hacernos creer que estamos locos y mantenernos aislados de cualquier proceso de genuina cooperación y creación común de otra forma de vida, que es la mejor forma de resistir una realidad infernal.
Cuando la máquina embrutecedora no logra su tarea de anestesiar la inteligencia y aturdir el espíritu, se acude al expediente de la fuerza para encerrar o aniquilar lo que no sirve o se pliega a la economia muerta del crecimiento.
Comunicación. coordinación, coordinación
Pero la máquina de embrutecer puede ser vencida y esa tarea demanda un descomunal movimiento de comunicación, cooperación y coordinación de todos los creadores y las gentes que laboran en la tarea de hacer posible el acceso a los mejores frutos del espiritu humano elaborados durante siglos. No hay labor despreciable, cada espacio es invaluable.
La maestra que cumple con amor y ánimo de perfección su tarea en el aula más olvidada. El director de teatro que no sucumbe a las migajas o la abundancia que ofrece la máquina de embrutecer a los que renuncian a servir a su comunidad. El realizador de documentales que se atreve a decir lo que sin estar oculto no se ve, no tanto por la falta de compromiso del cine ficción con la realidad, sino por el excesivo compromiso de los medios de comunicación con la ficción. Todos ellos comparten el valor infinito de la verdadera comunicación.
Cada resquicio es un tesoro. Nunca sabemos dónde encontramos el libro, la conversación, la imagen, la escena, el diario que nos permite no extraviar la vida en una economía productora de vacío, de trabajo muerto negador de lo que somos y podemos ser, productora de comida que ya no es más que dinero en forma de alimento, de educación que ya no es cuidado y desarrollo de nuestra singularidad creadora sino adiestramiento uniforme para ser fiera en la jungla de la competencia, para tornar necesario lo que no precisamos y aconductarnos en el deseo y el consumo de lo que arrasa la tierra y los equilibrios que ella exige para continuar la aventura de la vida.
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