Ni eufórico ni definitivo, el cuadro es matizado
Por un lado, resulta imposible afirmar que la rebelión de los indígenas zapatistas del sureste mexicano solamente aró en el mar. Catalizadores de la democratización de Chiapas y de México, artesanos de la caída del partido que monopolizaba el poder desde los años veinte, motores de la constitución de un movimiento indígena nacional –y posiblemente latinoamericano-, afirmativo, masivo y democrático, pioneros de una nueva internacional plural, llamada hoy “altermundista”, los insurgentes encapuchados pueden sentirse orgullosos de su balance.
Diez años después de su levantamiento espectacular el 1 de enero de 1994 contra la injusticia y la pobreza, el reconocimiento mundial de sus méritos alimenta su dignidad recobrada y se nutre de ella.
Por otro lado, el optimismo ya deja de ser apropiado. Los resultados de una década de conflictos más o menos abiertos y de negociaciones entre rebeldes y gobierno sólo alegran a los detractores del EZLN. Más allá de su debilidad militar, su anclaje en Chiapas, socavado o carcomido, aparece, por lo menos amenazado. Su aterrizaje en el escenario político mexicano, regularmente aplazado, acabó volcado. En cuanto a su articulación “intergaláctica” con las convergencias altermundistas, ambivalente ayer, evanescente hoy, no cumplió sus promesas.
Una movilización original e irreversible
Los dos balances no se contradicen. Según se enfoca al movimiento zapatista desde arriba o desde abajo, el retrato de los sin rostro ofrece relieves distintos.
Los amigos de los rebeldes insisten sobre el largo plazo, sobre el carácter irreversible de la movilización chiapaneca, sobre su desarrollo en el seno de un movimiento social, campesino e indígena, fuerte y autónomo. Del zapatismo militar, que agotó sus posibilidades en los primeros días de la insurrección, emerge de manera ineluctable un zapatismo social, civil, prometedor y dinámico.
Los actos realizados plantados por los encapuchados son irreversibles. Sacan su fuerza y su legitimidad de una historia de resistencia que tiene más de 500 años y la conciencia indígena, forjada al paso del tiempo, se observa indestructible.
Mañana no se podrá seguir actuando como si no se hubiera escuchado nada. Simbólicamente, cambió la relación entre indígenas y grupos dominantes; físicamente, sigue ejerciéndose el peso de los zapatistas sobre la correlación de fuerzas.
Son los aspectos innovadores de la rebelión que se celebrarán incansablemente su aportación a la historia de las luchas, su originalidad.
Una guerrilla que surge, combate durante algunas horas, se escapa y negocia durante años. Guerrilleros que gozan de una resonancia inversamente proporcional a sus hechos de armas. Contestatarios que asumen sus filiaciones históricas sin reducirse a ellas. Un movimiento armado latinoamericano que no se propone tomar el poder y que aspira a desaparecer lo más pronto posible, por considerarse un “absurdo”.
Una insurrección indígena que lucha a punta de comunicados de prensa, declaraciones solemnes, acciones simbólicas y happenings pacíficos. Un ejército de indígenas mayas que reivindican derechos legítimos, invitan a democratizar México y a combatir el neoliberalismo. Una revuelta campesina de la posguerra fría suficientemente centrada en la problemática de la identidad como para no diluirse y suficientemente universal como para no replegarse sobre sí misma.
Un movimiento social regional que multiplica los anclajes –indígena, mexicano y humanista- sin oponerlos, que modera su cosmopolitismo recurriendo al arraigamiento y templa su apego al territorio con la autodeterminación. Revolucionarios demócratas que reflexionan sobre la identidad y conminan a la sociedad civil a que tome el relevo. Una revuelta que habla de “indefinición” cuando se quiere acorralarla para que se defina, que ostenta sus dudas a manera de verdades. Nunca antes se había visto algo semejante.
Sin duda alguna, el principal logro del EZLN, en esa fase, habrá sido su capacidad de incidir en la agenda nacional, e inclusive en la internacional. No se le puede negar el mérito de haber impuesto el tema del reconocimiento de las diversidades étnicas en el seno de Estados-naciones sacudidos por la globalización.
Si para los zapatistas y la mayoría de los movimientos indígenas latinoamericanos la justicia social sigue siendo la estrella que quieren alcanzar, su búsqueda se fundamenta ahora sobre la responsabilidad del poder, la revalorización de la democracia y la construcción de espacios autónomos multiculturales en Estados plurinacionales y soberanos.
Esa aportación mayor, si bien aparta claramente a estos actores indigenistas de los revolucionarios latinoamericanos que los precedieron –y que se aferraban a la conquista del poder central por todos los medios-, también los diferencia de otros movimientos contemporáneos que afirman su identidad, replegados sobre sí mismos, aferrados –a menudo en forma violenta- a míticas identidades homogéneas.
Obviamente, ese perfil atractivo no surge de la nada, y en lugar de focalizarnos solamente sobre su novedad, convendría analizar en qué condiciones emergió.
Atolladero social y político
Resultaría, sin embargo, demasiado superficial quedarse allí. Un análisis más profundo muestra que el triple anclaje del movimiento zapatista –chiapaneco, mexicano e internacional- corresponde también a un triple callejón sin salida.
En Chiapas, las condiciones de vida de la mayoría de los indígenas son peores hoy que en 1994. la estrategia larvada –”de baja intensidad”- de las autoridades, que apuestan al fastidio de la población y al deterioro de la situación –mediante la exacerbación de los conflictos Inter o intracomunitarios-, tiende a lograr su cometido.
La relativa impunidad de los grupos paramilitares antizapatistas, pero también la intransigencia purista de los líderes zapatistas hacia otras organizaciones indígenas, participan en ese clima detestable de delación, intimidación y represión que prevalece en la zona.
Por el lado de los rebeldes, el leitmotiv de la “consolidación de hecho” de unos 30 “municipios autónomos”, ya no engaña a casi nadie. Por el lado del poder, el hecho de que desde el 2000 la oposición esté gobernando en el estado de Chiapas, no cambió sustancialmente el reparto de las cartas.
A escala nacional, a pesar de los compromisos del presidente Vicente Fox y de la marcha de los zapatistas hacia la Ciudad de México en marzo de 2001, los acuerdos entre el gobierno y los rebeldes, en febrero de 1996 –que trataban sobre el reconocimiento de los derechos autóctonos-, no tuvieron los efectos esperados por el conjunto del movimiento indígena y sus 10 millones de miembros potenciales.
¡Las negociaciones para la paz están “suspendidas” desde 1996! Y más de 40 millones de pobres, cerca de la mitad de la población nacional, siguen siendo excluidos del “milagro mexicano” y del cuerdo de libre comercio firmado con Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, a pesar de múltiples intentos, la articulación política del EZLN con el resto de la izquierda no se dio. La desconfianza entre capillas ideológicas y el desdén socarrón ostentado de vez en cuando por el subcomandante Marcos, no facilitaron las cosas.
En el plano internacional, el zapatismo también perdió parte de su brillo. Precursor de la dinámica altermundista, fue desde entonces alcanzado y rebasado en la agenda de los “ciudadanos del mundo” por los foros sociales que se realizaron en Porto Alegre y en otras partes. Si bien, los zapatistas siguen participando en el eco vital de la rebelión más allá de las fronteras mexicanas, el talento de Marcos sorprende menos, su “soberbia” cansa a una parte de los “zapatizantes” y su radicalidad democrática generó émulos en otros terrenos.
No obstante, ese balance sólo es provisional. La rebelión zapatista dio la prueba de su capacidad de existir fuera de los armarios en los cuales los escépticos quisieron guardarla. Conscientes de los peligros internos (regresión autoritaria, división, dispersión de sus capacidades de acción…) y externos (represión, neutralización, recuperación…) que acechan, sus líderes repiten que la paciencia no es la menor de las virtudes mayas. (Traducción: AMM).
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