Salvador, Buenos Aires, La Milagrosa, San Diego, Las Palmas, barrios de Medellín que también sembraron rebeldía. Hijos de esos barrios lucharon y soñaron un mundo mejor, hasta el punto de arriesgar sus vidas por lo que creían debe ser el mundo. Años ochenta duros. Algunos murieron en el camino, esa sangre regó la simiente rebelde en esta ciudad. Muchos otros, los más, permanecieron en el anonimato. Se alzaron, fueron rebeldes, se retiraron de sus organizaciones cuando lo creyeron conveniente, sin despotricar de nadie. Nunca reclamaron pago por ello, ni recibieron programas de reintegración a la sociedad, ni hicieron alharaca de su pasado. Ellos mismos se reintegraron solos, en silencio, sin abandonar sus convicciones, poniéndolas en práctica en sus pequeños espacios familiares y sociales. Son ellos el faro de mucha gente buena y culta, todo un baluarte educativo de la sociedad. A ellos, a los que nadie nombra y ahí están, van estas líneas.
Antioquia, territorio alzado desde siempre. Ya los investigadores han anotado que era común ver en estas montañas gente armada deambulando por ahí. Tirofijo y Timochenko tienen origen paisa (el primero de Génova, Quindío, su compañero de La Tebaida, Caldas). El barrio Manrique dio cabida a los hermanos Vásquez Castaño (Manuel, Antonio y Fabio). En estos cinco nombres están reflejadas las dos organizaciones insurgentes más grandes que ha tenido el país en cincuenta y dos años, dado que ambas nacieron a la par (1964). Todos cinco, antioqueños pobres, de antes del reordenamiento administrativo de mediados de los sesenta.
Medellín, la capital, no escapó a esos vientos de Café y Petróleo. Pablo Escobar, Fabio Ochoa, la mafia y los militares los tuvieron en su blanco, los hirieron, los desvertebraron en parte. De ahí que el establecimiento tanto le deba a la cultura mafiosa.
Pero gracias a ellos, a los anónimos, se habla hoy de derechos humanos, se tiene un mayor sentido de los derechos, se practican más los deberes comunes al hábitat urbano, se tienen visiones y prácticas de participación, se apoya y se renueva el arte urbano y popular, se comprende a la mujer como par, se defiende a los animales, al medio ambiente y a la diversidad.
Gracias a ellos y ellas, la administración de la ciudad incorporó sus pensamientos y entró a atender, en parte, las exigencias de la población. Sin esa izquierda insurgente Medellín sería hoy una ciudad deprimida.
Por estas faldas y estas planicies caminaron. No fueron pocos. Maestros y maestras, estudiantes de ambos sexos, monaguillos, sacerdotes, monjas, obreros, desempleados, amas de casa, carpinteros, cerrajeros, obreros, gente del común se alzó en Medellín en los años setenta y ochenta. Fue el auge de esas organizaciones revolucionarias.
No solo las dos gigantes, de la que aún queda en armas una, la última, sino también una cantidad de organizaciones y siglas de menor alcance histórico, pero no por eso inexistentes: Partido Comunista (marxista-leninista) y su Ejército Popular de Liberación (Epl), la Tendencia Marxista Leninista Maoísta (Tmlm), la Liga Marxista Leninista Maoísta, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (Prt), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Mir), el M19. Un montón. Varios, muchos de sus integrantes son hoy reconocidos actores de teatro, músicos brillantes, poetas, dirigentes de Ongs, docentes, feministas, exsecretarios municipales, médicos, escritores que hacen de Medellín una ciudad interesante.
El M19 fue el primero de estos movimientos en conducir a su gente a reinsertarse a la sociedad. Cédula en mano, cámaras al lado, micrófonos al frente. Luego lo haría el Epl, luego la Corriente de Renovación Socialista (Crs), hoy lo hacen las Farc. Se registran, los readaptan, se incorporan a la lucha política legal. Unos terminarán defendiendo al establecimiento que antes combatieron, otros perseveran en sus ideas de un cambio profundo en la sociedad, a otros los matarán con total impunidad. El Sena, las universidades, las empresas, el sector de la cultura oficial, les abren sus puertas.
Pero esos otros que caminaron estas mismas calles y guardaron silencio en su retiro para no afectar a sus antiguos compañeros, en soledad rehicieron sus vidas y perseveraron en sus ideales. Gloria, Mónica, Jairo, Claudio, Javier, Miguel, Juliana, Pío, Ana María… Un montón de buenos ciudadanos que aún no han contado su historia, pero que ahí están. No hay barrio de Medellín que no los tenga.
Sin ayuda de nadie, apoyados en sí mismos, tercos como mulas, salieron adelante. Conservan sus ideas, sueñan y trabajan por un mundo mejor. Son hoy, callada o sonoramente, en el tejido social, baluartes fundamentales del Sí. Casa por casa, con amor, con generosidad. Fueron los mejores y siguen ahí. Como escribió Mario Benedetti: “La lenta libertad es una cadena de corazones dándose la mano”.
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