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La campaña electoral para el 2018: Nada nuevo bajo el sol

La campaña electoral para el 2018: Nada nuevo bajo el sol

Y llegó la campaña electoral. Cabe preguntarse si esta campaña es excepcional por que empezó más temprano o porque en ella está en juego algo fundamental, a diferencia de las anteriores. Lo primero es cierto, la campaña presidencial del 2018, empezó a las 5 de la tarde del 2 de octubre del 2016, el día del plebiscito, cuando se supieron los resultados adversos al Acuerdo de Paz. Sobre lo segundo hay que señalar que a partir del 2 de octubre, el Acuerdo de Paz inicial, no ha hecho más que encogerse como la piel de zapa de la novela de Balzac, en detrimento de las Farc.

 

Más allá de que se cumpla la amenaza uribista de hacer trizas lo que queda del acuerdo, lo cual es grave, flota cada vez más en el ambiente que en lo que atañe con lo finalmente acordado para la transformación democrática del campo colombiano, que escasamente aguanta el calificativo de reformista, la intención de la elites, así se presenten como santistas o vargalleristas –no hay necesidad de nombrar al uribismo– es incumplirlo, cualquiera que sea el resultado electoral. Las elites respetarán lo relacionado con otorgar alguna representatividad electoral a las antiguas Farc y avendrán, así sea a regañadientes, con aspectos de lo acordado para la JEP, pero jamás permitirán que modifique seriamente el modelo socioeconómico imperante en Colombia.

 

Colombia es un país donde están fetichizadas las contiendas electorales, entre otras cosas, porque éstas casi nunca o nunca han resuelto un problema fundamental.

 

Nuestro régimen político ha convertido a Colombia –o quizás sea lo contrario… nunca se sabrá– en un país electorero, clientelista, marrullero y chanchullero por excelencia. Así fue en medio de nuestras guerras civiles o en las cortas pausas entre estas, a lo largo del siglo XIX, así lo fue durante la Hegemonía Conservadora y también en la llamada República Liberal o también durante la Violencia de los años cincuenta del XX y desde luego, con mayor razón, en la época del Frente Nacional. El país continuó siendo electorero, clientelista, marrullero y chanchullero en las épocas de la lucha contra las guerrillas o en las del ascenso del paramilitarismo hasta llegar a los años del narcotráfico y del despliegue del modelo neoliberal acompañado de la motosierra uribista para rematar, ahora, con la paz de Santos, igualmente, clientelista, marrullera, chanchullera y neoliberal, como su gestor.

 

El apego de las elites a lo electoral y del país detrás de ellas, poco y nada tiene que ver con un ejercicio real de participación democrática en el que se estén definiendo transformaciones cruciales en la vida nacional y en cambio, mucho más con el cómodo expediente de cumplir con las formas y los rituales de la democracia liberal, enteradas y notificadas las elites, cada cuatro años, de su holgado predominio y hegemonía. También porque, aparte de lo ritual, la vía lectoral da acceso a las esferas de decisión presupuestal “pública” y a la jugosa bolsa de la contratación, de donde se desprenderá la catarata de favores, prebendas y “pagos de servicios”, multimillonarios que, cual mermelada, endulzarán por cuatro años el paladar de los grandes capos de la contratación, los carteles de los peculados, los desfalcos y las coimas.

 

La hora de los reacomodos

 

Con la única puntualidad que se guarda en Colombia, empieza la hora de los reacomodos y las convergencias para encarar la campaña electoral a la presidencia y al Congreso.

 

Con arrogancia, luego haber triunfado con el No en el Plebiscito del 2 de octubre del año pasado y de creerse ganadores en el 2018, el sector más de derecha de las elites, ese que se agrupa en lo fundamental en el uribismo, anuncia a los cuatro vientos su acuerdo con Pastrana y Martha Ramírez, para formar una gran coalición junto a muchas iglesias cristianas para obtener la presidencia y la vicepresidencia. A esa coalición de seguro se unirá muy pronto el señor Alejandro Ordóñez.

 

No les sobra razón puesto que de entrada y ante la, por ahora, poco probable victoria suya en la primera vuelta, tales candidaturas, independientemente de la mediocridad que caracterizan a los figuras políticas que rodean a Uribe, de seguro serán las protagonistas más opcionadas para vencer en la segunda vuelta.

 

Por el lado de Cambio Radical está definida y firme la candidatura de Germán Vargas quien al mejor estilo clientelista y marrullero, contó a su favor con el descarado uso de todo el aparato de la vicepresidencia, el Ministerio de vivienda y el Ministerio de vías. El santismo se lo sirvió en bandeja, para acaballar su candidatura con dineros “públicos”, construyendo y entregando viviendas; contratando la realización de las autopistas 4G. Se decía que Vargas Lleras era una especie de virrey de Santos, pero la verdad era que tenía un poder, una autonomía y una autoridad abusiva, tales, que los propios ministros le corrían asustados más a él que al pusilánime del Santos.

 

Vargas Lleras representa una derecha más a la derecha que el santismo y por lo tanto objetivamente mucho más cercana al uribismo en lo neoliberal, así como por su mayor subordinación a EU y por su, nada disimulada, oposición al Acuerdo de Paz. Él es expresión de la oligarquía bogotana cuyos vástagos se sienten porfirogenetos autorizados a tratar a los coscorrones a sus subordinados como, en efecto, lo hizo hace unos meses, con un guardaespaldas suyo.

 

Juan Manuel Santos no las tiene todas con Vargas Lleras, ni está definido que se la juegue finalmente por su hermano de privilegios. Pero a la Unidad Nacional santista se le agota el tiempo de hallar una opción electoral distinta entre sus filas donde la medianía, la mediocridad y la catadura clientelista de sus integrantes, son iguales o mayores que en las filas uribistas y además están calculando que es mejor negocio arrimarse a arboles de mayores y jugosas sombras presupuestales. Santos sabe de su desprestigio agravado por las lesivas medidas de la pasada Reforma Tributarias, la inocultable recesión económica y los erráticos manejos de los paros y las protestas sociales recientes. Ni el proceso de paz ni el premio Nobel le dieron el segundo aire que esperaba.

 

Cada día es más evidente que a Humberto de la Calle le cuesta más trabajo entrar en la campaña y lograr ser un buen candidato. Difícilmente será escuchado más allá de las capas sociales medias urbanas educadas, que sin ser de izquierda, apoyaron el Sí el 2 de octubre.

 

Por el lado del centro y de la izquierda, una vez más, muy poco está claro, salvo que todos sumados “no tienen pelo para moña” para llegar a la segunda vuelta presidencial. Pero ni por esas la unidad de toda la izquierda electoral y del centro, en una sola fuerza, parece posible. Cuan lejanos están los tiempos de la campaña presidencial de Carlos Gaviria.

 

Con balbuceos y titubeos se han realizado conversaciones entre Claudia López, Antonio Navarro, Sergio Fajardo y Jorge Robledo, para acordar una consulta y definir unas candidaturas de centro izquierda. Por lo pronto, a lo heterogéneo de esas figuras se les identifica además por la pretensión manifiesta de no buscar ningún acercamiento con el movimiento político que surja de las Farc.

 

Los llamados para hacer un Frente contra la corrupción que hace la senadora López pueden ser convincentes para sectores de clase media del electorado urbano, pero si tales cosas las suscribiera Robledo, no dejaría de ser un estupendo chiste, habida cuenta del permisivo comportamiento del Moir y del Polo Democrático, con la corrupción de los hermanos Moreno Rojas. En ese terreno, Robledo lleva las de perder si persiste en ganarse una franja electoral que le enrostrará ese pasado reciente, franja que por lo demás es más proclive a un discurso más light y de un subido neoliberalismo aséptico como el de Fajardo de quien, con mucha razón, Antonio Caballero, dijo que era una especie de: “Nohemi Sanín con blue jeans”.

 

Otro sector, este sí solo de sectores de izquierda, pero no por ello menos heterogéneo, se conformarían, más por sustracción de materia que porque hayan dados pasos hacia una política de unidad y convergencia electoral. Allí estarían los Progresistas de Petro, la fracción del Polo que sigue a Clara López, el PC, la UP, Marcha Patriótica y desde luego, el agrupamiento político que surja de las Farc. Sería, como en el caso anterior, una suma de debilidades electorales.

 

Para nadie es un secreto que las Farc tienen importantes influencias sociales en bases territoriales, pero en cambio, es una incógnita si lo sabrán traducir en apoyo electoral efectivo a su nuevo partido o movimiento político. Ese partido o movimiento tiene que prepararse para probar un duro trago, el trago del inmenso desprestigio ante el grueso de electorado colombiano. Deben recordar que muchísimas personas que votaron por el Sí el año pasado, al menos por mucho tiempo, no estarán dispuestas a votar por la nueva fuerza. Eso sin contar con la aversión de la gran mayoría de la opinión pública que mide con doble rasero las atrocidades de las Farc y las atrocidades del paramilitarismo y el uribismo, si es que admiten que estos últimos las cometieron.

 

Las propuesta de las Farc de buscar un gobierno de transición, que se justificaría como una salida desesperada para salvar lo que más se pueda del Acuerdo de Paz, está prácticamente por fuera de toda posibilidad de cuajarse. Incluso una convergencia electoral de las exFarc y de la izquierda alrededor del santismo, de por sí ya desprestigiado, no garantiza que se llegue con él a la segunda vuelta, salvo que el santista de transición sea ¡Vargas Lleras!

 

En lo que toca con las elecciones al Congreso, las bases sociales de las Farc si tienen una oportunidad importante si logran ganar los espacios de representación territorial, un escaño por circunscripción, en las 16 circunscripciones electorales permitidas transitoriamente por el Acuerdo de Paz desde el 2018 hasta el 2026 y que están en proceso de aprobación y en el Congreso. Como se sabe, ni los partidos políticos ni la nueva organizaciónón que surja de la Farc, podrán presentar candidaturas, ellas estarán reservadas a las organizaciones sociales a condición de que no se presenten en otras circunscripciones.

El panorama electoral nada halagüeño que se le presenta la izquierda colombiana, en comparación a lo que ha pasado en otros países de la región, debe llevar a pensar que, más allá del terror paramilitar que sin duda ha dificultado el surgimiento de un vigoroso movimiento social popular contrahegemónico en muchas regiones del país, la izquierda sigue cosechando los magros resultados ocasionados por la persistencias de los viejos estilos electoralistas, el caudillismo, el clientelismo, el burocratismo e incluso la corrupción que tanto se le critica de palabra a los partidos tradicionales.

 

Es más que evidente la poca o nula capacidad que tiene la izquierda tradicional de sintonizarse con la gente del común y saber comprender las angustias y penurias de millones que viven, si es que a la sobrevivencia se le puede llamar vida, en una de las sociedades más injustas y desiguales del hemisferio.

 

Desgraciadamente a esa izquierda tradicional o al menos a sus más conspicuos voceros, no se le advierte la menor intención de modificar sus conductas y sus estilos de hacer su pequeña y mezquina política. Con razón las elites saben que tienen hegemonía para rato.

 

Ya es la hora que en el seno de los movimientos sociales se configuren nuevas formas de organización, nuevos estilos de hacer una política verdaderamente de izquierda, auténticamente contrahegemónica, innovadora, democrática, plural, creativa, antiautoritaria, desburocratizada y proba. Porque otra política, otra democracia y en consecuencia, otra izquierda, deben ser posibles.

Información adicional

La campaña electoral para el 2018:
Autor/a: Francisco José Reyes Torres
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