
La historia china del último siglo y medio es fascinante. Habría que profundizar en lo sucedido en esos 150 años, en vez de sorprenderse por el crecimiento económico de las tres décadas anteriores, que en realidad es lo único que impresiona a las elites occidentales.
La descomposición del Estado imperial chino tiene fechas concretas. La primera Guerra del Opio duró entre 1839 y 1842 y la segunda fue de 1856 hasta 1860. Las causas de esas guerra fueron los intereses colonialistas de Inglaterra de imponer el contrabando de opio de la India hacia China, realizado por las empresas británicas, mientras el gobierno chino se empeñaba en imponer sus leyes y límites a ese comercio.
La derrota china en ambas guerras llevó a la firma de los Tratados Desiguales, con la apertura de varios puertos al comercio exterior y la anexión de Hong Kong al Reino Unido. El prestigio de la dinastía imperial Qing cayó por los suelos, pero creció el odio del pueblo chino a un colonialismo que no podía aceptar la reticencia de la potencia asiática a someterse a las reglas de Occidente.
Las sucesivas derrotas provocaron honda conmoción interna. La Rebelión Taiping a mediados del siglo XIX y la Rebelión de los Bóxers a principios del XX, precedieron la revolución nacionalista de 1911 de la mano de Sun Yat Sen, que provocó la caída del Imperio Qing en 1912. Fue el fundador del Kuomintang y de la República de China, y se lo considera también el padre de la actual República Popular China fundada en 1949 con el triunfo de la revolución comunista encabezada por Mao.
Las dos primeras revoluciones
La primera revolución comunista en China partió de la creación de zonas liberadas o zonas rojas como las denominó Mao Zedong. Hacia fines de la década de 1930, luego de la fracasada revolución de 1927 (en la cual los comunistas aún enfocaban su lucha en las ciudades pensando que la vanguardia era el proletariado, en un país donde más del 80 por ciento de la población era campesina), fueron surgiendo hasta una decena de zonas liberadas que contenían más de un millón de habitantes.
En 1931 Mao y Chu Teh crean la más importante de ellas, que bautizaron como República Soviética de China, que dura hasta 1937. Esta república surge de la Primera Asamblea Nacional de Representantes del Sóviet de China celebrada en Riujin, en la zona liberada de Jiangxi, una región montañosa del centro sur del país, de difícil acceso. La república emitió su propia moneda, el yuan, tuvo una bandera y los atributos formales de un Estado, que abarcaba unos 150.000 kilómetros cuadrados.
La ofensiva militar contra estas zonas, a partir de 1934, las campañas de “cerco y aniquilamiento” de Chiang Kai-shek, el general derechista que había tomado las riendas del Kuomintang, fuerzan la retirada hacia el norte en lo que llamó Larga Marcha. En este período se consolida la ruptura de hecho con la estrategia diseñada por la III Internacional que dirigía la lucha de los comunistas chinos (y de todos los comunistas del mundo) desde sus oficinas en Moscú.
El partido ruso defendía tres cuestiones que Mao rechazaba: el proletariado era la fuerza principal de la revolución, la revolución era democrático-burguesa y por lo tanto debía establecerse una alianza con el Kuomintang. En este período las tres tesis mostraron su profundo error. El campesinado era el sector más activo en la lucha contra la derecha que en esos momentos era ya el Kuomintang, y las demandas que se concretaban en las zonas rojas enfilaban directamente hacia el socialismo.
La ruptura de hecho con Moscú, aunque los comunistas chinos mantenían un discurso público de aceptación de las tesis de la Unión Soviética, llevó a los dirigidos por Mao a victorias importantes, en particular en la resistencia a la invasión japonesa (desde 1937 hasta 1945). En esos años se hicieron fuertes en el norte, en sus bases en torno a la ciudad de Yenán, donde habían llegado exhaustos de la Larga Marcha. Extendieron su influencia a buena parte del país y luego de la derrota de Japón en 1945, estuvieron en condiciones de lanzar ofensivas que los llevaron a la victoria sobre el Kuomintang en 1949.
La revolución cultural
Fue el movimiento político y de masas más importante que haya existido nunca en un país luego de la toma del poder por los revolucionarios. En realidad no fue una revolución, como pretenden los seguidores de Mao, sino una feroz lucha dentro del partido, del Estado y del Ejército Popular de Liberación, entre una línea que defendía la profundización de las tendencias socialistas y otra que apuntaba hacia el mercado y hacia la reproducción de una casta o clase burocrática en el poder estatal.
En suma, se trata de una experiencia que se miraba en el espejo soviético. Así como los comunistas habían hecho su revolución en contra de las directrices de Moscú, ahora buscaban también un camino propio. El punto de unión entre ambas tendencias (encarnadas por Mao, por un lado, y Deng Xiaoping, por otro), era la defensa de la nación china ante las agresiones externas, que podían provenir tanto de Estados Unidos como de la Unión Soviética. La primera había sido derrotada en la guerra de Corea (1950-53), y con la segunda hubo serios enfrentamientos militares en la frontera en la década de 1960.
La revolución cultural estuvo enfocada a combatir a los dirigentes que seguían la “línea capitalista” y se caracterizó por una amplia movilización de millones de jóvenes que denunciaron a los burócratas, destituyeron a numerosos jerarcas y fueron a remotas comunas rurales a llevar la línea de Mao. En los hechos, fue una serie de purgas y contra-purgas que se diferenciaron de lo sucedido en la URSS porque no se apeló al asesinato y la ejecución de dirigentes sino a la movilización de masas.
Debe destacarse la notable diferencia entre la brutal persecución llevada a cabo por Stalin, que liquidó a toda la vieja guardia bolchevique, y la colectivización forzosa de los campesinos. Aunque en China hubo evidentes excesos, no se registraron procesos similares a los que caracterizaron al régimen estalinista. Durante el período de la revolución cultural, desde 1966 hasta la muerte de Mao, en 1976, reinó un gran desorden que se tradujo en un estancamiento de la economía, o retroceso en varias áreas, y desordenes que terminaron cansando a la población.
Pese a sus limitaciones y gruesas desviaciones (todo lo occidental fue atacado por los guardias rojos maoístas), la revolución cultural fue un intento serio de evitar los desastres del estalinismo.
La contrarrevolución
Tras la muerte de Mao y luego de la rehabilitación de Deng, el país se encaminó hacia un capitalismo de Estado que multiplicó la riqueza nacional. Nadie puede dudar del impresionante éxito económico de China, de la mano de la apertura a las grandes multinacionales que se establecieron en el país, convirtiéndolo en el taller del mundo a partir de bajos salarios y una gran permisividad en la legislación ambiental.
Más impresionante aún es su desarrollo tecnológico, lo que le permitió superar a Estados Unidos en muchos rubros. Detenta la mayoría de las 500 supercomputadoras más veloces del mundo, está a la vanguardia en tecnologías que serán claves en el futuro –como la computación cuántica– y muestra un notable avance en la inteligencia artificial.
El crecimiento de sus fuerzas armadas y el armamento sofisticado que posee, hacen casi imposible que vuelva a ser invadida como antaño, y está en condiciones de infligir serias pérdidas a quien intente atacarla.
Sin embargo, la china no es una sociedad libre. El dominio patriarcal sigue siendo abrumador. No más observar la integración de los órganos centrales del Partido Comunista, donde los cargos son monopolizados por varones adultos, en el borde la tercera edad. Los déficits más importantes de China se relacionan con la desigualdad y las libertades democráticas.
El “sistema de crédito social” es quizá el aspecto más grave. Está siendo probado en algunas ciudades pero se prevé extenderlo a todo el país. Consiste en un sistema de puntos: todos parten con 100, pero se les reducirán si cometen faltas como fumar en sitios prohibidos, retraso en el pago de facturas, difundir datos falsos por redes sociales o generar problemas en el transporte público.
Si caen por debajo de cierta puntuación, sus libertades estarán restringidas. Una persona con mal puntaje puede tener dificultades para comprar un boleto de avión, acceder a servicios sociales o deberá pagar más intereses por un préstamo, mientras que con alto puntaje tendrá facilidades para obtener una cita médica. El sistema utiliza los macrodatos (big data) privados de las personas, en un sistema de vigilancia inédito en el mundo.
Lo más grave: se ganan puntos acusando a quienes se saltan las normas, creando un sistema de delación extremadamente peligroso. Lo cierto es que, aunque no se ha aplicado en todo el país, en un solo años 6 millones de personas quedaron excluidas de los sistemas de transporte más avanzados.
El ex presidente José Mujica advirtió que en algunos años las personas de izquierda podemos “echar en falta” al odioso imperialismo norteamericano. Lo dijo con sorna y con la ironía que lo caracteriza, pero sabe de lo que habla.
Recuadro 1
Capitalismo sin propiedad privada ni democracia
Desde que las tesis de Deng Xiaoping se convirtieron en línea oficial del Partido Comunista, asistimos a una realidad de nuevo tipo, que no había sido contemplada por las teorías del socialismo y tampoco del liberalismo. El impulso a la economía capitalista del enriquecimiento y la acumulación de capital, desembocó en un capitalismo de Estado en el cual la clase social que domina las instituciones tiene la capacidad de tomar decisiones sin consultar a la población.
En una sola operación se conjugan: capitalismo más nueva clase dominante más sistema político no democrático pero que se reclama socialista y popular. Ciertamente estamos ante una operación diferente a la que conocimos en la Unión Soviética, donde el enriquecimiento estaba mal visto y la cúpula del partido no pertenecía a empresas capitalistas porque, sencillamente, no existían.
Tomemos el caso de Alibaba, que ha superado en ventas a Amazon. Formalmente es una empresa privada multinacional de alta tecnología. Su presidente y fundador, Jack Ma, es el hombre más rico de China y es miembro del Partido Comunista.
En 2007 el Diario del Pueblo informó que 1.554 empresarios privados se integraron al Partido Comunista. Un estudio oficial mostró que el 28,8 por ciento de los grandes empresarios consideró “un honor ser elegidos como miembros” del partido o de las instituciones oficiales de la República Popular (Diario del Pueblo, 15/10/2007).
Estamos ante un matrimonio capital/partido/Estado que ha parido una nueva realidad, en gran medida inédita y que merece ser estudiada a fondo. Es evidente que hay una subordinación del capital chino a “su” Estado, una alianza entre los propietarios de los medios de producción y el Partido/Estado con el objetivo de hacer grande a la nación. En este sentido, hay una confluencia entre acumulación de poder y acumulación de capital que es una de las principales características del capitalismo.
Recuadro 2
Un ejército para repeler agresiones
Con base en un potente desarrollo científico y tecnológico, el Ejército Popular de Liberación ha alcanzado un grado sorprendente de desarrollo. El objetivo de China consiste en no volver a sufrir humillaciones como fueron las dos guerras del opio en el siglo XIX y la invasión japonesa en el XX.
El impresionante desfile militar del 1 de octubre pasado, mostró los logros tecnológicos de China, tanto como en el factor que Mao consideraba básico: la moral de combate de la tropa. Lo primero fue visible en el desfile que involucró 15.000 efectivos, más de 160 aeronaves, 580 piezas de armamento y material bélico entre los que figuran el moderno bombardero Xian H-6N, el dron furtivo Gongji-11 y el helicóptero utilitario Z-20.
Pero las palmas se la llevaron los misiles. Pudieron observarse varias filas del misil Dong Feng 41, con más de 20 metros de largo y un alcance de 12 a 15.000 kilómetros, superior al del estadounidense Minuteman. Se trata de un cohete que puede cargar diez ojivas nucleares, que está emplazado en plataformas móviles que lo hacen casi inubicable.
También se pudo ver por vez primera el misil DF-17, de medio y corto alcance, diseñado para la defensa de las aguas territoriales en disputa en el Mar del Sur de China, y para enfrentar al Japón que ha desplegado misiles que, según Beijing, son una amenaza para China. El DF-17 cuenta con una ojiva planeadora supersónica que se desprende del misil.
Según especialistas militares como el ruso Vasili Kashin, “China sería, entonces, el primer país en montar una ojiva hipersónica sobre un misil de un alcance reducido” (Sputnik, 1 de octubre de 2019). Según el diario oficialista chino Global Times, esa ojiva puede alcanzar diez veces la velocidad del sonido, lo que la vuelve un arma mortal para los buques, al igual que el misil “anti-portaaviones D-21.
Un reciente artículo del diplomático venezolano Alfredo Toro Hardy, señala que Estados Unidos “corre el riesgos de quedar rezagado frente a los saltos de garrocha tecnológicos que China estaría dando”. A diferencia de la competencia EEUU-Unión Soviética, que medían sus fuerzas en cuántos tanques, aviones o misiles poseía cada uno, China ha optado por “el desarrollo de armas asimétricas”.
Por ejemplo: sus misiles de costos muy bajos pueden poner fuera de combate portaaviones que tienen un costo de 13.000 millones de dólares. El objetivo es denegar el acceso a sus mares, por los que surcan los barcos que la proveen del petróleo y donde navega el voluminoso comercio exterior del dragón.
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