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Crisis sin precedentes

Crisis sin precedentes

La crisis por la que atraviesa la economía no tiene precedentes. Y esta constatación es importante porque las medidas que se deben tomar para salir de esta situación también tienen que ser excepcionales. La política económica ha desconocido la profundidad de la crisis. Y, de manera equivocada, el gobierno insiste en aplicar medidas suaves, desconociendo la gravedad del momento.

En lugar de aplicar correctivos radicales, que toquen las estructuras, las decisiones que se están tomando no corresponden a las necesidades de la coyuntura. Y, por tanto, no garantizan una respuesta efectiva. Han sido débiles y, acordes con el talante de Duque, no guardan relación con la gravedad de la situación actual.

Una de las expresiones de la crisis es la evolución de la tasa de desempleo. La caída del producto se refleja directamente en las difíciles condiciones del mercado laboral. El aumento del desempleo ha sido significativo. La situación más grave se presentó en julio de 2020, cuando llegó a 21,4%. Después de la recesión de 1999 hubo situaciones difíciles, pero no fueron tan intensas como las actuales. No sobra insistir en que la coyuntura es única.

La crisis del empleo en las grandes ciudades está íntimamente ligada a la forma como el confinamiento rompió las interacciones de las vecindades. En las dinámicas urbanas la convivencia es fundamental, y esta característica se rompió con las medidas de aislamiento. La economía de la ciudad no se entiende sin la aglomeración. Y este fundamento esencial se resquebrajó con las medidas sanitarias que se tomaron para evitar la propagación del virus.

Es interesante observar, además, que antes de la llegada de la pandemia la economía ya se estaba debilitando, y se comenzaban a sentir los efectos del fin de la bonanza del petróleo y del carbón. La tasa de desempleo comenzó a subir desde el 2015, cuando ya habían caído los precios de los hidrocarburos y los minerales. Antes de la pandemia la economía venía mal, y por esta razón el golpe fue duro. Por tanto, la única causa de la crisis no fue la pandemia. En los años previos ya se observaban problemas porque se hizo un pésimo manejo de los excedentes obtenidos durante la bonanza.

Como la crisis se ha presentado en todos los países del mundo, se pueden comparar diversas alternativas de política económica. En numerosos casos se han tomado medidas radicales, que tocan las dimensiones fiscales y monetarias.

En los últimos 20 años el tipo de desarrollo tiene tres características íntimamente relacionadas: extractivismo, reprimarización y daño ambiental. El extractivismo se refleja en una creciente dependencia del petróleo y del carbón. Y la dependencia de productos primarios (hidrocarburos, minerales, café, banano…) se ha manifestado en una menor participación, en el PIB y en las exportaciones, de bienes manufacturados. La economía extractiva no genera empleo y, además, tiene un impacto negativo en el medio ambiente. A pesar de las declaraciones gubernamentales a favor de una economía limpia, el país no ha tomado medidas que efectivamente lleven a una transformación de la matriz energética.

La conjunción del mal manejo de la bonanza y de la pandemia obliga a replantear de manera sustantiva las medidas de política económica. Se debe buscar una recuperación del aparato industrial, y una modernización de la agricultura. Es un buen momento para buscar alternativas estructurales, que permitan un crecimiento verde e incluyente. Se debe avanzar en estas tres direcciones: distribución de la riqueza, estímulo a la demanda (keynesianismo verde), ampliación de la política monetaria.

 

 

Distribución de la riqueza. Esta es una condición necesaria para avanzar en las demás. Ha llegado el momento de reducir la enorme desigualdad que existe en el país. Y a través del sistema tributario se tiene que buscar una mejor equidad (impuestos a los dividendos, al patrimonio, a la propiedad, etc.). La nueva reforma tributaria tiene que tener claro el objetivo de mejorar la distribución. A nivel internacional se comienzan a fijar políticas que van en la buena dirección. Biden, por ejemplo, ha venido insistiendo en un impuesto global a las grandes empresas. Se trata de evitar que se refugien en paraísos fiscales. Colombia debe aprobar estas medidas.

Estímulo a la demanda. Es importante halar la demanda agregada, buscando que las nuevas tecnologías sean amigables con el ambiente. Este propósito se consigue con altas intervenciones del Estado, con dos propósitos. Por un lado entrega subsidios a los más pobres y, por el otro, aumenta la inversión de tal forma que se desarrollen obras públicas creadoras de empleo. El país ha sido muy desconfiando de la intervención pública, y por esta razón el tamaño del Estado es tan pequeño. Pero como lo muestra la experiencia internacional, la inversión pública cumple un papel central en el proceso de reactivación.

Ampliación de la política monetaria. El Banco de la República tiene que ampliar los objetivos de la política monetaria, y aceptar que en estos momentos de crisis no puede continuar haciendo lo mismo que antes. Debe inyectarle recursos a la economía a través de un préstamo directo al gobierno. E, incluso, se debe pensar en la posibilidad de utilizar parte de las reservas. El margen monetario no se ha utilizado.

Estas medidas no son nuevas ni extrañas. Ya están siendo aplicadas en numerosos países, comenzando por los Estados Unidos. En general, se ha aceptado que los mercados no resuelven todos los problemas y que la intervención estatal es absolutamente necesaria. Y en este contexto, los bancos centrales han ido modificando sus lógicas de acción, impulsando la economía a través de emisiones monetarias.

 

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Autor/a: Jorge Iván González
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