La estabilidad al debe

El comienzo del año estuvo marcado, una vez más, por una nueva alza del precio del dólar. Pero no se trata simplemente de un fenómeno coyuntural; revela profundos desequilibrios en la estructura de nuestro comercio exterior. Para el pensamiento tecnocrático neoliberal no hay un verdadero problema; hay que esperar el “ajuste” y entre tanto recurrir al crédito externo. Irresponsabilidad que representa un enorme riesgo. Un reto inmenso para los movimientos sociales: obligar al cambio de esta política económica.

Hubo un tiempo, no hace mucho, poco menos de diez años, en que el dólar bajaba de precio, y al preguntársele la razón a los cambistas callejeros del centro de Bogotá, todavía respondían, en voz baja y con cierta malicia: “parece que coronaron un buen cargamento”. A pocas cuadras de allí, en el tradicional edificio del Banco de la República, nuestro Banco Central, responsable de la política monetaria, la explicación, si la tenían, era bastante sofisticada y sobre todo decorosa.

La explicación popular tenía algo de cierto en la medida en que se refería a los resultados de nuestro comercio exterior porque, querámoslo o no, la coca, aunque mal vista, ha sido una fundamental exportación y por tanto fuente de divisas, sólo que en este caso éstas no siempre entran al mercado del país (a menos que se “laven”). Por eso, las explicaciones habituales tendían a referirse, más bien, al petróleo que servía de paso para estimular el “orgullo patriótico”. En ese sentido, Colombia no hacía más que repetir la historia de muchos países de América Latina, beneficiados por el auge de las materias primas en el mercado internacional que venía desde 2003, y salvo la interrupción, desde luego, de la crisis mundial de 2008. Un largo periodo en que la tendencia fue de revaluación del peso.

No obstante, para que estos éxitos en las ventas externas se conviertan en abundancia de dólares, se necesita que las importaciones no crezcan en la misma proporción(o más) lo cual depende tanto de los volúmenes de los bienes como de sus precios. El problema consiste –y esta es una primera e importante constatación– en que, a pesar de que la teoría convencional dice que un dólar alto (creciente) desestimula las importaciones, en Colombia éstas no disminuyen apreciablemente, como veremos más adelante, dada la rigidez e incapacidad de nuestro sistema productivo para sustituirlas. De hecho, en los últimos años, con precios del petróleo nuevamente en alza, el dólar también ha subido y se mantiene alto, superando, como se dice, la “barrera sicológica” de los 4.000 pesos (Gráfico 1).

Sin embargo, lo más significativo tiene que ver con que el comercio exterior no es la única alimentación del mercado de divisas. Puede mencionarse, en efecto, dentro de lo que se llama la cuenta corriente de la balanza de pagos (en déficit), la remisión al exterior de utilidades de las empresas con inversión extranjera directa (comenzando por las petroleras), apenas parcialmente compensadas por las transferencias corrientes representadas en las remesas de los compatriotas residentes en el exterior. Y en la cuenta financiera, los ingresos de capital correspondientes al endeudamiento público y privado en sus diferentes formas, entre las que se destaca, en el primero, la colocación de bonos en los mercados internacionales y en el mercado local (TES), o sea el componente más sensible a los movimientos especulativos.

Como se ve, la cuestión es más compleja. Y, a propósito de la política pública, téngase en cuenta que no existe aquí ningún tipo de control de cambios; por el contrario, desde 1999 Colombia adoptó un sistema de tasa de cambio flexible, según el cual la cotización del peso frente a otras monedas se da mediante la “libre oferta y demanda” de divisas en el mercado cambiario. Sistema de “flotación” que ha sido motivo de orgullo neoliberal para todos los tecnócratas que desde entonces han pasado por la Junta Directiva del Banco de la República.

¿Otra vez la culpa es del coronavirus?

El mayor escándalo con la subida del precio del dólar se produjo por primera vez en marzo de 2020 cuando casi alcanza los 4200 pesos, y luego, durante 2021, en agosto y diciembre, supuestamente como resultado de la “reactivación” económica. Nuevamente los medios de comunicación pusieron el grito en el cielo al comenzar el presente año, esta vez atribuyendo el fenómeno a la confirmación de la presencia de la variante ómicron, o sea el mismo tipo de tranquilizadora explicación que habían dado casi dos años antes, siempre en relación con la pandemia. No obstante, la verdad es que la tendencia alcista se remonta a mediados de 2014, después de una etapa relativamente estable que venía desde el 2009, en un poco menos de 2000 pesos (gráfico 2).

Una etapa que representó el último esfuerzo del modelo extractivista impuesto en Colombia, antes de su definitivo fracaso. Con unas significativas tasas anuales de crecimiento (PIB), asociadas, claro está, con el extraordinario desempeño de las exportaciones que llegaron a más de 60.000 millones de dólares en el 2012, para desplomarse luego, reduciéndose a la mitad en 2016. Obviamente, mucho de aquel éxito se explica por las transitorias alzas de los precios del petróleo que, precisamente en 2014, volvieron a caer estrepitosamente, hasta un mínimo en 2016, en una tendencia que no se alteró con la breve y tímida recuperación de los dos años siguientes, y que sólo parece haber cambiado sustancialmente con las alzas que comenzaron en la segunda mitad del 2020.

El breve periodo de bonanza había permitido manejar el déficit comercial que se venía abriendo peligrosamente desde el 2008 (recordar que las importaciones también aumentaban) pero luego del desplome la situación se hizo más grave. Las cifras muestran que las importaciones cayeron también pero con retraso y mucho menos. El Banco de la República, de acuerdo con sus sagrados principios neoliberales, propició que el “ajuste” se hiciera a través de la devaluación, teóricamente para no perjudicar sus objetivos monetarios aunque, en realidad, parte del “ajuste” fue precisamente el choque inflacionario de 2015 y 20161. Naturalmente, el déficit comercial externo fue reduciéndose gradualmente; sin embargo, fue por poco tiempo ya que en 2018 volvió a aumentar.

Así las cosas, pese a las declaraciones eufóricas del gobierno de Duque, la situación en 2019 distaba mucho de ser halagüeña. Sin duda, las medidas de confinamiento, tomadas para conjurar la expansión de la pandemia durante 2020, llevaron a una parálisis de la actividad económica –mundial– en todos sus aspectos, y sus efectos de desaceleración sobre la balanza de pagos y la tasa de cambio no precisan explicación. No obstante, esto no debe interpretarse como un alivio. Vale la pena resaltar que si bien los valores tanto de exportación como de importación de bienes se redujeron, por razones de volumen y precio a la vez, especialmente en el segundo trimestre, la diferencia negativa sigue siendo alta (7.918 millones de dólares) aunque un poco menor que el año anterior.

En este caso, el menor déficit anual en cuenta corriente, se explica mucho más por la disminución en el rubro de renta de factores –atribuible a la caída en los egresos por utilidades de las empresas extranjeras– que por la reducción del comercial. Sorprende además que el rubro correspondiente a las remesas de los colombianos residentes en el exterior y que hoy representa alrededor del trece por ciento de los ingresos corrientes de la balanza de pagos, haya aumentado aunque levemente2.

De nuevo es la cuenta financiera la encargada de compensar, y en gran escala, el desbalance corriente. Se registraron entradas netas de capital por 8,092 millones de dólares, inferiores en 5,148 a las del año anterior, pero suficientes para financiar el déficit externo. El ingreso de capital se repartió así: entradas por desembolsos netos de préstamos y otros créditos externos por 8.287 millones; aunque mucho menor que el año anterior, 7.690 millones por concepto de inversión extranjera directa (IED), e inversiones extranjeras de cartera por US$ 7,515 millones. En estos ingresos destaca el capital extranjero recibido por el sector público (18.448 millones de dólares). Como quien dice que en 2020 la deuda externa pública se convirtió en la principal fuente de recursos para la financiación del déficit externo.

En fin, si algo quedó claro de la funesta experiencia del año 2020 fue el crecimiento desaforado de la deuda pública (hoy, casi el 70% del PIB) y, de manera correlativa, el incremento del déficit fiscal hasta niveles insostenibles, en ningún caso para atender las exigencias en materia de salud y las necesidades sociales, como ha querido presentarlo el gobierno.

Hasta que el cuerpo aguante

Es por eso que los resultados en materia de balanza de pagos y de tasa de cambio observados al cerrar el año pasado no deben sorprendernos. Continúa ampliándose el déficit de la cuenta corriente, esta vez, principalmente, por el incrementado del défic∫it comercial ya que, pese a la crisis logística mundial, las importaciones de Colombia siguen disparadas. Adicionalmente, el balance ahora negativo de la renta factorial.

Analizando las cifras del tercer trimestre, el Banco de la República reconoce que representa el déficit más alto desde el primer trimestre de 2015, y equivalente a 6,4 por ciento del PIB. Desde luego, la explicación a la mano es la “reactivación” económica que habría ampliado la demanda interna y por tanto las compras en el exterior; la misma explicación esgrimida a propósito de la inflación. No es un azar que se compare con el año 2015; los desastrosos efectos económicos y sociales, que anteriormente se describieron, se parecen mucho. Pero la situación es mucho peor, entre otras cosas porque se trata de un proceso acumulativo.

Pese a ello las “soluciones” tienden a ser las mismas. En ese sentido el incremento del precio del dólar tiende a verse no como un problema sino como una oportunidad; es nuevamente la variable de “ajuste”. Con la ventaja para los tecnócratas neoliberales, dentro o fuera del gobierno, de que la situación es la misma en todo el mundo. “Mal de muchos”. En efecto, lo que se ha visto durante 2021 y lo que va del presente, es un fortalecimiento del dólar americano frente a casi todas las monedas del mundo, principalmente por la rápida reactivación de la economía americana y los excelentes rendimientos de las acciones, acompañados de un incremento de los flujos de inversiones hacia los mercados estadounidenses, en parte atraídas por la tendencia alcista de las tasas de interés, resultado de una política deliberada por parte de sus autoridades monetarias.

En todo caso, nuestro pobre peso colombiano tiene hoy el dudoso honor de ser la cuarta o quinta moneda que más se ha devaluado en el mundo. Y es un proceso que no tiene cara de detenerse en la medida en que las condiciones del país, en la competencia por atraer los flujos de capitales (inversiones de cartera) pese a que aquí también se empezó ya a elevar la tasa de interés de intervención por parte del Banco de la República, no son ventajosas. No se olvide el aumento de las primas de riesgo para Colombia notificadas desde el segundo trimestre del año pasado, dada la “descalificación” de las famosas “Agencias” internacionales.

Es aquí donde se confunden los diagnósticos y las terapias. Como ya fue referido, la deuda externa, fue la principal fuente de recursos del gobierno en 2020, pero lejos está de ser un simple expediente para resolver un problema. Alude, en general, a la definición misma de la cuenta financiera. Según las recomendaciones internacionales, si bien está encaminada a registrar la diferencia entre los flujos activos y pasivos, el hecho de que el resultado sea negativo significa, en términos contables, que la economía colombiana tuvo que acudir a financiación externa (pasivos) y/o a liquidar sus activos externos para financiar su exceso de gasto corriente. En el primer caso (pasivos) estaríamos, como lo sabe cualquier tendero, resolviendo un problema inmediato con recursos que siguen siendo ajenos, reclaman rendimientos y deben ser devueltos. Sin embargo, no se trata de un ejercicio de voluntad; las entradas y salidas de capital tienen su dinámica propia.

Durante 2021, por ejemplo, las entradas netas de capital superaron las registradas el año anterior. En realidad, la Inversión Extranjera Directa no parece haber recuperado su dinamismo; más importante sigue siendo el desembolso de préstamos y otros créditos, y la inversión extranjera de cartera. Pero lo más notable en este año fue el aumento de pasivos del Banco de la República, por concepto de una asignación de derechos especiales de giro (DEGs) por 2,787 millones de dólares.

Debe subrayarse aquí, sin duda, el particular activismo del gobierno colombiano en la búsqueda de recursos externos, en lo que se llama “inversión de cartera”, mediante la colocación de bonos en el exterior lo mismo que en el mercado local (TES), donde casi un 30 por ciento pertenece a extranjeros. Como se señaló en otra oportunidad, estos gobiernos no se endeudan para resolver problemas sino por el negocio que ello representa, incluso en términos personales3. Pero no basta desearlo, para ello hay que ofrecer buenos rendimientos y las mejores condiciones. Lo grave es que este activismo forma parte del repertorio terapéutico.


En efecto, el 31 de enero, el rendimiento de los títulos de deuda en dólares del gobierno colombiano (vencimiento a cuatro años) alcanzó un máximo de 8,35 por ciento, cuando hace un año ese por ciento era de 3,12. Ha subido en forma continua, y lo seguirá haciendo, según las previsiones, hasta casi 15 por ciento el próximo año, como reflejo de las condiciones mundiales (USA) y la percepción de un mayor riesgo. En esa lógica podría llegarse, a mediano plazo, a una catástrofe fiscal, tanto por la dificultad de seguir captando recursos frescos como por la imposibilidad de pagar los rendimientos y la llegada de los vencimientos.

Dicho en otras palabras, el verdadero riesgo se encuentra en la política que han seguido los sucesivos gobiernos y que no están dispuestos a abandonar los tecnócratas que los han asesorado y siguen marcando la pauta.

Al oído del próximo gobierno

La alternativa se deduce por simple lógica. No queda de otra que reducir el déficit en cuenta corriente que ya estaría, al parecer, alrededor del 6 por ciento del PIB. Esto equivale a replantear la política de comercio exterior. La verdad es que las exportaciones representan más del 70 por ciento de los ingresos corrientes; y poco más o menos lo mismo, las importaciones dentro de los egresos.

La devaluación extrema, que proponen sin decirlo, no será una solución. Hay un déficit estructural. Destruido el aparato productivo, las importaciones cubren ya todo tipo de bienes manufacturados, no sólo de capital y duraderos, sino de consumo; también la mayoría de los insumos (bienes intermedios, materias primas industriales y agrícolas) y lo que es peor, alimentos procesados y directamente de la agricultura.

Como se dijo, hay ya una seria rigidez que tiende a retroalimentarse y que jamás podría compensarse acudiendo a fórmulas “creativas” de estrategia exportadora. Ese ha sido el resultado de la política “globalizadora” de comercio exterior. Durante la revaluación de la primera década de este siglo, los promotores de los Tratados de Libre Comecio encontraron la perfecta justificación empírica para su argumento, en contra de la protección, según la cual la “apertura” iba supuestamente en beneficio de los consumidores pues dispondrían de productos importados a menores precios. Hoy, con la inflación mundial, comprobamos el carácter criminal de semejante argumentación. Los importados son cada vez más caros y no hay forma inmediata de sustituirlos por equivalentes nacionales.

No es por volver al discurso “cepalino” de los años sesenta, pero una conclusión, de todas maneras, se impone: Colombia tendrá que volver, si quiere salvarse, a algún sistema de regulación pública y de racionalización de la demanda de divisas (más allá del control de cambios), y adoptar en consecuencia una renovada estrategia de “sustitución de importaciones” (más allá de los aranceles). Pero esta vez no como opción programática sino por la fuerza de los acontecimientos.

1 Ver: Banco de la República, “Informe de La Junta Directiva Al Congreso De La República” Marzo de 2017.
2 Ver: Banco de la República, “Evolución de la Balanza de Pagos y de la Posición de Inversión Internacional, Enero – Diciembre de 2020”.
3 Ver, Moncayo S. Héctor-León, “El próximo sablazo”, periódico desdeabajo, julio 20 de 2020.

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Información adicional

Autor/a: Héctor-León Moncayo S.
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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