Autonomía, evitar la cooptación
 y lucha por la vida, tres irrenunciables

Aún queda mucho por hacer en busca de la liberación popular y ecológica. En ese sentido, las luchas colectivas seguirán cobrando protagonismo.

En Colombia, después de 200 años de independencia del colonialismo español, es elegido un gobierno denominado de izquierda. Una izquierda que se ciñe a los límites del Estado, enmarcado en la fase neoliberal del sistema mundo capitalista, lo que implica que tenga que pugnar y mediar al mismo tiempo con aguerridas élites económico-políticas criollas, es decir, no llega a un Estado en proceso de transformación sino que, por el contrario, arriba a una institucionalidad controlada históricamente por dichas élites.

Sin embargo, a pesar de ese control ejercido por las élites desde el Estado, ha existido una fuerte movida popular que responde con sus luchas colectivas en los distintos momentos de la historia. Por supuesto, caracterizadas, en unos casos, por momentos de mayor auge, en los que los movimientos logran desestabilizar la hegemonía política de los gobiernos de turno, llevando sus demandas a un lugar de centralidad de las agendas de dichos gobiernos.

Ciertamente, hay que decir que muchas de esas demandas, una vez son posicionadas a través de paros y movilizaciones, se quedan en letra muerta, ya que a los gobiernos nunca les ha interesado cumplir lo acordado, dando fe de su inexistente ética y destacando los intereses económicos y políticos que defiende, lo cual produce nuevas movilizaciones, tanto por el cumplimiento de lo incumplido como en procura de materializar las apuestas políticas de los movimientos.

Por la profunda desigualdad en la concentración de la tierra, en Colombia los movimientos que han tenido una lucha histórica son los que buscan la redistribución de ese preciado bien común, esto es, los movimientos campesinos, y los que buscan el reconocimiento y devolución de sus territorios ancestrales, como es el caso de los movimientos indígenas y afrodescendientes.

No obstante, también han tomado forma fuertes movimientos que luchan desde los territorios urbanos, tales como el de mujeres, disidencias del sexo-género, los ecologistas –que también se cruzan con luchas campesinas, afro e indígenas en defensa de la tierra y contra el extractivismo–, de juventudes, sindicales y estudiantiles. Con lo anterior no quiero que quede la sensación de que despliego una distinción entre movimientos de zonas rurales y urbanas, pues claramente están entrecruzados porque, por poner un ejemplo, muchas de las luchas en defensa de la tierra están abanderadas por mujeres que, como resulta patente, habitan en ambos territorios.

Es esta una realidad social resumida como movimientos populares, en la que confluyen unas y otros por objetivos comunes, aunque no siempre haya la mayor armonía posible en la construcción de ese camino en común. Un entretejer de resistencias y de construcción de alternativas al actual modelo social, económico y político, que además se desatan a finales del siglo XX y principios del XXI, que comparten, entre otras, su organización horizontal, asamblearia y deliberativa, así como, en muchos casos, autogestiva y solidaria.

Este carácter adoptado por los movimientos, rompe con las formas tradicionales de organizarse política y socialmente, es decir, mediante relaciones jerárquicas, que además reproducen las maneras en las que el Estado organiza la sociedad; es por eso que este último se convierte en el principal antagonista, por ser también reproductor del sistema-mundo capitalista y patriarcal.

Teniendo en cuenta, que es la primera vez que en nuestro país habrá un gobierno que no esté alineado a la derecha, uno de izquierda, resulta relevante señalar algunos retos que tendría el movimiento popular en relación con la elección del Pacto Histórico:

1. Autonomía

Uno de los principales retos de los movimientos populares es el sostenimiento de su autonomía con respecto a las agendas políticas propias en busca de sus apuestas de transformación. Esto es, seguir consolidando formas de organización política no tradicionales, fortaleciendo en su centro la horizontalidad, la toma de decisiones a través de asambleas, entre otras. Este carácter es uno de los que más le ha costado a los movimientos populares, pues la construcción organizativa desde abajo implica tiempos largos. La inclinación por la democracia directa refleja el desmarcamiento de las formas partidarias de hacer política organizativa, en las que una cúpula termina decidiendo en “representación” de las demás personas.

Por otra parte, en cuanto a las demandas políticas de los movimientos populares, es importante que sigan manteniendo las que han identificado colectivamente y que terminan dando origen a dichos movimientos. Con lo anterior resalto que deben ser los movimientos populares quienes sigan definiendo y demarcando el derrotero de sus demandas y no el gobierno del Pacto Histórico, pues de llegar a esa dinámica se suplantarían sus voces en detrimento de la propia autonomía ganada con las luchas históricas.

2. Evitar la cooptación

No permitir su cooptación por parte del gobierno, pues de así suceder el movimiento popular experimentaría su desmovilización, perdiendo la posibilidad de continuar exigiendo derechos y demandas, que escapen seguramente por parte del Pacto Histórico. La no cooptación permitiría llegar a plantear reivindicaciones desde una relación de poder simétrica, es decir, que haya un diálogo de igual a igual, sin que necesariamente se vea subordinado1, pues precisamente este es otro de los rasgos que caracteriza al movimiento popular; carácter conquistado en las luchas mismas.

3. Defensa de la vida

Un tercer reto, que los movimientos populares no prescindan del trabajo por la vida desde sus lugares de lucha, esto es, la defensa de la vida (humana-ecológica) y del territorio frente a las empresas multinacionales, así como de los derechos humanos respecto a quienes siguen atentando contra luchadoras y luchadores populares, es decir, desplegado por los grupos armados (paramilitares, carteles, disidencias y fuerzas del Estado) que generan terror y miedo a través de su política de la muerte.

Es claro que la agencia de estos grupos armados supera la acción del Estado, pues la omisión y obra de este último ha permitido que las comunidades queden expuestas al terror desplegado por estos grupos. De allí la importancia de concentrarse en las luchas por el territorio, que a partir de la política neo-extractiva que embarga a América Latina desde hace tres décadas ha socavado, desentramado y destruido los territorios, a través de proyectos hidroeléctricos, megamineros, de hidrocarburos y de monocultivos.

Estas luchas populares, en defensa de los territorios, estarán vigentes y seguirán cobrando sentido ya que a pesar de la inclinación del gobierno electo del Pacto Histórico por la búsqueda de alternativas “verdes”, su discurso apunta a la consolidación de, por ejemplo, los “bonos de carbono”, que no son más que otra forma de reacomodo del sistema capitalista por adoptar un cariz ecológico. Los bonos son una estrategia corporativa que propugnan por la compra de bosques y zonas ricas en biodiversidad en donde habitan comunidades ancestrales y campesinas, para “mitigar” el impacto destructivo de los ecosistemas, en términos de contaminación, que despliegan las multinacionales en otros territorios del mundo. Esa dinámica crea una lógica de bio-colonialidad, en la que las comunidades hipotecan su autonomía territorial, por un tiempo determinado, en el que promedia treinta años.

Respecto a esa dinámica, es importante resaltar el papel activo de las luchas populares en defensa de la vida, tanto humana como ecológica, pues la dinámica extractiva, patriarcal y violenta del sistema actual, sigue destruyendo la vida en virtud de la generación de ganancia y acumulación de capital. Siguiendo lo anterior, es importante no perder de vista lo que André Gorz manifestaba: “no hay luchas ecológicas sin una crítica al capital”2, y en nuestro contexto esta dinámica la llevan las luchas de defensa territorial, que desde sus inicios han estado atravesadas por esa ética política. Además, también podemos añadir que no hay luchas populares sin una crítica al sistema patriarcal, racista y capitalista.

1 Zibechi, Raúl. 2003. Los movimientos sociales latinoamericanos: tendencias y desafíos. En: Osal: Observatorio Social de América Latina. No. 9 (ene.). Buenos Aires : Clacso.
2 Gorz, A. 2011. Ecológica. Buenos Aires: Capital intelectual.
* Sociólogo. Mg[c] en Estudios Latinoamericanos –UdelaR, Uruguay. Integrante del grupo de investigación en Teoría Política Contemporánea (Teopoco) Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.

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Información adicional

Autor/a: Camilo Restrepo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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