La historia del rock bogotano está muy ligada al nombre de José Mortdiscos, más conocido como El Sastre, el más célebre distribuidor de rock ‘pesado’ de Bogotá durante varias décadas. Aquí, el testimonio de un personaje y una época.
La cultura oficial sale a tu encuentro,
pero el undergroundtienes que ir a buscarlo.
Frank Zappa
José: Por los años 70 y comienzos de los 80, yo vivía en el barrio La Estancuela, que está ubicado en el centro de Bogotá, entre las Avenidas Caracas y 30, y cruzando por la Calle 6, un sitio tradicional de venta de repuestos para carros. En esa época me acerqué al rocanroll con un grupo de amigos y vecinos. Era el momento de mi juventud, así que con mis amigos nos hicimos entusiastas oyentes de los primeros grupos de rock, como Speakers, Flippers, Yetis, Amplex, etcétera; y con los escasos ahorros con que contaba, me compre mis primeros discos y los intercambiaba con los amigos, no sólo música colombiana; también, bandas extranjeras como los Beatles, los Rolling Stones, La Crema y toda esa cantidad de grupos que surgen en este momento. Grupos de rocanrol, música psicodélica, pop, country y otras melodías más fuertes.
Llegué al Centro Comercial Los Cristales, que está ubicado en la Carrera 8 con Calle 18, a un local del quinto piso, creo que por el año 1987*. Por esos años, yo vivía de la sastrería, y de ahí que se me conozca como El Sastre. En efecto, yo trabajé muchos años la sastrería, pero, además, cuando abrí el almacén en el Centro Los Cristales, mi amigo Héctor Buitrago me llamaba siempre El Sastre, y, claro, eso se convirtió en un sello. En esa época mí negocio era la confección de ropa, y lo de vender discos era un hobbie que cultivaba en mis ratos libres. Sin embargo, ya tenía una buena colección de discos de rock que me habían traído amigos del sector de la 6, que importaban repuestos y yo les encargaba música, y amigos comerciantes de San Andresito. Como ellos también viajaban e importan lo que vendían, entonces a ellos les pedía que me trajeran música. Poco a poco, y sin el propósito de volverme coleccionista o distribuidor de música, me fui haciendo a una colección musical de primera calidad, y vendía los discos que me sobraban. Estoy hablando de muy pocos discos, que guardaba de manera informal en una caja de cartón.
En ese momento, sobre la Avenida 19 se ubicaban unas casetas que vendían libros y revistas, pero algunas empezaron a vender salsa, rock, música clásica y jazz. Digamos que se crea un circuito donde los jóvenes buscan rock alternativo, underground, pesado, un sonido más fuerte que el que ofrecían las discotiendas comerciales. Y, claro, yo tenía la sastrería al lado de este universo de nuevos sonidos, de jóvenes hambrientos de nuevas melodías. Será todo esto lo que me permitió fortalecer mi negocio, ya que fui construyendo una clientela de pelados muy inquietos que buscaban buen rock, músicas nuevas y especiales. Al principio me dejaba orientar por las reseñas de las revistas que me llegaban, pero después ya fui conociendo más y más, y los mismos muchachos me daban pistas sobre la melodía más radical del momento: pasaban por el local preguntando por sus grupos preferidos y me conversaban sobre géneros, bandas, integrantes, conciertos, en fin, toda la escena internacional. Los primeros discos que traje para la venta fueron: Sodom, Kreator, Metálica, Slayer, Maos Maos, Dead Kennedys y Employers. Los guardaba en cajas de cartón, primero 50, luego 100, después ya 150 discos, y los muchachos se los peleaban. Cuando me llegaba la música, se formaba un desorden y cada uno cogía lo que alcanzaba a pillar. A algunos no les alcanzaba para comprar un disco y yo les grababa en casetes, cobrando 200, 300, 500 pesos de la época.
Por estos años, Héctor Buitrago se convirtió en mi socio. Nos conocimos en las casetas de la Avenida 19. A un vendedor muy reconocido de nombre Saúl Álvarez, yo le compraba una que otra cosa que dejaban por ahí los muchachos. Y él me dijo: “Mire, José, me trajeron estos discos raros”, y tenía como cinco; los escuché y era un rock extraordinario. Algún día me dijo que “este es el muchacho de los discos raros”. Con Héctor nos hicimos amigos muy rápido y pasó a ser mi socio en el negocio. Él tenía un compañero en Alemania y le pedíamos que mandara lo más pesado, música radical y subterránea, y no fallaba: mandaba muy buena música. Hacia el año 1990 quitan las casetas de la Avenida 19 y el negocio se consolida porque los vendedores de libros fueron trasladados al Centro Comercial de la Jiménez, pero los muchachos siguieron pasando por la Avenida 19 en busca de música. En aquel entonces, el único almacén que vendía música pesada en el país era el nuestro, y distribuíamos música para Barranquilla, Medellín, Bucaramanga, Pereira, Tunja y Cali.
En cuanto al nombre de MortDiscos, se puso así porque observamos con los muchachos que en muchas de las carátulas de los discos los nombres de las agrupaciones y las letras de numerosas canciones se ocupaban de la muerte. Pensábamos que ese debía ser el nombre. Dilson, Héctor y yo lo construimos a partir de una calavera ensangrentada con un disco en la boca. Durante todos estos años, muchos negocios de música se abren en el Centro Comercial Los Cristales, pero quiebran. Sólo nosotros resistimos el paso de los años. Para 2001 nos pasamos al Centro Comercial Omni, pero debo reconocer que en ese momento ya la movida del metal y el buen punk se había acabado. Lo que quedaba en ese momento y llega hasta el día de hoy no es serio: la escena se ha dañado. Antes venían sólo los comprometidos, aquellos a quienes les gustaba lo más duro, los muchachos más liados con el buen rock. Usted hoy ve a cien mil personas en Rock al Parque, pero es gente que va por la moda, por el escándalo, que no sabe de música; no es un público formado. Un fin de semana van a Rock al Parque y el sábado siguiente están bailando reguetón.
En algún momento también incursionamos en la producción musical, cosa muy difícil en un país donde todavía hoy las disqueras, los empresarios y los medios no apoyan al rock nacional. Con La Pestilencia editamos un acetato en Discos Fuentes de Medellín. Con Neurosis se sacó un casete que con el tiempo se convirtió en disco, pero fue un proceso muy lento, como siempre ocurre con la música subterránea: todo es lento, va madurando y se hace con mucho empeño. De la misma manera, trajimos bandas internacionales, en razón de que los chicos querían ver en vivo los grupos que los cautivaban. Se hizo el esfuerzo y fuimos los primeros en traer rock pesado a la ciudad. Trajimos a Cathedral (5 de julio, 1996). Cathedral es una banda inglesa de Stoner Metal y Doom Metal, fundada en 1989 por el vocalista Lee Dorrian tras abandonar Napalm Death. Tuvimos problemas en su presentación porque no conseguimos un sitio en Bogotá y nos vimos abocados a exhibir el grupo en un coliseo del municipio de Mosquera, con una boleta de 10.000 pesos. Napalm Death se presentó el 23 de octubre de 1997 en el Teatro Lux. Luego presentamos a Kreator, Destruction, Dimmu Borgir, etcétera. En todos los conciertos se perdió dinero. No ganamos lo que costaba traer al grupo. Porque la venta de discos, la experiencia de productor musical y el intento de traer grupos al país es más una cosa de quijotes y fanáticos del buen rock que un negocio.
Yo sigo siendo una persona muy comprometida con la escena del metal. Por ejemplo, me precio de tener una amplia colección de vinilos, videos, casete y CD, una colección que en algún momento superó las 10.000 piezas, todas muy cuidadas, porque no soy la persona a la que le guste dañar una pieza musical con autógrafos y dibujos o cosas de ese estilo. Todas las piezas son auténticas y en sus respectivos empaques originales. Sin embargo, cada día es más difícil conservar la colección porque el negocio está muy malo, y cada rato me veo precisado a vender piezas únicas, muchas de las cuales son obras que no se consiguen ni en los países mismos de origen.
* Carlos Arturo Reina Rodríguez asegura que José llegó al Centro Los Cristales en 1985. Bogotá: más que pesado, metal con historia, Ediciones Letra Oculta, Bogotá, 2009.
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