Jesús había salido de escena. Su muerte se había ejecutado y las autoridades de la Palestina imperial se cuidaban de que no se levantara movimiento clandestino alguno que tratara de reivindicarlo. Una tarde desolada, algunos de sus compañeros van de camino hacia una aldea cercana. Un peregrino se les acerca y ellos lo invitan a palabra, luego a entrar en casa y, allí, a la mesa. En el milagro del pan compartido hacen unos descubrimientos maravillosos: que el espíritu de Jesús está vivo y que ya no podrán arrebatárselo, que su causa sigue1.
Lo más elocuente del relato es que el grupo no reconoce la nueva presencia de Jesús ni en la memoria de sus enseñanzas, ni en el relato de reales o supuestos milagros, ni en la evocación de la Cruz y de la muerte, ni en las evidencias del tacto o de los ojos. Allí sólo había aparente ausencia. El momento culminante del relato es cuando el peregrino hace la pregunta esencial: “¿Tienen algo de comer?”. Se tiende la mesa, se come y se bebe, se comparte, la palabra se hace caliente y deliciosa. Y hasta lo invisible se hace evidente: sienten que Dios entra cuando el pan se comparte. Parece que ése es uno de los hechos más reveladores de las intencionalidades proféticas de Jesús: que donde hay pan para alimentar la vida, donde nadie lo acapara, donde el pan alcanza para alimentar todas las hambres, ahí Dios es claro y visible.
Colombia está en un nuevo trance de paz negociada. Desde abajo no creemos que por ahí venga la paz. Nunca la paz ha sido el resultado de un negocio. Puede que en algún momento dé la impresión de que sí lo es; pero no será duradera. La paz es el resultado connatural de las condiciones de vida digna. ¡Y, sobre todo, de la equidad! Las empresas, el dinero, las iglesias, los partidos, el poder, la política, las organizaciones del pueblo, las Ong, la colaboración entre las naciones tienen sentido si trabajan por el justo reparto de la tierra y de todos los bienes, es decir, si hacen que el pan llegue limpio, digno y suficiente a todas las mesas y a todas las bocas: que ningún enfermo carezca de tratamiento, que todos tengan trabajo digno y justamente remunerado, que no se cierren escuelas para financiar las guerras de la paz negociada, que los niños y las niñas no tengan que volverse trabajadores de la calle y abandonar las escuelas. La paz colombiana no será nunca el resultado de un negocio. La paz es el resultado llano y simple de unas condiciones sociales, políticas, culturales y económicas de equidad, justicia, buen reparto de la tierra y de los bienes, de un poder no monopolizado que permita el ejercicio profundo de la democracia, donde las comunidades deliberen y definan sobre vida cotidiana, rompiendo así la división entre el gobierno –poder delegado– y la sociedad, delegatoria de ese poder.
El peregrino del relato era Jesús, que tomaba nuevo cuerpo en un ser humano, solo y con hambre. Cuando comió y fue bien tratado, dijo lo obvio: ¡que la paz se quede en esta casa!
Por Ancízar Cadavid Restrepm, director de la Fundación Educativa Soleira, La Estrella (Antioquia) y animador del movimiento “Pastoreo en periferia”, [email protected].
1 El encuentro en el camino a Emaús: Marcos 16, 12-13 y en Lucas 24, 13-35.
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