Discurso y límites autoimpuestos
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Estimados/as lectores/as compartimos la serie de artículos más leídos durante el 2023. Una relectura necesaria de hechos y proyecciones de diferentes temas tanto nacionales como internacionales. Esperamos que su lectura sea de utilidad.

Lapidario: “No nos dejen solos en estos palacios enormes y fríos, no nos dejen solos ante la jauría de los privilegiados. Este es el momento de los cambios, y no hay que retroceder”. La frase fue pronunciada por el presidente Gustavo Petro el primero de mayo, en el segundo de los llamados balconazos con los cuales trata de realizar un proceso educativo y movilizador con el ‘pueblo’.

Además de lapidaria, es una frase que también puede traslucir la soledad del poder, un modo de alejamiento donde todos te endulzan con palabras, palmaditas, apoyos de boca, sonrisas complacientes, todas ellas expresiones de simple apariencia; gestos detrás de los cuales se actúa en defensa de lo propio y no necesariamente en sintonía con aquel a quien en todo momento se endulza.

Consciente de ello, el Presidente, con claro conocimiento del lugar donde reside el poder real, enfatizó: “No basta con ganar en las urnas. El cambio social implica una lucha permanente, y la lucha permanente se da con un pueblo movilizado”.

Sin embargo, ¿dónde está ese pueblo movilizado? El Presidente sabe de ese talón de Aquiles de su gobierno, y de ahí su afán por alcanzar una comunicación y una sintonía con las mayorías sociales; una pretensión que hasta ahora no logra concretar y, por el contrario, más allá del deseo, aumentan los factores de contradicción que la dificultan y sacan a relucir interrogantes.

¿Será posible lograr una comunicación novedosa entre el Gobierno y la gente, sin poner en marcha medidas económicas y sociales que le muestren y le hagan sentir a un sector mayoritario de la población las bondades del cambio? ¿No será, precisamente, la ausencia de medidas económicas concretas, que se sientan en los hogares de los miles de familias que viven al límite, lo que impide la conexión popular y la movilización mayoritaria y no inducida de la sociedad pretendida por el Presidente?

Una realidad para la cual el día de la posesión no hubo un gesto para marcar un antes y un ahora/después, inacción a favor de mayorías que sigue imperando a pesar de que ahora, a nueve meses de gestión, tendría que dar retoños de más popularidad y menos pasividad. Y, sin ese gesto, el cuerpo y las mentes de las mayorías no encontrarán la sangre necesaria para sentir que este gobierno significa un giro en el presente y en el futuro de sus vidas. Mientras que las promesas no pasen de las palabras a la cercanía de los hechos, no habrá pueblo movilizado. Ese pueblo sabe y lo dice espontáneamente: “A nosotros nadie nos da nada; si no trabajo, no como”. Y es así como, en la rutina de la supervivencia, se impone el afán de cada día. La política queda, por tanto, ajena y lejana para las mayorías, a pesar de los discursos presidenciales.

Esos discursos, hasta ahora, no reparan en el papel que jugó el covid-19 en su triunfo electoral ni en la debilidad de su propia elección, que no tuvo la frescura y la superioridad de ser ungido en la primera vuelta. Solo llegó con escasa diferencia y, tras los amaños y las desfiguraciones que se ven en los quince días de la segunda vuelta. Una pequeña suma de días, en los que el antes no se desvanece.

A pesar del resultado logrado, dos semanas no son tiempo suficiente para cambiar el estado de la correlación de fuerzas de las terceras partes que votan, del imaginario cultural y de conciencia de un país y de una sociedad. Tal correlación, en esta elección, con algo o mucho de contradictoria, no atrajo de modo patente al gran segmento social que no acude a las urnas. Segunda vuelta: de ‘mayoría’ pasiva, defectuosa. ¿Cómo y quién logrará movilizarla? Falta energía social, y para cargarla faltan medidas concretas que desafíen la carestía, el desempleo, la desazón en el presente sin vida digna y el futuro incierto, la corrupción, el hambre, el acaparamiento de la tierra cultivable y las delincuencias organizadas.

También falta desanudar el factor cultural, ese nudo ciego enredado por el neoliberalismo y con el cual colonizó los más recónditos factores humanos que llevan a pensar, una y otra vez: “Primero yo, segundo yo…”, pero también a estar embelesados con la pantalla del teléfono: mirándonos, escuchándonos, ensordecidos y enceguecidos por el más perverso narcisismo. La cultura, el secreto de todo cambio real, al menos el cambio histórico, no solo el ocasional.

Descargados

La primera evidencia de esa falta de energía social quedó medida en el llamado a la movilización del 14F, un resultado en la calle que frustró tanto al Jefe de Estado que, tras ese fracaso, indujo la primera crisis ministerial. La segunda evidencia, se puede decir, quedó calibrada en lo visto el Primero de Mayo, jornada en la cual, pese al llamado presidencial que no pidió celebrarlo sino tocar la fibra del “respaldo a las reformas”, no igualó y no sobrepasó los marcos de la solemne procesión sindical. Ir a la Plaza de Bolívar, en celebración de la memoria de las gestas obreras, que, desde hace muchos años, más que disposición a la lucha, parece traslucir resignación.

A la larga, un intento de abrazo y comunicación directa con la base social (tal vez añorando y deseando el método y la conexión popular que en su momento lograra Jorge Eliécer Gaitán) que, sin despertar aquella pasión triunfante que imbuyó el líder liberal, obliga al Presidente a recordar: “En la historia no ha existido una sola reforma a favor del pueblo trabajador que no sea el fruto de la lucha misma en las calles. No podemos retroceder, dejar (sic) perder el impulso”, una alusión histórica autolimitada, pues no se ha logrado una sola reforma sin esa lucha de los pueblos y, además, toda la carta de derechos humanos es fruto de la voluntad popular movilizada; de una acción que, por otra parte, concreta revoluciones como momentos de verdadero cambio social e histórico, con certeras reformas que han dado pie a los avances de los pueblos sobre el capital, o que, tras la caída de un referente universal de socialismo, enraíza progresismos. Los cambios. valga enfatizar, no son para siempre porque, como lo presenciamos desde hace décadas, derecho que no se defiende –incluso, que no se ahonda– puede ser revertido. El avance neoliberal en crisis, de todos modos, marca esa realidad.

Hay una alusión al “bloqueo”, también presente en el discurso presidencial, en tanto ‘amenaza’ con la revolución si las reformas no son aprobadas por el Congreso: simple palabra de autosatisfacción, toda vez que el pueblo con identidad y diferenciación, verdadero artífice de los cambios, no está movilizado en condición de “unas mayorías activas”. Hoy, todavía, no acude en masa a las convocatorias oficiales, ausencia que registran los ojos del capital y que le llevan a concluir que “perro que ladra no muerde”. En este caso, no solo por falta de ferocidad sino también porque no tiene dientes.

La alusión a la revolución, simple enunciación, además, tiene un autobloqueo, toda vez que, desde el primer día de gestión, el Presidente marcó la profundidad del cambio deseado, que en realidad es una raya: “No queremos acabar el capitalismo; queremos transformarlo” –hacerlo más humano, dirán los teóricos liberales–, lo cual, está demostrado históricamente, es un imposible. La socialdemocracia, desde hace décadas en vergonzosa retirada, es la prueba máxima de ello.

¿Es o no necesaria una “revolución” para “humanizar” el capitalismo? ¿No se suponía que las revoluciones, en este marco social, debían ser para superar el origen y la extensión de los factores económicos, políticos, sociales y de otros órdenes, que propician y prolongan la injusticia y la desigualdad social?

La autolimitación, como venimos denominando, se repite en su discurso del 14F. cuando llama, de manera cristiana, podría decir cualquier presbítero, al empresariado a ceder en su egoísmo: ilusión de ilusiones. Las desigualdades sociales, el imperio del capital y de su lógica –hacia la concentración cada vez mayor–, no responde a un asunto voluntario, de buenas o malas personas; sucede animada por la savia de un sistema que actúa sobre la dinámica de la acumulación y de la concentración de poder, tanto económico como político y militar; con una lógica, que es la de los intereses de clase, los mismos que subsisten en diversas circunstancias con momentos de reacomodamiento. Y es esa clase, la burguesa, la que no ha cedido un derecho sin sentirse acorralada por ese pueblo que ahora el Presidente llama a la movilización.

Es paradójico. En esos dos balconazos, el Presidente acude, por un lado, a la movilización, y, por el otro, a la “buena voluntad” de los dueños del capital. Esos dos opuestos históricos no tienen punto de sintonía, y generan una dualidad ante la cual él debe optar por: o movilización para cambiar la “correlación de fuerzas” que soporte un cambio sin manuscrito a su modo “revolución” –con la que amenaza si las reformas no se dan–, o llamar a la ‘generosidad’ de los grandes capitales para que permitan justicia social: “[…] no estamos pidiendo el socialismo ni el asalto al cielo […] Invito a la oligarquía colombiana, al mundo del poder económico, a un acto de generosidad donde es posible pensar en menores privilegios para tener más en el futuro”.

Es aquella una solicitud imposible pero, como pudiera decir el presbítero de marras, “de buenas intensiones está empedrado el camino al infierno”.

Información adicional

Autor/a: Equipo Desde Abajo
País: Colombia
Región:
Fuente: Periódico Desde Abajo N° 302 mayo 18- junio 18

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