Entre la conspiración y la confusión
desdeabajo

El aumento de la trata de personas, y en general de las peores formas de esclavitud en pleno siglo XXI, es un índice del elevado nivel de degradación al que ha llegado el capital, y de la inusitada indiferencia de la sociedad. El uso sesgado del execrable fenómeno por parte de una derecha interesada en mostrarse benigna, esconde la estrategia de mostrar causas morales donde la explicación está a la vista: la cultura de la ganancia sin que importe cómo.

Los comentaristas de farándula dieron cuenta, sorprendidos, del éxito de la película de bajo presupuesto “sonidos de libertad”, que trata el tema del secuestro y explotación forzada de niños. El filme, con un guión dudoso y una estética deficiente, recaudó poco más de 14,2 millones de dólares el 4 de julio de este año en Estados Unidos –día de la independencia de ese país–, recuperando su inversión el día de su estreno, ingresos extendidos hasta 160 millones de dólares en el primer mes de proyección.

La controversia que suscita no es por la contradicción entre pobre calidad y recaudación, sino porque su realización y los protagonistas están vinculados, como militantes, a grupos de la extrema derecha, y a que parte de su éxito es atribuido a la divulgación y propaganda que estos grupos le han hecho. El actor principal, Jim Caviezel, saltó a la fama por su protagónico en la cinta La pasión de Cristo, tachada de antisemita por algunos críticos; participó como narrador en el documental Liberando un Continente: Juan Pablo II y la caída del comunismo, del que comentó que un sólo polaco, esgrimiendo el amor, había enterrado ese odioso sistema. Es, además, seguidor de QAnon, movimiento conspirativo del ala más extremista del Partido Republicano de USA. El productor de la película es el actor mexicano Eduardo Verástegui, miembro activo de la ultraderecha de su país, que se opone a la eutanasia, el matrimonio de personas del mismo sexo y a la adopción de niños por este tipo de parejas, así como al aborto bajo cualquier circunstancia.

El argumento del filme está centrado en el rescate de un grupo de niños secuestrados en Honduras, que son llevados a la ciudad de Cartagena, Colombia, para ser distribuidos como esclavos sexuales. El rescate, según el guión, es realizado por el agente del Departamento de Seguridad norteamericano Tim Ballard (individuo que tiene su correlato en la realidad) que, siguiendo la línea de los peores Thrillers, sólo y desarmado derrota ejércitos de villanos armados hasta los dientes. La historia pretende homenajear al exagente norteamericano, del mismo nombre que el héroe de la cinta, fundador de la Organización Ferrocarril Subterráneo (O.U.R, por sus siglas en inglés) cuyo objetivo es luchar contra la trata de niños. En 2019, durante el gobierno de Donald Trump, fue nombrado miembro del Consejo Asesor de Asociaciones Público-Privadas de la Casa Blanca para poner fin a la trata de personas. El acucioso agente, sin embargo, no actúa contra ese flagelo al interior de su país, en el que el fenómeno tiene una gran dimensión.

Llaman la atención dos cosas, en primer lugar, cómo una situación real tan aberrante es apropiada por la extrema derecha, qué autodefinida como defensora de la vida, sitúa la causa del problema en la liberalidad de la “izquierda” y su desconocimiento tanto del orden tradicional como de la creencia en Dios. En segundo lugar, sorprende qué en Colombia, los adelantos de la cinta y las reseñas de la controversia que ha suscitado, no hayan despertado el nacionalismo de los medios y los periodistas convencionales, atribuyendo a la “mala prensa” la ubicación del desarrollo de la trama en nuestro país.

Miremos algunas cifras del macabro hecho de la trata de niños, y en general de personas, para luego buscar acercarnos a cómo, en algunos casos, calificar ciertos hechos de bulos conspirativos tiene la clara intención de confundir y silenciar sobre las realidades oscuras del poder del capital.


Algunas cifras sobre una atroz y silenciada realidad
La trata de seres humanos es parte de un problema mayor, la esclavitud, sin adjetivos, que en pleno siglo XXI gana cada vez más espacio como forma de sujeción de la fuerza de trabajo, como quiera que entre 2016 y 2021 aumentó en 2,7 millones el número de personas en esa condición. El informe Estimaciones mundiales sobre la esclavitud moderna: trabajo forzoso y matrimonio forzoso, realizado conjuntamente por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Walk Free y la Organización Internacional para las Migraciones (IOM), calcula que en cualquier punto del intervalo entre 2017 y 2021, aproximadamente 50 millones de personas han permanecido como esclavas. De ese total, cerca de 28 millones está en condiciones de trabajo forzado y 22 millones en situación de matrimonio forzoso.

De ese total, las mujeres y las niñas suman poco menos de 12 millones en trabajo forzado, y si tenemos en cuenta que en el matrimonio forzoso la presencia de las mujeres es abrumadoramente mayoritaria (14,9 millones), es fácil ver el sesgo de género que tiene la subordinación por esclavitud en la actualidad. Los niños representan alrededor del 12 por ciento de esa fuerza de trabajo, aproximadamente 3,31millones, y si bien casos como el de la explotación de las minas de cobalto del Congo –material clave en la producción de baterías– son los más conocidos y cuestionados, por ser los principales beneficiarios empresas como Apple, Microsoft, Samsung, Sony o Volkswagen, que se rasgan las vestiduras y dan algunos dólares a las instituciones encargadas de contrarrestar la trata de personas, no es menos cierto que en la gran cadena de suministros la mayoría de sectores de la economía usufructúa el trabajo esclavo, y dentro de éste el de niños y niñas.

El sector privado es responsable del 86 por ciento de los casos de trabajadores forzados, de los que el 23 por ciento está dedicado a la explotación sexual comercializada y el restante 63 en actividades de otra índole. El 14 por ciento del total corre a cargo del Estado, en el que el trabajo en las prisiones constituye una parte nada despreciable. El sector servicios retiene el 87 por ciento de las personas en situación de esclavitud, mientras que el restante 13 por ciento está dividido entre la industria manufacturera, la de la construcción y la agricultura.

Según el Reporte Global Sobre Tráfico de Personas de 2020, de Naciones Unidas, en la trata de personas, que es diferenciada de otras formas de esclavitud –porque en ésta tienen que darse tres condiciones, la captación (secuestro), el traslado de la persona desde su sitio de origen y la explotación forzada–, dentro de las múltiples vulnerabilidades que hacen propicia la captación para la explotación sexual, la necesidad económica es el principal factor, seguida de los niños y niñas con familias disfuncionales. En el caso del secuestro para trabajos forzados, con la necesidad económica, la condición de migrante es el otro factor de vulnerabilidad más importante.


Además de trabajos y matrimonios forzados, son reportadas “otras formas de explotación”, que incluyen la extracción de órganos, la mendicidad, la adopción ilegal y la realización de actividades delincuenciales, que siguen ganando una mayor importancia como fin de la trata, y son los niños con familias disfuncionales quienes ocupan el primer renglón en la captación para esos propósitos.

Es claro, entonces, que la trata en particular, y en general la esclavitud, son el resultado de las condiciones sociales del sistema, y que no son los “coyotes”, “chulos” o cualquier otro apodo que quiera dársele a quienes secuestran para el mercado de esclavos, el nudo del problema. Estos son apenas, en realidad, los primeros de la lista que aprovechan unas condiciones determinadas por el motor del sistema: obtener una ganancia. Son delincuentes, claro está, pero no lo son más que los empresarios que aprovechan la fuerza de trabajo directamente o los productos obtenidos en condición de esclavitud y que usan como materias primas.

La extracción de órganos de niños secuestrados ha sido motivo de una disputa mediática entre los grupos calificados de conspiracionistas, y atados de forma casi general a las tesis más extremas de la derecha, y los movimientos tradicionales. En las llamadas teorías de la conspiración es común acusar a algunos miembros de la élite liberal de ser clientes asiduos de esa práctica, y la respuesta de los medios convencionales es ridiculizar esas acusaciones, lo que lejos de aclarar el asunto lo oscurece, mientras en la realidad la brutal práctica gana terreno, con apenas manifestaciones de buena intención para su erradicación.

En el informe Trata de Seres Humanos para el propósito de la extracción de órganos en el norte y oeste de África, realizado conjuntamente entre la Interpol y la organización Fortalecimiento de la Respuesta de África a la Delincuencia Organizada Transnacional (Enact, por sus siglas en inglés), podemos leer qué de los 153 mil órganos trasplantados en el mundo en 2019, entre el 5 y 10 por ciento fueron realizados con órganos obtenidos de forma ilegal, una práctica de vieja data que obligó a la promulgación de la Declaración de Estambul en el 2008 “Sobre el Tráfico de Órganos y el Turismo de Trasplante”, con lo que no sólo fue reconocida formalmente la existencia del hecho sino la necesidad de reprimirla. El asunto no es, entonces, una “leyenda urbana”.

Las zonas en conflicto son especialmente propicias para facilitar ese tipo de prácticas. La aprobación en Ucrania, en diciembre de 2021, de la ley 5831 “Sobre regulación del trasplante de materiales anatómicos humanos”, en la que es eliminada la necesidad de legitimar ante un notario el consentimiento del trasplante por parte de un donante vivo o de sus familiares, así como tampoco es necesario certificar la autenticidad de las firmas, ha dado lugar a fuertes sospechas que detrás de eso está la intención de usar los cuerpos de los caídos en combate como mercancía a disposición de los traficantes de órganos. El secretario general de la ONU, António Guterres, declaraba a la prensa que “La guerra en Ucrania dista de ser una tragedia para traficantes de personas y depredadores. Al contrario, es una gran oportunidad para ellos, ya que mujeres y niños son sus objetivos”. La prostitución y el trabajo forzado han sido el destino de miles de personas ucranianas refugiadas en Occidente, mientras que, del otro lado, el presidente ruso Vladimir Putin fue acusado en la Corte Penal Internacional por el desplazamiento hacía su país de 16 mil niños desde los territorios en disputa.


Entre la conspiración y la confusión: desdibujar para reinar
Jim Caviezel, el actor que protagonizó El sonido de la libertad, afirmó en una entrevista con Steve Bannon, uno de los ideólogos de Donald Trump, que la trata de niños tiene como uno de sus propósitos extraer de los infantes adrenocromo, una sustancia que en realidad es derivada de la oxidación de la adrenalina, pero que en las teorías de la conspiración, se dice, es producida causando un inmenso terror en los niños, haciéndoles saber que van a ser asesinados, para extraer de las glándulas la adrenalina alterada, de esa manera, mientras están vivos, pues según las afirmaciones de esos grupos, si la extracción es hecha de cadáveres no sirve. La sustancia sería una especie de elixir de la juventud, consumida por los miembros de las élites de la política y el espectáculo para mantener por más tiempo la apariencia juvenil.

El llamado escándalo de Pizzagate, desatado en las elecciones norteamericanas de 2016 que enfrentó a Hillary Clinton con Donald Trump, y en el que miembros del Partido Demócrata fueron acusados de liderar una red de pedofilia y de sacrificios de infantes, que involucraba a los Clinton y al actual presidente norteamericano Joe Biden, fue el inicio de lo que hoy sigue siendo un caballo de Batalla de los Republicanos. Lo inusual de las acusaciones para la opinión pública sirvió, sin embargo, para que el escándalo de la demostrada provisión de menores para ser abusados por figuras del poder en el mundo, liderada por Jeffrey Epstein, quedara asociada con las supuestas exageraciones de los teóricos de la conspiración y fuera minimizada.

Son acusaciones que involucran, además, a individuos como Bill Clinton, Donald Trump, Tony Blair, John Kerry, Henry Kissinger, Bill Gates, el llamado príncipe Andrés, hermano del actual rey de Inglaterra, y el criollo Andrés Pastrana, entre quienes viajaron frecuentemente en el jet privado Boeing 727, apodado Lolita Express, a la isla llamada Little Saint James, propiedad de Epstein en las islas vírgenes. Nunca fueron iniciadas investigaciones a estos personajes por abuso de menores, y siguen gozando del “buen nombre” en los medios convencionales. Igualmente, los escándalos de pedofilia de la Iglesia son mostrados, pese a la frecuencia, como casos de almas descarriadas apartadas de Dios.

Las denuncias de Lydia Cacho que llevaron a la cárcel al empresario Jean Succar Kuri por liderar una empresa de trata de niñas –según Cacho con edades entre 4 y 13 años– en Cancún para satisfacer la demanda de políticos y empresarios mexicanos, al estilo de Epstein, y que narra en su libro Los demonios del Edén, es una muestra adicional que el execrable negocio no es algo excepcional y está alimentado por la demanda de las élites. En estos casos, los Estados no hablan en tono decidido de “guerra” contra la trata de personas, sino que son patrocinadas campañas y organizaciones como Corazón Azul y Operación Ferrocarril Subterráneo, que parecen más diseñadas para el estímulo y el ejercicio de la caridad que para combatir esas despreciables prácticas.

El uso equívoco del lenguaje es un recurso de la extrema derecha que le ha dado réditos, pues distorsiona los conceptos buscando quedarse como un polo ideológico único y especial contra todos los “demás”, y eso le ha valido ser lo “otro”, lo diferente, el cambio. Los medios de comunicación reseñaron, por ejemplo, que la congresista estadounidense Marjorie Taylor Greene sostuvo que la última acusación contra el exmandatario Donald Trump es prueba qué la administración del Presidente Joe Biden “es un régimen comunista”, y que “los estadounidenses están experimentando lo que es el comunismo”, en una distorsión total de lo que ha significado ese concepto como movimiento político o como teoría, más allá de la evaluación que de él cada quien haga. El uso de los llamados bulos de la conspiración y la búsqueda de la confusión son las dos caras de una misma moneda que usan en diferente condición, la ultraderecha como supuesto antagonista de la realidad existente, y el establecimiento como defensor del statu quo.

El nombre QAnon, del movimiento más radical de apoyo a Donald Trump, dicen quienes lo han estudiado, significa Q anónimo, y que la Q es tomada de la novela titulada con esa letra y atribuida a los creadores colectivos escondidos bajo el nombre Luther Blissett, que en los noventa del siglo pasado, a través de la creación de situaciones mediáticas denunciaron el sesgo político de los medios de comunicación y cuestionaron que la verdad y objetividad que dice defender la prensa convencional no es más que una ilusión.

Ese colectivo, por ejemplo, inventó la desaparición de un individuo y le hizo creer a la Policía y a la prensa de la realidad del caso, que fue seguido como si fuese un verdadero hecho, poniendo en ridículo a las autoridades. Igualmente, entre 1995 y 1997 escenificaron una serie de rituales satánicos que fueron finalmente asumidos por los medios de comunicación, también como hechos reales, con lo que probaron la ligereza de la información trasmitida por esos medios. El movimiento calificó sus propios actos, irónicamente, como “contrainformación homeopática”, y no deja de ser paradójico que sea copiado ahora por un grupo de signo político totalmente contrario a los ideales que profesaban.

La creación de una realidad paralela como instrumento justificador de acciones políticas, puesta en evidencia de forma abrumadora luego de la afirmación de que el Irak de Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, cuando en realidad era falso, y el uso de contradicciones flagrantes en el lenguaje como es el caso de los argumentos esgrimidos por los jerarcas de la Unión Europea para explicar y justificar por qué son los recursos del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz (Feap) la fuente para la compra del armamento que la Unión Europea entrega a Ucrania en la guerra que actualmente libra contra Rusia, son del mismo talante que la censura impuesta a los medios rusos RT y Sputnik afirmando que es en defensa de la libertad de información. Estos hechos, independientemente de si por los fines buscados son aceptados por algunos, expresan el propósito consciente de desdibujar el sentido común y las diferencias conceptuales, quitándole sentido al lenguaje, para que a la manera del personaje Humpty Dumpty de Alicia en el país de las maravillas, los detentadores del poder puedan decir “Cuando empleo una palabra, esa palabra significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos…La cuestión es saber quién dará la norma.. y punto”. La realidad está buscando imitar al arte de la peor manera.

Del otro lado, la llamada izquierda, ante los avances de los ultra de la derecha, ha sido arrinconada y ha resuelto que lo único que puede hacer es acomodarse a “lo menos malo”. Ante la posibilidad del éxito de Trump, termina defendiendo a Biden, y ante un posible regreso en España del franquismo sin disimulos con Vox, abraza a Pedro Sánchez. El uso de la expresión “woke” –castellanizada por los españoles como “despiertitos”– aplicada irónicamente a quienes defienden tener en cuenta el género en la lucha contra la discriminación y abogan por la erradicación del racismo y la búsqueda de lo que genéricamente denominan justicia social, entre otras cosas, ha sido asociada a lo “políticamente correcto”, que es entendido como normalidad, y por derivación con la aceptación relativa del estado actual de cosas, que siendo perfectible, su alcance hasta lo deseable, consideran, es tan sólo cuestión de tiempo.

De esa forma, la derecha extrema ha atrincherado su posición, en que ahí, en la corrección política, que asimilan a permisividad y desorden está la explicación de la pobreza y los demás problemas actuales. Javier Milei, el ultraderechista ganador de las elecciones primarias en Argentina, conocidas allí como las Paso, fue categórico en ese sentido en su discurso del triunfo: “Estamos ante el fin del modelo de la casta, basado en esa atrocidad de que donde hay una necesidad nace un derecho, pero se olvidan de que alguien lo tiene que pagar. Cuya máxima aberración es la justicia social, pero se olvidan de que es injusto que la paguen solo algunos”.

Mientras tanto, el pensamiento crítico anti-capitalista reducido a las revistas especializadas, junto con el vaciamiento político en los movimientos alternativos más visibles de la necesidad de cambios estructurales, le abren una enorme puerta al paso de las peores expresiones del anti-humanismo, en el que la justicia social es una aberración y el sentido de la libertad queda reducido a la cuestión de “quien dirá la norma…y punto”.

Las extrapolaciones de época son siempre riesgosas, pero el ambiente actual tiene cierto tufillo similar al de los años veinte y treinta del siglo pasado cuando las derrotas de los movimientos que creían que “otro mundo era posible” dieron lugar a algunas de las mayores pesadillas que ha vivido la humanidad.

Información adicional

Autor/a: Álvaro Sanabria Duque
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº305, agosto 18 - septiembre 18 de 2023

Leave a Reply

Your email address will not be published.