En esta segunda entrega, a propósito de los 70 años que cumple la televisión en Colombia, el artículo aborda, de manera general, la producción televisiva, los formatos abordados, el paso de lo público a lo privado, la relación entre mercado y política, los gustos populares, la recepción y la audiencia alcanzada por la televisión, ahora en franco declive.
La sociedad colombiana inicia, poco a poco, su relación con la televisión. En pocos años ésta ganó distintos tamaños y pasó de blanco y negro a colores. Por su alto precio en las principales ciudades del país, muchas familias optaban por viajar hasta la isla de San Andrés –que era zona franca–, conocer el mar y de paso comprar un televisor. Era una adquisición riesgosa toda vez que hasta allí no llegaba la señal y, por tanto, no era posible ensayarlo. El archipiélago tendría acceso a señal hasta 1974 y canal propio hasta 2004.
Con igual propósito también viajaban familias hasta La Guajira, en especial Maicao, su capital, territorio de comercio abierto, así como cuna de contrabando con destino al interior del país.
Para que la señal televisiva llegue cada vez a más hogares, el Estado amplía la señal, para lo cual instala, debido al sistema montañoso que caracteriza nuestra geografía, más y más estaciones repetidoras. Un proceso que va de la mano, en muchas ocasiones, del tendido eléctrico: energía eléctrica y señal televisiva llegan por primera vez, de manera simultánea, a decenas de municipios, veredas y/o corregimientos.
Para la naciente empresa Televisión Comercial TVC en 1955, el reto era aumentar las horas de transmisión la programación no podía reducirse al cubrimiento de lo que hacía o dejaba de hacer el general dictador Gustavo Roja Pinilla, presidente del país. Era una época en que la imagen estaba supeditada a la voz.
Según el discurso oficial, la televisión llegaba como proyecto cultural. Para 1955, de los treinta y seis programas en emisión, ocho eran educativos y otros ocho destinados al teleteatro, una misma cantidad agrupados como “Diversos culturales”, que podríamos definir como variedades, dos de opinión pública, otro par para cine, cuatro sobre diversiones, tres musicales y uno religioso.
Rápidamente, en 1956, aparece el modelo de comercialización. TVC ofrecía en arriendo espacios a agencias publicitarias, muchas veces contenidos sobre sus clientes; una suerte de “Televentas”. Más adelante nace un pequeño grupo de empresarios que toma espacios para producir sus programas y tratar de financiarlos con anunciantes de la industria y comercio. Una aventura lucrativa que fue aprovechada por quienes pasaron por TVC como directores, como Fernando Gutiérrez Agudelo (1955–1958) y Fernando Restrepo Suárez (1959–1962), que fundan en 1963, la compañía Radio Televisión Interamericana –RTI–, y que son los primeros que exploran el melodrama en televisión.
Como es conocido, la televisión desarrolló distintos géneros y formatos, y entre ellos el melodrama se impuso con mayor audiencia. Para la producción de contenidos, la televisión se apoyó en la radio, su prima mediática y artística, no sólo en los formatos musicales que desarrollarán más adelante Julio Sánchez Vanegas y Otto Greiffenstein, sino que de allí también saldrán presentadores y animadores, pero sobre todo el sector empresarial que desarrollará la industria televisiva. Del teatro tomará a integrantes de compañías que representaban obras universales. Una interpretación que continuaba como teatro, que además se transmitió en directo durante, por lo menos, los primeros quince años.
Los rasgos iniciales marcan lo que sería la televisión años después: los telenoticieros con “El Repórter Esso”, producido por Punch (1957-1958) que dio origen al “Noticiero Sudamericana”. Las comedias con “Yo y tú” (1956-1976), bajo la dirección de la española Alicia del Carpio, que salió del aire tras no lograr licitación en su segunda etapa (1982-1986), pues su sintonía cayó como clara expresión del cambio de las audiencias. Los programas deportivos, desde el comienzo marcaron pautas como “Telehipódromo” con carreras de caballos, la vuelta a Colombia (1957) y en el fútbol, especial atención a los mundiales. Incluso para la época ya existía la prensa especializada en medios, como la desarrollada por Álvaro Monroy en El Espectador (1954).
Años 60, consolidación del espacio
La televisión va desarrollando programación. “En nombre del amor”, la primera telenovela fue producida en 1963 por Punch, y marcaría el primer paso a un sector de artistas que se consolida. Comenzaban los programas para los más pequeños, como “El mundo infantil”, “Feliz cumpleaños Ramo” (1964–1969) y “Animalandia” (1967-1994), realizado los domingos en el parqueadero de Inravisión.
A la par de esto, el primer intento de privatización se dio con la asignación del segundo canal a la firma Publicitaria Técnica, propiedad de Consuelo Salgar de Montejo socia de la cadena norteamericana ABC, el canal Teletigre (1966-1971). Caracol radio, que toma forma en 1948, incursiona en televisión en 1967 de la mano de Fernando Londoño Henao, otro empresario que había pasado por TVC.
También surgen formatos, diferentes a las novelas, que tendrán gran audiencia y se mantendrán por largo tiempo, como el programa de concurso “Concéntrese” (1964-1984), y una segunda temporada (1990-1995). Otro de los programas que aún se emite es “El Show de las estrellas”, que llegó de la radio a la televisión en 1969 y ha perdurado en las pantallas, y que pese a la privatización sufrida por la televisión en 1998, se fortaleció con audiencias locales al implementar correrías regionales.
Otro de esos programas eternos que saldrá en la época es “Sábados felices” (1972), pero con antecedentes como “Operación Ja Ja” y “Humor imposible”; la comedia es una fuente de programas con gran sintonía incluso hoy en día.
Años 70, una industria pujante
Ante la necesidad de audiencias con ansias de entretenimiento, y de comercializar espacios, la televisión educativa quedó en un canal. El 9 de febrero de 1970 se inaugura el Canal 11 en el auditorio de Inravisión, con intención de exclusividad cultural y educación. Los otros canales, libres de ese “tedioso contenido” pasan a ser usufructuados económica y políticamente, toda vez que los noticieros son repartidos entre las jefaturas de los partidos tradicionales.
Una de las primeras producciones que se internacionalizan sería “La mala hora” (1976) que se vendería en Italia y varios países de Latinoamérica. Esta miniserie, realizada por RTI, basada en la obra de Gabriel García Márquez, provocó un debate nacional que no logró el libro impreso.
Las novelas se consolidan como género con gran sintonía. En la década de los 70 aparece el videotape, que evitó las dificultades que generaba la transmisión en vivo. Con la aparición de libretistas, como Julio Jiménez, los diálogos fueron más reales y cotidianos, lo que Jesús Martín-Barbero denominaría “folletización del relato”. Se crearon historias propias que competían con la gran producción mexicana, venezolana y brasileña, con sus historias rosas. Ya para ese entonces se cristaliza una farándula que el país identificaba y admiraba.
Surgen programas de opinión e investigación periodística como “El juicio” por RTI (1974), “Cámara viajera” (1976) por Caracol –que iría hasta el 2002 con el nombre “El mundo al vuelo”. Para esta década se sumaron a la competencia RCN Televisión (1977), Julio Sánchez Vanegas, con JES (1976). Al final de la década llegaría el color a la televisión, que le implican a la producción nuevos retos en vestuario y escenografía. A la par se consolidaba una prensa de farándula, con publicaciones como “Elenco” –El Tiempo– y “Tele-revista” –El Espectador.
Años 80, la gran audiencia
Aunque llegaban procedentes del extranjero producciones rosa de gran sintonía, como “Los ricos también lloran”, “Topacio”, “Leonela” y “Cristal”, culebrones de pañuelo que daban mucha rentabilidad, eso no impidió que se comenzara a explorar las regiones, su gente e historias; muchas adornadas con un toque de sátira que representaba la sociedad colombiana. La telenovela más exitosa para la década “Los Cuervos” de RTI (1984-1986) agregó un toque de misterio a la trama. Otra, “El Gallo de oro” (1980-1982) da origen a la telenovela musical. Otras producciones, como “San Tropel”, “Caballo viejo” o “Gallito Ramírez”, todas costumbristas, destacan el país regional y logran sintonías significativas.
También fue la década de un periodismo investigativo, con “Enviado especial”, en el que participó Germán Castro Caicedo, ganador de varios premios Simón Bolívar después como director de otro programa “Testimonio” (1986). Grandes documentales se emitieron como “Yuruparí”, de la antropóloga Gloria Triana (1983-1987). También grandes producciones históricas, como “Revivamos nuestra historia” de Producciones Eduardo Lemaitre (1981-1987) de la programadora Promec, y por TeVecine y Televideo S.A. para Audiovisuales con “Crónica de una generación trágica”. Los noticieros, a partir de 1984, comenzaron a emitirse en simultáneo o enfrentados, por dos canales y en el mismo horario.
Eran años en los que la televisión gozaba de gran sintonía, los quince programas con mayor audiencia tenían registros de raiting entre 27.7 a 46.2, cifras que no volverán. Una de las telenovelas que batió récord fue “Pero sigo siendo el rey” (1984) que alcanzó un raiting de 77,7, con rancheras describe un mundo popular.
Las novelas nacionales salen de los estudios a los exteriores, al tiempo que la creatividad daba para innovaciones en recursos narrativos. Siguieron algunas adaptaciones literarias, por ejemplo la novela “La mala hierba” (1982) del libro de Juan Gossaín, el trabajo de adaptación corrió a cargo de Martha Bossio como primera libretista y cuya trama gira en torno al narcotráfico.
Se exploraron y consolidaron las audiencias juveniles con series “Décimo grado” (1986-1990) realizada por Cenpro. Existían una gran cantidad de programadoras, que llegaban al centenar; es decir, ante competencia debía existir calidad. De exitosos seriados fueron saliendo como mitosis otros programas, así de “La posada” (1988-1992) sale “Shampoo”, de “Dejémonos de vainas” (1983-1998) surgió “Te quiero pecas”, de “Don Chinche” (1982-1989) aparece “El doctor Don Chinche” y “Las aventuras de Eutimio”; de “Romeo y Buseta” (1987-1992) salió “Los Tuta”, pero todas estas nuevas producciones sin el éxito de las originales, pero se anticipaba, así, a los procesos narrativos contemporáneos para alargar el relato.
Cuando la comedia se instaló en la preferencia del público colombiano, fue la posibilidad de la industria cultural de conectar con grandes audiencias, “Don Chinche” marcaría un raiting de 49.4 puntos, lo que proyecta para la época cerca de catorce millones de personas cada semana en sintonía. Otra serie insignia será “Dejémonos de vainas” por iniciativa de Bernando Romero Pereiro, con libretos de Daniel Samper Pizano que marcó varias generaciones.
Es la década en que se abre el espectro a los canales regionales, para proyectar la nación más allá del centralismo capitalino. En 1985 se inauguró Teleantioquia, Telecaribe comenzó un año después, y tres años más tarde comenzaría a emitir Telepacífico. Telecafé tendrá que esperar hasta 1992, y canal Tro hasta la mitad de los noventa.
Años 90, hacia la privatización
Aunque conservó esos elementos de realidad, humor y misterio, las adaptaciones se alejaron de la literatura y saltaron a la narración creativa para televisión. Los cambios también se vivieron en lo licitatorio y corporativo, pues los espacios adjudicados respondieron a licitación abierta, una en 1992 y otra más pequeña en 1995, Para algunos estudiosos del tema, pura apariencia, ya que en ello pesaba más la influencia política que la propuesta por llevar a cabo.
A nivel de noticieros, se repite la historia, y siguen repartidos entre clanes políticos: la familia Gómez mantuvo el noticiero “24 Horas”, la familia López el noticiero de las “7”; la familia Pastrana el “Noticiero Tv-Hoy” y la familia Turbay el “Noticiero Criptón”. El intento de pluralidad informativa siguió siendo el gran ausente. Muchos de estos noticieros desaparecerán por pérdida de poder político o por monopolio comercial.
En la producción de contenidos ya se aplicaba la premisa que criticaba Jorge Alí Triana, al referirse a los dramatizados, con la receta de historias largas, con temas comunes y tratamientos populistas. El promedio para libretistas y directores era más de cien capítulos. La mayor comercialización de una novela para la época se presentó en 1994 con “Café con aroma de mujer”, que llegó a cerca de 77 países.
En 1993 el Dane socializaba que existían en el país 7.734.906 televisores, de los cuales 75 por ciento eran a color y 24% en blanco y negro. El 16.7 por ciento de los hogares urbanos tenía Betamax, el 6.9 por ciento poseía VHS; el 4 por ciento recibía televisión por suscripción y el 16 por ciento por antena parabólica. Datos que certificaban que el reinado de la televisión continuaba.
Era prueba de ello, confirmando que el negocio era bastante rentable, descansa en la cantidad de pauta emitida en 1992, año en el que se transmitieron 2.293 comerciales, de los cuales los cuatro primeros anunciantes eran Coca Cola, Kelloggs, PepsiCola y Postobón.
Pero nada dura para siempre, según dice la canción. Con la privatización llegó la crisis para decenas de programadoras, y el mercado publicitario se redujo drásticamente. Los contenidos fueron renovados, y llegaron a la pantalla chica programas como “Séptimo día” (1994), con formato amarillista de crónica roja. Con las transformaciones en marcha, la conservación o ampliación de audiencia, así como la misma producción de contenidos se hizo más dura para los canales públicos.
Nuevo milenio
Los reality o telerealidad llegaron, como era la tendencia mundial, explotando la intimidad y el morbo que auspicia una sociedad dada a la competencia, a la insolidaridad, al odio infundado. El primero de ellos sería “Expedición Robinson” (2001). Desde entonces se constituyeron en un nuevo género televisivo, con rating iguales o superiores a las novelas.
A la par de ello, toman cuerpo producciones que explotan el sentimiento popular. Allí se encuentran programas tales como: “Francisco el matemático” (1999-2004), con nueva versión (2017), “Garzón vive” (2018), “Germán es el man” (2010-2012) y nueva producción desde 2019, “Pedro el escamoso” (2001-2003) y su reciente nueva emisión. Son producciones cuyo éxito se debe a que retratan esos personajes que reflejan lo popular, y más si tienen conexiones con historias reales. Así lo demuestra actualmente “Rigo”, el programa con mayor sintonía de RCN.
En los últimos años
RCN en su propia versión sobre los 70 años de la televisión, emitida el pasado 7 de agosto, la presenta con una narrativa autorreferente y comercial, acomodando la historia para tratar de ganar audiencia. A tal punto que reseñan sus propias novelas y hacen que actrices como Judy Henríquez, que realizó su primera telenovela en 1975, que le valió el premio a mejor actriz de la época, aparezca ahora así sea pocos segundos, enmarcados en una novela reencauchada del canal.
La nueva narrativa de este milenio no ha llegado al país. Prosigue la producción de libretos de décadas anteriores, buscando un personaje popular para resaltar y mercadearlo. ¿Qué nos dice tanto melodrama sobre la sociedad colombiana, más que transmitir una suerte de postales sentimentales que registran cambios en el sensorium de la gente?
Tras 70 años de televisión, verificamos que la misma reafirmó la cultura icónica. Caja chica que hora acomoda su formato a una imagen cada vez más veloz y acostumbrando a la impaciencia de entretenimiento, expresado en el zapping. La tecnología de la televisión cambió modos de producir, ver y consumir, y ahora las audiencias inconformes solo quieren apagarla.
* El texto se realizó con base a los libros:
Vizcano, Milciades (1994), Historia de una travesía. 40 años de la Televisión en Colombia, Inravisión, Editorial Presencia, Bogotá; Ceballos, Diego (Compilador) (2004), 50 años de la televisión en Colombia. Una historia para el futuro, Caracol Televisión, Bogotá.
** Segunda entrega.
Primera entrega
Suscríbase
https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=179&search=susc
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