“¿De qué me acusan […]? ¿De haber dado a este pueblo una Patria libre, independiente, soberana? Lo que es más importante ¿de haberle dado el sentimiento de Patria? ¿De haberla defendido […] contra los embates de sus enemigos de dentro y fuera? ¿De esto me acusan? Les quema la sangre que haya asentado, de una vez para siempre, la causa de nuestra regeneración política en el sistema de la voluntad general. Les quema la sangre que haya restaurado el poder del Común en la ciudad, en las villas, en los pueblos; que haya continuado aquel movimiento, el primero verdaderamente revolucionario que estalló en este continente, antes aún […] de Washington, de Franklin, de Jefferson, inclusive antes que la Revolución Francesa”1.

Hace unos años, sin que nadie lo imaginara, sin que alguna manifestación lo hiciera prever, el 2 de diciembre 2015, la oposición en Venezuela, agrupada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), obtuvo la victoria en las elecciones de la Asamblea Nacional. Alcanzó la cifra de 99-46 diputados que anunció el primer boletín del CNE, tras una larga espera en aquella noche. Al final, contó no solo la “mayoría simple” sino la “calificada”, con 112-13 diputados. Quince minutos antes de la medianoche, en una cadena nacional rodeado por el Comando Estratégico Operacional, el ministro de Defensa, general Vladimir Padrino López, anunció que respaldaría los resultados que emanaran del Organismo Electoral. En aquella ocasión no estaba en juego “la pérdida del poder”, como sí es el caso del 28 de julio en comicios presidenciales2.

Hoy es distinto y por ello el asunto Venezuela tiene en vilo a la comunidad internacional, en especial a quienes habitan los países de América. La información sobre el resultado de su elección presidencial del 28 de julio no deja de ser portada en periódicos y revistas, así como apertura de noticieros radiales y televisivos, además del constante debate y la persistente pugna en las redes sociales.

Vivimos una realidad que no solo tiene en vilo sino que, además, conmociona a la izquierda en su amplio espectro, por la manera como el gobierno ha dado el resultado del voto de su ciudadanía, sin entrega ni posibilidad de verificar las actas que se levantan en todos los sitios de votación, convirtiendo cada voto contrario como parte y lógica de una confabulación. Esa lógica, con el respaldo inmediato de Rusia, China e Irán, es el hecho de mayores consecuencias que inmiscuye a la vecindad, a la región y al continente dentro de la geopolítica polarizada de la disputa global. El hecho, asimismo, deriva en persecución contra los opositores y en amenaza sobre la población en general, en procura de imponer silencio espeso y conformismo.

De este modo, el Palacio de Miraflores traza una raya entre quienes optan por aferrarse al control del aparato estatal, sin importar el procedimiento ni el precio que ello implique, y quienes ven vida más allá del Estado y su dominio temporal por medio del gobierno. Sorprende en las comunicaciones del gobierno venezolano la forma como despacha un suceso de tanta importancia y consecuencias: tilda de fascistas a los votantes que denuncian un fraude en las elecciones, desvirtuando el histórico y verdadero significado de esta palabra. Decir, que “fuimos objeto de una operación de jaqueo”, insuperada luego de varias semanas de realizada la votación. O simplemente administrar silencio, como ‘explicación’ ante la no entrega de las actas de votación, y califica a quienes salen a la calle a protestar como “enemigos”, “terroristas”, “golpe de Estado”, “intervencionismo imperialista”, como ‘explicación’ a la disputa en marcha con la oposición, que con información no desmentida, se declara vencedora en los comicios.

Se trata de un facilismo –desfachatez– en el lenguaje, en límite con el cinismo, que termina por darle piso al escepticismo o al desgano entre la población de la región, y, más allá de la misma, respecto al carácter del régimen del país caribeño, caracterizado el régimen, según la doctrina liberal, por el respeto o no de la decisión mayoritaria en las urnas. Ese lenguaje, además, no solo no educa –como es el deber de todo dirigente con pretensiones de dirección afortunada de su sociedad– sino que despolitiza, desinforma y termina por aturdir hasta a los más interesados en los sucesos internacionales y la coyuntura regional.

Es aquel un preocupante proceder, avalado por algunos presidentes y dirigentes de primer nivel de toda la región, que va extendiendo sobre el progresismo regional, y la izquierda como un todo, el manto de antidemocrático, autoritario, cuando no de dictadores. Es igualmente un marco reforzado por el proceder violento y represivo ante el inconformismo social, dando paso a la existencia de presos políticos, una realidad totalmente opuesta a la libertad; al derecho de disentir y protestar, de dar la batalla moral de las ideas que siempre ha sido pregonada y defendida en los proyectos anticapitalistas.

Somos testigos, más que preocupados, de una realidad que, justificada de una y otra manera por gobernantes y dirigentes de tinte ‘rojo’, así como por activistas ortodoxos, que desisten de izar la bandera de la democracia, dejándola en manos de sus contrarios, quienes paradójicamente terminan como sus adalides, a pesar de su interés y la prioridad por acaparar lo que debiera ser común, por potenciar lo individual sobre lo colectivo, por su insensatez ante las evidencias de su comprensión acomodada de la sociedad, la naturaleza, la economía y el arte de gobernar.

Sin pasarlas por alto, hay que recordar que, en el siglo XX, bellas epopeyas libertarias –que en pocas décadas alcanzaron desarrollos económicos y tecnológicos no despreciables, se fueron a pique. Decayeron ante su autoritarismo, que hicieron de las suyas sociedades de la sospecha generalizada y del silencio aterrorizado por temer que su vecino, e incluso el supuesto amigo, fuera un agente al servicio del Estado. Fueron aquellas sociedades tristes, anhelantes de vivir en sus vecinos países capitalistas, permitiendo entrever que no existía legitimidad social a pesar de registrar y prolongarse la legalidad formal, soportada por las leyes, con un supuesto consenso de mayorías.

El legado fue claro: cualquier transformación social que no encare un profundo, colectivo y extendido liderazgo social, acompañado de una ruptura cultural con el modelo social que le antecedió, no tiene futuro y permanencia. Aun así, y a pesar del control social que se extienda sobre ella, en algún momento estalla y desbanca hasta al más tirano de los tiranos.

Una enseñanza tal va acompañada por el propósito del proyecto comunista, que se propone la desaparición del Estado y no, como en verdad ocurre en este tipo de países, su fortalecimiento. Un aparato estatal del cual no se desprenden acciones y procedimientos para que su población se autodetermine sino todo lo contrario: un aparato que decide y lo controla todo, para lo cual es indispensable el disciplinamiento más estricto, posible en sociedades de la vigilancia. Hoy por hoy, más factibles de ser realidad por medio de un extenso y amplio despliegue informático –con cabeza, ojos y oídos del “gran hermano” que todo lo define. Son ojos y oídos, además, impresos en los carnés para reclamar la ayuda alimentaria y en dinero que brinda el Estado para encubrir –con pintura de éxito socioeconómico, de prosperidad o de afán de justicia social– el empobrecimiento y las necesidades que afectan a la mayoría de su población. Se juntan así clientelismo y control social.

Esos inconvenientes tienen como soporte un extendido y legalizado rentismo que lleva a la población a ser cada vez más dependiente de subsidios, perdiendo poco a poco la disposición por hermanar tejido en la comunidad, la imaginación y la creatividad necesarias para unirse en los territorios y hacer realidad el poder popular, revestido de dignidad y voluntad constante, para darle cuerpo a sociedades que sean en realidad libres, justas, solidarias y felices. En fin, una realidad imposible de materializar si, en el momento de tomar decisiones que les impliquen, quienes controlan la tecnología o los mecanismos para escrutar lo decidido por unas y por otras lo manipulan, según lo requieran sus intereses, propósitos y aliados.

Cuestionado ese proceder por quienes votaron en favor del cambio en Venezuela, como por testigos electorales de carácter internacional de reconocido prestigio (como el Centro Carter), así como por gobiernos de variado tinte a nivel mundial, surge un interrogante: ¿El supuesto o real fraude, fraguado por el madurismo en Venezuela, se traducirá en una zancada que fuerce a la rectificación o el final en las manifestaciones de “socialismo real”, aún existentes en nuestro continente?

1   Roa Bastos Augusto, Yo el supremo. Primera edición, junio 1974, p. 37. Tercero y cuarto párrafos.

2   Esta declaración de los militares no obvió la posterior ilegalización del Parlamento elegido y la creación de uno paralelo, como maniobra gubernamental para impedir el cabal funcionamiento del órgano recién reconfigurado. Tenemos en esta maniobra, el antecedente más inmediato de lo que hoy ocurre.

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Autor/a: Equipo desdeabajo
País: Venezuela
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°316, 20 de agosto - 20 de septiembre de 2024

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